A los 71 años, murió el escritor porteño Marcelo Cohen, considerado uno de los mayores innovadores del género fantástico a través de cuentos y novelas que resumen destreza, inventiva y experimentación.
Su obra personal, que comenzó a publicar en 1972, transita el cuento, la novela y el ensayo. El país de la dama eléctrica (1984), El oído absoluto (1989), El fin de lo mismo (1992), El testamento de O’Jaral (1995), Donde yo no estaba (2006), Los acuáticos (2007), Casa de Ottro (2009), Balada (2011), Música prosaica (2014), Algo más (2015, Sigilo), Notas sobre la literatura y el sonido de las cosas (2016) y Un año sin primavera (2017) son apenas algunos nombres destacados entre sus obras.
Considerado uno de los traductores más prestigiosos del castellano, ha traducido a autores de la talla y diversidad como Nathaniel Hawthorne, William Shakespeare, Alice Munro, Clarice Lispector, J.A. Baker, J.M. Coetzee, M. John Harrison, Julia Armfield, por mencionar solo algunos. Estas traducciones subrayan su talento y capacidad. Dirigía, además, junto con Graciela Speranza, la revista digital de reseñas Otra Parte Semanal.
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Muy querido y admirado por lectores, colegas y buena parte del medio ambiente literario argentino, Cohen recibió un último gran reconocimiento a su obra el pasado 22 de julio de este año, cuando le fue entregada La Rosa de Cobre, premio a la trayectoria otorgado por la Biblioteca Nacional.
Con las presencias del director de la institución, Juan Sasturain; el ensayista, periodista y músico Abel Gilbert; y el editor Maximiliano Papandrea, la ceremonia de entrega rápidamente se convirtió en una reunión de amigos y admiradores de Cohen. Sasturain fue el encargado de inaugurar los discursos asegurando que la cita tenía “espíritu de fiesta, de cumpleaños” y se animó a bromear: “La rosa no es un premio, ¿a vos te dijeron que te van a entregar un galardón?”, le preguntó a Cohen. “Si, un galardón”, respondió el homenajeado y el funcionario señaló que se trataba de “una distinción, un reconocimiento” impulsado por el exdirector de institución Horacio González en el 2013.
Sasturain dijo que la literatura de Cohen “despierta la unión del lector con el autor” y lo comparó con el pianista de jazz Brad Mehldau: “Con Marcelo tenemos un punto de encuentro que es el jazz. Yo creo que escribe como Mehldau toca el piano, toca una cosa con una mano y otra con la otra”, graficó. Y agregó “no siempre se puede acompañar a los escritores que llevan a puntos extremos sus descubrimientos. Cuando la tensión llega hasta el balbuceo, uno se baja. Marcelo tiene la sensibilidad y la cortesía de dejarse acompañar”, enfatizó y señaló que eso implicaba “un desafío en esa selva literaria que uno asume con todo el compromiso. Marcelo no nos deja salir del bosque literario”. La frase disparó uno de los primeros aplausos de la tarde.
“Me voy a emocionar”, advirtió luego Cohen. “Voy a mencionar a varias personas: primero a Graciela (Speranza), por su amor, por su talento, por su capacidad de estudio, porque es una escritora de primera y tenerla al lado siendo esto que yo estoy describiendo no era poco. Vino con una biblioteca distinta a la mía, lo digo materialmente y mentalmente. durante mucho tiempo las tuvimos separadas y después las mezclamos, y quedó bien. Como para jugar a la canasta”, relató sobre la vida compartida con la crítica, narradora y guionista de cine que lo escuchaba en la primera fila.
“Y la biblioteca venía con Mariana. Conocí a Graciela con una hija, Mariana. Al principio esto era difícil, pero pasó la vida, pasaron todos los momentos, porque la juventud madura y después viene la universidad. Siempre fue una persona inteligente y tremendamente comprensiva. Y lo es más ahora porque actúa. Ella está en la Secretaría de Cascos Blancos entonces participa en gestas de ayuda, en situaciones catastróficas, estuvo en la frontera de Ucrania ayudando a salir gente. Uno tiene miedo de eso. Podría hablar una hora de ella”, repasó Marcelo Cohen aquel atardecer, en un ambiente de escucha atenta, silencio y serena alegría.
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