Fui, vi y escribí: Elogio de la incorrección

La sorpresa puede poner todo patas para arriba, incluso nuestra tabla de valores. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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"Qué mirá' bobo. Andá pa'llá": el Messi enojado del partido contra Holanda que fue criticado por algunos medios.
"Qué mirá' bobo. Andá pa'llá": el Messi enojado del partido contra Holanda que fue criticado por algunos medios.

Hola, ahí.

A medida que crecemos nos acostumbramos a modelar el mundo, formateados por la familia, por la escuela, por el entorno social y nuestros propios consumos culturales. Lo cierto es que cuando somos adultos entendemos aquello que está fuera de nosotros de determinada manera y consideramos gestos, actitudes o comportamientos como apropiados o inapropiados según la tabla de valores que nos va marcando: esto sí, esto no.

Pero resulta que, a veces, eso que parece inmutable en nuestra consideración se trastoca y lo que siempre pareció bueno ya no lo es tanto y aquello que debía ser desagradable a toda prueba simplemente deja de serlo o, al menos, no nos indigna tanto. Cambia el contexto, cambia el mundo, cambiamos nosotros. Y, sobre todo, existe la sorpresa. Y la sorpresa puede poner todo patas para arriba, incluso nuestra tabla de valores.

Dame una lata extranjera y soy feliz

Me Voy A Comer El Mundo / Fui, Vi Y Escribí

Ya te conté que me gusta cocinar, que me gusta comer y que me encanta ver buenos programas de televisión sobre cocina. Ya escribí también cómo sigo en duelo por la muerte de Anthony Bourdain. Creo que no te dije que soy fan de los buenos bazares y que cuando viajo amo entrar a los supermercados para ver cómo son las góndolas en las que compra la mayoría de la gente que vive en las ciudades o pueblos que visito.

Pocas cosas me gustan más que traerme cuchillitos de untar, frascos con especias o chocolates o galletitas o latas de atunes, sardinas o mariscos. No puedo explicarte lo que eran los frascos de caviar negro que traje años atrás desde un par de mercados de Ucrania y Rusia —el precio entonces era favorable para nosotros— y el placer y la emoción que me daba degustar esa maravilla acá, en casa. Era, a su modo, una manera de permanecer allá o de volver. Viajar es eso, también: querer regresar ahí donde fuiste feliz o donde pasaste momentos de una intensidad superior a tu vida de todos los días. Bastante parecido, si se quiere, a lo que nos pasa con ciertos períodos de la vida a los que volveríamos siempre, ¿o no?

Latas de caviar. Ahí se ven las tradicionales latas de caviar ruso de tapa celeste.
Latas de caviar. Ahí se ven las tradicionales latas de caviar ruso de tapa celeste.

En estos días, Martina, una amiga y colega querida, me regaló un manjar de los dioses: un frasco de nueces de pecan caramelizadas de la marca Bateel, un emporio gastronómico nacido en Arabia Saudita en 1936. Y también en estos días terminamos de comer en casa la última lata de bonito español que compré con mi amiga Ana en un supermercado madrileño en julio, cuando pasé unas horas por Madrid de regreso de un viaje a Holanda, cuando fui a entrevistar a André Rieu.

Ya lo sé. Visto desde el proceso de hundimiento feroz al que estamos siendo sometidos económicamente todo esto que te cuento puede sonar frívolo, y tal vez lo sea. Pero como verás, se trata de una frivolidad bastante modesta y, sin dudas, bien idishe: todo pasa por la panza.

Pero esta introducción era para contarte que durante el fin de semana largo vi un programa en el canal Gourmet que me gustó pero no porque se trate de un programa de viajes y comida o porque me muestra lugares maravillosos (que también) sino por lo desubicado, por lo diferente, por lo incorrecto.

Verónica Zumalacárregui en el programa en el que le dieron a probar surstromming, una comida que no cualquiera está en condiciones de comer.
Verónica Zumalacárregui en el programa en el que le dieron a probar surstromming, una comida que no cualquiera está en condiciones de comer.

Se trata de Me voy a comer el mundo, un ciclo español que arrancó en 2016 y conduce una periodista joven y desfachatada en el mejor de los sentidos, Verónica Zumalacárregui, también autora del libro La vuelta al mundo en 15 mujeres. La muchacha es inconfundiblemente latina: es curiosa, se mete en las heladeras de sus entrevistados y se ríe mucho y con una gracia especial. Y es, también, capaz de decir algo completamente inapropiado en un programa de TV sobre comida, durante una visita a Suecia. No solo dijo que un alimento no le gustaba mientras lo estaba comiendo sentada a la mesa con otras personas sino que le advirtió a quien tenía a su lado algo así como: “Cuidado porque eres quien está más cerca si vomito, eh…”.

Podés ver un trailer de ese programa acá (lo del vómito no está en este compacto, solo está en la edición completa de esa emisión).

Y es que en un punto se entiende. Lo que estaban degustando en esa casa sueca era surströmming, tal es el nombre que recibe el arenque del Mar Báltico fermentado. Es una comida típica de la gastronomía escandinava que suele venderse como conserva. Son arenques pequeños que se capturan en abril y mayo. Posteriormente se disponen en una salmuera fuerte durante unas 20 horas, para extraer la totalidad de la sangre, a continuación se traspasan a una salmuera menos potente para facilitar la fermentación. Se almacenan en barriles, a una temperatura de 15-20° C.

El famoso surströmming, arenques del Mar Báltico fermentados, una comida tradicional sueca famosa porque es una de las más apestosas del mundo.
El famoso surströmming, arenques del Mar Báltico fermentados, una comida tradicional sueca famosa porque es una de las más apestosas del mundo.

Finalmente se envasa en latas donde siguen fermentando hasta su consumo. Al abrir las latas, literalmente explota en tus narices un olor putrefacto con efecto bomba (así lo dice uno de los suecos en el programa del que te hablo). Es tan tremendo su hedor que las latas se abren afuera y también se lo come afuera de las casas. Se lo sirve con manteca, queso crema, papas, cebollas, tomates y panes diversos que buscan apaciguar el tremendo olor y se acompaña con leche, aguardiente o cerveza.

Como en todo, cada persona tiene su propia capacidad de tolerancia.

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“Hay alimentos que están imbricados en una cultura. Que son más que nutrientes y calorías, hablan de la identidad de un país o comunidad. Para algunos, desagradables; para otros, no. Pensamos también que todos tenemos los mismos sentidos igualmente calibrados y no es así. Hay una amplia diversidad sensorial”, me dice por Whatsapp Federico Kukso cuando le pregunto y su palabra vale.

Federico es el autor de Odorama. Historia cultural del olor, un ensayo que viaja por el mundo y por la historia para contarnos y explicarnos todo lo que tiene que ver con el sentido del olfato. Un librazo.

"Odorama. Historia cultural del olor" es un ensayo de Federico Kukso que viaja por el mundo y por la historia para contarnos y explicarnos todo lo que tiene que ver con el sentido del olfato.
"Odorama. Historia cultural del olor" es un ensayo de Federico Kukso que viaja por el mundo y por la historia para contarnos y explicarnos todo lo que tiene que ver con el sentido del olfato.

“Hay culturas con comidas más olorosas que otras. (...) Según el psicólogo Avery Gilbert, cada cultura tiene un alimento considerado maloliente por los extranjeros, los suecos tienen el surströmming (arenque fermentado); en Taiwán se come como snack un tofu apestoso; un plato típico de la cocina islandesa es el hákarl (carne cruda de tiburón); los japoneses tienen el Nattō (granos de soja fermentados); en el sudeste asiático abunda el durián (la fruta más apestosa del mundo); uno de los platos nacionales de Corea es el kimchi (vegetales fermentados); los franceses tienen los quesos Camembert, el Vieux-Boulogne y Époisses de Bourgogne y los belgas son conocidos por los repollitos de Bruselas”, cuenta Federico en su libro, en el que asegura justamente que “las categorías de mal y buen olor no son naturales sino producto de la cultura”.

En definitiva, lo que me gustó del programa de TV y, sobre todo, de la conductora es que hizo todo lo que no se esperaba y por eso estamos acá. Su reacción, su comportamiento (en principio alejado de los buenos modales pero pleno de sonrisas encantadoras) lograron que me interesara por esa comida y esa tradición y hasta que volviera al libro de Kukso para recuperar algo del tema para poder escribirte este envío.

Ella no hizo lo que se esperaba pero, sorpresivamente, al menos para mí, resultó más efectivo.

Sylvia, Tove y Leo

La obra de Tove Jansson está siendo publicada en español por Compañía Naviera Ilimitada.
La obra de Tove Jansson está siendo publicada en español por Compañía Naviera Ilimitada.

Viendo las imágenes de Estocolmo y del sur de Suecia que ofrece ese programa, me di cuenta de que Animalia, el libro de Sylvia Molloy que había terminado de leer esa misma tarde, tenía un tono familiar con la obra de Tove Jansson, la autora e ilustradora finlandesa de habla sueca cuya obra —y sus escenarios ligados al mar y a la cultura nórdica— los argentinos comenzamos a leer en los últimos años a partir de la edición de sus libros que está haciendo la editorial Compañía Naviera, con traducción del escritor y editor Cristian Kupchik.

Recientemente publicado por Eterna Cadencia, Animalia es el último libro de Molloy, fallecida en julio pasado. Es, como gran parte de su obra, un volumen compuesto por textos breves, en este caso dedicados a su relación con el reino animal (limitada en su infancia, abiertamente desarrollada durante su adultez) en los que narra anécdotas de infancia y juventud pero también escenas de un tiempo más cercano, en confinamiento obligado por la pandemia y con su enfermedad de regreso.

”Me llevó mucho tiempo, y el paso por dos países que no eran el mío, para darme cuenta de que para ser uno mismo es siempre mejor estar con otro, sobre todo si el otro pertenece a una especie distinta, es decir, si es totalmente no uno”, escribe.

Sylvia Molloy y uno de sus gatos.
Sylvia Molloy y uno de sus gatos.

Teros, patos, gusanos de seda, pájaros, gatos y perros compañeros de vida doméstica; un mapache atropellado, una rana intervenida quirúrgicamente en la escuela: a partir de ese universo, y con esa lengua amorosa y sobre la que reflexionó de todas las maneras posibles, Molloy se despidió de la vida con un libro emocionante en el que consiguió convertir en enorme lo mínimo, haciendo gran literatura a partir de hechos pequeños como las formas de nombrar a sus animalitos, a veces con nombres de artistas, otras, de esposas de presidentes. Algunos de esos nombres, que eran siempre elegidos con Emily, su pareja, eran también contraseñas amorosas que eligió no hacer públicas.

Hay momentos del libro que tienen que ver con los diferentes encuentros en eventos literarios de Molloy con un “amigo mexicano amante de —acaso habría que decir adicto a— los gatos” (que es claramente Carlos Monsivais) y la divertida competencia que entablan por los nombres (“los dos cedíamos a la tentación del apodo cursi”) y la cantidad de gatos con los que conviven.

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Hay mucho de este libro que me hizo acordar a Tove Jansson, te decía, pero básicamente tiene que ver con el tono, los climas, los modos de ver y de preguntarse por temas vitales del pasado y el presente a través de formas sencillas o elaboradamente sencillas, me atrevo a decir. Leer este libro es puro placer, es aire puro en tiempos de exceso de información para nada.

Acá podés escuchar a Gabriela Cabezón Cámara leyendo algunos fragmentos de Animalia en el podcast de Patricia Kolesnicov.

La mayor sorpresa en el libro, de todos modos, la encontré en el texto con el que Molloy nos sacó una sonrisa a todos los que la estuvimos leyendo esta semana. La primera que lo advirtió en las redes fue la poeta y narradora Silvina Giaganti.

El fragmento es este:

”Los animales saben. Doy vueltas por la casa buscando distraerme o, mejor, traerme de nuevo hacia mí, porque me siento dislocada. Uno que otro gato me sigue, curioso y desconcertado, porque no es mi recorrido habitual. En cambio otros, desconfiados, me esquivan por la misma razón. Me siento a leer y uno de ellos se me sienta en la falda, impidiéndome ver el libro. Lo aparto suavemente, se me vuelve a instalar. Lo aparto de nuevo, esta vez no tan suavemente, y vuelve. Harta, me levanto, total no me puedo concentrar, te dejo el sillón, bobo”.

Bobo, le dijo al gato. Por usar esa palabra (seguramente la más inocente y el menos injurioso de todos los agravios posibles) a nuestro gran capitán se le vinieron al humo inesperados promotores de los buenos modales, en su gran mayoría resentidos por razones diversas o pequeños cultores de la provocación como razón de ser del periodismo.

Nunca hubiera imaginado a Messi inscribiendo en la historia una forma del español similar a la de Molloy. Estoy en un período Hinde bardera, lo advierto. Ganas de hacerme una remera con foto combinada de Sylvia y Leo, eso tengo.

Tal vez por ahora me conforme con hacerme un fondo de pantalla.

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La incorrección del desorden

Recibí muchísimos correos por el newsletter pasado en el que les contaba que estoy en pleno reordenamiento de mis bibliotecas. En la gran mayoría, los lectores hablan del desorden de sus estantes, de la anarquía que los rodea y aunque algunos piensan en el orden como deuda, otros señalan que es así como quieren vivir; que ya se acostumbraron y no lo imaginan de otro modo.

Estuve pensando algo a partir de que yo misma caigo en el desorden fácilmente (todo esto que hago estos días posiblemente no dure más de unas semanas) y es que, justamente, ir a buscar los libros tiene algo de aventura y la sorpresa de hallarlos tal vez forme parte de la pasión lectora.

(O al menos así me convenzo para disculpar lo poco estricta que soy cuando vuelva a ocurrir lo que ya sé que sucederá...).

Fue hermoso leer los correos contándome qué autores mantienen juntos en sus estantes o el modo en que dividen su cosecha: por género, por autor, por origen. También la clasificación que hicieron para desprenderse de algunos volúmenes por mudanzas, separaciones o duelos y cómo algunos libros van con ustedes ahí donde vayan, siempre.

Los mensajes llegaron desde diversas provincias argentinas pero también desde otros países y confirmé una sospecha: hay algo que une a los miembros de la cofradía de los lectores más allá de la distancia física.

María Moliner y sus fichas, mientras elaboraba su "Diccionario de uso del español". A su costado, un ejemplar del diccionario de la RAE. (EFE)
María Moliner y sus fichas, mientras elaboraba su "Diccionario de uso del español". A su costado, un ejemplar del diccionario de la RAE. (EFE)

Para aquellos que se preocuparon porque pensaba desprenderme del María Moliner: bueno, no. Va a quedar donde está. Y no solo porque fue un regalo de mi padre sino por la propia historia de su autora, una madre de cuatro hijos, bibliotecaria y licenciada en Historia degradada por el franquismo, una pionera en todos los sentidos posibles que nunca fue aceptada en la RAE.

María Moliner (1900-1981) inició esta tremenda obra del diccionario del uso del español publicado en dos volúmenes —el primero en 1966 y el segundo en 1967— en el año 1952. Lo hizo por medio de fichas que guardaba al comienzo en cajas de zapatos y que luego terminaron ocupando cajones de sus armarios y de toda su casa. “Estando yo solita en casa una tarde cogí un lápiz, una cuartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en quince años”, contó en una entrevista quien ya desde los años 30 hablaba de la necesidad de “un diccionario más práctico y relacionado con el habla de la gente”.Por eso, ya no lo pienso como diccionario normativo, lo pienso como una obra.

Ahí se queda, ahí te quedás, María.

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Son días en los que es difícil no hablar de fútbol pero hasta en eso somos incorrectos los argentinos. Te dije que estoy bardera y también, como la mayoría en estas semanas, conmovida con la celeste y blanca.

Después de ver esos videos con gente pegada a la tele o a la radio en cualquier rincón del país para escuchar el relato de un partido como si de eso dependiera nuestra vida, después de ver el universo de cábalas exóticas a las que podemos recurrir y el modo en que todos invocamos en estos partidos a nuestros muertos queridos, estoy convencida de que somos una enorme familia de ridículos, sentimentales y fanáticos pero somos, también, los mismos que llenamos el mundo de talento.

Imagen de los festejos luego del triunfo de la selección argentina frente a Croacia, en semifinales del Mundial de Qatar. (Franco Fafasuli)
Imagen de los festejos luego del triunfo de la selección argentina frente a Croacia, en semifinales del Mundial de Qatar. (Franco Fafasuli)

Esto que estamos viviendo es una fiesta que merecemos. Y el Messi incorrecto y hasta enojado, que algunos buscan investir del espíritu de Maradona restándole identidad, es el Messi relajado que deseamos durante tanto tiempo.

Estamos cerca, ojalá se nos dé.

Escribime a hpomeraniec@infobae.com y hablame de las incorrecciones que te caen bien o de la comida más espantosa que comiste. Aunque a veces me demoro, leo todos los mails y los respondo.

Vuelvo a decir gracias por tanta dedicación en los mensajes. Juro que me emocionan.

Hasta la próxima.

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