Soy de esa clase de personas que cuentan la vida de a cuatro años. Mi reloj de arena arranca en el 78 con Kempes pero más que nada con Bertoni, porque siempre que ganamos un Mundial hay uno del Rojo que es definitorio. El 82 me remite a las Malvinas y esa cosa rara de estar jugando en medio de una guerra. El 86 es pura democracia, adolescencia de rulos al viento, Maradona pero más que nada Burruchaga, porque no sé si se dieron cuenta de que siempre que ganamos un Mundial hay uno del Rojo que es definitorio. El 90 se pone metálico e inolvidable, sotto il cielo di un’estate italiana, un HIJOS DE PUTA bien marcado en los labios y esa cosa alemana que no falla y te deja afuera. El 94 es una radio de un taxi en las Barrancas de Belgrano que anuncia un dopping positivo, una amoladora en las rodillas. El 98 son los raros pelos cortos al reverendo pedo, el 2002 las madrugadas de tanta gloria y tanto fútbol eliminada en primera ronda, el 2006 un 19 en el banco y esa cosa alemana que no falla y te deja afuera, el 2010 un waka waka con D1OS, el Messías y esa cosa alemana que no falla y te deja afuera, el 2014 cincuenta días en Botafogo, ser feliz, toparse con esa cosa alemana que no falla y te deja afuera, el 2018 dos desequilibrados gritándole cosas desde el banco a once pibes que hacen lo que pueden, mientras un nene francés con cara de tortuga avisa que si no te agarra la cosa alemana está él, con su cosa mestiza en la mano, lista para dejarte afuera.
Y así, mis queridos amigos de la cultura, llegamos al 2022, a Qatar, a los idus de noviembre. Los que eran niños crecieron, los adultos estamos mayores, los viejos se fueron con Don Diego y con La Tota… Llegó el 2022 y ¿qué hicimos? Nos volvimos locos. En cuestión de horas fuimos campeones antes de jugar, papelón del siglo, esperanza de la América indómita, putos amos del sistema solar. Aprendimos a tirarnos desde los puentes a los colectivos y a tener tortícolis de tanto mirar helicópteros. Pero, mientras algunos descubrían que el Kun es un ser hermoso y que el técnico saudí sabía algo sobre el futuro que el resto no, fuimos construyendo nuestro tortuoso camino a la gloria.
Ahora, aquí, desde la cima del mundo, con la Copa en el living de casa y esa mirada de “vayan pallá, bobos” que no se nos borra, recapitulo y pienso: ¿cómo hice para sobrevivir ese mes? O más bien, ¿cómo demonios llené este tiempo blanco y eterno de amores, locuras, muertes y resurrecciones?
Leí, leí mucho, más que nada a dos autores: Louis-Ferdinand Céline y Julio Cortázar. Ocurre que, en mi escaso tiempo libre, coordino talleres de lectura y el Mundial me sorprendió dando Viaje al fin de la noche y Queremos tanto a Glenda. Ustedes dirán qué tienen que ver con Qatar y yo diré que nada y todo a la vez. Miren. Viaje… arranca con unos jóvenes franceses que se ponen absurdamente felices por ir a la Primera Guerra. Pero yo, cada vez que leía a Bardamú, el protagonista, gambeteando las balas del Kaiser, pensaba en Deschamps armando a los suyos, en Giroud apuntando al arco, en esa cosa alemana que, al menos en el fútbol, no falla y te deja afuera…
Con Cortázar fue distinto, porque el libro en sí no me decía nada muy futbolero, pero sin embargo y sin saberlo, el bueno de Julio inauguró una cábala, y eso que yo no soy muy cabulero (emoji de cara con ojos para arriba). Digo que se transformó en cábala porque el día del primer partido yo tenía que leer para el taller y no lo hice. Por eso, obviamente por eso, perdimos. En cambio, el día del matar o morir contra México, tenía que leer y sí lo hice. Busqué “Continuidad de los parques” y lo recité en voz alta, imaginando una relación con “Tango de vuelta”, puesto que en ambos cuentos los protagonistas mueren de una puñalada, anunciada en una novela que está dentro del relato. La cuestión es que contra el pueblo azteca sí leí Cortázar y por eso, obviamente por eso, ganamos. A partir de ahí, leí “Continuidad…” contra Polonia, Australia, Países Bajos, Croacia… Cuando llegó la final, más que recitarlo, lo grité. Fue en el bar donde desayunaba. Cuando ataqué con: “Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela”, me largué a llorar. Varios parroquianos aplaudieron, algunos lagrimearon, otros arrancaron con muchaaachos… Es que se dieron cuenta, entendieron la absoluta necesidad que tenía la Scaloneta de que yo recitara ese cuento esa mañana. Vaya si sirvió, y eso que yo no soy muy cabulero (emoji de cara con ojos para arriba).
Lo otro que hice fue mirar series y películas. Pero cuidado, no cualquier cosa. The Crown, por ejemplo, y gracias a eso evitamos el cruce con la siempre temible armada inglesa. Mi hija Lola me recomendó Sin novedad en el frente y fue bueno, porque la cosa alemana y la cosa francesa se pelearon otra vez entre ellas, hasta quedar exhaustas. Mejor, no sea cosa que te dejen afuera.
El primer partido lo vi con mi novia: obviamente, nunca más vi un partido con mi novia. Casi me quedo soltero, pero eso qué importa. El segundo lo vi con Lola: de más está decir que vi todo el Mundial con Lola, aunque para eso tuviera que recorrer media Argentina. Antes de México, almorzamos ribs de cerdo. Antes de cada match, comimos ribs de cerdo. Por cuestiones de programación de la FIFA, el domingo de gloria las tuvimos que engullir a las once y media de la mañana. Como además, en cada entretiempo, nos repartíamos un mini pan dulce cortado en ocho y del que tenían que sobrar sólo tres pedazos, porque eso era lo que había pasado contra México, antes de la una andábamos con la panza un poco revuelta. Pero fue eso, sin dudas, fue todo eso, lo que hizo que en la tarde del Lusail, Ángel pintara, Leo esculpiera y el Dibu dibujara en la última y en los dos penales (porque siempre que ganamos un Mundial hay uno del Rojo que es definitorio). O sea, Scaloni, Aimar, Samuel y todo lo que quieran, pero sin Lola, Cortázar, Céline, ribs y pan dulce, Messi seguía sin saber cuánto pesaba la Copa.
En fin mis amigos, mis amigas, aunque parezca mentira, ya estamos a una semana de ese viaje al inicio del amanecer. Vaya a saber qué pasará en el 2026, pero desde ya les voy pidiendo que si por esos días se encuentran con un loco de barba canosa gritando, por ejemplo, el “Poema Conjetural”, no llamen al SAME. Piensen que no lo hace solamente por amor a Borges. Ese tipo, seguramente, está dando todo para ser campeón.
Sean felices, ahora sólo queda festejar.
Les quiero mucho.
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