1992 fue un año mágico para el rock nacional. Fue el año en el que salió El amor después del amor —Fito, que con los discos previos parecía estar tocado por la divinidad, ahora alcanzaba la gloria—, pero también era el año en que Spinetta estaba de gira con Pelusón of milk, el del mejor sonido de la historia de Soda con Dynamo, el año en que los Babasónicos abrieron la puerta al futuro con Pasto. Los Redondos hacían recitales multitudinarios que todavía no habían devenido en misas y Divididos presentaba Acariciando lo áspero en Obras.
Fue un año de adrenalina y frenesí. El 1 a 1 nos llenó de música. Todos los fines de semana tocaba alguien. De afuera vinieron los Guns y Nirvana, pero de los nuestros estaban la Bersuit, Pappo, Fabi Cantilo —que además actuaba en Boro Boro, el programa de Pipo Cipolatti en Telefé—. Uno abría el Sí o el No o la Pelo o la 13/20, y buscaba en la agenda qué ver, qué hacer.
En ese contexto, cuando se anunció la reunión de Serú Girán, fue como si el mundo hubiera hecho ¡Plop! Había pasado una década desde el último disco del grupo, No llores por mí, Argentina, grabado en vivo, y nuestros fab four volvían a reunirse con nuevos temas y dos fechas en River.
La anti nostalgia aquí otra vez
Serú 92, tal el nombre de disco, no se parece a ninguno de los anteriores. Ahí radica su fuerza y, paradójicamente, también su debilidad. La trampa del regreso tiene el problema sin solución de la nostalgia, pero Serú fue anti-nostálgico. Tal vez, yo, que por entonces tenía 18 años, ni siquiera pensaba que había que salir de la melancolía, pero creo que hubiera sido imposible que ese disco fuera una mirada al pasado: las once canciones daban cuenta de la evolución que había hecho cada integrante.
El quinto disco de estudio —necesitaron apenas cinco discos para convertirse en la megabanda de la Argentina, al menos hasta que Soda les discutió el lugar— es menos rockero, aunque es verdad que las composiciones de Serú siempre evitaron los doce compases. Tiene un par de baladas hermosas que inmediatamente entraron en la banda de sonido de nuestras vidas: “A cada hombre, a cada mujer”, “Nos veremos otra vez”. Tiene unos hits inoxidables: “Mundo agradable”, el beatlemaníaco “Si me das tu amor”. Y tiene también alguna que otra canción que, cuando aparece en el shuffle de Spotify, uno sube el volumen.
Es un disco bárbaro aunque adolece de algo que tenían los anteriores y es una cierta mística de grupo. Serú 92 parece más el compilado de canciones de cuatro músicos (geniales), que el de una banda (genial).
Algo de eso se vio en los recitales. Fueron dos: el 19 y el 20 de diciembre de 1992. Hoy se cumplen treinta años. Shows fantásticos, virtuosos, pero también un poco caóticos, con Charly demasiado expansivo, Lebón a punto de pegar tres gritos, Moro resguardado por la batería y Aznar encargado de sostener un equilibrio delicado.
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Lo que no recuerdo
El relato individual de la memoria popular —y, por lo tanto, colectiva— necesariamente está lleno de huecos. Este artículo debería ser un relato coral de las cien mil voces que estuvimos en River aquellos dos días.
No recuerdo cuántos éramos nosotros, tal vez cinco o seis. Sí recuerdo que nos colamos. Habíamos sacado entradas para la popular alta, lo que nos alcanzaba con la plata que habíamos juntado. Era lejísimos del escenario, pero cuando llegamos a la escalera que nos dejaba en nuestros lugares, pegamos un salto y caímos en la que iba a las plateas. Ahora ya no se puede hacer; pusieron unas rejas para evitarlo. Pero en aquel momento había muchos que lo hacían, pese al riesgo de calcular mal y caer al vacío. Supongo que a los 17, 18 uno salta sin mirar qué hay abajo.
No recuerdo si ya había tocado en River otra banda argentina. Fito había hecho El amor después del amor en Vélez —la gira se llamaba La rueda mágica tour—, pero River tenía mayor capacidad y, además, repito, eran dos fechas. La vuelta de Serú era un evento masivo: Canal 13 transmitió los conciertos en vivo —el host fue Pablo Marcovsky; una elección heterodoxa— y Canal 9 usó “Mundo agradable” como cortina del video institucional de Navidad. Raúl de la Torre filmó los shows para hacer una película en parte documental, en parte ficción, con Andrea del Boca como protagonista. La película se llama Peperina y no es mala, pero tuvo la mala suerte de estrenarse cuando la banda ya había vuelto a disgregarse. Serú Girán duró esos pocos meses.
(Una vez le preguntaron a Sting cómo había sido el regreso de The Police. Más o menos dijo: Te encontrás con tus excompañeros y durante las primeras horas te preguntás por qué nos habíamos separado, pero después ya te acordás).
El sábado 19 de diciembre poco después de las nueve de la noche se apagaron las luces del estadio —sólo permanecieron encendidas las pantallas laterales, que mostraban un ángel— y Serú empezó a tocar la canción “Serú Girán”: Cosmigonón, gisofanía, serú girán, paralía, narcisolón, solidaría, serú girán, serú girán, paralía, eiti leda, lumineria, caracó… No recuerdo qué sentí en ese momento. Me encantaría saberlo, pero no lo recuerdo. A la distancia quisiera creer que viví una suerte de epifanía. Ahí estaban los cuatro tipos que me habían acompañado a sentir, pensar, bailar, llorar, gritar, soñar, amar, vivir.
No recuerdo si pensé por qué arrancaron con esa y no con algo más power, tipo “No llores por mí, Argentina” o “Popotitos” —que, de todas maneras, las tocaron—. Ahora pienso que empezaron con “Serú Girán” como en una declaración de principios.
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Lo que sí recuerdo
Me acuerdo que, aún con ese cóctel de entusiasmo e inmadurez, yo pensaba que Charly estaba boicoteando el show: interrumpía, destrozaba las canciones más icónicas, le hacía preguntas tontas a Lebón, que le contestaba sin ganas. Todavía no eran los tiempos del constant concept y say no more, pero, como advertía en Filosofía barata y zapatos de goma, mejor no acercarse a él cuando estaba con la mirada en otro lugar.
Me acuerdo que fue Aznar el que sacó el concierto adelante, con una versión furiosa de “Mientes”. Me acuerdo del set acústino con Lebón como gran figura tocando “El tiempo es veloz”. Me acuerdo que me quedé con ganas de que tocaran “La grasa de las capitales”.
Me acuerdo que los recitales todavía no terminaban con fuegos artificiales, y que después del último bis, se prendieron las luces y nos volvimos caminando cuadras y cuadras y cuadras cantando “Olé olé olé olé, Serú, Serú” como cuando se sale de la cancha. (Me acuerdo que al día siguiente Boca salió campeón con gol de Benetti). Me acuerdo que unos meses después salió el disco doble y que me sorprendió por la fuerza, pero también por la prolijidad y el virtuosismo, y que algunos decían que lo habían regrabado en estudio —aunque yo podía identificar qué canciones habían tocado el sábado por los comentarios de Charly—.
Me acuerdo que dejé programada la videocasetera y que miré ese video todo el verano hasta que la cinta empezó a patinar. En YouTube están los shows en una calidad pésima, pero igual me siguen emocionando. Me acuerdo, pero no sé si lo vi o me lo contaron, que uno de los días cerraron con “Mientras miro las viejas olas”. Charly cambió el último verso: “Mientras miro las viejas olas / yo ya soy Serú Girán”.
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