Se llama Marcos Hourmann, es argentino y fue el primer médico condenado por eutanasia en España. Nunca estuvo preso ni perdió su licencia, pero los años que siguieron al proceso fueron un martirio. El año pasado contó su historia a Gisele Sousa Dias en una de las notas que fueron récord de lecturas en Infobae. Persecución, escrache y una campaña sensacionalista en contra llevada adelante por el diario inglés The Sun: “Dr. Killer”, le decían, el doctor asesino.
No hay en su biografía una trama del héroe que cae y luego se levanta. No se piensa a sí mismo como una persona de certezas, pero sí de convicciones. Sabe que no todo se justifica con tal de mantener con vida a un paciente que sufre más allá de la dignidad. Con el fallo judicial que podía llevarlo diez años a la cárcel y la inhabilitación de la práctica médica, Hourmann debió declararse culpable. No sabemos si mientras firmaba el acta dijo “Eppur si muove”, pero su caso se convirtió en una insignia que llevó a la sanción de la ley de eutanasia en España.
Después de un programa de televisión en el que se abordaba el tema de la buena muerte, donde él fue entrevistado y pudo contar su historia, un realizador le propuso llevar su testimonio a escena. “Le dije que sí enseguida”, dice Hourmann ahora en diálogo con Infobae Cultura.
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El espectáculo, que se presenta por primera vez en Buenos Aires, se llama Celebraré mi muerte y Hourmann cuenta su historia —”real, verídica, sin una sola palabra de ficción”—. Pero con una vuelta de tuerca que enfrenta al público a cuestionarse aún más este conflicto moral: seis personas del auditorio elegidas al azar deben actuar como un juicio público y emitir su veredicto al promediar la obra. Hourmann se presenta en seis funciones en el Teatro El Picadero y en unos meses lo hará en Malta, como un paso previo para ajustar el desembarco en Londres.
—¿Cómo es la recepción del público?
—En España, la recepción es la como es la sociedad. El 85-90% de los veredictos que emite la gente cuando sube al escenario son a favor de la eutanasia. Puede que la gente que asiste al teatro esté predispuesta a favor, pero también hay otras posibilidades como “No soy quién para juzgarte”, “Culpable” y otros mensajes.
—¿Qué pasa con el público que no concuerda? ¿Qué pasa con quien te ve como alguien que...?
—Que mató a alguien. Aprendí que es maravilloso que sean libres de pensar lo que quieran. Tiene que ser así. Ojalá que haya gente que venga que no esté de acuerdo. No me molesta la discordancia, porque no soy fanático de nada. Yo me encuentro en una posición totalmente abierta, a dialogar y, sobre todo, como decimos en la obra, a no convencer a nadie. No quiero convencer a nadie.
No soy un activista de la eutanasia. Soy activista de la vida
—Pero vos estás convencido.
—Por supuesto, pero no soy un activista de la eutanasia. Soy activista de la vida. A mí se me puso una situación humana delante de mi cara, de mi alma, de mi forma de ver la medicina y actué. Eso pasó. La muerte es parte del trabajo médico. Aunque uno piense que no, la muerte es parte de nuestro trabajo. Si no la sabés enfrentar, tenés un problema. Yo me desnudo en la obra y cuento cosas personales que hacen comprender quién es el personaje que ha hecho esto, el que ha ayudado a alguien a morir.
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—¿Qué significa que no todo justifica seguir vivo?
—No todo justifica que alguien siga sufriendo después de cirugías, quimioterapia, radioterapia por algo incurable. Dentro del terreno médico, cuando pasa esto se llama “encarnecimiento terapéutico”. ¿Le has preguntado si quiere recibir todo eso para seguir vivo o viva? Generalmente no se pregunta. El hecho de saber más te hace sentir un poder por encima del otro. Yo te estoy diciendo que te vas a morir, pero, como sé más que tú, yo te diré cuándo. ¿Todos esos medios médicos se justifican para ver si se puede salvar a alguien que te está diciendo que no quiere seguir? Justifica tal vez a la ciencia, pero hay que preguntarle al paciente —si es consciente, si está con sus capacidades mentales— si quiere que no le hagan más nada. No todo se justifica. Mucho menos la muerte.
—¿Cuál es la relación entre la eutanasia y el pedido de no resucitación?
—Es interesante que hables de eso porque es una cuestión del médico. Generalmente, cuando se deniega el RCP es una decisión médica. No se le pregunta al paciente; en la gran mayoría de los casos porque el paciente no puede responder. No hay opción a la pregunta. En cambio, sí hay opción cuando tú estás perfectamente en estado mental y te vas a un notario y firmas un documento de voluntades anticipadas donde tú conscientemente declaras qué quieres hacer cuando estés muy enfermo. El DNR [por “do not resucitate”] es un procedimiento médico y el médico tiene la potestad de ejercer ese derecho para que no te resuciten. En cambio, la decisión de morir dignamente implica un proceso integral mucho más profundo.
El punto clave es que yo ya no decido tu vida. ¡Tu vida! Mucho menos tu muerte.
—¿Cómo es la relación con los tratamientos paliativos?
—Es una guerra sin sentido. Los cuidados paliativos funcionan para ciertas patologías terminales, con el paciente grave sintomático que está con vómitos por un cáncer de páncreas o que se ahoga por un COVID grave. Son medicinas necesarias para que estés menos sintomático. Lo que pasa que, después, ser paliado tal vez tiene menos sentido habiendo una persona que desee la eutanasia. Ahí se separan un poco, pero en principio son primos hermanos. Si los médicos paliativistas y quieren están con el derecho a elegir se llevan bien y respetan la voluntad del que está en la cama, son perfectamente compatibles.
—¿Interviene la cuestión económica? En la novela Cuál es tu tormento, que trata sobre una mujer que decide morir dignamente, Sigrid Nunez menciona la industria farmacéutica.
—Me han preguntado muchísimas veces si hay un rédito económico. Yo no lo veo. Aquí no está la oscuridad del dinero. No hay beneficios ni por la eutanasia ni por el que los paliativistas o los oncólogos prolonguen la vida para que se cobre más. Es muy rebuscado. No es el tema. Es más político más religioso. Es más cultural.
—La discusión, entonces, pasa por la decisión del paciente y no del médico.
—Por supuesto. El punto clave es que yo ya no decido tu vida. ¡Tu vida! Mucho menos tu muerte. El que decide eres tú. De eso se trata esto. Los que antes morían mal eran los que tenían un documento de voluntades anticipadas y no se los respetaba. Ahora ya en España no pasa.
—¿Cómo interviene la obra en el debate público?
—Yo creo que una de las mejores formas para que pueda entrar la obra es que una vez que termina hacemos un coloquio con el público. Las preguntas de la gente han sido increíblemente gratificantes para todos. Es impresionante lo que ha pasado ahí. Recuerdo que un productor me dijo que estaba harto del teatro social; me parece una falta de respeto. Tal vez me equivoque y no estoy diciendo que haya que hacerlo todo el tiempo, pero, si es necesario y no lo haces, nos perdemos muchas cosas. El teatro es una herramienta social maravillosa para cambiar el mundo.
Celebraré mi muerte se presenta en el Teatro El Picadero (Enrique Santos Discépolo 1857, CABA) el viernes 9 y el sábado 10 de diciembre a las 22, el domingo 11 a las 20:30, viernes 16 y sábado 17 a las 22, y el domingo 18 a las 20:30. Localidades desde $ 3.500.-
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