Ariel Ramirez, “La Misa Criolla” y el Concilio Vaticano II, una Navidad en tiempos de cambio

La obra del notable pianista y compositor santafesino (que incluye el disco “Navidad nuestra”) es uno de los hitos de la música popular argentina de todos los tiempos. Detrás de las canciones, hay una historia para contar

Portada del álbum "Misa criolla", obra musical para solistas, coro y orquesta creada por Ariel Ramírez e interpretada por Los Fronterizos y una verdadera selección de la música popular argentina

El 25 de enero de 1959, el hacía apenas tres meses ungido Papa con el nombre de Juan XXIII dejaba atónitos a los cardenales a los que había reunido en la Plaza de San Pedro cuando anunciaba, de modo sorpresivo, la convocatoria al que más tarde pasaría a convertirse en el Concilio Vaticano II, uno de los acontecimientos centrales de la Iglesia católica moderna y uno de los que marcaría a fuego el siglo XX. “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y para que desde afuera pueda verse el interior”, sería la frase que repetiría hasta el cansancio para justificar –no sin resistencias de algunos sectores tradicionales de la Iglesia- las significativas transformaciones que esa decisión traerían aparejadas no solo para la cristiandad sino para el mundo todo. El Papa “Bueno” -qué duda cabe-, era plenamente consciente de la importancia de su determinación…

Solo unos años antes de aquel trascendental acontecimiento, un modesto pero no menos talentoso compositor santafesino, navegaba desde Liverpool a Buenos Aires cuando decidió plasmar una experiencia vivida en su reciente estadía europea, componiendo una de sus obras musicales más conocidas. A diferencia de los papas mencionados, Ariel Ramírez (1921-2010) no alcanzaba a prefigurar la proyección que su Misa Criolla habría de tener luego de grabarla en 1964 y lanzarla al mercado al año siguiente, no por casualidad en tiempos conciliares…

Ariel Ramírez en el piano. A un costado, Mercedes Sosa, quien popularizó la "Misa criolla" con una versión propia. Detrás, Félix Luna, quien colaboró con las letras de "Navidad nuestra"

El Concilio bien vale una misa

En los años cincuenta, un Ariel Ramírez de poco más de treinta años emprendía un viaje formativo-musical por Europa y luego de varias escalas en las que se dedicó a estudiar las músicas y ritmos populares, terminó recayendo en un convento en Würzburg, una aldea bucólica a pocos kilómetros de Frankfurt, donde en un ámbito recoleto pero en el que no lograba comunicarse con gente que hablara español o incluso italiano, terminó dando con dos monjas que hablaban portugués y con quienes logró mientras duró su estadía, tener al menos dos almas con las que sostener un intercambio diario. Se trataba de las hermanas Elizabeth y Regina Brückner.

Subyugado por el paisaje de ensueños que divisaba desde una de las ventana del convento así como por la atmósfera recoleta que lo inundaba cotidianamente, las monjas se encargarían de sacudir la paz de Ramírez con un relato que quedaría fijado en su mente y en su corazón de por vida, pero que en aquel viaje desde Liverpool emergería como la posible consustanciación de una de sus grandes creaciones. En efecto, las monjas le narrarían que, no muchos años antes, lo que se veía desde esa misma ventana era un panorama mucho más siniestro y desgarrador: una parte de un campo de concentración nazi. Las religiosas le relataron, entre otros detalles, cómo habían decidido, a riesgo de ser aniquiladas ellas también, arrimar todos los días comida a aquellos prisioneros.

Juan XXIII (1958-1963)

Profundamente impactado por el relato, Ramírez meditará en aquel barco que lo traía nuevamente a su “pampa pródiga”, la posibilidad de rendir homenaje a esas “justas” anónimas: “Comprendí que solo podía agradecerles escribiendo en su homenaje una obra religiosa, pero no sabía aún cómo realizarla”, contaría reiteradas veces Ramírez reconstruyendo la maduración de su proceso creativo.

Es allí entonces cuando resulta ineludible asociar la historia de la Misa Criolla con el Concilio Vaticano II y las transformaciones operadas en las prácticas religiosas luego de su clausura, por parte del Papa Paulo VI en 1965, el mismo año en que se estrenaría la original obra de Ramírez. Fue en sintonía con ese proceso de la Iglesia de “abrir la ventanas para ver hacia afuera” que Ramírez mantiene conversaciones con su amigo, sacerdote y por entonces titular de la Comisión Episcopal para Sudamérica, Antonio Catena, quien impulsa al músico a darle forma a su idea componiendo una misa. Pero claro, en plena sintonía con aquellos tiempos de profundos cambios para el catolicismo: mantener el orden regular de la misa católica pero en castellano y aplicando a cada una de sus partes, un ritmo diferente y basado en las diversas expresiones de la música local. Así, el “Kyrie” asumiría la forma de una vidala; el “Gloria”, de un carnavalito o el “Credo” como una chacarera.

Jaime Torres, Mercedes Sosa, Ariel Ramírez y Félix Luna

Una Navidad bien propia

Pero los tiempos de cambio no eran solo los de la Iglesia. Los años sesenta fueron de profundas transformaciones en todas las expresiones de la vida social y la cultura –mucho más en aquellas décadas de gran efervescencia- sería uno de los canales privilegiados para la canalización de las mismas. Junto a muchas otras expresiones culturales que sufrieron en aquel tiempo grandes innovaciones, la música, de la mano de la industria discográfica, ocuparía un lugar de relevancia en las ya por ese entonces plenamente consagradas como tales, “industrias culturales”. Y la Misa Criolla no escaparía tampoco a estos procesos.

Dos datos al menos resultan significativos y emblemáticos respecto de esto último. En primer lugar, el hecho de que, como tantas otras creaciones musicales de la época, la obra de Ramírez vería la luz primero como grabación –cuyo lanzamiento se había acordado con el sello discográfico holandés Phillips, de gran proyección por esos años- y, luego recién, mediante su estreno en vivo. En segundo lugar, la Misa no sería ajena al determinismo que las formas fuertemente estandarizadas –la “reproductibilidad técnica” a la que había hecho alusión Walter Benjamin- habían ya impuesto a las expresiones de la cultura.

En el caso de la música, el LP (long-play de doble cara) fue por ese entonces el ejemplo más emblemático de esto y esa determinación impuesta por el formato estandarizado de la industria discográfica, obligó al músico a completar los aproximadamente quince minutos de duración de la Misa (la cara A del disco), con otra creación que ocupara la cara B. Fue así que surgió Navidad Nuestra, una serie de villancicos para cuyos textos recurriría a su amigo, el gran poeta e historiador Félix Luna (1925-2009) y para los que Ramírez aplicaría el mismo y original criterio musical impuesto a la otra parte del disco. De este modo, el chamamé se asignaría a “La Anunciación”; la huella pampeana a “La peregrinación” o la vidala catamarqueña a “El nacimiento”.

Ariel Ramirez (1921-2010)

La historia de la Misa Criolla y de Navidad Nuestra –dos obras que no solo pasaron a ocupar rápidamente un lugar de relevancia en el canon musical argentino sino que adquirieron una proyección internacional insospechada- pueden ser leídas, por supuesto y como toda obra de arte, como testimonios de tiempos sociales y políticos con características bien específicas. Pero también -y tal vez sobre todo-, como expresiones significativas de aquellos márgenes de maniobra que los grandes creadores, a lo largo de toda la historia de la Humanidad, han logrado hacerse para desligarse, de alguna manera, de las ataduras impuestas por los regímenes, sean estos políticos, económicos o aun tecnológicos. En muy poco tiempo, estas dos obras lograron “romper” el sobre que contenía el LP para pasar a integrar ese patrimonio intangible del que podemos disfrutar no solo en tiempos de Navidad sino siempre. Tal como ocurre con las grandes obras.

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