Había una vez un hombre de melena rubia, amante del cuero y del lamé, apasionado por la ópera y el arte y con alma de educador de masas. Se llamaba Federico Klemm (1942-2002), había nacido en Checoslovaquia, un país que ya no existe como tal, y había llegado a la Argentina siendo muy pequeño. Fue rico y con su dinero hizo grandes apuestas por el arte, comprando obras para su colección y financiando muestras de otros artistas. Fue, él mismo, artista plástico, cantante de ópera aficionado y anfitrión de programas de TV como El banquete telémático, a través del cual muchas personas escucharon por primera vez hablar de arte con claridad y entusiasmo. Había en Klemm un espíritu libre y una verdadera vocación de hacerse entender al punto que aún quienes se burlaban -o tomaban su imagen y su discurso para consumo irónico- reconocían su talento para la divulgación.
Rodrigo Duarte nació en Uruguay, vivió en Buenos Aires y en la actualidad reside en Ciudad de México. Es periodista, fue editor de la sección Opinión en Infobae y también de la sección LGBT+ del mismo sitio, trabajó en La Política online y es un gran lector y crítico de cine y música.
Editorial Aguilar acaba de publicar su primer libro: Klemm, la extraordinaria vida del ícono pop argentino contada por amigos, amantes, artistas y adversarios. Se trata de una biografía coral de Klemm, un personaje excéntrico en sus maneras pero central para la vida social porteña y el arte de los 90. Fue artista visual, cantante de ópera amateur, mecenas, galerista y gran divulgador del arte en medios masivos y, para este retrato completísimo de su vida y su obra, Duarte trabajó intensamente durante un par de años -pandemia y distancia mediante- y entrevistó durante su investigación a más de 120 personas.
Entre los testimonios, es posible hallar la palabra de grandes celebridades y también de otras personas menos conocidas pero muy cercanas a Klemm. Uno de los puntos centrales que se observan en el trabajo de Rodrigo tiene que ver con un tema, si se quiere, más afectivo y relacionado con los vínculos. Millonario e influyente, Klemm siempre estuvo rodeado de gente. Algunos de quienes lo acompañaron en diferentes momentos de su vida lo quisieron genuinamente, otros no.
A veinte años de su muerte, ocurrida en Buenos Aires, lo novedoso es que hoy hay críticos, artistas y personas curiosas que comenzaron a valorar la obra y la vida de Klemm; una vida y una obra que, lejos de haber cursado caminos separados, transitaron entrelazadas al punto de que hoy podrían leerse como una esfera única.
Lo que sigue es la transcripción de la charla que mantuvimos con el biógrafo de Klemm vía zoom, semanas atrás.
— ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro, de dónde salió la idea?
— Empezó un poco como un proyecto pandémico. Me acuerdo de que en abril, mayo del 2020, inicios de la pandemia, estaba haciendo una lista de cosas sobre las que quería leer y una de ellas era un libro sobre Federico porque pensaba que tal vez se había publicado algo y yo no me había enterado: siempre fue un personaje que me pareció muy interesante. Y me puse a investigar y vi que no había salido nada sobre él. Ha habido algún libro que sacó la Fundación Klemm cuando fueron los 10 años de su muerte pero es más bien como un coffee table book sobre sus obras, pero nada biográfico. Entonces, cuando descubrí que no había nada dije: bueno, esto puede ser un buen proyecto para hacer mientras estamos encerrados y y en ese momento, además, uno no sabía cuánto podía durar. Así que empezó como proyecto pandémico y el trabajo del libro duró como dos años.
— Decís que querías leer algo sobre él. ¿por qué te interesaba? ¿Y qué cambió después de pasarte estos años trabajando sobre su vida y su obra?
— Bueno, como todo el mundo, lo conocía. Cuando era chico en los 90 veía a Federico, que entonces era una figura bastante prominente. Obviamente yo no lo conocía en su aspecto de galerista ni artista sino más bien como el personaje mediático, ¿no? Él estaba mucho en los programas de archivo, de bloopers, en donde tomaban cosas de su programa de televisión, El banquete telemático, y era una presencia en los programas de Tinelli o Mirtha Legrand, etcétera. Entonces lo conocía de chico como una persona graciosa, estrambótica. Y, después, me acuerdo de haber leído a principio de los 2000 casi consecutivamente dos libros sobre historia gay argentina y Federico aparecía ahí como personaje y se contaban cosas muy pequeñas, como al pasar, pero se lo mencionaba. Y no podía creer que era la misma persona que yo conocía de la televisión y a quien veía como alguien gracioso yen esos libros lo colocaban en una narrativa completamente distinta.
— ¿De qué libros hablamos, del de Osvaldo Bazán por ejemplo?
— El libro de Bazán es uno, Historia de la homosexualidad en la Argentina. Y, después, Baños, fiestas y exilios, el libro sobre los gays en la dictadura argentina, de Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli. Y ahí aparecía Federico. En un momento mencionaban al pasar su relación con Robledo Puch, con el ángel negro. Me pareció increíble. Y después, en otro, hablaban sobre el cruising (N. de la R.: prácticas sexuales en lugares públicos) en el Teatro Colón. Y hablaban de alguien, no lo identificaban como Klemm, pero era obvio por sus señas particulares que era él. Y me pareció increíble que fuera el mismo personaje que yo tenía de la televisión. Entonces, ahí fue creciendo mi curiosidad por una historia que era mucho más interesante de lo que pensaba. Y me acuerdo de que cuando se cumplieron 10 años de su muerte hice una nota para Infobae sobre él y estuve investigando un poco más y ahí me quedó la semilla del libro.
Y la otra pregunta que me hacías de qué fue lo que cambió al escribir sobre él, bueno, confirmé esa suposición de que en la vida de Federico había muchas cosas interesantes porque al iniciar la investigación hice un puñado de entrevistas y ya ahí me dije “Ok, acá hay muchas cosas. Va a ser mi trabajo descubrirlas, desarrollarlas y demás, pero hay muchísimo para contar”.
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— ¿Y cómo surge la idea de convertirlo en un libro coral extremo? Porque, salvo el prólogo, el resto es un libro en el que hay voces que hablan sobre él.
— Bueno, el de las historias orales es un género que a mí me gusta mucho. Es un género que en Estados Unidos y en otros países ha sido en los 60, en los 70 muy popular y que en Argentina costó un poco que aparecieran libros de ese estilo. En los últimos años eso está cambiando. Como el libro de Matías Bauso que es la historia oral del Mundial 78. Hay también una historia de Peralta Ramos. O lo que hizo María Gainza sobre un artista, Sergio Avello, un poco más joven que Klemm pero que recorrió los mismos lugares y conocía a la misma gente. (N. de la R.: ese texto de Gainza puede leerse en su libro Una vida crítica).
— El libro sobre Fogwill, de Patricio Zunini, también es una biografía coral.
— Ah, mirá, ok. No lo leí. Es un género que me gusta leer, me parece muy entretenido y me gusta mucho el trabajo sobre la oralidad, además. Hay un libro que a mí me gusta mucho que es la historia oral de Truman Capote. Y, de hecho, la bajada de mi libro es un poco un homenaje a ese libro. Y yo no digo que Truman Capote y Federico Klemm hayan sido figuras similares, pero tienen algunas similitudes como que fueron testigos y conocieron a un montón de gente interesante y me interesaba no solo acceder a esa historia y darla a conocer sino también entrevistar a esas personas. Me parecía que lo rico eran esos testimonios. Pero además, Klemm era parte del folclore oral, me pareció que merecía ser narrado así.
— Te escucho y pienso -ahora que hablás de Capote- en algo que pensaba preguntarte, y tiene que ver con estas personalidades influyentes que surgen cada tanto y con quienes a veces se hace muy difícil distinguir entre quienes están cerca de estas personas cuántos de ellos los usan y cuántos los quieren y valoran. Hay algo de eso en tu libro: el vínculo de las personas con él, con su dinero y con el poder que tenía, porque además de singular era una persona poderosa en términos económicos y simbólicos. Qué difícil debe haber sido distinguir quién realmente lo quería o quién lo usaba.
— Sí, totalmente. Federico tuvo una relación en muchos casos parasitaria con muchas personas porque él venía de una familia que tenía mucho dinero. Y aunque era alguien que vivía de una manera bastante modesta, tenía una gran casa en Recoleta y hacía fiestas todos los sábados cuando era joven y hacía performance y demás. Y después heredó una gran suma de dinero, que es cuando comienza la historia del Federico que todo el mundo conoce, en la década del 90. Son nada más 10 años, eh, de sus 50 a sus 60, que es cuando muere. Y que, además, es una década atravesada por lo que era el menemismo cultural, si querés. Porque él no tiene nada que ver con el menemismo político…
— Claro, pero se lo asocia.
— Pero se lo asocia en parte injustamente porque la verdad es que él no tenía grandes vínculos ni intereses con la política ni nada. Se lo asociaba con esa cosa exhibicionista de los 90, pero en realidad él siempre había vivido bien y, si en los 90 hubiese gobernado un gobierno de izquierda, él hubiese sido de la misma manera porque era alguien que tenía dinero y que de todas maneras no era de esas personas que iban a Punta del Este o que salían en la revista Caras mostrando su casa. Era una persona súper íntima.
— Sí, pero bastante más excéntrico. Diferente, ¿no?
— Sí. Y eso fue algo más que siempre condicionó -y mucho- su relación con el mundo del arte, que es uno de los ejes del libro. Porque si bien él era un mecenas muy importante, tuvo la galería, la Fundación y era un gran divulgador con su programa de televisión y ayudaba a un montón de personas, la gente pensaba que él un poco había comprado ese acceso y que él quería ser un artista pero a la vez estaba en los dos lados del mostrador porque era artista y, a la vez, era un player en el mundo del arte. Entonces había como cierta reticencia a tomárselo en serio. Más allá de que también había otros elementos como la homofobia o como ese aspecto muy mediático que tenía, entonces había cierta desconfianza. Como que no era un artista de verdad. Y también había cosas que uno puede pensar, bueno, son cuestionamientos si querés más serios o más lógicos, como que Federico no era por ejemplo un gran pintor sino que en la mayor parte de su obra él sacaba fotografías y después otras personas hacían todo el acabado, ¿no? Entre ellas, Mildred Burton, por ejemplo, que era su amiga.
— Con quien tuvo un vínculo muy tormentoso que en tu libro aparece muy reflejado.
— Sí. Sí.
— Ahora, justo estás diciendo esto en relación a él como artista y uno de los puntos centrales de tu libro es cómo el tiempo pone las cosas de alguna manera en su lugar o las ubica en su justa medida. Lo dicen algunos críticos, lo dicen algunas personas con quienes hablaste, hay unas citas en tu libro que, de algún modo, acompañan eso. Aparece el aria del torero de Carmen, favorita de Federico, diciendo “Ahora es tu turno”. Como si las nuevas generaciones lo leyeran de otro modo. ¿Federico fue un artista o hizo arte con su vida?
— Bueno, es una de las cosas que se ponen en debate en el libro, ¿no? Porque Federico era, de hecho, un artista en el sentido más convencional. Era alguien que hacía obra. Pero también era alguien que vivía su vida de una manera artística. Él desde joven siempre fue un dandy y siempre se interesó por vivir de una manera muy performática. Era alguien muy llamativo y que usaba ropas de colores importadas. Bueno, de hecho también participó en las performances del Di Tella o de su amiga Marta Minujín. Y, en los 90, empieza con su obra clásica, muy poco antes de que abriera su galería. Y se da un poco a la par cuando empieza todo este boom de artistas que son más jóvenes pero que se nuclean alrededor de la Galería del Rojas y que tienen algunas cosas en común con Federico, por ejemplo, que hacen de la homosexualidad o de su deseo o de lo que se llama micropolítica su obra, pero que a la vez sufrían críticas porque los críticos de esa época decían que eran obras frívolas. Que eran obras análogas a la frivolidad que se veía en la sociedad en los 90. Que eran obras que no eran agitprop, no hacían grandes declaraciones de denuncia. Pero lo que pasó en los 90 es que todos esos artistas empezaron a ser aclamados y Federico no. Durante su vida nunca lo fue. Pese a que si vos leés por ejemplo las reseñas que salían en Clarín, en Ámbito Financiero, en La Nación, etcétera, nunca eran muy negativas y los propias críticos de la época reconocen que no podían ser demasiado duros porque Federico era un tipo muy importante. Entonces, ahí, si querés, se ve un poco como el conflicto de interés. Pero los artistas no se lo tomaban en serio. Rodrigo Cañete, por ejemplo, dice en el libro que Federico tiene que ser tenido en cuenta como uno de los artistas del VIH en la Argentina. Como muchos de los artistas, Centurión, Kuropatwa, son tenidos en cuenta, Federico también debería serlo. Y él dice que toda esa carnalidad que aparece, esa cosa voluptuosa de los cuerpos que aparece en sus obras, tiene que ser leída en clave de aquel momento en donde los cuerpos se veían frágiles y él decidía ponerlos en primer plano con todo su esplendor como una manera de responder a ese momento. Y son lecturas más interesantes y, también, si ves los críticos que firmaban en esa época eran mayoritariamente hombres mayores, heterosexuales, que no veían en ese tipo de arte…
— No era obra para esos ojos.
— No, claro, no eran obras serias, digamos.
— Mencionabas recién el VIH y la homosexualidad en relación a Klemm. Un ícono queer sin militancia expresa en términos retóricos, ¿no?
— Sí. Federico desde que era adolescente fue alguien que nunca ocultó su homosexualidad, aunque lo hiciera de una manera si querés más codificada. Pero nunca ocultó que era obviamente homosexual. Digamos, en su círculo más cercano, él siempre vivió con total naturalidad eso. En un momento, además, en los 60, 70, donde había políticas muy represivas del Estado y Federico, de hecho, fue una víctima.
— Quería preguntarte por la leyenda que hay en relación al tema de su pelo y sus pelucas: se dice que una de las veces que fue detenido fue torturado.
— Sí, él sufrió muchísimas veces violencia por parte del Estado, de la Policía. Esa vez en particular lo detuvieron en la vía pública y le arrancaron el cuero cabelludo y se le infectó y por eso después siempre tuvo problemas con su pelo. Entonces, una de las cosas que me parecen más admirables de Federico es ese carácter de sobreviviente. Porque él era alguien ostensiblemente homosexual, que no lo ocultaba ni se inventaba que tenía novias, ni dejaba de salir por eso o se ponía trajes. No, él se vestía de la manera más prohibida y como se le daba la gana. Y eso fue algo que nunca cambió en su vida. Es cierto que cuando se hace famoso en los 90, si le preguntaban directamente si era homosexual él decía “yo no soy nada”. Y hay gente que lo toma como que, bueno, todavía estaba esa homofobia internalizada. También eran otros momentos, en los cuales salir del clóset no era algo tan fácil. Y había otras personas que lo tomaban hasta como un gesto dadaísta por parte de Federico, que era bastante fanático de ese tipo de delirios. Él iba a los programas de televisión, yo me acuerdo él fue a un programa tipo Utilísima, no era Utilísima pero ese tipo de -entre comillas- programa para mujeres.
— Para las mujeres de la época, sí.
— Para las mujeres de la época. Y él va todo vestido de cuero y le preguntan por qué y él dice que es el homenaje suyo al sadomasoquismo. Y hacer eso requiere de cierta audacia y de cierto sentido del humor también.
— Totalmente. En el libro aparece mucho sobre el vínculo con la madre, que fue muy intenso. Y la relación con su padre fue muy pesada. Fue un legado muy pesado más allá del dinero heredado porque la trajo también algunos problemas tener que dar cuenta del pasado de su padre. Contame un poco sobre eso.
— Si, él tuvo una relación muy tirante con el padre. Su padre era alguien que que había traído a la familia a la Argentina desde lo que era Checoslovaquia; ellos se mudan cuando Federico tiene 6 años. Su padre era un industrial, el abuelo de Federico también lo era. Y era alguien que había sido acusado de colaboracionista con los nazis. Entonces, cuando viene acá estaba toda esa leyenda de que el dinero de los Klemm venía de ese lado.
— Claro.
— Pero también había muchas exageraciones y muchas leyendas, ¿no? Se hablaba de ellos como si hubiesen sido gente que en realidad hubiese estado trabajando codo a codo con Hitler o que tenían oro oculto. Y, en realidad, era más bien que eran industriales que habían estado, vivían ahí y, como la mayoría de las personas, simplemente siguieron su vida trabajando ahí. Como él sí tenía industrias pesadas, había muchas suposiciones sobre cuál fue la asociación o la ayuda les pudo dar a los nazis. Y Federico tenía una relación bastante, no sé si vergonzosa, pero cuando le preguntaban sobre el padre, no le gustaba hablar sobre eso. Además, porque no tenían una buena relación.
— Su padre no estaba muy contento con él, digámoslo así.
— No, su padre odiaba que su hijo fuese homosexual. Odiaba sus inclinaciones artísticas. De hecho, recién a su muerte Federico puede levantar la cabeza y ser alguien en el mundo del arte en parte porque tampoco quería hacer enojar a la familia entonces todo lo hacía un poco underground. Y, de hecho, el padre cuando tiene un hijo con una amante le pone de nombre Federico.
— Sí, es increíble.
— Y el padre en un momento le dice que le puso Federico al recién nacido y le dice: “Y éste no me va a salir puto”.
— Tremendo. Tremendo.
— Y Federico tuvo que vivir con eso. Con saber que su padre no digo que lo odiaba, pero sí que odiaba una parte importante de lo que era él.
— ¿Y con su madre?
— Bueno, con la madre tenía una relación muy simbiótica. Desde que Federico era chico ella quería que su hijo fuese alguien ilustrado, que se educara y supiese sobre música, como pasaba un poco en las familias burguesas de esa época, ¿no? Que tomara clases con pintores. Y él tomó clases de actuación. La madre siempre fue mucho más permisiva y Federico la quiso mucho y, de hecho, una de las razones por la cual se resiente muchísimo es porque, cuando muere la madre, en un punto Federico se deprime mucho. Y no es que no tuviera una razón para vivir -Federico ya estaba enfermo-, pero eso anímicamente le hace muy mal. La madre iba todos los días a su Fundación, él la llevaba al Teatro Colón, a las muestras. Era súper cercano. Pero también era alguien que -me cuenta la gente y aparece en el libro- también ella se le acercaba a las amigas de Federico, que en muchos casos son artistas reconocidas, y les pedía si no se podían casar con Federico.
— Cierto.
— Pero, a la vez, también hay otras personas que iban a las fiestas de Federico, porque fue un gran anfitrión, y antes de ser famoso por la televisión en los 90 y por su trabajo artístico era famoso en la alta sociedad y el mundo artístico.
— La socialité, claro.
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— Hacia grandes fiestas en su casa. Y ahí, por ejemplo, los amigos gays de Federico cuentan cómo Rosita se acercaba a ellos y les decía: “¿no tiene algún amigo puto para que Federico se pueda desquitar?” O sea que tampoco era ajena y tampoco lo censuraba tanto. Lo tomaba a su manera, también.
— Algo que pasaba con esas reuniones, según se lee en tu libro, tiene que ver con que Klemm cerraban la puerta con llave para que nadie se fuera antes de si show, ¿no?
— Sí. Y algo que Federico después sigue haciendo cuando ya era famoso, es decir, cuando sus cumpleaños empezaron a ser mucho más fastuosos en hoteles o en su propia Fundación, es que había un momento de la noche en el que se ponía a cantar. Él era fanático de la ópera y todos coinciden que lo hacía bastante bien, no para un nivel profesional pero sí para entretener. Incluso cuando ya era grande lo hacía bastante bien. La cuestión es que era un público cautivo. De hecho, alguien en el libro lo compara con El ángel exterminador, esa película de Buñuel en la que la gente descubre que está encerrada y no puede salir. Bueno, Federico cerraba las puertas, se escondían las llaves y nadie se podía ir hasta que el recital terminase. Y él podía estar durante muchas horas porque, en realidad, las fiestas eran excusas para que él pudiera tener una audiencia. Entonces, hasta que él no estuviese satisfecho nadie se podía ir. Pero todos coinciden con que, en realidad, como eran fiestas tan agradables, que especialmente eran fiestas a las que ahora llamaríamos lugares seguros porque, durante la represión de distintos regímenes en la Argentina en los 60 y 70, cuando solamente estar en la calle podía ser peligroso, sus fiestas eran lugares donde se reunían personas homosexuales también. La casa de Federico era un lugar seguro porque te podías juntar ahí y nadie te iba a tocar. Entonces, la gente un poco sufría porque no se podía ir pero a la vez disfrutaba porque estaba ahí con amigos, había siempre muchísimo alcohol, era un buen anfitrión. Entonces era algo un poco absurdo pero que, a la vez, todos disfrutaban. Y la gente lo recuerda -a la distancia, ¿no?- como algo muy divertido.
— Sos un gran lector y un periodista muy atento a los textos. ¿Qué podrías decir que va a encontrar el lector en tu libro?
— Bueno, de cierta manera van a encontrar la historia de Federico, que es también una historia de muchas de las cosas que a mí me resultan interesantes. Por ejemplo, la evolución de la vida gay porteña en la segunda mitad del siglo XX. De las vanguardias argentinas. Del arte en los 90. De los medios en los 90. Y yo creo que, en paralelo a la historia de Federico, también vas descubriendo muchas cosas interesantes sobre esa época y esos temas. Y también descubrís la vida de alguien que, pese a que la televisión y la sociedad muy héteronormadas se burlaron de él y lo pusieron en un lugar como un personaje un poco excéntrico, si dejás de lado eso encontrás la vida de alguien que fue un pionero en muchas cosas. Fue un sobreviviente de la discriminación de Estado, de la burla hacia los homosexuales, de la discriminación familiar, y es alguien que, pese a todos esos obstáculos, quiso hacer cosas. Quiso vivir como quería, incluso pagando un precio muy alto. Quiso hacer cosas interesantes con respecto al arte. Y quiso vivir con libertad hasta las últimas consecuencias en momentos donde eso era muy difícil y muy duro. Entonces, creo que también por eso el libro tiene una mirada positiva sobre Federico, aunque también aparecen aspectos…
— Contradictorios, como los que tienen todas las personas.
— Claro, como tiene todo el mundo. Pero fue alguien que vivió con mucha libertad y con mucha creatividad y mucha audacia. Y es un libro también muy humorístico y que si te interesa la vida gay, si te interesa el mundo del arte, hay muchas cosas interesantes para descubrir.
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