Del soul afromericano al folklore argentino, tres nuevos discos para disfrutar en Navidad

La cantante estadounidense SZA, el solista Dante Spinetta y el grupo Don Olimpio firman tres de los mejores álbumes publicados en el último mes de 2022. Y en la variedad, calidad de sonido y belleza de las canciones, está el gusto

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SZA. SOS

En 2018, la cantante que un año antes amenazaba con transformarse en la sucesora de la corona de Rihanna y Beyoncé, anunciaba un posible retiro de los escenarios con solo 27 años. Este segundo y largo proyecto de veintitrés canciones parece el legado de una artista que podría terminar su carrera mañana y sería recordada por mucho tiempo. Este nuevo trabajo deja en claro la capacidad de producción de una artista como SZA, que incluso entre Ctrl (2017), su primer trabajo, y este nuevo álbum participó en colaboraciones junto a Kendrick Lamar y Doja Cat y lanzó más de una docena de singles, como si quisiera llenar el mundo con sus canciones.

El atractivo de su arte y, sobre todo, de este nuevo álbum es esa capacidad para exponer las problemáticas personales de una estrella como si fuera el diario íntimo y crudo de una chica común: la velocidad de las relaciones, la decepción, los engaños, la sexualidad, la ansiedad que provocan las redes sociales, la fantasía de una vida distinta, el egoísmo de los vínculos, el deseo de venganza y la adicción a personas tóxicas. Un material con el que puede reflejarse cualquier persona de su generación.

Su música que se despega del r&b, como su voz, es absolutamente adictiva. Es fácil morder su anzuelo y dejarse atrapar. SZA se corre de los géneros y deambula con naturalidad entre el hip hop, el folk, el indie-rock, la electrónica y el pop. En este disco puede asociarse con voces como las del rapero Travis Scott en “Open arms” o con la cantante indie Phoebe Bridgers en “Ghost in the machine”, colgar citas de Radiohead en “Special”, y sumergirse en el estilo explosivo del bombap de los ochenta con un sampler del rapero Ol’ Dirty Bastard (fundador de Wu-Tang Clan) en “Forgiveless”. Puede sonar dulce y punzante en “Gone girl”, una canción sentimental sobre una ruptura que suena a los grandes clásicos del soul de los setenta, pero con un tratamiento sofisticado y el aporte cálido del piano Rhodes, construyendo la base de uno de los grandes temas del disco. O puede construir una elegía de amor fou en “Kill Bill”, estructurada con una melodía rockera de estribillo adherente y sonido vintage a lo Tarantino, que esconde en el fondo el eco de una chanson francesa.

Sza - Nobody Gets Me

Su timbre nasal es una combinación entre la melancolía del soul, la fluidez de una rapera capaz de acelerar el ritmo a la par de sus flujos de pensamiento, y un fraseo extremadamente armónico que puede flotar sobre baladas pop que derriten los corazones más duros. Su voz va dejando un surco emocional en temas como “I Hate U”, “Used”, “Love Language” y “Blind”, a veces llenando el vacío que dejan los beats de la caja de ritmos de la Roland 808, las melancólicas atmósferas de las programaciones, el efecto lánguido del autotune, el uso de los acordes menores, los detalles de los arpegios de cuerdas, o las asimetrías instrumentales más psicodélicas. Incluso su fraseo puede hacer malabares a la par de una historia, donde revela sus propias contradicciones, esos pasos en reversa de una relación a punto de quebrarse, en canciones como “Too late”.

La cantante utiliza la cadencia musical de las palabras corrientes para crear obras de arte de consumo masivo. Ella sabe que la plasticidad y el lirismo de su voz pueden crear un paisaje destinado a la inmortalidad de un cuadro, o formar parte de la efímera banda de sonido de las coreografías de tik tok que acumulan millones de vistas. En ambos casos, SZA es un paradigma de su tiempo y este disco una pieza indispensable del presente.

Dante Spinetta. Mesa dulce

A los 12 años, Dante Spinetta ingresaba oficialmente al mundo de la música participando con la banda Pechugo del tema “El mono tremendo”, que su padre Luis Alberto Spinetta grabó en el disco Tester de violencia de 1988. Dante, ahora tiene 46 años, y un largo recorrido musical primero como cantante de IKV junto a Emmanuel Horvilleur y después con su camino solista.

En Mesa dulce, su quinto álbum solista, todo lo que aprendió, las distintas escuelas musicales que lo formaron -el funk, el rap, los sonidos latinos, el rock nacional de los ochenta (Charly García, Fito Páez y los discos de su padre- convergen de una manera definitiva fundiéndose en un estilo que condensa todo su aprendizaje con sabiduría. Mesa dulce suena con la efervescencia de un final de fiesta y la intimidad melancólica que ofrece la madrugada.

Son diez canciones que albergan temas con madera de clásicos como “El lado oscuro del corazón”, con una intro spinettiana que deviene en un himno soul con los arreglos de vientos de Michael B. Nelson, músico que trabajó con Prince. La canción tiene capas de data musical, detalles en los riffs, la manera en como el grupo marca el tempo, los falsetes en la interpretación de Dante, los aullidos a lo James Brown, esa coda antes del final, que también podría formar parte del disco El amor después del amor de Fito Páez, y ese leimotiv del comienzo que le da un cierre perfecto a este hit de una sutileza musical delicadísima.

Dante Spinetta - El Lado Oscuro Del Corazón

El groove explosivo de “Sudaka junto al rapero Trueno, funciona como combustible de una seguidilla de rimas que sirven de excusa para dejarse llevar por ese ritmo incendiario y ese estribillo que se repite: “tengo tanto amor que no tengo miedo”. Un mantra bailable y mestizo, con citas al hip hop de la vieja escuela de 2Pac, la percusión latina, el swing del jazz y ese funk que podría durar una eternidad. Juntos, como dice el tema, son la evolución del rap con adn argentino.

El disco empieza con “Rebelión”, una fantasía musical bailable con el poder de un gancho directo a la mandíbula. Hacia el final del disco, Dante adopta un giro intimista que definitivamente lo convierten en su mejor álbum solista: “Primer amor”, dedicado a su madre Patricia Salazar fallecida en 2020, y “Lo aparente”. Ambas canciones construidas alrededor una lírica sensible y profunda, que devienen de su madurez artística.

Grabado en los míticos estudios La Diosa Salvaje, el álbum tiene un audio increíble y es una acumulación de aciertos y buenas decisiones estéticas. Pero además, es un disco con muy buenas canciones. Los géneros como el funk, o la balada, son el vestuario para esas historias más personales -“Ridículos”, “Cruzaremos”, “Gambito” con Ca7riel-, que hablan de rupturas y vínculos afectivos, la realidad fuera de las pantallas, la soledad, lo inasible, la espiritualidad y el amor como salvavidas.

Sin renunciar al tiempo presente y ofreciendo nuevas pistas sobre el sonido post-urbano, Dante parece alineado a su época musical en sus propios términos y con su propia búsqueda. Mesa dulce, es su nuevo punto de partida.

Don Olimpio. Vengo

“Al sol” es la canción que abre el segundo disco de Don Olimpio y funciona como una declaración de principios. Este aire de chacarera de Nadia Larcher, la cantante-faro del grupo, da pie a todo un nuevo repertorio que marca otra fase del grupo. Mucho ha cambiado de los arreglos del ensamble para el primer disco Dueño no tengo (2017), más inclinado por el rescate de joyas olvidadas del folklore anónimo y popular, la evolución de su segundo material Mi fortuna (2019) donde ya se incorporaban nuevas canciones, hasta llegar a esta tercera producción Vengo, donde aparecen más composiciones de sus integrantes y con una presencia musical más destacada de los sonidos rioplatenses y litoraleños.

Don Olimpio revela otra metamorfosis, quizás la más importante. La mayoría de sus integrantes pertenecen a una nueva generación de intérpretes, compositores y arregladores, surgidos en el siglo XXI. El ensamble capitalizó experiencias anteriores de otros agrupaciones musicales con nuevos arreglos vocales e instrumentales como lo que hizo el grupo MPA (Músicos Populares Argentinos) en los ochenta, La Manija del Chango Farías Gómez en los noventa, o la Orquesta Popular de Cámara Los Amigos del Chango en los dos mil, y aportó su propia visión con nuevos timbres y matices a la canción popular argentina.

En este álbum el octecto se mueve entre los paisajes del Río Paraná y el Río de la Plata, dos territorios conceptuales donde se funden la naturaleza y lo urbano. Temas como “Madreselva”, de la autora disidente Luz Galathea y “Ojos de río”, una pieza instrumental exquisita de la bandoneonista Milagros Caliva, hacen foco en la musicalidad litoraleña. También hay joyas escondidas del presente como “Pájaro tuerto” de Gabo Ferro, cuyo arreglo en el contrapunto de las voces del bandoneón y la flauta traversa, le dan otro carácter a esta canción criolla.

El ensamble se mueve entre esos ejercicios de estilo por el candombe instrumental “Seguí nomás”, de Andrés Pilar, y “Mi canción”, con el maestro Hugo Fattoruso como invitado, para pasar a piezas de tono existencial, teñidas de gravedad en el sonido bajo del clarinete en “Alaridos” de la riojana Ana Robles, o que tienen el dramatismo del cuplé de murga en “La vida y la muerte” de Juan Saraco. “Monte”, es un cuadro musical impresionista de tono susurrado al piano, y “Vengo”, tema que cierra el disco, es el manifiesto musical de esta generación. Don Olimpio forma parte de una historia que continúa, pero también con este álbum está marcando su propio camino y el de la música popular argentina.

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