Elogio del whistleblower, personaje clave en la era de las filtraciones

¿Hasta dónde se puede llegar destapando los secretos del poder, sin que haya consecuencias? ¿Hasta qué punto algunos se arriesgan? Preguntas con algunas (posibles) respuestas en el mundo de lo real y de la ficción cinematográfica

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Julian Assange, a la salida de un tribunal británico en Londres, Reino Unido, el 13 de enero de 2020 (Foto de archivo: REUTERS/Simon Dawson)
Julian Assange, a la salida de un tribunal británico en Londres, Reino Unido, el 13 de enero de 2020 (Foto de archivo: REUTERS/Simon Dawson)

En español podría sonar gracioso. Quiero decir: personas tan importantes como para que la verdad no sea mantenida en la oscuridad por los poderes, son llamados “whistleblowers”. Es decir, traducido del inglés, “tocadores de pito”, “sopladores de silbato” y sucedáneos que bien podrían integrar algún punch line del guion de alguna comedia argentina picante de los años ochenta. Sin embargo, en el origen de la palabra está la clave. En la Inglaterra decimonónica se estableció una institución policial metropolitana (en Londres, no en otras ciudades ni en las colonias) que se caracterizaba por no portar armas, aunque sí tenían otra arma poderosa: los silbatos. Ante situaciones de peligro, hacían sonar sus característicos pitos para alertar a los ciudadanos de una posible amenaza, a la vez que convocaban al lugar a otros miembros de su cuerpo. Daban un alerta. Se los llamaba “whistleblowers”, término que dura hasta la actualidad, pero la palabra clave de su acción preventiva es “alerta”.

La guerra civil de los Estados Unidos cambió el sentido de la palabra, ya que no había policías ni silbatos de por medio, pero sí era central dar alerta. El ejército de la Unión (que representaba al norte industrial enfrentado al de la Confederación del sur agrícola y esclavista) premiaba tanto a militares como a civiles que denunciaran ilícitos en las áreas de provisión bélica o alimenticia para sustentar a esa fuerza armada. El asunto de la denuncia desde adentro a los malversadores era vital: se trataba de un ejército en guerra entre dos visiones del mundo. Los whistleblowers de aquel tiempo forjaron años de gran progreso histórico bajo el liderazgo de Abraham Lincoln.

Incluso la institución gubernamental estadounidense tiene un programa especial para acompañar y ayudar a los trabajadores que denuncien a sus propios patrones. Esta es una institución legal, estatal, histórica y que sobrevive a lo largo de los tiempos. El U.S. Department of Labor propia la práctica de los trabajadores y la web de esa especie de Ministerio de Trabajo nuestro muestra los derechos de los denunciantes.

Abraham Lincoln, en febrero de 1865, dos meses antes de sus asesinato (Alexander Gardner/National Portrait Gallery/Frederick Hill Meserve Collection/Smithsonian Institution vía REUTERS)
Abraham Lincoln, en febrero de 1865, dos meses antes de sus asesinato (Alexander Gardner/National Portrait Gallery/Frederick Hill Meserve Collection/Smithsonian Institution vía REUTERS)

Mutatis mutandi, el siglo XX produjo whistleblowers que denunciaron a sus propios ejércitos, en especial los de los Estados Unidos, convertidos ya en factor de saqueo, muerte e imperialismo. El cine ha dado cuenta de esto. El gran Steven Spielberg filmó The post inspirado en la filtración de los llamados “Papeles del Pentágono” por parte de Daniel Ellsberg, un analista de la organización RAND (grupo de expertos en asuntos de Defensa), que descubrió unos archivos que revelaban la injerencia de los Estados Unidos en Vietnam impulsados por diferentes presidentes (de ambos partidos, Demócrata y Republicano) y a espaldas no solo del público sino también del Congreso. Era un material caliente. Ellsberg, calladito la boca, fotocopió los papeles (ah, esa escena gloriosa con fotocopiadoras de los tardíos años sesenta –era 1969– que parecían, sobre todo, Objetos Voladores No Identificados) y los entregó a The New York Times, que los comenzó a publicar.

Meryl Streep, Steven Spielberg y Tom Hanks, durante la filmación de "The Post" (2017)
Meryl Streep, Steven Spielberg y Tom Hanks, durante la filmación de "The Post" (2017)

El gobierno de Richard Nixon denunció al diario y consiguió una orden para que detuviera la publicación de los peligrosos papeles (peligroso para el poder, que había fraguado una guerra en pro de la industria armamentista y contra la independencia del destino político anticolonial de Vietnam). El Times acató la orden. La película de Spielberg (un buenísimo film que deberían ver, si no vieron ya) narra el dilema de la dueña del Washington Post, su directora Katherine Graham, interpretada por la soberbia siempre Meryl Streep, que debe decidir entre publicar información obtenida por medios ilegales y sancionada por el Estado o permitir que se sepa la verdad (tal como quiere el mítico editor jefe del Post, Ben Bradlee, interpretado por Tom Hanks).

Como no es un spoiler ya que pertenece al ámbito de la historia contemporánea, el Post publicó con decisión valerosa Los Papeles del Pentágono, el whistleblower Ellsberg fue sometido a un juicio en el que se pedía más de un siglo de cárcel, pero zafó. Unos años después Nixon renunciaría luego de otra investigación del Post y por la información de un whistleblower conocido como “Garganta profunda”. Esta historia la pueden ver en la excepcional Todos los hombres del presidente, de Alan Pakula, con Robert Redford y Dustin Hoffman, jovencitos los dos.

Daniel Ellsberg en los 70, durante la sonada filtración de los llamados "Pentagon Papers"
Daniel Ellsberg en los 70, durante la sonada filtración de los llamados "Pentagon Papers"

Decíamos que Ellsberg no fue detenido, finalmente. No pasa así con todos. En 1986 el whistleblower israelí Mordechai Vanunu reveló al británico Sunday Times el programa nuclear clandestino de Israel, fue secuestrado en Italia, llevado a Israel, donde un tribunal lo sentenció a 18 años de cárcel (once en aislamiento) y al ser liberado en 2004 se le impuso la prohibición de hablar con extranjeros, participar de chats electrónicos de cualquier tipo y la extensión cada año de esa condena. Aún cumple esas condiciones de existencia.

La cárcel también sufrió la soldado Chelsea Manning, que en 2010 filtró al sitio Wikileaks una gigantesca información sobre operaciones de guerra en Afganistán que incluían videos de masacres de civiles que los Estados Unidos gustaban llamar “daños colaterales”. Una celda albergó a Manning en aislamiento solitario hasta que en 2017 el último día de su mandato el presidente Barack Obama la indultó.

Chelsea Manning en la corte de Alexandria, Virginia, en marzo de 2019 (Foto: REUTERS/Ford Fischer/News2Share)
Chelsea Manning en la corte de Alexandria, Virginia, en marzo de 2019 (Foto: REUTERS/Ford Fischer/News2Share)

Wikileaks había nacido como un espacio para difundir filtraciones, una posibilidad mayor en épocas virtuales en los que la información cabía en un dispositivo USB (hoy es mucho más fácil, todavía). Planteaba a la vez la posibilidad de un giro del periodismo que apuntaba a incentivar a los whistleblowers del mundo a mostrar aquello que el poder quiere ocultar. Es una definición clásica del objetivo primordial del periodismo. Una cita que se atribuye a varias personas, desde William Randolph Hearst a George Orwell (pero que en realidad tuvo una forma primigenia en la puma de L.E. Edwardson, del Chicago Herald) dice: “Una noticia es aquello que alguien no quiere que se publique. El resto son relaciones públicas”. Voilá.

El creador de Wikileaks no la pasa bien desde hace muchos años. En la actualidad se encuentra detenido en una cárcel de máxima seguridad en Londres. Los Estados Unidos piden con tenacidad su extradición por la publicación de los documentos de alta seguridad que mostraban cómo esa nación cometía asesinatos de civiles, paradójicamente. Si esto sucediera, podría ser sentenciado a 175 años de prisión. La apelación de Assange a su extradición ha sido aprobada, aunque los Estados Unidos apelaron e insisten en juzgarlo en la patria de Abraham Lincoln. Los primeros años de Assange y Wikileaks se muestran en El quinto poder, protagonizado por Benedict Cumberbatch

Sin embargo, quizás la filtración más importante de estos últimos tiempos sea aquella que reveló un sistema de vigilancia global, con centro en los Estados Unidos pero con acuerdos con distintas potencias europeas, para tener al conjunto de la población sometida a un control que ni George Orwell hubiera imaginado en 1984. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estadounidense había desarrollado un programa de vigilancia e intromisión en correos electrónicos, llamadas y todo tipo de comunicación electrónica. Todo esto y con la entrega de información por parte de las empresas: Microsoft, Google, Apple, Facebook, Yahoo!, entre otras. El conocimiento de este sistema solo pudo alcanzarse cuando el agente de la NSA Edward Snowden recopiló más de un millón de archivos paciente, pero sistemáticamente, para una vez conforme pedir días por enfermedad (Snowden era epiléptico) y viajar a Hong Kong y entregar la información secreta al periodista de The Guardian inglés Glenn Greenwald, quien se ocupó de que la verdad del panóptico sistema de vigilancia global se conociera. Quien quiera conocer detalles mediante la versión cinematográfica pueden ver el film de Oliver Stone Snowden, con Joseph Gordon Leavitt, siempre muy buen actor, en el papel del agente whistleblower.

Edward Snowden (AFP/ Bastien Inzaurralde)
Edward Snowden (AFP/ Bastien Inzaurralde)

Hay quienes dicen que Snowden sería un agente de inteligencia extranjero. Señalan que finalmente el asilo en Rusia no es casual. Sería entonces causa de que sea enjuiciado no solo por revelar secretos de Estado, sino de traición a la patria, que tiene condena penal. Surge entonces (en este caso, claro, primó la razón) si publicar o no algo que fue obtenido con métodos poco “legales” o “ilegales”, directamente, de acuerdo con la ley estatal. Pero el periodismo es esto: dar a conocer lo que el Estado y los poderes quieren ocultar.

Estos días algunos periodistas locales mostraron objeciones a dar a conocer ciertas informaciones, por el método de recolección de los datos (cuestión o método que ni siquiera se encuentran claro y que incluso podrían ser obra de un whistleblower). El debate pasa entonces en la probidad del periodista en lugar del cumplimiento de su tarea, que es averiguar la veracidad de lo exhibido para luego, en caso de que corresponda, publicarlo para que el público –la ciudadanía– sepa con elementos más claros.

En fin. La experiencia de los whistleblowers, su irregularidad frente a las leyes y la publicación o no de ese objeto del deseo periodístico que se hace llamar “verdad” tienen una larga historia y una enseñanza igual de longeva. Larga vida, entonces, a los sopladores de silbatos del mundo entero.

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