“En un beso sabrás todo lo que he callado”, escribió el poeta chileno Pablo Neruda y con ese simple verso logró sintetizar aquel contacto milenario entre dos bocas, el choque de dos mundos que se rinden ante el fuego delirante del amor. Afecto, saludo, cariño, erotismo, sexualidad, pero ¿qué es todo eso que callan los amantes y no encuentran mejor forma de decirlo que con un beso? La pintura lo ha inmortalizado en infinitas ocasiones.
Una de las obras que mejor reflejan este universo indescifrable y lleno de subjetividad es El beso de Gustav Klimt. Este óleo con laminillas de oro y estaño sobre lienzo de 180 x 180 centímetros, realizado entre 1907 y 1908 es un emblema en la historia del arte. Se expone en la Österreichische Galerie Belvedere de Viena. A diferencia del resto de sus cuadros, que causaban escándalo por “pornográficos”, El beso fue recibido con entusiasmo.
El periodista Juan Gabriel Batalla sostiene que el cuadro simbolista, “influenciado por el ukiyo-e”, “muestra el momento íntimo de una pareja, que parecen flotar ajenos a lo que sucede; ella, con los ojos cerrados niega la presencia del público y se encuentra casi al borde de un precipicio, mientras que la cabeza de él se encuentra cerca de la parte superior, rompiendo con las tradiciones, también absorto de su entorno”.
Otro clásico, aunque menos popular, es un cuadro realizado cincuenta años, en 1859: El beso: episodio de la juventud, más conocido como El beso, es un óleo sobre lienzo del pintor italiano Francesco Hayez. Hoy se conserva en la Pinacoteca de Brera, en la ciudad italiana de Milán. ¿Qué vemos en esta obra? Es una escena ambientada en un contexto medieval con dos protagonistas: dos jóvenes enamorados que se besan.
Hay una enorme carga emotiva pero también una ejecución impecable: la escenografía es refinada. Además, el lienzo tiene un valor simbólico: está lleno de matices risorgirmentales que simbolizan el amor patrio y la lucha contra el extranjero. Considerado un manifiesto del arte romántico italiano, el cuadro de Hayez fue un encargo del conde Alfonso María Visconti de Saliceto. Luego hizo varias copias.
Según la crítica Emilia Bolaño, se trata de “un beso seguramente de despedida de estos dos amantes, pues el señor está a punto de marcharse, a juzgar por su vestimenta. No parece que les vaya bien a la pareja. Quizás sea un amor imposible. Además una criada está vigilando, por lo que es probable que sea también un amor secreto. Todo esto nos remite lógicamente a Romeo y Julieta. Y es que el amor demasiado intenso acaba mal, como sabemos algunas”.
No todo es pintura. La fotografía ha logrado momentos inolvidables. Como Robert Doisneau, el fotógrafo desplegó su ojo poético por las calles de París como pocos, dotando a la Ciudad de la Luz de un misticismo aún mayor. Corrían los años cincuenta cuando Doisneau buscaba material para cumplir con un encargo de la revista estadounidense Life, interesada en los enamorados de París, cuando sacó su gran foto.
Fueron más de cien las que capturó en ese momento, pero hubo una que sobresalió sobre todas y que hoy es una de las imágenes más icónicas, la de los enamorados frente al ayuntamiento de París, conocida como Le baiser de l’Hôtel de Ville o El beso del ayuntamiento. La pareja estaba formada por los estudiantes de arte dramático Françoise Bornet y Jacques Carteaud, de los Cursos Simon.
Si bien la foto es de 1950, su pico de popularidad fue en la década del ochenta cuando fue reproducida en un cartel por una editorial parisina. Luego, en 1992 batió récords de ventas: 400.000 copias. En 2005, uno de los originales de la foto, que estaba en propiedad de Francoise Bornet, se subastó 184.960 euros. La multifacética carrera de Doisneau lo llevó a incursionar en el mundo del cine. Sin dudas, hay algo cinematográfico en ese beso.
Otra foto. Se titula V-J Day in Times Square. También se la conoce como El beso. La escena se compone de un marinero estadounidense besando a una joven mujer vestida de blanco durante las celebraciones del Día de la Victoria sobre Japón en Times Square el 14 de agosto de 1945. El autor se llama Alfred Eisenstaedt, nació en Dirschau, Prusia Occidental —actualmente Tczew, Polonia—, en 1898, y murió en Nueva York en 1995.
“Estaba caminando entre la multitud en el Día V-J, buscando fotos”, contó entonces Eisenstaedt. “Noté que un marinero venía en mi camino. Estaba agarrando a todas las mujeres que podía encontrar y besándolas a todas, niñas y ancianas por igual. Entonces noté a la enfermera, de pie en esa enorme multitud. Me concentré en ella, y tal como esperaba, el marinero se acercó, agarró a la enfermera y se inclinó para besarla”.
La fotografía fue originalmente publicada una semana después en la revista Life. Los protagonistas no fueron registrados en ese momento, con lo cual se volvieron personas incógnitas. Años después, muchas personas reclamaron ser los que se daban ese beso icónico. Finalmente, se supo: la mujer es Edith Shain, quien falleció en 2010 a los 91 años, el hombre es Glenn Edward McDuffie, muerto en 2014 a los 86.
Los besos siempre se vuelven icónicos. Basta con pensar en películas. Es el punto alto del clímax. El final de feliz después de tantas aventuras y tanto sufrimiento. Algo de eso tiene Beso II de Roy Lichtenstein. Es una pintura en apariencia simple, con líneas firmes y colores sin tonalidades. Es un homenaje al cómic. Conocida también como El beso, a secas, fue vendida en 1990 en una casa de subastas al propietario de una galería japonesa por seis millones de dólares.
La obra de Lichtenstein tiene un estilo muy particular, muy identificable. Beso II parece meterse entre varias más formando, justamente, un cómic, una historieta. En Mujer llorando está la misma mujer, sola, entre lágrimas. En Beso V, esa mujer se abraza con los ojos mojadas con su amado. Beso II parece ser el final feliz después de tantas aventuras y tanto sufrimiento, sin embargo el pintor estadounidense de arte pop la realizó antes.
Hace apenas tres meses falleció Dmitri Vrúbel, artista plástico ruso nacido en Moscú en 1960 que pintó centenares de obras en las calles. La más famosa fue el grafiti que pintó sobre el muro de Berlín poco después de la caída, en la primavera de 1991, y que se convirtió desde entonces en una de las principales atracciones turísticas de la capital alemana y un símbolo político. Fue justamente un beso: el beso entre Honecker y Brézhnev.
Situada en el tramo del muro conocido como “East Side Gallery”, en el antiguo este, la pintura muestra un apasionado beso entre el líder soviético Leonid Brézhnev y el presidente de la República Democrática Alemana (RDA) Erich Honecker, con un rótulo que dice en alemán y en ruso “Dios mío, ayúdame a sobrevivir este amor mortal”. El mural fue eliminado en 2009 como parte de la restauración del muro.
Sigamos con una escultura. Se llama El beso y es de Auguste Rodin. Para abordarlo, lo mejor es contar la historia que hay detrás. Entre los grandes romances que se contaban en la Edad Media y se siguen contando hoy, está la de Paolo Malatesta y Francesca da Rimini. Ella era hija de Guido da Polenta, príncipe de Ravena y se casó con Gianciotto Malatesta por razones políticas pero nunca estuvo enamorada.
Un día Francesca conoció a su cuñado, el hermano de Gianciotto, Paolo, y su corazón comenzó a latir con fuerza. Comenzaron hablando regularmente y mirándose con algo más que mera atracción hasta que asumieron lo que sentían y se volvieron amantes. Su amor fue intenso, pero duró poco. Tal vez Gianciotto sospechaba, pero no lo podía creer. Entonces los vio. Paolo y Francesca estaban desnudos. Los mató a los dos. El asesinato ocurrió entre 1283 y 1286.
Auguste Rodin se inspiró en esta histórica escena para construir su escultura de 1881. Lleva por título El beso y hoy permanece en el Museo Rodin en París. Rodin era un gran lector y quedó maravillado con La Divina Comedia, el poema de Dante Alighieri de principios del siglo XIV. En el infierno dantesco Paolo y Francesca están en el círculo de los lujuriosos. Pese al sufrimiento, aún continúan amándose con intensidad.
Uno de los primeros besos entre mujeres, con este nivel de erotismo, lo pintó Henri de Toulouse-Lautrec en 1892: En la cama: el beso es un óleo sobre lienzo neoimpresionista de 70 centímetros de ancho y 54 de alto que se encuentra en una colección privada en París. Forma parte de un conjunto de cuatro obras junto con otros 16 retratos de prostitutas que le encarga al pintor francés el dueño del prostíbulo a rue d´Ambroise.
Es una pintura pensada para decorar el salón principal del prostíbulo. Por eso buscó una escena de índole lésbica y erótica pero con connotaciones tiernas. Las representaciones de Lautrec se caracterizan por ser frías, sin embargo acá hay un quiebre. Como si estuviera conmovido. Se trata de un artista que, en palabras de la crítica Laura Isola, hizo de la vida nocturna y los cabarets su teatro de operaciones. Este es un claro ejemplo.
Un beso apasionado. Dos cuerpos que se unen, se amontonan para sentirse, aún no pudiendo hacerlo. Extraños o conocidos, no importa, la pareja que conforma Los amantes, de René Magritte, una pintura surrealista realizada en París en 1928. En tiempos de coronavirus, con cierto paralelismo al mundo con barbijos, la obra tuvo un regreso. Pero no se hizo pensando en pandemias, siquiera se conoce bien qué inspiró al artista a llevarla a cabo.
Existen varias teorías sobre la motivación de Los amantes, que se encuentra en el MoMA de Nueva York. La principal es la del el suicidio de su madre, cuando él era un adolescente. Otros críticos teorizan que el germen de esta obra —como de las otras 3 que conforman la misma serie— son una metáfora sobre el amor imposible, sobre el deseo que nunca se realiza o sobre un pasado que nos deja grabado lo esencial, pero nos quita los detalles.
¿Qué decía el artista al respecto? Bueno, no estaba muy feliz con esas interpretaciones. En el catálogo de la muestra Le sense propre (París, 1964) escribió: “Es preciso ignorar lo que pinto para asociarlo a un simbolismo pueril o sabio. Por otra parte, lo que yo pinto no implica una supremacía de lo invisible sobre lo visible. Me parece deseable evitar en lo posible la confusión en este sentido: se trata de objetos y no de símbolos”.
El último beso de esta larga lista es el más ¿mágico? de todos. Se trata de El cumpleaños de Marc Chagall, artista nacido como Mark Zajárovich Shagálov en 1887 en Vítebsk en lo que entonces era el Imperio ruso y fallecido en 1985, a los 97 años, en la localidad francesa de Saint-Paul de Vence. En la actualidad, la obra se encuentra en el MoMA, el Museo de Arte Moderno de Nueva York. El escritor Henry Miller lo llamó “un poeta con alas de pintor”.
Para Chagall el amor podía dar alas y él las encontró temprano, cuando conoció a Bella Rosenfeld, escritora, quien sería su primera esposa y con quien tuvo una relación muy documentada en sus pinturas. “Abría la ventana y junto con Bella entraba en mi cuadro azul de cielo, amor y flores. Vestida toda de blanco o de negro aparece desde hace ya tiempo en mis cuadros, como guía de mi arte”, escribió en su libro Mi vida.
Se conocieron en 1909 y solo los separó la muerte. Tuvo que pelear para que la familia de su joven amada —cuyo padre era un acaudalado joyero— le permitiera estar con él, por entonces un “mal partido”. De hecho, se fue a París y recién cuando consiguió vender algo de sus pinturas volvió a su pueblo natal para casarse y llevarla con él a Francia. El cuadro lo pintó en 1915. Son ellos dos, ahí los vemos, flotando de amor. Al año siguiente, fruto de ese amor, nació su hija.
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