“Abril es el mes más cruel”. Así comienza uno de los poemas más importantes de la literatura universal. La tierra baldía de T. S. Eliot, publicado por primera vez en diciembre de 1922, cumple un siglo y no ha envejecido ni un segundo. Abril es el mes más cruel, reza la primera línea del poema escrito en el hemisferio norte, abril es la primavera y ¿entonces? ¿La primavera es cruel? Anida, en la primera línea de este poema, la desazón por lo que vendrá.
El poema La tierra baldía está dividido en cinco partes: “I. El entierro de los muertos”, “II. Una partida de ajedrez”, “III. El sermón del fuego”, “IV. Muerte por agua”, “V. Lo que dijo el trueno” que conforman una obra magistral, a la vez popular y erudita. Es en todos los sentidos un poema modernista ya que entre otras cosas no tiene exactamente un argumento; pero, a la manera de Shakespeare (de tantas maneras), su división en cinco movimientos podría recordarnos la clásica división en cinco actos de casi toda la obra del Bardo. Todos los que leemos este poema podemos tener una frase que nos defina, que identifique un estado de ánimo, o que simplemente nos deleite porque atrapa la imaginación. Existe una música en este poema que está ligada al ritmo del corazón. Al leerlo en voz alta zumba en los oídos, se siente en el estómago. A medida que avanzamos es la naturaleza, contundente, que se impone y contonea la lectura.
Una de las interpretaciones que se han hecho de este poema es que se refiere a la vida en Londres luego de la primera guerra mundial. También se ha hablado de que es un poema sobre el hastío de la condición humana moderna. T. S. Eliot asegura en una conferencia que La tierra baldía había sido más bien un gruñido, una especie de queja personal frente a la vida. También podemos considerar la posibilidad de que haya sido esta una pose frente a la inmensa respuesta crítica que obtuvo su obra. No sabemos qué tan ciertas sean esas simplificaciones con las que Eliot describe la escritura de este poema manifiesto del siglo XX pero ciertamente las imágenes, el estilo disruptivo y las infinitas citas que tiene el poema ameritan que los simples humanos busquemos en él esa trascendencia de la que Eliot reniega.
En La tierra baldía se hace referencia a mitos y leyendas, alusiones, símbolos y citas de otros autores. También se hablan varios idiomas. El poema es, de hecho, una mezcla de muchos estilos como el narrativo, el dramático, el lírico y el alusivo. Suele pasar que lo vamos leyendo y que fluye y nos sentimos inmersos en frases memorables y luego una cita, y luego otro idioma, y más allá una referencia específica a un mito y la lectura se complica. Y todo de la mano de Tiresias, uno de los protagonistas del poema que hace las veces de testigo de todo lo que allí se desarrolla. Tiresias lo sabe todo ya que pertenece tanto al pasado como al presente. Es inevitable frente a estas dos palabras no pensar en Los cuatro cuartetos de T.S. Eliot donde el pasado, el presente y el futuro están contenidos y a la vez contienen todo lo que fue, lo que es y lo que será. Gran tema el tiempo en T.S. Eliot.
Es muy difícil contar de qué se trata La tierra baldía porque este poema narrativo está conformado por “un montón de imágenes rotas”. En una clara intencionalidad de fragmentar el lenguaje, las cinco partes que componen el friso son mucho más que la suma de sus partes. “El entierro de los muertos” abre con una de las frases más poéticas y contradictorias que se hayan escrito: “Abril es el mes más cruel” que plantea algo así como que la vida se impone de manera no deseada y que lo oportuno es, a la manera de Ricardo III, “el invierno de nuestro descontento”. La voz narrativa luego pasa a tener un nombre, Marie, que sabemos pertenece a una familia numerosa y trae recuerdos de situaciones ocurridas en Múnich. Llegamos, sin mucha solución de continuidad a otra voz, que enuncia uno de los pasajes más bellos de este poema. Elijo en este artículo citar cada vez una novedosa y brillante traducción de nuestro mejor traductor literario, Pablo Inberg, que acaba de publicar una versión anotada con erudición y mucho corazón en la editorial El Cuenco de Plata.
¿Qué raíces se aferran, cuáles ramas
Crecen de esta basura pedregosa? Hijo de hombre,
Vos no podés decir ni suponerlo, pues solo conocés
Un haz de imágenes rotas, donde abate el sol,
Y el árbol muerto no da ningún amparo, ningún consuelo grillo,
La piedra seca ningún ruido de agua. Tan sólo,
Hay sombre aquí bajo esta roca roja
(vení a la sombra de esta roca roja)
Y yo voy a mostrarte algo distinto
De tu sombra que al alba te persigue a zancadas
O tu sombra que al atardecer sube a encontrarte;
Voy a mostrarte el miedo en un puñado de polvo.
Y luego otro cambio abrupto: escuchamos a una dudosa clarividente, Madame Sosostris, echando a alguien una fortuna con una baraja de tarot; y luego otro “yo” recuerda de nuevo haber cruzado el puente de Londres, una “ciudad irreal” la idea de la ciudad irreal se repite como un reloj en todo el poema y marca la decadencia de las grandes urbes y la idea de que todo se desmorona. Ese yo lírico se tropieza con un viejo conocido, y preguntando de una manera que parece trastornada sobre un poco de jardinería extraña: “Aquél cadáver que plantaste en tu jardín el año último / ¿ha empezado a brotar? ¿florecerá este año?”. y luego este yo poético avisa que mantenga lejos al perro que es muy amigo del hombre y que escarbará para llegar a ese cadáver, y luego nos trata a los lectores de hipócritas y de hermanos, en francés. Y en esta turbulencia de imágenes en las que abril es el mes mas cruel y en el que nos preguntamos si los cadáveres enterrados en nuestros jardines florecerán, cierra la primera parte de este poema magnífico.
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En la segunda parte, II. Una partida de ajedrez, se dan cita Cleopatra de Shakespeare, quien conversa con un hombre, ¿su marido? que no le responde, que no comprende sus preguntas. Y luego una mujer en Londres cuenta la historia de su amiga Lil, y la vuelta a casa de su marido Albert. Todo sucede en un pub, a la hora del cierre y es todo precario, a Lil se le caen los dientes, y se ha gastado el dinero que su marido le dio para cambiarlos. y cierra con Ofelia, “buenas noches señoras, buenas noches, buenas señoras, buenas noches, buenas noches”. La segunda parte son mujeres desquiciadas, solas, locas.
En la tercera parte, El sermón del fuego es un homenaje al Támesis, a Londres. Pasea Eliot por la balada, por el soneto, por el verso francés moderno, y es un homenaje también a la literatura. Se dan cita, de manera ominosa, Spenser, Marvell y Shakespeare. Y el eterno fluir del Támesis, “Petróleo y brea” como el río resplandeciente del reinado de Isabel I. Y luego de esta tercera parte críptica, corazón del poema, la IV parte, Muerte por agua, nos recuerda que todos vamos a morir. Un tal Flebas, marinero de Fenicia, cuyo cadáver se ha deshecho tras quince días en el océano. Cuidado, nos dice el poema, cuidado “gentil o judío” que todos fuimos Flebas y, tarde o temprano terminaremos como él.
Ya la parte V, Lo que dijo el Trueno, nos recibe con la voz de un viajero, cuyo viaje es misteriosamente perseguido por una figura que no se sabe a ciencia cierta quién es. Europa está en ruinas; y la imagen de una capilla abandonada, cuya puerta se balancea con el viento seco, se presenta como de otro mundo.
En uno de los pasajes más emblemáticos del poema, llegamos a la tierra yerma:
“Aquí no hay agua sino roca
Roca y nada de agua, el camino arenoso
Camino serpenteante arriba entre montañas
Que son montañas de roca sin agua
Si hubiera agua podríamos parar a tomar
entre la roca no es posible parar ni pensar
El sudor está seco y los pies en la arena
Si sólo hubiera agua entre la roca
Boca de montaña muerta que no puede escupir con dientes cariados
Aquí no es posible estar parado ni acostado ni sentado
No hay siquiera silencio en las montañas
Sino esteril trueno seco sin lluvia
No hay siquiera soledad en las montañas”
Y de pronto, las ciudades irreales que lo son porque ya no existen:
“qué ciudad es aquella en las montañas
se agrieta y reconstruye y estalla en el aire violenta
Torres que se caen
Jerusalén Atenas Alejandría
Viena Londres
Irreales”
En este punto, el trueno anuncia con su aparición la lluvia fertilizante y habla en sánscrito, como un conjuro religioso, como un mantra que invoca. y repite tres veces “Da”. La primera Da significa Datta (dar).: algo así como darse a una causa plena, con sentido. El segundo Da significa Dayadhvam (simpatizar): mirar a los otros y bregar por el bien común. El tercer Da significa Damyata (autocontrol): aquí la espiritualidad de Eliot en su máxima expresión, desde lo católico, desde lo budista, desde el Támesis y desde el Ganges, y la locura de lo yermo y la imposibilidad de la vida y el puente de Londres que se cae y “Shanti Shanti Shanti”. Paz, paz, paz.
Y el fin.
Leer este maravilloso poema de T.S Eliot es una invitación a navegar por la perfección de la que es capaz el lenguaje en manos de un poeta, con toda la dificultad y el placer que esto conlleva. Eliot en La tierra baldía nos regala su excelencia y nos invita como en otro de sus hermosos poemas La canción de amor de Alfred Prufock, que Pablo Ingberg también traduce en su edición de La tierra baldía y que aquí cito:
Vamos, entonces, vos y yo,
cuando la nochecita por el cielo se extendió
Como un paciente anestesiado en una mesa
Vamos, por unas calles no muy concurridas,
Murmurantes guaridas
De malas noches en hoteles cubiertos de costras
Y restaurantes con serrín y conchas de ostras:
Calles que siguen cual tediosa discusión
De insidiosa intención
Hasta llevarte a una pregunta abrumadora…
Ah, no preguntes “¿Cuál es?”,
Vamos a hacer nuestra visita de una vez.
No pregunten cuál es la razón, visiten La tierra baldía de una vez y se quedará para siempre en sus pensamientos y sensaciones. La tierra baldía, en la que abril es el mes más cruel (¿septiembre?) y la insoportable levedad del ser acosa, y la pregunta por el tiempo y la existencia desbordan la angustia de la existencia, las respuestas están en esta tierra que, desierta, invita a la peregrinación, a la salida, a la búsqueda del agua y la fertilidad de la paz.
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