No pensaba escribir sobre John Lennon. A estas alturas, ¿qué más se puede decir sobre Lennon? ¿Sobre todos los Lennon? El Lennon huérfano con tupé, campera de cuero y lentes a lo Buddy Holly caminando en un Liverpool derruido por los bombardeos alemanes, sin tener idea de qué hacer de su vida excepto por esa salvación para tantos y tantas que fue el rock and roll; el Lennon que arma los Quarrymen e invita a un jovencísimo McCartney a ser su partner; el Lennon peleador callejero al que le dejan mal herido a su mejor amigo, Stuart Stucliffe, en una pelea callejera mientras querían hacerse un nombre en las sórdidas calles de Hamburgo; el Lennon amigo intimo –¿y amante?– de Brian Epstein; el Lennon regordete de los días de Help!; el Lennon flaco de bigote y gafas psicodélicas; el Lennon melenudo y vanguardista casado con Yoko Ono; el Lennon perdido en un fin de semana eterno junto a sus amigos bebedores en Los Ángeles; el Lennon amo de casa en Nueva York; el Lennon activista político; el Lennon abandónico de hijos y esposas; el Lennon violento y golpeador; el Lennon pacifista e ícono político; el Lennon asesinado a balazos por un loco que se creía enviado por Holden Caufield en la entrada del Dakota neoyorquino. Hubo muchos Lennon, tantos Lennon como quiera el oyente o el biógrafo. Elijan su propio Lennon.
Cada uno de los cuatro afrontó la separación de los Beatles, es decir, el divorcio musical más grande del siglo XX, lo mejor que pudo. Ringo siguió de fiesta y fue el primer ex Beatle en tener un número 1, George Harrison estalló como un supernova en All thing must pass mientras se refugiaba en Krishna y en la espiritualidad oriental; Paul se retiró a la campiña escocesa para volver a las bases y grabar un par de discos bellísimos como solista y junto a Linda antes de armar Wings; Lennon fue el más mediático, el más conflictivo, y también, el que peor parece haberla pasado.
Su primer disco solista propiamente dicho es Plastic Ono Band, de 1970, el grito primal de un chico de provincia convertido en un millonario exitoso pero que siente que no tiene nada más que perder, ni tampoco que ganar. A día de hoy aún resulta desgarrador escucharlo, aunque se repetía a sí mismo que tenía que resistir –Hold on, John, John hold on– porque “everything is gonna be alright” –todo va a estar bien– también cantaba sobre lo aislado que se sentía, y anunciaba, de manera celebre en “God”, que no creía ni en los Beatles ni en Krishna ni en Bob Dylan, pero sí creía en Yoko y John, aunque “the dream is over” –el sueño terminó–. Por aquella época no quería saber nada de los Beatles, y decía que no veía sentido a una reunión, que era como “volver a la secundaria”.
“Instant Karma is gonna get you” –el karma te va a agarrar– parecía cantarse a sí mismo. Lennon siempre se cantó a sí mismo, incluso cuando le cantaba a otros. La relación con Yoko tampoco fue tan idílica todo el tiempo como quedó inmortalizada en tantos videos, fotos y canciones. Para pensar lo vertiginoso de la vida de alguien como John Lennon hay que ver qué estaba haciendo a cada edad. Con 22 tuvo a su primer hijo, Julian, y se casó con Cynthia Powell, su novia desde los 17; a los 26 comenzó una aventura paralela con Yoko Ono, hasta que un año después dejó a su esposa y formalizó con la artista japonesa; con 30 años ya había separado a la banda de rock más famosa de la historia de la música, y en el camino se había convertido en alguien “más famoso que Jesucristo”.
En 1973, a los 33, la edad de Cristo, se separó de Yoko y dejó Nueva York por Los Ángeles junto con su asistente y amante, May Pang. Allí se entregó a una borrachera perpetua junto a amigos ilustres e infames, como Harry Nilson, Phil Spector, Ringo Starr, Keith Moon, David Bowie y Stevie Wonder, y se reencontró con su nuevo viejo amigo, Paul McCartney. De esa época es la última grabación –un pirata de calidad dudosa– que unió a la dupla compositiva más importante que haya existido alguna vez junto con Nilson, Wonder y Linda.
“Whatever gets you thru the night” –lo que sea que te haga pasar la noche– llegó a ser un mantra para este Lennon sin rumbo inmerso en su Lost Weekend –fin de semana perdido– que duró entre septiembre del 73 y febrero del 75. También fue su primer y único número 1 post-Beatles. Compuesta junto con Elton John e incluida en el disco Walls and Bridges, de 1974, la canción también tiene una importancia particular para la historia del músico, ya que Elton le apostó que si llegaba al número 1, debía acompañarlo en un concierto. Efectivamente esto sucedió y fue la última vez que John Lennon pisó un escenario, en el Madison Square Garden, el 28 de noviembre de ese año. La última canción que cantó en vivo fue, curiosamente, “I saw her standing there”, firmada por Lennon-McCartney pero atribuida a este último.
Durante esa época incluso estuvo cerca de ir junto con su ex compañero de banda y Linda a New Orleans para grabar “Venus and Mars”, de Wings. Pero, nuevamente, Yoko se cruzó en el camino. En el mencionado concierto de Elton John, se reencontró con el amor de su vida y se reconciliaron, esta vez, para siempre. Cuentan que cuando Mick Jagger se enteró de esto dijo, lacónicamente: “Supongo que he perdido a un amigo”. Lennon entonces publicó el disco de versiones Rock and roll (1975), producido por Spector, para después encerrarse en el Dakota a cuidar de su hijo Sean, como no había hecho con Julian. No volvió a salir hasta su regreso en 1980, con Double Fantasy.
A pesar de que se sabía más famoso que Jesucristo, Lennon nunca pretendió ser un santo ni un ejemplo ni un líder social, ni nada de eso. Lennon no quería ser Martin Luther King Jr. ni Mahatma Ghandi, íconos, a su vez, con aristas complejas en sus vidas privadas. Cuando en 1963, se le acercaron al camerino del Star Club de Hamburgo las Livebirds, la primera banda de rock de Liverpool formada íntegramente por mujeres, Lennon les dijo con sorna “las mujeres no saben tocar guitarra” y que eso nunca podría funcionar. Durante la famosa entrevista con Jan Werner de la Rolling Stone en 1970 que se pareció bastante más a una sesión de terapia que a una nota a una superestrella del rock and roll, Lennon contó intimidades que ya en aquel momento lo dejaban bastante mal parado.
A lo largo del Lost Weekend hay muchas historias y anécdotas que lo muestran como una persona ácida, irascible y extremadamente difícil de tratar, sobre todo cuando estaba borracho, durante esos días, más del 90% del tiempo. En la película Imagine hay una escena en la que un fan visiblemente atribulado va a verlo a su casa y Lennon le dice que él no tiene por que ser referente de nadie, que no le interesa inspirar a nadie ni liderar nada, que el verdadero líder de uno mismo es, justamente, uno mismo.
John Winston Lennon nació durante uno de los tantos bombardeos de las tropas nazis sobre Liverpool, y murió asesinado en una ráfaga de disparos. Fue un ícono de la paz, la confraternidad y la no violencia, pero su vida se pareció bastante más a una guerra de trincheras que al bucólico mundo que pretendía en algunas de sus canciones. Nadie sabe qué hubiera sido de Lennon en estos tiempos de revisionismos arbitrarios sobre figuras del pasado. Quizás, hubiera pedido disculpas por algunas conductas cuestionables que él mismo admitió en su momento sin que nadie le preguntara. Probablemente estaría haciendo campaña por causas progres –¿o sería un abanderado de la causa antiglobalista?–, seguramente se hubiera reunido con los Beatles, quizás para el Live Aid de 1985, o durante el proyecto Anthology, de los 90. Nada de eso importa ni importó nunca.
Hoy es mucho más que un lugar común decir que “se terminó el siglo XX” cada vez que muere un personaje icónico o famoso de esa época. Sin embargo, no es aventurado decir que aquel 8 de diciembre de 1980, mientras Lennon se desplomaba herido de muerte sobre la entrada del Dakota, también lo hacia la década de los 60. El sueño había terminado hacía tiempo, pero ahora directamente se había convertido en una pesadilla, por si alguien aún todavía no se daba por enterado.
Seguir leyendo