A principios de este 2022 tuve un encuentro con una película de la que no sabía casi nada, salvo que había sido exhibida y premiada en el Festival de Cine de Mar del Plata a fines de 2021 y que provenía de Georgia, la patria del gran director Otar Iosseliani y del contrarrevolucionario Iosif Stalin (perdón por el desvío, pero al pensar en Georgia se piensa en Iosseliani y Stalin, por un lado, y en el estado del sur estadounidense Georgia, donde se encuentra Tara, la plantación de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, lugar natal de Marthin Luther King y una de las regiones más reacias a abandonar las leyes racistas en la década del 60 del siglo XX. Ahora, perdón de vuelta, volvamos a lo que estábamos diciendo).
Hablaba sobre una película georgiana. Una hermosa, hermosísima fábula contemporánea llamada ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, de Alexandre Koberidze (por favor, véanla en MUBI estos días). El argumento es sencillo: una mujer y un hombre jóvenes se conocen de casualidad, se enamoran, una maldición cae, migran a otros cuerpos sin la posibilidad entonces de reencontrarse ni reconocerse. A partir de ese centro se desprenden imágenes e historias de melancolía, de una ciudad pequeña y sus costumbres persistentes, de tres perros callejeros increíbles, de los niños jugando al fútbol, del Mundial. ¿Cuál Mundial? Uno, es una ciudad sin tiempo. Pero es un Mundial en el que participa Messi, los niños escriben “Messi” en sus espaldas para ir a jugar a la pelota, el protagonista toca una camiseta de Messi colgada en una pared. Es un mundial con un juego mixto entre niños y niñas, filmado mientras suena Un’estate italiana, la canción de Italia 90. También es un mundial en el que los tres perros eligen a qué bar ir para ver la final.
En la pequeña ciudad de Georgia donde transcurre el film todos quieren que la Argentina de Messi gane el Mundial: los niños y las niñas, los perros, los adultos mayores, ese hombre y esa mujer enamorados sin saber de quién. Ojo, en medio de toda esa belleza de cuento de hadas la voz en off dice: “Ciertamente, no estaría mal hacer una breve mención a que los tiempos en que transcurre esta historia son brutales e impiadosos y que en el futuro serán recordados como los más terribles que nos haya tocado vivir”.
Esta semana la Argentina de Messi ganó el Mundial. Y todos fuimos felices como en el film. La vida imitó al arte. Gracias, director georgiano Alexandre Koberidze (que, como cuenta el crítico de cine Roger Koza, este año se quedó luego de ser invitado a ser jurado del Festival de Mar del Plata, a ver el Mundial en la Argentina y pudo sufrir y gritar los goles junto a tantos y tantas en este país, en una mise en abyme de su película). El lector debería ver esta película en MUBI y así seremos más quienes amemos entonces a Georgia y Bangladesh.
La poética de esa película es particularmente bella. Me preguntaba qué poema literario podría corresponder a estos días felices que vivió el cuerpo mismo de la nación. Podría ser el breve poema de Giuseppe Ungaretti, escrito durante la Gran Guerra en la que el poeta fue soldado, que siempre es mejor decir en italiano, y dice así:
M’illumino
d’immenso.
En dos versos cabe la felicidad. El poema llamado simplemente “Mattina” expresa ese “Me ilumino / de inmensidad” que podría haber sentido cada uno de nosotros y nosotras luego del penal de Montiel y con la pelota en la red del arco de los franceses. Messi cayendo de rodillas sobre el pasto, pronto abrazado por todos sus compañeros. El encuentro entre el capitán del equipo y la cocinera de la delegación argentina fundidos en un abrazo y la sonrisa del jugador mientras la trabajadora le decía quién sabe qué. El DT Lionel Scaloni llorando ya sin poder contener ninguna lágrima y después, claro, sobre el escenario, ese final apoteósico cuando Lionel Messi con la Copa en las manos daba un salto junto al resto de los campeones y elevaba el trofeo hasta los cielos de todos los universos.
Esos dos versos de Ungaretti podrían haber sido el poema, pero sucedieron más cosas. La cosa siguió el martes 20 de diciembre cuando los campeones llegaron en avión a Ezeiza donde cuarenta mil personas los esperaban en la madrugada. Más tarde, serían recibidos por la multitud que ofrecería, como en la antigüedad, libaciones a sus dioses de carne y hueso, portadores de la Copa, quienes habían llegado del cielo cruzando continentes.
Te puede interesar: Fui, vi y escribí: Primero hay que saber sufrir
Al mediodía la muchedumbre se apostó primero a lo largo y ancho y sobre los puentes que cruzan toda la autopista Richieri, ruta que une los partidos del sudoeste del área metropolitana de Buenos Aires con el centro de la ciudad capital. Eran multitudes incontables que aguardaban la marcha del micro descapotado donde viajaban los muchachos de la selección bajo un sol tremendo. Tantos eran que la marcha del micro redujo su velocidad a 5 kilómetros por hora. La velocidad de una peregrinación a pie mientras, a los costados del micro, se festejaba a los pasajeros, se les cantaba, se les tiraba regalos de amor. Los esperaban más, muchos más, en el centro de la ciudad y alrededores. Entre cuatro y cinco millones de personas habían tomado la ciudad de Buenos Aires ese 20 de diciembre de 2022 para celebrar colectivamente el triunfo y rendir homenaje a los ídolos.
Una aclaración. Para muchos, la resonancia de la fecha “20 de diciembre” remite directamente a la jornada de 2001 en la que manifestantes en todo el país protestaron contra el Estado de Sitio implementado por el presidente Fernando De la Rúa la noche anterior y contra el ajuste y el hambre que vivían los más amplios sectores de la población castigados cada vez más por un ajuste imparable acordado con el FMI. La movilización que había comenzado la noche del 19 de diciembre había llevado al ministro de Economía Domingo Cavallo a renunciar y continuó la mañana del 20 cuando muchedumbres del centro, de los barrios y que también llegaban del conurbano enfrentaron a la represión policial, que había comenzado durante la mañana enfrentando con la Caballería y a los sablazos a las ancianas Madres de Plaza de Mayo.
Te puede interesar: Los helicópteros ya no solo traen malas noticias
Estudios calculan que la fluctuante cantidad de manifestantes a lo largo de todo ese día promedió las 600 mil personas de manera permanente. La muchedumbre se movía, avanzaba, retrocedía, se enfrentaba a la policía que resguardaba al gobierno de los hambreadores y que comenzó a disparar con balas de plomo y no sólo desde brigadas de uniformados, sino también desde autos sin patente cuyos ocupantes de civil apuntaban y disparaban a matar. Las multitudes continuaron manifestándose, cantando: “Que se vayan todos”, hasta pasado ya el mediodía y más. Finalmente De la Rúa renunció. Se fue de la Casa Rosada en helicóptero, despedido en la terraza del palacio de gobierno por, entre otros, el actual diputado Hernán Lombardi. La masa celebró en las calles, pero no era tiempo de felicidad. Treinta y nueve personas habían sido asesinadas por las balas policiales ordenadas por el poder gubernamental.
Las masas del 20 de diciembre de 2022 (veintiún años habían pasado) estaban en estado de pura felicidad. Estaban a salvo de las discusiones chiquitas acerca de la bondad o no del feriado decretado, de la conveniencia o no de ir a saludar desde la Casa Rosada o de si los jugadores eran “desclasados” por no hacerlo (como señaló un periodista en la Televisión Pública). Eran entre cuatro y cinco millones de personas en una bacanal de alegría. La mayor manifestación en la historia del país y, ¿cuántos?, menos de 50 heridos (que alguien saque el porcentaje sobre el total de quienes se habían volcado a las calles) y luego por la noche unos pocos incidentes que ya no correspondían al clima de la jornada, que eran su resaca de tanta madrugada toda junta. La mayor manifestación de nuestra historia. Hasta hoy, la más grande había sido cuando en junio de 1973 llegó del exilio Juan Domingo Perón y 2 millones de personas fueron a recibirlo en un suceso que se conoce como “La masacre de Ezeiza”. El periodista Juan Pablo Csipka escribió en alguna red social: “No sabemos si Messi es más grande que Maradona y Pelé, pero reúne dos veces más gente que Perón”.
El poema podría ser, entonces, “Masa”, del grandísimo César Vallejo, una de las voces más geniales de la poesía en español. El poeta peruano escribió estos diecisiete versos en un viaje a España que, en 1937, se encontraba en guerra civil. Vallejo había ido en señal de apoyo a las fuerzas revolucionarias que defendían el bando republicano de los sediciosos falangistas comandados por Francisco Franco, que finalmente tomaron el poder e instauraron la autocracia clerical. Pero eso no estaba totalmente decidido cuando Vallejo escribió unos versos tremendamente hermosos pero también terribles. “Todo ángel es terrible”, escribió Rainer Maria Rilke, y es así. Los poemas españoles son quince y Vallejo no los vio publicados en vida. A su regreso a París, donde vivía con su esposa Georgette en pensiones y atravesaba dificultades económicas permanentes, murió por enfermedades ligadas a un paludismo que había sufrido siendo niño en su Perú natal. Era el 15 de abril de 1938.
La primera vez que se publicaron los poemas que componen España, aleja de mí este cáliz fue en 1939, en Barcelona y por iniciativa de soldados republicanos que lograron hacerlo, pese a la carestía de todo y en medio del retroceso total de la República española frente a los falangistas, en la Abadía de Montserrat, en Catalunya. Fue un homenaje, en medio de la derrota, al poeta y sus poemas, que había intentado decir con palabras de este mundo esa epopeya que languidecía.
Te puede interesar: César Vallejo, el poeta que pronosticó su propia muerte
Quizás es “Masa” el poema. Y a nosotros nos corresponde, entre aquel 20 de diciembre de 2001 y este 20 de diciembre de 2022, poder reconocernos cuando nos tranfigurarnos en la masa, esa masa que constituye los momentos heroicos y los de derrota, los de los intentos de transformación del estado de las cosas y la celebración humana de la felicidad. Tal vez, cada vez que somos esa masa protagonizamos un ensayo general de un mundo que acaso llegará. A continuación, esos versos que dicen así:
Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “¡No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
“¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando “¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “¡Quédate hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
Seguir leyendo