A esta altura, hablar del paso de Leiva por Buenos Aires como si se hubiese tratado de una “visita” resulta extemporáneo. Como sucedió con Joan Manuel Serrat primero y con Joaquín Sabina unas décadas más tarde, el cantante madrileño ya acredita suficientes argumentos como para ser considerado local en una Buenos Aires que lo vio presentar su álbum Cuando te muerdes el labio en un repleto teatro Gran Rex.
A los 42 años, con un prolífico currículum vitae que incluye la publicación de seis discos con Pereza, la banda que compartió con Rubén Pozo entre 2001 y 2011, y otros cinco en plan solista, además de sendos trabajos como productor artístico del ícono catalán, el crédito de Úbeda y nuestro Abel Pintos, entre otros, José Miguel Conejo Torres hace rato que hizo base en esta orilla del Río de la Plata, donde fue construyendo una audiencia que sigue creciendo paso a paso.
Sólo que en los últimos tiempos, durante el plazo de restricciones que impuso la pandemia, los pasos parecen haberse acelerado, a juzgar por el lleno total de una de las salas teatrales porteñas de mayor capacidad, que retribuyó su entrega con una ovación tan prolongada como intensa.
Del otro lado, una nave musical de alto vuelo con una tripulación agradecida de nueve integrantes que responden a la perfección a la demanda de un repertorio que transita entre el rock y el pop con la solidez de los clásicos y una dosis de frescura que sintoniza de la mejor manera con el espíritu de eso que solemos llamar canción.
De paso el artista, que adoptó como coequiper vocal para su gira actual a la argentina Esmeralda Escalante, compartió una de los temas con Mateo Sujatovich (de Conociendo Rusia), con quien aprovechó para “grabar algunas cositas” durante su reciente estadía porteña. Un rato de vida que también le sirvió para acompañar por un ratito a David Lebón en su show en el Luna Park, antes de regresar a su España natal para terminar de componer junto a Sabina parte de lo que será el nuevo álbum del autor de Y nos dieron las 10 y Contigo, entre tantos otros hits.
“Además -confesaba unos días antes de ratificar en el Rex su conexión con el público local-, me hacía mucha ilusión vivir un Mundial en Buenos Aires”.
-¿Por qué?
-Pues por esa parte medio loca de fútbol que hay aquí. Me apetecía ver qué pasa en la calle, qué pasa cuando un equipo pierde, cuando un equipo gana… Es medio como el termómetro de un país, de la ciudad, y verlo es medio loco.
Así, Leiva contó que vivió el triunfo de la Argentina ante México en casa de amigos y con gente de su equipo. “Grabé la celebración del gol para que la vieran y decirles: ‘Chicos, ¿cómo se celebra esto en semifinales? ¿Qué va a pasar? ¡Va a haber muertos! ¿Qué locura es esta?’”, recordó entre risas, en el lobby de un hotel palermitano, donde conversó con Infobae Cultura.
Enseguida, el cantante explicó que en España el entusiasmo callejero comienza después de que el equipo nacional haya atravesado la instancia inicial. “La selección se tiene que ganar ese fervor, para que se note en la calle”, señaló, y apuntó a la “crueldad del fútbol”, que puede pasar de los “insultos a discreción” al éxtasis de un festejo interminable con sólo un par de goles.
Complacer o no complacer, esa es la cuestión
-¿No hay algo de eso en la música, cuando un artista no responde con sus decisiones a las expectativas de la gente?
-Sí. Creo que puede que te suceda, según el momento de la trayectoria en el que estás. Siento que hay vacas sagradas a las que se les perdona todo y que están haciendo discos de mierda. Que hace muchos años que no tienen un disco con compromiso y se les perdona. Algunos son amigos…
Y sin embargo, siento que hay bandas que están empezando como a florecer, y la gente está con la metralleta esperando para acribillarlos. Creo que en la música hay como esa cosa de que si te empiezas a deber mucho al público, a agradarle y a acomodarte según las necesidades o lo que el público espera de ti, va a ir mal. Tienes que ser libre.
-Es que de ahí no hay retorno.
-No, no lo hay. Tienes que ser libre, asumir riesgos, hacer lo que creas y dejar que suceda lo que tiene que suceder. En el momento en que te pones a disposición de lo que esperan de ti, estás muerto.
-¿Padeciste algo de eso cuando disolvieron Pereza?
-Sí. Con nosotros sucedió algo que en ese momento me costó entender, pero que con el tiempo pude comprender, porque yo también soy espectador y fan de bandas. Por ejemplo, a mí me encanta X-Pensive Winos y me encantan algunos discos de Mick Jagger o el primero de Ron Wood en solitario. Pero yo quiero ver a los Stones. Entonces, cuando nos separamos, el público se enfadó con nosotros, nos castigó y no quiso saber nada de nuestros discos nuevos. Y fue duro.
La crítica musical, por eso de que lo que se vuelve popular se convierte en vulgar, venía tratándome mal porque Pereza había trascendido y ya era una banda “mainstream”, automáticamente me empezó a tratar increíble, mientras el público dijo “esto no lo compro”. Supongo que estaban esperando ver si volvía Pereza, y cuando vieron que no iba a suceder, se volvió a generar un respeto y una comunión. Pero hubo un enfado que entiendo.
La masividad no (siempre) es vulgaridad
-Pero eso de que lo masivo se vuelve vulgar no necesariamente es así.
-En mi país sucede; ha sucedido siempre. Me ha sucedido a mí, siendo más chaval. Esa militancia de que los primeros discos de tal o cual artista eran los mejores. Creo que sucede algo de que a ti no te gusta que a tu vecino que te cae mal le empiece a gustar la música que tu escuchas. En el momento en el que eso sucede dices, pues bien, yo me despego de esa banda.
A mí me da pena, porque las grandes bandas del mundo, como Faces, Doors, Beatles o Kinks fueron muy transversales y generaron el cambio de la música desde el mainstream; y siento que no hay discos de Beatles con poco compromiso. Pero en mi país eso lo veo. Me sucedió en mis propias carnes, con Pereza… Veo cómo se encumbra a Rosalía, y en el momento en que empieza a despuntar la empiezan a fusilar por todos los lados.
Es un ejercicio que tiene que ver mucho con la envidia, o no sé con qué. Pero me da pena porque me parece que no es realista. Cuando algo se hace popular no tiene por qué ser vulgar. No me parece una ecuación que siempre da el mismo resultado.
-El problema es que no todos los artistas tienen la fortaleza para soportarlo sin que los afecte.
-Claro, y te genera una vulnerabilidad. Supongo que incluso esa pulsión que estamos hablando te puede llegar a generar querer boicotear tu propia obra para volver a a demostrar que tienes cierta autenticidad y no te has hecho mainstream. Y al final estás ahí condicionando tu manera de escribir. Para quienes venimos de tocar en clubs, en lugares pequeños, sentir que se genera cierta desconfianza cuando crece tu audiencia, a veces es difícil de asimilar.
-¡Ahora te va a pasar acá! La primera vez que hablamos me decías que querías ir paso a paso, y que algún día ibas a llegar a un Gran Rex. Ahora llegaste. ¿Qué sigue?
-Esa es una pregunta que me sigo haciendo. Yo vengo aquí por otros motivos, porque pierdo plata sistemáticamente.
-¿Todavía?
-Obvio. Pero es una construcción vital que entendí hace tiempo. Yo ya no tengo la bandera de la ambición; no viajo a los países con ambición de conquista. Estoy en otro lugar. Realmente me interesa venir a juntarme con amigos míos a grabar, a aprender a escribir y a producir, a charlar contigo, a seguir tejiendo lazos, y de paso tocar para un público que está siendo muy leal conmigo desde hace muchos años.
Pero si vengo con nueve músicos y cuatro técnicos, haz la cuenta de los aviones y de la estancia y dime si lo voy a generar. Yo no vengo a hacer negocios; vengo a encontrarme con un público muy leal y muy fiel que de manera orgánica sigue creciendo. No sabía que eso iba a ser así. Quizá el año que viene estamos hablando de hacer un Obras o un Luna Park; no lo sé. No me atrevo ni a pensarlo.
-Pero sí a soñarlo.
-Sí. A soñarlo sí. Incluso ya nos hemos sentado a una mesa y esos nombres han salido. Cosa que hace dos años hubiese sido absolutamente disparatada. Pero hasta el día de hoy no me hago el cuento de pensarlo. Voy día a día. Es verdad que tengo un pensamiento bastante saludable a nivel conquista. Aquí tengo otro retorno no tangible, y como artista me interesa. Aquí pasan cosas, veo una generación musical muy interesante que hace 10 años no existía.
Bandalos Chinos, El Zar, El mató, Conociendo Rusia, Zoe Gotusso… Hay como muchas propuestas que te pueden gustar más o menos, pero los escucho, me conmueven y aprendo. Hace 10 años eso no sucedía. Me juntaba con amigos, pero todo seguía en un mundo de rock muy refrito. Ellos han abierto el juego.
Canciones en tiempo real: otra manera de grabar
-Durante la pandemia te dedicaste a completar “Cuando te muerdes el labio”. ¿Qué pasó desde que se reabrió el mundo?
-Lo que pasó es que salimos tocar, me di cuenta que me apetecía tocar menos y en lugares un poco más grandes, me di cuenta que he salido de gira con menos ansiedad que otras veces, me puse a escribir muchas canciones y por el momento estoy babado itinerante, que es algo que nunca había hecho.
Siempre me voy de gira y luego paro un tiempo para irme a grabar a un sitio, a estar metido como cuatro meses en el disco; y es verdad que hay como algo sufrido en las grabaciones, algo obsesivo, que no siempre me hace bien. En cambio ahora, que estoy viajando mucho por países, he decidido ir grabando las canciones conforme las voy escribiendo, allí donde esté.
-¿Con tu banda?
-No, con amigos de los lugares a los que voy. Ahora voy a grabar con Mateo, que va a tocar el bajo en una canción, con Nico Cotton en batería; he estado grabando con Adán en México y otros amigos. Luego, con eso, tal vez haga un disco; pero quiero que el disco sea indoloro.
-¿Los anteriores dolieron?
-Lo que quiero decir es que grabar es una cosa muy sesuda, para un tipo maniático y obsesivo como yo. Y es un proceso que no siempre se disfruta. Pero esto me está divirtiendo mucho. Y me doy cuenta que me quiero divertir.
-¿”Cuando te muerdes el labio” fue un paso intermedio en ese camino?
-Exactamente. El disco con las chicas es lo que ha hecho que esté haciendo esto ahora. Ir grabando con gente que me voy encontrando, con músicos, amigos… Creo que las canciones van a mantenerse con más vida. Creo que van a tener un retrato más fidedigno de lo que son. Lo estoy probando.
El factor Joaquín Sabina y la polémica que no fue
-Hace un tiempo me dijiste que cada vez que terminabas una canción pensabas en qué diría Sabina del texto. Como una especie de control de calidad. ¿Seguís evaluándote así, después de haber estado trabajando tanto tiempo con Joaquín? Porque imagino que ha cambiado la relación.
-Sí, ha cambiado la relación. Ahora siento que Joaquín me compra todo, así que ya no vale. La familiaridad se ha puesto por delante y es como mis padres: cualquier cosa que haga les va a gustar. ¡Jajaja! Nuestra relación se ha transformado mucho.
Es verdad que he conseguido pasar ese deslumbramiento que tuve mientras trabajaba con él, y que por supuesto nunca le decía. A Joaquín nunca le expliqué lo que le admiré. Él lo entendió y se encargó de reducir ese deslumbramiento para poder trabajar tranquilos. Y el vínculo se transformó a una familiaridad muy grande. Joaquín y yo hace tiempo somos familia. Y hemos llegado a un punto en el que él me permite algo que es muy valioso, que es tirarle cosas a la basura.
-¿Cuánto tardaste para sentirte con esa autoridad?
-El tiempo te lo da, creando. La experiencia… La creación es una situación muy íntima, donde hay elementos muy fuertes como la vulnerabilidad, el ego… Hay unas cosas en el el proceso de composición que no se ven en una cena. Da igual que sea Joaquín Sabina; a la hora de escribir hay días que estás inspirado y hay otros que no. Joaquín, a veces, tiene cosas que no sirven, y está bueno que lo sepa. Y él ya confía.
Es un momento en el que sabemos que ni su ego ni el mío están en juego. Joaquín no quiere ganar más parte de la autoridad de una canción, ni yo. Él no me necesita, y yo no lo necesito a él. Entonces, ya nos podemos decir: “Esto no va”. Hay veces que aún así me dice: “Ey, Lei, esto me gusta.” Pues bien, es su disco, no el mío, y él tiene la última palabra.
-Recientemente, Joaquín Sabina dejó fuera de su banda a Pancho Varona, con quien compuso un centenar de canciones y que fue, además, su compañero de ruta durante cuatro décadas y productor de 15 de sus discos, y hubo muchos que te señalaron como el causante de esa decisión, a pesar de que el propio Varona lo desmintió. ¿Cómo te sentiste al haber quedado en medio de esa polémica?
-Yo no estoy en las redes así que no me enteré hasta que salió a la prensa días después. En realidad no tengo mucho que decir. Tengo muchísimo respeto, cariño y amistad hacia la banda Sabinera. Aprecio a Panchito. Siempre he tenido una linda y cariñosa relación con él, antes y después de trabajar con Joaquín. Obviamente es una bobada pensar que mi trabajo con Joaquín haya podido ser uno de los desencadenantes de dicha decisión. Evidentemente, es mezclar la velocidad con el tocino.
La vida vista con un solo ojo
-En una entrevista publicada por El País hiciste referencia a la pérdida de la vista de uno de tus ojos; volviendo sobre el disco Cuando te muerdes el labio, veo que allí hay una canción cuyo título es Con el pañuelo en los ojos, y en otra hablas de los ojos vendados…
-Ambas cosas fueron accidentales. Lo de los versos es algo que sucede. Supongo que en mi cerebro estará pululando… Cuando uno pierde la visión de un ojo, es verdad que la vida es igual. Es un mal menor.
-La perdiste de muy chico.
-Sí, a los 12 años. La perdí ipso facto. Jugando con una pistola de aire comprimido con la que no debíamos estar jugando. Recibí un disparo en el ojo y lo perdí ahí. El perdigón llegó muy dentro, y no pudieron sacármelo hasta muchos años después. Y perdí la visión al toque. Pero me sucedió en un momento en el que yo quería salir y jugar al balón. Nunca me hice consciente de la dimensión que podía llegar a tener ni el impacto que tuvo en mis papás.
Pero me doy cuenta de que mi vida fue igual. Me doy golpes, porque no tengo las tres dimensiones; tengo que tocar una copa cuando sirvo vino o lo que sea porque si no lo echo fuera… Pequeñas torpezas, pero mi vida siguió siendo exactamente igual. No estuve traumatizado. Es verdad que estéticamente tuve el ojo durante muchos años como el de un perro cuando es ciego, que tiene el ojo un poco gris.
-¿Y eso no te afectó, durante la adolescencia?
-Fue en la pre adolescencia. Y ahora me doy cuenta que también por mi condición en la pandilla, creo que me salvó que hubiera algo un poquitito heroico. Había recibido un disparo, y eso en la pandilla debió molar. Jaja. Entonces, no fui objeto de burla. Al contrario, nadie me preguntaba. Fíjate que pudo ser un elemento que me generara algo en el autoestima, pero lo llevé con naturalidad. Ahora me doy cuenta de que no me di cuenta de lo que me pudo haber afectado, de lo que pudo haber sido y no fue.
-Tal vez es lo mejor que te pudo haber pasado. ¿Alguna vez te salió tocar el tema en alguna canción?
-Por el momento no. Es más, yo jugaba al fútbol, al ping pong… Es muy loco jugar al ping pong con un solo ojo, o montar en moto; y yo tengo una Vespa. Nunca me sentí víctima de un problema, ni de alguna minusvalía. Jamás. Al no tener ese pensamiento de “voy con un disparo en el ala”, nunca me condicionó. Ni en mi obra ni en nada. Me tocó, y como dicen los uruguayos: “¡Vamo’ arriba!”.
Una voz para todas las voces
-Cada canción del disco fue grabada con una invitada distinta. ¿Cómo se transforman esos temas en el escenario, teniendo en cuenta que cada voz tiene una importa particular, y que cada canción tiene que ver con esa voz que la registró?
-Sí, la transformación del texto que da el carácter de cada voz es muy importante en el resultado final. Por eso me clavé mucho con quién lo tenía que hacer. Tenía que ser una voz que tuviera carácter pero que no fuera apabullante, y que se apoderara de la canción y que le hiciera olvidar al publico el timbre de la grabación. Era muy difícil.
Ahí apareció Esme(ralda Escalante). He tenido mucha suerte, porque era una apuesta muy arriesgada hacer venir a vivir a España a una persona que no conocía, de quien simplemente pensé que tenía representar esas voces, por sus cualidades. Y siento que encontré loa voz que necesitaba. Hemos logrado algo que me gusta, que es hacer de todo ese disco una banda y no generar un disco en directo de colaboraciones, que a mí como espectador no me gusta, cuando veo un show.
Da igual quienes sean. Y tenía claro que no quería hacer una gira de invitadas, sino tener un concepto de banda.
No hay nada mejor que casa
-Antes de la pandemia me decías que estar de gira era una especie de antídoto contra la rutina doméstica que puede provocar estar mucho en casa; durante el encierro me dijiste que habías descubierto que no necesitabas estar tanto de gira. ¿A qué conclusión llegaste, después de haber pasado por ambos estadios, ahora que volvimos a la “normalidad”?
-A que necesito estar en casa. Necesito cuidarme. Soy muy hambriento de que me sucedan cosas, pero con mi edad, en mi momento ahora mismo, tengo que organizar mi vida y mis giras para estar tiempo en casa, porque me doy cuenta de que hay una parte de mi identidad que está allí. Eso, antes lo tenía muy oculto, y ahora lo necesito.
-¿Qué significa cuidarte?
-Cuando estoy de gira yo, en el paso por lugares como la Argentina o México, relaciono mucho con amigos, genero proyectos, tengo bandas alternativas, voy a tocar con uno y con otro… Hay un volumen de inputs y te pasan tantas cosas que te crean cierta adicción a que te sucedan más. A punto de que cuando llegas a tu casa lo necesitas, y si no lo tenés te ponés muy triste. Entonces, tengo que ir a poner el contador a cero a mi casa, porque si no me hago adicto a eso y luego la paso muy mal.
-Para aplacar la ansiedad.
-La ansiedad de que te pasen cosas. Aquí, por ejemplo, me voy a tocar con Lebón, a cenar con Nico Bereciartúa, hoy me encuentro contigo, ahora me voy a comer con Yamil de Guasones, por la tarde preparo la grabación de mañana. Todo el rato están pasando cosas; eso te genera mucho bienestar y hay una cosa muy linda.
Pero llego mi casa, y a pesar de que tengo muchos amigos, voy a la montaña y hago cosas, me siento demasiado hambriento de esas cosas y me pongo demasiado triste. Entonces, tengo que volver más y pasar por la raíz de mi hogar. No puedo vivir siempre en este nivel porque, finalmente, no es la vida real.
Seguir leyendo