El realizador Leandro Listorti es el autor de Herbaria, un ejercicio de indagación bajo dos formas de preservación, una relacionada con la botánica y otra del archivo cinematográfico fílmico, tema en el que el autor es un estudioso, que se estrena este jueves en distintas salas del país.
El filme que se podrá ver en el Malba, Gaumont, Cinema Recoleta, Hoyts Dot, el cineclub municipal Hugo del Carril de Córdoba, Hoyts Unicenter y Cinépolis Avellaneda y Pilar, tuvo premiere mundial en el prestigioso festival suizo de documentales Visiones du Reel, donde ganó el Premio Especial del Jurado de la sección Burning Lights, dedicada a filmes que indagan nuevos lenguajes, y se vio luego en Mar del Plata, donde se alzó con el Premio a la Mejor Dirección de la Competencia Argentina, entre otros certámenes.
Desde 2015 a cargo de la Coordinación Técnica del Museo del Cine de Buenos Aires y autor de filmes como Los jóvenes muertos (2010) y La película infinita (2018), Listori trabaja cada plano y cada momento del filme con la precisión, la pulcritud y el control del entorno del científico sin olvidar nunca la belleza deslumbrante de lo imprevisto ni el meticuloso trabajo manual de los oficios para un trabajo que trata sobre extinciones, devastaciones y el diario trabajo de la preservación y la conservación, que a veces parece realizarse en los márgenes.
—¿Podría contarnos cómo surgió el proyecto?
—El proyecto surgió a partir de mi trabajo en el archivo fílmico del Museo del Cine de Buenos Aires y de mi interés por la naturaleza y las plantas. Al leer y tratar de conocer un poco más sobre ellas, descubrí los herbarios: lugares donde las plantas y las flores se secan, se clasifican y se guardan en condiciones especiales para que duren por mucho años Y para poder así ser investigadas y analizadas. Me di cuenta que esos espacios no eran tan distintos a los archivos cinematográficos donde manipulamos película, las clasificamos y las guardamos en condiciones especiales de temperatura y humedad.
—En el filme hay una indagación sobre los procesos de clasificación, archivo y conservación como productores de conocimiento en el presente, en relación con el pasado y con el futuro, ¿podría desarrollar las ideas suyas sobre estas cuestiones?
—El registro del trabajo manual era un interés que estaba desde el inicio. Me fascina observar a la gente trabajando, y más aun cuando ese trabajo implica una pasión que siento de alguna manera trasciende la pantalla. Y es algo que también relaciona ambos mundos: un trabajo manual, preciso, solitario y que puede parecer mínimo e insignificante pero que tiene implicancias enormes como las de resguardar memoria o formas de vida que pueden desaparecer en cualquier momento. Al igual que la práctica misma de esas tareas. Y los medios para obtener conocimiento, que históricamente fueron observar pero además los de arrancar a las especies de su medio ambiente y trasladarlas a otros espacios o continentes para analizarlas, están muy relacionadas a una práctica colonialista antigua que ahora encontró maneras muchos más sutiles de desarrollarse. También los métodos de armar categorías para que cada espécimen se ubique en un casillero preestablecido son procedimientos algo anacrónicos ya que limitan las posibilidades de originalidad o diferenciación y que deberían revisarse. Y me interesaba descubrir qué pasaba ahora, qué miradas y qué maneras de obtener conocimiento existen en la actualidad. Donde las fronteras, los territorios y los géneros están en crisis. Sin dudas el archivo es una gran fuente de conocimiento, pero su conservación también es de suma importancia. Por eso la dedicación de las personas que trabajan con él es vital, ya que muchas veces el estado no llega o lo hace tarde en un terreno donde el tiempo lo es todo.
—¿Por qué decidió relacionar los mundos de la botánica y el cine?
—Al descubrir esas similitudes entre ambos mundos me pareció un terreno atractivo para profundizar entre esas relaciones y ver hasta donde existían parecidos, contradicciones o conexiones. Ambos trabajan en el presente pero con un marcado peso del pasado y de lo que vendrá. Acercarlos y ver qué pasaba en esa interacción. Quería tratar de pensar el tiempo no como algo lineal y cronológico sino como algo más complejo, con muchos presentes paralelos, con un pasado y un presente que se funden y con la contante amenaza de lo que no sabemos qué pasará ni lo que realmente ocurrió.
—Da la impresión de que en la película hay cuestiones vinculadas con el rigor científico y técnico y sus prácticas y otras vinculadas a la arbitrariedad, ¿cómo relacionó ambas cuestiones?
—Hay líneas que recorren cuestiones más precisas pero que sólo sirven de base para la creación. Había en el comienzo del proyecto un interés mayor en descubrir aspectos científicos, algo más parecido a los documentales clásicos, con una voz en off que narra y que enseña con un carácter marcadamente didáctico. Disfruto mucho de esa clase de películas. Pero con el proceso de investigación y de trabajo con los materiales eso fue desapareciendo y fue dejándole lugar a un tono mucho más libre, experimental, poético y monstruoso que terminó apoderándose de la película.
—¿Cuál es el porcentaje de material de archivo utilizado y de material filmado para este documental?
—No lo sé con precisión, pero debe ser aproximadamente un 30% de distintos tipos de archivos (algunos personales, la mayoría institucionales) y un 70% de material registrado por nosotros. Al haber filmado en 16mm las diferencias entre los materiales se borran ligeramente y no siempre es claro para el espectador cuál es la procedencia de algunas escenas. Eso me parece muy interesante porque refuerza esta idea que recorre la película de distintos tiempos, imprecisos y con características similares.
—Quizás más que nunca el mundo se encuentra en un proceso destructivo donde la idea de la preservación (de seres u objetos) aparece muy relegada respecto de los efectos que traen el desarrollo de los negocios buscando maximizar las ganancias permanentemente.
—Es necesario reconocer que la destrucción forma parte del proceso de creación. La muerte y la degradación son instancias inevitables. Si hablamos de películas o de plantas, no se trata de ir en contra de esas etapas sino no de no generarlas ni acelerarlas y de encontrar las mejores soluciones a los problemas que enfrentamos a diario. Lograr que las películas, las plantas o lo que sea que consideramos importante hoy y queremos compartir con otras personas, perdure la mayor cantidad de tiempo y en las mejores condiciones posible. Pero esta idea común de “importancia” no suele ser compartida con quienes ejercen el poder o toman las decisiones económicas. Entonces nuestro trabajo también se extiende a hacernos escuchar y pelear porque eso cambie, no dejar que esas decisiones se tomen en base a criterios como “ganancia”, “inmediatez” o “algoritmo”. Toda la gente que aparece en la película, y mucha más que no vemos ni conocemos, seguirá haciendo su trabajo sin la certeza de que exista un futuro donde el fruto de ese misión pueda ser disfrutado. Y eso me resulta muy estimulante.
Fuente: Télam S. E.
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