¿Se acuerdan de Second Life? Hace unos quince años, antes de Facebook y las redes sociales, había un software que te “otorgaba” una vida digital. Una suerte de metaverso primitivo. Instalabas el programa, creabas tu avatar y empezabas a visitar diferentes islas donde relacionarse con otras personas, ver recitales, entrar en tiendas de zapatillas, etc. Hasta hubo universidades que daban cursos. En ese tiempo, salió Impureza, la novena novela de Marcelo Cohen, que fiel a su estilo moderno y siempre atento, tenía en la portada una imagen de Second Life.
Con ese libro hubo, sin embargo, un hecho que provocó cierta molestia. El libro salió con una faja que decía algo así como “Marcelo Cohen es el mejor escritor argentino de la actualidad”. Cuando él se enteró, pidió inmediatamente la sacaran de todos los ejemplares. Así era Cohen, el escritor más genial y con menos ego del mundo. No tenía perfil bajo; eso es distinto: Marcelo tenía anti-ego y hacía de eso una decisión estética y política.
Quiero explicarme con un ejemplo: unos años atrás, lo llamamos del festival de literatura en el que yo trabajaba para que diera la conferencia de apertura. Nos dijo que necesitaba unos días para pensarlo, quizá una semana. Pasaban los días y la respuesta no llegaba. Entonces tuve que volver a llamarlo: no sabía cómo rehusarse sin sonar desagradecido, me dijo, pero iba a rechazar la invitación porque, para él, un escritor debe encontrar la manera de hablar con lo que escribe. Marcelo hizo de esa idea una forma de vida.
En julio, hace seis meses, le dieron en la Biblioteca Nacional un premio a la trayectoria. Ya lo conté en una nota, pero lo vuelvo a contar porque sigo maravillado. Esa tarde, cuando le tocó hablar, dio un largo discurso en el que agradeció a todas las personas “sin las cuales no habría sido quien soy”. Se corrió de la luz y puso en primer plano a su mujer, a la hija, a los amigos. Cohen, el maestro de la literatura del anti-yo.
Me gustaría cerrar este breve recuerdo con otra historia en la que fui testigo privilegiado. En 2012 ganó el Premio de la Crítica de la Feria del Libro. La directora de la Feria era Gabriela Adamo, que convocó a escritores, editores, periodistas para que eligieran al ganador. Se hizo una primera votación y quedaron cuatro nombres, luego tres, luego dos. Entre el jurado estaba Graciela Speranza, nada menos que la mujer de Marcelo Cohen. Ella por lo bajo pedía que no lo votáramos porque iba a ser incómodo para ella, pero sobre todo para él. Por suerte, nadie la escuchó: Marcelo ganó con el premio con la novela Balada. La entrega fue tres o cuatro días después, habló Adamo, habló Julia Saltzmann —la editora de Alfaguara que lo había publicado— y finalmente habló Cohen. “Una de las razones por las que escribo”, dijo, “es para manifestar que uno es un cuento hecho con retazos de otros cuentos”.
Esa frase, además de un bellísimo homenaje a la literatura, encierra el sentido de la creación del Delta Panorámico, ese paisaje tan cautivante que inventó —o encontró—, si no recuerdo mal, en El fin de lo mismo. Las islas son los retazos que componen su figura de escritor, pero que nadie, ni él mismo, termina de reconocer completamente; siempre hay algo que queda hundido. Las islas son la verdadera Second Life porque ¿qué es la literatura sino una segunda vida?
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