Martín Kohan: “Hoy parece de mala educación la idea de llamar a alguien sin avisar”

El escritor argentino habla de su ensayo, “¿Hola?”, en el que cual, mientras le dice adiós al teléfono, analiza cómo cambió la vida de la humanidad, el modo de comunicarse y también las formas de las relaciones sociales

En ochenta y siete capítulos breves, Kohan despliega hipótesis, recuerdos y también grandes ejemplos del cine, la radio y la literatura para hacer una radiografía del teléfono.

Martín Kohan es hoy una de las voces más influyentes de la cultura argentina. Y si digo de la cultura no es una equivocación ni una forma exagerada: hace tiempo que su palabra sorteó las fronteras de la literatura y es escuchada en la mayoría de los grandes debates que tienen lugar en la esfera pública.

Martín nació en Buenos Aires, en el año 1967. Enseña teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires, es narrador y ensayista. Entre sus libros de ficción se encuentran Muero contento, Una pena extraordinaria, Desvelos de verano, La pérdida de Laura, Dos veces junio, Ciencias morales, Bahía Blanca y Confesión.

Es autor de nueve libros de ensayo, entre ellos Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin, El país de la guerra, 1917, La vanguardia permanente y Me acuerdo. Recientemente editorial Godot publicó ¿Hola? Un réquiem para el teléfono, su nuevo ensayo, en el que Kohan le dice adiós a un objeto y a una forma de comunicarse, al tiempo que analiza las diferentes facetas de un instrumento que cambió la vida de la humanidad y las formas de las relaciones sociales.

A partir de una estructura de ochenta y siete capítulos breves, algunos de ellos brevísimos, en los que despliega hipótesis, recuerdos y también grandes ejemplos del cine, la radio y la literatura, el escritor argentino ofrece una radiografía del teléfono, tal como se lo concibió desde su invento y desmenuza usos y costumbres.

También repasa aquellas instancias que mediaron entre el famoso teléfono fijo y el celular, tal como lo conocemos hoy que, aunque lo seguimos llamando teléfono, cumple otras funciones como sacar fotos, grabar mensajes, filmar o navegar por internet y cada vez menos para comunicarse a través de la voz, en simultáneo.

Lo que sigue es la transcripción de una charla que mantuvimos semanas atrás vía zoom para el programa de radio Vidas Prestadas.

"Seguimos llamando teléfono a un aparato al que se le dan usos de los más diversos excepto como teléfono", dice Kohan con respecto al celular.

— Hay un montón de ideas y de bibliografía en tu libro. Pero lo primero que tengo para preguntarte es su origen. ¿Surge como una suerte de desprendimiento de tu libro anterior, Me acuerdo?

— Me parece que no aunque, posteriormente, puesto a trabajar, entonces sí aparecen cosas vivenciales, digamos. La memoria personal se vuelve inexorable cuando uno se mete con un asunto así. Pero te diría que en los impulsos iniciales para empezar a pensar estas cosas sobre el teléfono hubo dos aspectos. Uno fue una observación estrictamente verbal, del orden de las palabras, del lenguaje y es una observación que ya se hizo y es que seguimos llamando teléfono a un aparato al que se le dan usos de los más diversos excepto como teléfono. Entonces, alguien quiere sacar una foto y dice “dame el teléfono” y eso obviamente remite a una cámara fotográfica. O sea, sacamos fotos, miramos la hora, consultamos internet. No sé, podés usar una linterna. Veinte mil cosas en un aparato al que llamás teléfono y al que estás usando no como teléfono o casi nunca como teléfono. Eso, como observación de por qué persistía una palabra para designar un objeto que ya casi no corresponde a esa palabra. Y lo otro que me pasó, a nivel más personal, es que a mí me gusta mucho hablar por teléfono y me voy encontrando con que es algo ya casi no estoy pudiendo hacer porque no tengo con quién hablar.

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— Pero cuando decís que no tenés con quién hablar, también hay otra cosa que no compartís con la mayoría de la gente y es que, prácticamente, no usás el teléfono celular para comunicarte de esas otras maneras.

— El teléfono celular lo tengo y lo uso pero hay algo que uno puede verificar de muchas maneras, pero hay una muy concreta que es cuando te hacen una entrevista por radio. Te llaman al celular y en cuanto les decís “estoy en mi casa, tengo un fijo”, de inmediato te dicen “el fijo es mucho mejor”. Porque se escucha mucho mejor. Hablo mucho por celular porque me gusta hablar por teléfono y pasa a ser el recurso que uno tiene más a mano. Pero definitivamente vengo hablando con cada vez menos interlocutores porque la gente no habla ni por celular. O sea, no usan el celular como teléfono. Pero para cierto tipo de conversación detenida, cuidada, hablar por celular complica las cosas por lo mismo por lo que los operadores de radio cuando les decís que tenés un fijo a mano te dicen “pasemos al fijo, no se escucha del todo bien”. Y si lo usás como uno mismo hace por la calle, yendo, viniendo, podés arreglar una cosa, podés especificar tres, cuatro temas. Lo que está claro es que hay una modulación de una intimidad de la conversación en el teléfono fijo que ni siquiera la tenemos en el celular, que está interferido por el mal sonido, porque estás al aire libre o porque estás con gente alrededor o porque hay barullo. Esa conversación larga, íntima, cercana, reposada, con un tipo de intimidad que solamente el teléfono habilitaba de esa manera, eso ya casi no se hace más.

"A mí me gusta mucho hablar por teléfono y me voy encontrando con que es algo ya casi no estoy pudiendo hacer porque no tengo con quién hablar", lamenta Kohan. (Martín Rosenzveig)

— Con ese tipo de llamadas se daba otro clima, otra duración del tiempo, tal cual. También decís en tu libro algo así como que, mientras cuando estaba el teléfono fijo uno tenía que sacarse a la gente de encima para poder hablar a solas, hoy -que tenemos el celular y que se supone que es un teléfono privado- hablamos delante de todo el mundo.

— Exactamente. Porque digo -para que no parezca un viejazo, o para que no sea solamente un viejazo- que esté en declinación el teléfono involucra un espectro de cosas. En el disparador o en el impulso inicial del libro estaba un poco esto, me gusta mucho hablar por teléfono y uno tiene cada vez menos ocasiones para hacerlo. Pero, ampliando un poco el foco, con la aparición del teléfono aparecieron muchas cosas que el teléfono trajo consigo. Porque al generar un modo de conversación inédito hasta ese momento, esa combinación por la cual había algo de cercanía, la cercanía de la voz, y la intensificación porque al tener el auricular en el oído, la voz sonaba especialmente cercana, incluso con la relativa distorsión que podía tener la línea telefónica. Concretamente, el otro te hablaba al oído y vos le estabas hablando al oído. Y esa fuerte proximidad de la voz se combinaba con la lejanía del cuerpo. Tener la voz muy cerca y el cuerpo no, o tener esa intimidad del decirse y el escucharse sin la mirada del otro, sin el cara a cara. Con el teléfono nace en un punto otra forma de intimidad. Si el teléfono va cayendo en desuso, y todo indica que es lo que está pasando, entonces está desapareciendo también ese tipo de intimidad que el teléfono generaba. ¿Y qué es lo que nos pasa con la voz y en lo que Barthes llamó el grano de la voz? Cuando eso se combina con que no haya alguien mirándonos. Con que no tengamos cara a cara. Con que no estemos fuertemente unidos a ese otro en la intimidad de la conversación telefónica y, al mismo tiempo, solos porque cada uno estaba solo cuando hablaba por teléfono. En ese sentido, pienso que hay una intimidad ahí que era distinta, no digo mejor o peor, distinta a incluso la intimidad de dos personas que se encuentran en un lugar cerrado. En el teléfono estabas a solas con otro y solo uno mismo. Entonces me parece que disponía una confianza, una intimidad, a veces una franqueza… En cuanto a lo que decías, sí, claro, a mí me llamó también la atención porque yo no tuve teléfono en mi casa, o sea, no hubo teléfono en la casa en la que yo vivía hasta mis 15 años. Por lo tanto, tengo mucho teléfono público en Libertador y Jaramillo, en la calle, y algunos episodios de teléfono público en la farmacia que había en 11 de septiembre y Manuela Pedraza. Y mucha conversación, no en teléfono público pero sí con testigos, que era la vecina del fondo que nos prestaba el teléfono.

— Exacto.

— Y a la que no le podía decir “Encerrate en tu cuarto que esta conversación es muy personal”. Entonces, uno hablaba con la incomodidad de la intemperie, del ruido alrededor, de los testigos. Y ahora, escribiendo el libro y pensando en todas estas cosas, advertí esto que subrayabas: raramente el teléfono se vuelve más personal porque ahora cada uno tiene uno, ya no es el teléfono de la casa, es estrictamente personal, pero las condiciones en las que estamos hablando casi siempre son las condiciones de incordio, de molestia y de perturbación propias del teléfono público. Me parece que perdimos mucho de esa intimidad que se daba en ese formato específico.

Martín Kohan y Pedro Mairal. (Foto: Juan Casas)

— Algo lindo que aparece en el libro tiene que ver con la época en la que precisamente uno llamaba a alguien pero como ese teléfono era un teléfono compartido quien te atendía no necesariamente era quien buscabas y eso podía dar comienzo a historias. El teléfono fue una gran excusa de varias historias -muchas están en el libro-, en el cine, en el teatro. Cantidad de teleteatros con el teléfono como objeto central.

— Vos sabés que esa es una observación que le escuché o leí en una entrevista a Pedro Mairal y yo ya venía pensando en esto y dije “qué bien pensado eso” y lo tomé en el libro y lo cité. Porque todo lo que estamos diciendo involucra formas de relación distintas. Porque desde el momento que es un nuevo modo de vínculo, una nueva escena de conversación, hay formas de relación social que eran propias del teléfono y una era esta, llamar para hablar con uno y en el medio hablar un poco con otro. A veces podías ser un poco más expeditivo pero a veces no y trababas conversación. En mi caso, buena parte de mi vida social en la adolescencia consistía en que yo atendía el teléfono y llamaban las amigas de mi hermana, que a veces me decían desoladoramente pronto “pasame con tu hermana” pero otras veces hablábamos. Y el día que venían de visita ya un poco nos habíamos conocido. Un poco no, nos habíamos en cierta manera conocido, habíamos hablado. Uno no sabía quién llamaba, atendíamos sin saber. En esta época de tanto recelo, de tanta prevenciones y precauciones, donde incluso parece generalizarse la idea de que es de mala educación llamar por teléfono a alguien sin avisarle, no sé, con días de antelación para que esté suficientemente avisado y no lo tome por sorpresa un simple llamado telefónico, había otro margen en la antigua modalidad para lo inesperado, al menos hasta que aparece el detector de llamados, que inicialmente cobra un cierto tinte policial. Pero ahora todo celular tiene un identificador de llamados. Incluso cuando el que llama es un desconocido, que te aparezca la palabra desconocido no deja de ser una forma de identificación.

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— ¿Y no te parece que este final, este réquiem para el teléfono también viene de la mano de una pérdida de valoración de la voz humana como una de las, digamos, cualidades que uno distinguía en las personas? O sea, había cosas que transmitía la voz a partir de esos llamados y que es algo que quedó como muy ajeno, ¿no? Ya hoy no pasa nada con eso.

— Me parece que la expresión más intensificada, una de las más fuertes de esto que estás planteando y por eso tiene un capítulo en el libro, era la hot line. No es que yo la haya usado pero la nombra Charly García, la nombra en Cinema verité donde todo es visual pero en algún momento nombra la hot line, que es efectivamente la combinación que habilita el teléfono y que no es comparable a ninguna otra forma de variaciones del espectáculo del erotismo, digamos. Al estar la voz y no estar el cuerpo; al tomar contacto, al ser la voz lo más concreto y el cuerpo solamente figuración, estrictamente fantasía, entonces efectivamente había una intensificación de la voz y lo que la voz puede suscitar y sugerir. Me parece que eso estaba en cualquier conversación telefónica pero, insisto, creo que la hot line lleva eso a un punto especialmente fuerte.

Ahora, sí, a mí de pronto me había llamado la atención, yo mando también bastante mensaje de texto en el viejo formato del celular. Es raro porque en cierto modo hay una cierta tendencia a pensar que en la linealidad del desarrollo tecnológico todo lo que viene después supondría un progreso respecto de lo que había antes, como si la historia fuese efectivamente lineal y siempre progresiva y no tuviera saltos, contradicciones, vaivenes. Vos y yo nos dedicamos a la literatura, así que con respecto a la escritura solamente podemos decir cosas que nos entusiasman y que nos parecen siempre grandiosas en cuanto a lo que se puede o a lo que significa la palabra escrita. Ahora, la palabra escrita como tal, la comunicación por carta, las postales, suponían -como toda escena de escritura- que el otro estaba completamente ausente y lo suficientemente lejos como para tener que escribir. La escritura implicaba lejanía y suponía ausencia. El teléfono en ese sentido aporta una innovación y una combinación muy particular porque conserva elementos de la escritura como la lejanía y la ausencia física del otro, pero inyecta en esa escena propia de la escritura presencia y proximidad y los combina. Entonces, volver de esa combinación al mensaje de texto, digo por esto que señalabas de un retroceso de la voz, pero hay algo con el WhatsApp que entiendo, corregime si me estoy equivocando porque yo no uso, que puede ser escrito o ahí también puede haber voz. Los mensajes de voz en WhatsApp me parece que, a la vez, están indicando otra cosa porque ahí sí está la voz y va a estar la escucha y me parece toda una señal de época, si se puede decir así, porque implica hablarle al otro cuando el otro no está. Cuando lo que el teléfono permitía era hablarle al otro con el otro ahí.

En su libro y en esta nota, Kohan habla de la diferencia crucial entre hablar con otro (el viejo teléfono) y hablarle al otro (los mensajes de whatsapp).

— En relación al tema de los audios, es interesante porque muchas veces no se entiende por qué vamos de audio en audio o tres audios seguidos cuando el otro está ahí, esperando, en vez de directamente hacer el llamado, que también podemos hacer. O sea, nos acostumbramos a los audios. Nos acostumbramos a hablar solos aun sabiendo que el otro lo va a escuchar inmediatamente.

— Pero algo tiene que significar eso. Yo asistí a eso, no lo uso. No lo uso pero vivo en el 2022, o sea veo escenas. Y he presenciado escenas donde en un momento alguien -con hartazgo, debo decir- dice: “¿Podemos arreglar esto por teléfono?” Porque son dos personas que están arreglando un encuentro y al hablar solamente de a uno por vez llevaban muchos más minutos de lo que llevaría hablarse por teléfono. A mí me parece que hay una señal ahí, algo… Porque encuentra en estas nuevas tecnologías quizás un gusto de poder hablarle al otro cuando el otro no puede contestar o te puede contestar después. Y además va a contestar cuando vos ya no vas a poder contestar. Yo lo pensaba en estos términos, no me acuerdo si lo puse exactamente así en el libro; la diferencia crucial, evidente por otra parte, entre hablar con otro o hablarle a otro. Si vos dejás un mensaje grabado no estás hablando con otro, le estás hablando a otro que después te va a hablar a su vez a vos. Esa alternancia de monólogos no corresponde a la conversación, no solamente por el modo en que las voces se enciman a veces o se interrumpen o podría hasta ser más prolija esta alternancia, que en realidad a mí me remitió en realidad al formato de walkie-talkie. Hablaba uno, decía cambio y fuera, hablaba el otro, decía cambio y fuera. O sea, algo menos sutil que el teléfono. Supongamos que el otro escucha. No es lo mismo que escuche después algo que está grabado, aunque ese después, como vos decías, sea absolutamente inmediato.

— Hay algo con las distintas formas de los diálogos que se establecen hoy con los celulares y que no lo tenía el teléfono fijo que tiene que ver con la posibilidad de la memoria. Vos en el libro le dedicas un capítulo a esa peliculita divina que se hizo a partir del supuesto hallazgo de una cinta de contestador automático, la de Enrique y María Teresa. Hablo a partir de una historia de duelo personal. ¿Qué se hace con los teléfonos de los que no están más? ¿Qué hacés con esos diálogos que mantuviste, con esos audios? Hay una memoria de los whatsapps y de los teléfonos. Así como antes estaba la agenda telefónica, que conservaba la letra de tu ser querido. Bueno, ahora se suma esto otro que es durísimo.

— Sí. Sí. Bueno, qué hacemos con las huellas. Es eso, son más huellas. Se agregan formas de expresión y de almacenamiento. Se agregan formas de registro y está muy bien porque las tecnologías consisten en eso y mi postura no es de resistencia a ninguna clase de innovación tecnológica. Pero necesariamente se agregan huellas y uno tiene que ver qué hace con eso, efectivamente. Ya que mencionaste situación personal o familiar, me permito una mención. Cuando mi papá murió, mi mamá retoma dos cosas que eran de mi papá. Una era el auto, un Fiat que usaba mi papá, pasa a mi mamá. Y queda el olor. Llevó mucho tiempo para que cambiara el olor del habitáculo del auto. Pero ella retomó también, y de hecho todavía lo tiene, el número de teléfono de mi papá. El número de mi mamá es del celular que usaba antes mi papá. Y llevó un buen tiempo que mi mamá tomara nota de lo que le pedíamos mi hermana y yo y es que cambiara la voz del contestador, que era la voz de mi papá. Como ella nunca se llamaba a sí misma no pasaba por el feo trance de que activara el contestador y escuchar la voz grabada de mi papá. Ella decía: “Me olvido, me olvido. Como no lo escucho me olvido”. Pero uno estaba en esa zozobra en el momento del llamado. En cuanto a lo de la agenda, yo uso agenda y, en la que tengo, la parte telefónica no es de esas que se desprenden y la pasás a la agenda del año siguiente sino que paso todos los números de teléfono cada fin de año.

— Ay, que genial.

— Uno por uno.

— Que “Martin Kohan” todo esto, por favor (risas).

— Bueno, si me conocés, sabés que en un punto disfruto hacer ese registro que te pone frente a dos cosas. Este número que estoy transcribiendo, esta persona que estoy transcribiendo, hace años que no nos hablamos y es muy probable que este número ya no sea su número. Eso cuándo consideras que alguien ya no está en tu vida. Por el otro lado, la evidencia de lo que estabas mencionando recién que es los que das de baja porque han muerto en el curso del año. Y para mí ha representado año tras año una pequeña escena de despedida en el momento que es cuando esa persona y ese número ya no pasan a la agenda nueva. Hay algo que aparece en Proust, me estoy acordando ahora por la cuestión de la muerte. Hay en el libro textos o referencias de autores que registraron lo que supuso en su momento el teléfono cuando apareció, cuando entró en las vidas. Benjamin escribe sobre eso. Chejov escribe sobre eso. Yo tomé a algunos escritores a partir de algunas escenas. Y el modo en que aparece el teléfono en En busca del tiempo perdido de Proust tiene que ver con la muerte. Cuando Proust habla por primera vez con su abuela por teléfono sufre tremendamente porque lo que percibe en las condiciones de esa conversación, la voz con la ausencia, la voz sin el cuerpo, es la muerte. Lo vive como una experiencia fantasmal en el sentido literal. No lo soporta y se toma el tren para ir hasta donde está su abuela y verla y, a la vez, en el contacto cara a cara y la conversación de presencia igual ha quedado la huella de eso que ya vivió al haber hablado con ella por teléfono. Hay algo ahí estremecedor de lo que yo aprendí ahora que se llama “voz acusmática”. O, si lo sabía antes, me lo había olvidado. Que es cuando recibís la voz pero no estás en contacto con el lugar, con el origen de esa voz. El lugar de donde esa voz surge. Que es como habla Dios, por otra parte.

Marcel Proust es uno de los autores que tratan el tema de lo que significó la llegada del teléfono y que recupera Kohan en su ensayo. (Foto Colección privda/ Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)

— Ya que te gustan tanto las agendas, voy a contarte una de las cosas más lindas que vi en relación con la literatura. Una vez, después de un congreso de periodismo cultural, nos llevaron a hacer una visita a la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro y nos mostraron parte del tesoro. Como Stefan Zweig se suicidó en Brasil, sus cosas quedaron ahí, entre ellas unos manuscritos de Balzac que Zweig había comprado. Pero recuerdo muy especialmente la agenda telefónica de Zweig, en donde, por ejemplo, aparecía “Broch, Hermann”, por decirte uno. O sea que parecían los nombres y los teléfonos de sus contemporáneos.

— Cada uno tiene las relaciones que tiene.

(Risas).

— Ahí hay como dos registros que en el declive del teléfono van en declive también, la agenda, que también era personal y tan personal como el celular. Pero también esa especie de registro cívico generalizado que era la guía telefónica. La guía también era como una especie de foro, un listado enormemente abarcativo, público. Porque el teléfono también supuso un impacto que alteraba las experiencias de lo público y lo privado. El espacio privado de las casas, cuando los teléfonos aparecen. En Benjamin aparece esto fuertemente en Infancia en Berlín hacia 1900. La presencia del teléfono en la casa altera la experiencia del hogar, del espacio privado del hogar familiar porque algo del mundo exterior ahora estaba adentro. El teléfono estaba adentro sin dejar de ser un afuera. Algo del afuera ahora estaba también adentro, por lo tanto la vivencia del espacio privado se alteraba. La agenda como espacio privado… De hecho, si uno lo piensa, durante la represión estaban los que caían porque figuraban en una agenda.

— Así es.

— O sea, la violencia política en la intromisión en lo privado era entre muchísimas prácticas, por empezar la de la violencia sobre los cuerpos, pero además en relación con eso, digamos, caía alguien, caía la agenda y caían los contactos de agenda. O sea, la agenda está también en declive porque no es lo mismo que teléfono. Vos decías la memoria. No es lo mismo el registro que uno hace, transcribir uno la propia letra, digo como una forma, como una huella y como una marca estrictamente personal. Ahora el que recuerda es el teléfono, no uno.

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