María, una reconocida periodista, viaja a Barcelona para vengarse de su marido. A los tres días, camino a Cadaqués, en un accidente de tránsito, queda involucrada en un delito. En la prisión Wad Ras para mujeres, en su unicelda, inicia un relato sobre su pasado y su presente. Su marido viaja desde Buenos Aires y contrata a un exitoso penalista para poder liberarla y así, finalmente, volver juntos a la casa familiar con las hijas de ambos. La investigación sobre la causa es ardua. El Director del penal será fundamental para lo que ocurre en la segunda parte de la novela. El pasado de María es trágico: abandonos, un suicidio, cocaína, la música de su padre. La prisión la transforma, la escritura se le hace imprescindible, ella ya no es la misma, no se siente madre, ni esposa, ni periodista. Decide esconderse en Calella de Palafrugell, un pueblo de pescadores de la costa española, donde le ocurrirá un hecho que le cambiará la vida.
Esta es una síntesis de la novela: ¿pero, cómo es que llegué a escribir sobre estos temas, a inventar esta trama? El proceso de escritura duró seis años y me tomé otros dos para corregir. Un tiempo largo y feliz, porque escribir me provoca felicidad, es el único lugar donde me siento inmensamente libre. Puedo construir el universo que quiera, hacer que los personajes hablen o actúen como se me ocurra. Y en ese universo exorciso algunos hechos de mi pasado. Los recreo y así se van. Se transforman en otra cosa.
En 2008 viajé a Barcelona a reencontrarme con un amor de los veinte años, él me había abandonado para irse a vivir a Israel, a un Kibutz. Yo, desesperada, quise ir tras él. Conseguí una lista de kibutz y llamé a uno por día, preguntaba si conocían a Javier, el corazón se aceleraba, siempre estaba preparada para escuchar que él me dijera: “venite”. Creo que iba por la letra K de la lista cuando mi jefe me llamó a su oficina, dijo que tenía que despedirme, había llamadas a Israel desde mi teléfono. Recién en ese momento pensé en las facturas, en los registros de las llamadas. Lloré frente a mi jefe, menos por el despido que por sentirme una imbécil. Le conté todo y en el acto de contar, de escucharme, el deseo de seguir los pasos de Javier se esfumó. Quedé sin trabajo pero sin ataduras. Rompí la lista esa misma tarde, y de esa forma mi conexión con Javier se perdió, una conexión inventada, una necesidad del otro basada en supuestos, en ilusión.
En ese viaje me bastaron un par de días para darme cuenta de que la relación no tenía futuro. Paseamos por Barcelona, conocí a sus amigos, comí en los mejores restaurantes y volví, después de dos décadas, a consumir cocaína. Después Javier me llevó a conocer su casa, su hija y sus restaurantes. Vivía en un pueblo mediterráneo a unas dos horas de Barcelona. Un lugar de ensueño. Pero todo lo que veía me alejaba de él. Si hablaba con la hija pensaba: “nunca va a dejar a la hija”. Cuando fuimos a conocer sus restaurantes pensaba: “nunca va a venderlos”. La primera noche en su casa, escuchamos el timbre en forma insistente. Me pareció extraño. El timbre sonaba una y otra vez. Finalmente él me miró y me dijo: “es Silvia, seguro que vió mi camioneta estacionada. Como me fui unos días, me está buscando”.
“¿Quién es Silvia?”, pregunté. “Mi novia”, dijo. ¿Qué hacía yo en su casa? ¿Por qué me había presentado a su hija? “Porque te amo a vos pero acá la tengo a ella”, me respondió. Me amaba pero se había ido a un Kibutz. Me había abandonado. Le pedí que le abriera a Silvia, le dije que quería hablar con ella. Subió. Era más joven que yo, bailarina supe después. Muy bonita. Nos miramos. Nos medimos. Los tres parados en el living. Ella me dio pena. Pero al mismo tiempo pensaba que éramos dos mujeres admirables. Ambas podíamos actuar guiadas por la fuerza de una ilusión. Es todo tuyo, yo me voy mañana, le dije. Perdoname, no sabía que Javier tenía novia. Le di un beso a los dos y me encerré en el dormitorio. No salí hasta el día siguiente. ¿Quién era yo entonces y realmente por qué había viajado? ¿Podía culpar a Javier?
El abandono de Javier me marcó para siempre. Pero también la ilusión del reencuentro. Javier fue mi espejo cuando nos volvimos a ver. Me buscaba en él. Quería reconstruirme, ver a la chica de veinte años que yo había sido. En El daño está hecho están estas emociones.
Pero con esto no podía escribir una novela. No dejo de pensar en lo que dijo Charles Simic: “No les cuentes a los lectores lo que ya saben de la vida”.
Había que agregarle ficción.
Decidí que la protagonista de la novela se llamaría María y que iba a escribir sobre su presente y su pasado, en prisión: Los encierros. Tanto físicos y como emocionales. Esta es la parte policial de la novela. ¿Es culpable o inocente?
Pero, ¿quién era María? ¿Tenía padres? ¿Hermanos? ¿Qué estudiaba? A ella también la había abandonado un hombre para irse a Israel, estaba destrozada por completo. Ahí estaba el tema: El abandono. Pero quise indagar también en otro tipo de abandono: el de una madre hacia su hija. María es abandonada por su madre cuando ella tiene once años. ¿Por qué a los once años? Para que fuese niña, pero no tanto, debía comprender los hechos: su madre se va una tarde, espera que la hija regrese del colegio, se despide, toma sus valijas y sube a un auto rojo que la está esperando en la puerta de la casa. Años más tarde Javier se va a Israel. Abandona a María. O al menos así lo siente ella. Ya acumula dos abandonos en su vida. Pero sucede un hecho trascendente. Otro abandono: el de su padre: La muerte de un padre. Tenía más tema para la novela. ¿Qué significa un padre para nosotros? ¿Cuántos padres podemos tener a lo largo de una vida? No me refiero sólo a un padre biológico. Después de hacerme esta última pregunta, apareció Iván, el marido de María. Nacía un nuevo personaje.
Pero, ¿María y su madre se reencuentran? ¿Qué pasa entre ellas? Este me pareció un tema central de la novela: La maternidad. María es madre pero después de estar presa, ya no lo siente. Esas niñas que son sus hijas, que le mandan dibujos, son seres lejanos. Las quiere, pero no las necesita.
La novela es también una reflexión sobre las mentiras. ¿Cuántas mentiras soporta una relación? La madre le miente a la hija cuando se va en el auto rojo, a partir de los once años, María vive en la mentira, en el error. Javier le miente, Iván también. Ella también lo hace. ¿María perdonará a su madre? ¿Y a los otros? En el final de la novela, se revela este punto. La novela habla también Del perdón y la comprensión de personas que nos hicieron daño.
Escribir una novela es un ejercicio de montajes. Me llevó años definir el entramado de la historia.
¿Quién soy? Mi edad, mi género, mi nacionalidad, mi pasado, mis miedos, mi familia original, me constituyen. Mis hijos, el marido que tuve, mi insomnio, mis amigas, el deporte, mis trabajos, los viajes, mis lecturas, me constituyen.
¿Cómo convertirse en lo que uno quiere ser? A menudo me hago esta pregunta. En el intento, es decir, en la vida misma, uno hace el bien, hace el mal. Los personajes de la novela, también.
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