El trabajo de los artistas extranjeros en la Francia de posguerra protagoniza una exposición del Museo de Historia de la Inmigración, presentada este jueves, que celebra las contribuciones foráneas a la cultura francesa. Bajo el título de Paris et nulle part ailleurs (París y ningún otro lugar), la exposición reúne obras de 24 artistas extranjeros que vivieron y trabajaron en la capital francesa entre 1945 y 1972, entre ellos el pintor español Eduardo Arroyo.
“Durante los años posteriores a la guerra París tenía el deseo de abrirse. Estaba arruinada por la guerra y se creó una voluntad de apertura no solo a la inmigración clásica (la laboral), sino también a una inmigración cultural”, explica el comisario de la exposición, Jean-Paul Ameline. Si bien el centro artístico internacional se iba desplazando de París a Nueva York, la capital francesa aún mantenía en 1945 su reputación como “ciudad de encuentro”, valora Ameline, lo que llevó a artistas de todas partes del mundo a aterrizar aquí para “descubrir otro tipo de creaciones” diferentes a las de sus países de origen.
Entre 1945 y 1972 los extranjeros llegaron a suponer el 60 por ciento de los artistas en suelo francés, que mantenían una relación de fraternidad con los autores locales, cuenta Ameline. Con ellos llegó el artista figurativo Eduardo Arroyo, huyendo de la dictadura franquista. El pintor encuentra en 1958 “una comunidad española muy importante” formada por trabajadores, escritores, fotógrafos y artistas, y se convierte en “una personalidad central del antifranquismo”, por lo que sus cuadros no se mostraron en España hasta después de la muerte del dictador en 1975.
Son obras reivindicativas, con un gusto por el escándalo que muestran finalmente una nostalgia por el territorio nacional, entre las cuales el comisario destaca la pintura Robinson Crusoe, donde el español se representa como el famoso náufrago, solo en una pequeña isla y absorto en su trabajo.
La influencia hispana en el mundo del arte francés continúa con cientos de artistas latinoamericanos, que llegaban a París no huyendo de un régimen, como Arroyo, sino “con una idea más amplia: darse a conocer fuera, descubrir un arte que no se conocía en América Latina y profundizar no solo trabajando en París sino también discutiendo con sus compañeros provenientes de otros países europeos”, explica Ameline.
Tal era la presencia latina en la Francia de posguerra que algunos periódicos hablaban de que “los latinoamericanos han tomado París”, cuenta como anécdota el comisario. Varios de ellos, como los argentinos Antonio Seguí y Alicia Penalba, compartían la mirada melancólica de Arroyo, mientras que otros se adentraban en el surrealismo y la abstracción, intentando crear un lenguaje universal con sus obras.
Un cuarto de los 24 creadores expuestos en Paris et nulle part ailleurs son mujeres, algo que según explica Ameline no era tan común en la época. “Las mujeres se mostraban poco en las exposiciones, sobre todo en exposiciones monográficas, solo aparecían en las grupales”, explica, y lamenta que “les costaba darse a conocer como iguales a los hombres y se las consideraba principalmente como las esposas de los artistas masculinos, lo que las hizo jugar un rol minoritario en comparación con ellos”.
El comisario destaca sin embargo algunos casos excepcionales, como Maria Helena Vieira da Silva, una artista portuguesa que llega a Francia antes de la guerra pero huyó a Brasil durante el conflicto. Retornó tras la guerra a París, donde según Ameline fue “considerada verdaderamente por ella misma” y no por comparación con otros hombres, lo que le dio la oportunidad de exponer en otros países europeos y en Estados Unidos.
Fuente: EFE
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