Arte 2022: muestras, salas y textos para destacar

Reflexiones sobre el panorama artístico argentino, a través de un repaso por galerías, museos, residencias, talleres y activaciones varias en el año 1 de la pospandemia

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"Álbum", muestra individual de Agustín González Goytía exhibida a mediados de año en Pasto Galería, curada por Leandro Martínez Depietri.
"Álbum", muestra individual de Agustín González Goytía exhibida a mediados de año en Pasto Galería, curada por Leandro Martínez Depietri.

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Tendencialmente, fantaseo con escribir textos ambiciosos, iluminadores, que descubran algún aspecto de la realidad opacado por las circunstancias, el hábito o la ceguera propia del proceso de naturalización perceptiva. Esto último lo sigo meditando, sin entenderlo del todo.

Vivo en Buenos Aires desde principio de año, el tiempo justo como para disponer un panorama general del estado del arte, y por eso se me ocurrió escribir, tras haber visitado en nueve meses (3 de marzo - 30 de noviembre) unas cien exposiciones, sumando galerías, museos, residencias, talleres y activaciones varias.

El impulso inicial me llevaba a detectar una muestra que fuera la cifra de todas las muestras, aún más, soñaba con una obra que fuera la cifra de todas las obras de todas las muestras, como si quisiera dibujar un Aleph que condensara la totalidad de las acciones artísticas de la Ciudad de Buenos Aires en el 2022. Lo descarté, demasiado borgeano. Entonces reduje las expectativas y pensé en un gesto menos ampuloso, encontrar un mínimo común denominador de la totalidad de las muestras visitadas: una estética compartida, o una poética, o un punto de apoyo sobre el cual sentenciar: esto. Es esto.

Vale la aclaración. El 2022 fue el primer año pospandémico, un año vivido casi en absoluta normalidad, hasta donde esa expresión sirva para definir algún fenómeno de la República Argentina. Lo aclaro y ya me arrepiento. Fogonear la pandemia como hecho determinante de la producción artística sería sostener un supuesto teórico endeble: el arte concebido como reflejo de la realidad, o dicho en modo académico, la crítica sociológica del arte. No caben dudas de que el arte se produce en un marco histórico, en un contexto específico, pero el trabajo del artista con su materia delimita un barrio cerrado con respecto a la sociedad. No puede resultar más obvio, las condiciones objetivas (dimensiones del taller, 10 m2, 20 m2, 40 m2, 100 m2; ser propietario o inquilino; gozar de un trabajo en blanco; llegar o no a fin de mes; haber recibido una abundante o una pesada herencia) imprimen su huella en la praxis artística, no es necesario dormir con El capital bajo la almohada para aceptar una verdad tan flagrante, pero de ahí a que el producto de esa praxis sea un reflejo (o efecto) de la sociedad, un abismo. Si el arte es reflejo (o efecto), ontológicamente estaría un escalón por debajo de la realidad, y para colmo supondría la existencia de sujetos con un acceso privilegiado a ella. ¿Y el arte como acto reflejo?, un movimiento involuntario en respuesta a un cierto estímulo. También lo resisto, requeriría una serie interminable de aclaraciones.

Para efectuar el recorrido cuento con dos tipos de material. Por un lado, apuntes sueltos y mi frágil memoria, por otro, acumulé, leí y archivé más de ochenta textos de sala.

"Peinetón", muestra de Matías de la Guerra exhibida en agosto en Selvanegra, con texto de sala de Samuel Dansey
"Peinetón", muestra de Matías de la Guerra exhibida en agosto en Selvanegra, con texto de sala de Samuel Dansey

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Dividiría los textos en dos grandes grupos. Aquellos que demuestran un afán propedéutico a la obra y los que prescinden de ese afán, o lo colocan en un segundo o tercer plano. Dentro del primer grupo, he leído textos elusivos, sugestivos, con una marcada vocación por la palabra, y otros que simplemente se hunden en el pantano de la didáctica; hay textos conceptualmente densos, otros que navegan por una superficie rasa. Hay textos lúcidos, precisos, preciosos, conscientes de su propio límite y de los otros; pero ahora el objetivo no consiste en evaluar la hipotética calidad de los escritos, sino identificar la existencia de un punto en común. Y no encuentro uno, encuentro tres, que se repiten, explícita o implícitamente, en la mayoría de ellos: cuerpo (incluyendo el tacto como la reivindicación contemporánea de los sentidos frente al imperio platónico de la vista), procedimiento (la invención de una forma), interrogación del presente (el interés por desarmar los hábitos perceptivos, sin menospreciar del pasado).

Sabemos que el concepto de cuerpo se volvió una ola fácil de surfear. Nietzsche tomó la posta hace un siglo y medio y en la actualidad alcanza perfiles de agenda administrativa y burocrática. Cuando un término se vuelve moneda corriente, su significación tambalea, en el peor sentido, de allí en más nace un comodín, presto a ser insertado en los discursos sin necesidad ni pertinencia; al naturalizarse, la noción de cuerpo (o cualquier noción) da por sentado lo que pretende cuestionar.

En relación al procedimiento, las cosas cobran otro cariz. Curadoras y críticos resaltan la importancia del montaje, la combinación de elementos y las decisiones del artista al momento de construir su obra. El artista sería (¿quién lo dijo?) el único agente social capaz de desbaratar un lenguaje y rearmarlo a partir de nuevos criterios. Tarea nada desdeñable, al contrario, en un mundo gobernado por el contenido y la anécdota infame destacar el procedimiento habla bien, digamos, del arte contemporáneo y de quienes escriben sobre él. Por último, la interrogación del presente. Esto lo pienso más allá, o más acá, de la pandemia y de los futuros imposibles de concebir. En los textos se transparenta una disputa entre el arte y el modo anquilosado de percibir el mundo, temporalidad incluida. Hace tres semanas vi una película de Alexander Kluge muy oportuna para resumir las ideas encarnadas en las investigaciones textuales, El ataque del presente al resto de los tiempos. Ese puro presente al que nos someten tanto el rigor como las mieles del capital es la materia del arte y el arte, con sus acciones, lo interroga. En simultáneo, obsesionados con el presente, varios textos atienden con mayor énfasis al pasado que al futuro, a los fines de responder a una pregunta básica (parafraseo al Vargas Llosa de Conversación en la Catedral): ¿Cuándo se jodió la Argentina? ¿Y el planeta?

"Nadie sabe de lo mío", muestra de Alberto Passolini en Galería Constitución, exhibida a principios de año con texto y curaduría de Raúl Flores
"Nadie sabe de lo mío", muestra de Alberto Passolini en Galería Constitución, exhibida a principios de año con texto y curaduría de Raúl Flores

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Mi memoria vaga por distintos espacios, estructuras, gestos, materialidades, pinceladas, procedimientos, figuraciones, desfiguraciones, y sospecho de antemano la dificultad para descubrir lo común entre la extrema heterogeneidad de artistas. O será lo común la vieja cantinela contra el arte contemporáneo, sintetizada en dos opiniones: 1- Está permitido hacer cualquier cosa; 2- Es repetitivo. Rara dialéctica, porque en general ambos enunciados prestan la voz al coro inquisitorial, cuando la denuncia podría sonar a encomio.

¿Qué significa hacer cualquier cosa? ¿Libertad o irresponsabilidad? ¿Compromiso o desidia? ¿Madurez o infantilismo? ¿Y no nos enseñó la vanguardia, o una parte de la vanguardia, que el único modo de avanzar hacia lo nuevo era la repetición, la redundancia, trabajar con lo ya hecho?

El 2022 ha mostrado una cantidad de pintura descomunal. Se habla de retorno y resurrección, después de la muerte tantas veces augurada y nunca verificada. Demos una oportunidad a la hipótesis psico-sociológica. Si el 2022 ocurrió la explosión de la pintura, ¿no puede haber incidido la cuarentena obligatoria para el desarrollo de esa práctica y la inhibición, por ejemplo, de la fotografía? La hipótesis es seductora, aunque solo sirva para explicar un porcentaje del vuelco que ya se venía gestando. El artista encerrado en su casa o en su taller invertiría el tiempo en múltiples actividades, no solo pintar.

"Tocar el velo", muestra de Leticia Obeid en galería Hache, actualmente en exhibición con texto y curaduría de Marcos Krämer
"Tocar el velo", muestra de Leticia Obeid en galería Hache, actualmente en exhibición con texto y curaduría de Marcos Krämer

Constato, además, un regreso a formas artesanales, el tejido, sobre todo, la artesanía, en sus infinitas variantes, menos tecnológicas que las de la última década. ¿Dónde reside la explicación para este viraje? ¿En el tiempo muerto de la cuarentena?

En pos de arriesgar, diría que percibo una preocupación fundamental por el presente, o por los usos del tiempo presente, como si el pasado se hubiese diluido (aunque los intentos por retomarlo continúen) y el futuro estuviera vedado (o nos resistiéramos a aceptar la incómoda verdad). De ahí, la proliferación del dibujo, el tejido y las performances: Le temps suspendu.

¿Y el componente afectivo? Me refiero a lo vincular, al modo de relacionarse entre los agentes del campo, a “hacer el aguante”. Nació en los 90 y hoy se actualiza en Instagram.

¿Y el mercado?

Busco auxilio en César Aira. El escritor nacido en Pringles define al arte contemporáneo como “épica de formatos en fuga”. Su definición es general, y data de octubre del 2010. Me pregunto, ¿hubo épica en el arte contemporáneo durante el 2022? Para mí, si la hubo, se materializó en la batalla del artista contra la mercancía llamada comprensión. Precisamente, esta es una de las más recias críticas al arte contemporáneo. Que no se entiende. O que solo lo entienden los iniciados. Pero la batalla también se da al interior del campo, entre los discursos en su tentativa por echar un manto de claridad y las obras cuya energía pretenden hacer explotar las formas tradicionales, las formas sociales de la comprensión estandarizada para abrirnos la puerta a un mundo extraño, extrañado de sí.

"Imán", muestra de Stella Ticera en Ruth Benzacar, exhibida a principios de 2022 con texto de sala de Elías Leiro
"Imán", muestra de Stella Ticera en Ruth Benzacar, exhibida a principios de 2022 con texto de sala de Elías Leiro

Aira dice una cosa hermosa en otro ensayo: lo explicable de una obra no forma parte de su calidad, sin ese componente seguiríamos amándola. Es la derrota de los textos de sala normalizados, pero al mismo tiempo esos textos son una victoria, porque asumen la condición de archivo al cual recurrir.

Siento que me estoy alejando del objetivo original, pero tal vez, como sucede en la vida, la distancia me acerque. Nada de lo que escriba agota el recorrido por las cien muestras porteñas. Siempre habrá en mi memoria visual una obra atenta a contradecir lo sentencioso de cualquier postulado.

Finalmente, tomo conciencia de los problemas metodológicos a la hora de concretar esta investigación. Quizás, entonces, deba rendirme ante la evidencia del carácter inasible del arte producido en un año en una ciudad argentina. Quizás, deba rendirme ante el carácter inasible del arte: eso que se sustrae a la articulación en un texto. ¿De qué estaba hablando? Estoy hablando del malentendido, la incomprensión, el fracaso.

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