Se ha dicho, no sin razón, que Jorge Luis Borges detestaba el fútbol. En realidad, lo señaló él mismo, sin intermediarios. Dijo: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. Y agregó: “Nunca la gente dice ‘qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi aunque haya perdido mi equipo’. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. La gente no disfruta del juego”. Y, radicalmente internacionalista, declaró: “Qué raro que nunca se les haya echado en cara a los ingleses, injustamente odiados, haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol, que es uno de sus mayores crímenes”. Ante semejante superlatividad, sólo queda disfrutar de ese genio maligno. Conociendo, además, que Borges admitía jamás haber visto un partido de fútbol.
Sin embargo, el mayor escritor argentino del siglo XX (y muchos podrán decir “y por los tiempos de los tiempos”) tenía poderes para la anticipación. No solamente El Aleph como una señal previa de la web o La biblioteca de Babel como un anticipo de algoritmos y de Google, sino que también la pasión desbordante por el fútbol. Como se sabe, todo evento nacional se esparce rápidamente como noticia o acontecimiento internacional a la par de las nuevas tecnologías satelitales y electrónicas. Desde un centro el evento se esparce sin fronteras. Partamos de esta base para continuar con la hipótesis borgeana acerca de este Mundial 2022.
En su texto La esfera de Pascal (incluido en Otras inquisiciones), Borges explica cómo, a través de la historia de los matices o entonaciones de alguna metáfora, es posible dar cuenta de los recorridos de la historia. Toma al griego Jenófanes que se oponía, en el siglo VI a.C., al politeísmo y proponía, en cambio, la figura de un único dios, que sería una esfera perfecta y eterna. La idea fue desarrollada en aquella antigüedad en sus diversos matices por igual cantidad de filósofos. Si se quiere, fue perfeccionada.
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Más tarde, aquella figura épica llamada Hermes Trismegisto, supuesto semidiós y autor de la sabiduría clandestina de la humanidad, fundador del hermetismo y con seguidores hasta la actualidad (hay para todo en las viñas del Señor) había retomado la propuesta de Jenófanes. Uno de los exégetas del hermetismo, el teólogo francés Alain de Lille, propuso una fórmula no sólo hermosa, sino de una poética precisión –según sus propios fines–: “Dios es una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”. (No olvidemos, lector, el origen del autor de esta proposición).
A partir de la frase de De Lille nuevas correcciones, mejoras, sustracciones, temblores y cambios epistemológicos la mejoraron aún más hasta llegar al siglo XVII cuando el también francés (¡ojo!) Blaise Pascal –matemático, filósofo, teólogo a quien obsesionaba la cuestión de la existencia de dios o no– la reformuló y dijo: “La naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”.
El escritor argentino escribe la versión final del recorrido de una idea, cuyos hitos fueron realizados por franceses. Borges, al realizar la síntesis, entonces la supera. Valga esto como un simple llamado de atención sobre las nacionalidades de los contendientes del domingo.
Pero usemos la idea para este Mundial de fútbol. Un centro de una esfera, el Mundial, que se instituye en Qatar (sí, con todos los reproches que se puedan a hacer a los negocios repudiables para que esa nación y sus leyes repudiables sean sede) y que de ahí se esparce hacia todos los confines, que no puede percibir una circunferencia. ¿O no hemos visto a la Argentina en un espejo invertido festejando en Asia en Bangladesh o la India misteriosa? ¿No hemos llenado estadios en el desierto árabe y Obeliscos en el centro porteño y en el Monumento de Rosario o la gigantesca plaza Independencia, en Tucumán, y así en todo el país? El fútbol estos días felices de 2022 se parece más que toda otra especulación a la esfera de Pascal.
Y el lector atento no dejará pasar que la esfera que domina estos días no es otra que una pelota de fútbol. La esfera. La esférica, como le dicen cariñosamente los jugadores de este juego.
Y para finalizar. El origen primigenio de la metáfora analizada por el escritor argentino era encontrar la forma de dios. ¿No lo hemos hecho ya? Dios, Diez, Maradona, D10S, la esfera de Pascal. “Dios es una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”.
Probablemente a Borges no le gustaba el fútbol. Tras la lectura de su breve texto, tal vez se podría aventurar que le hubiera gustado el Mundial.
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