Una serie de encuentros afortunados. Así se podría denominar a los episodios encadenados por el destino que condujeron a que Vicente Zito Lema -un joven abogado de 24 años pero que no ejercía la abogacía y prefería ganarse el sustento con el periodismo y buscar la voz humana escribiendo poemas- a una primera coincidencia que daría lugar a la búsqueda de Jacobo Fijman.
Zito Lema había entrado a una galería en la que se inauguraba una exposición. Se quedó observando una obra: un hombre sostenía la luna en una mano. La pintura lo había impactado. La miraba fijamente. No notó que un hombre se paró al lado suyo. El hombre le dijo: “Cómo mira al cuadro, eh”. Sin reflexionar sobre sus palabras, el joven Zito Lema respondió: “Nunca robé nada, pero si pudiera robar algo, me lo llevaría, porque seguramente lo va a tener en su casa un hijo de puta con plata”. El hombre de al lado se asombró. “No lo robe porque lo voy a tener que correr –le dijo–., Yo soy el pintor”. Zito Lema se puso colorado como nunca, pero el hombre río, y luego él también. El pintor le ofreció una copa de vino y comenzó una conversación. Se trataba de Juan Batlle Planas, artista plástico argentino de origen español, maestro de pintores, surrealista.
Transcurría el año 1964, apenas comenzados los efervescentes años sesenta, época de ascenso de las ideas, la juventud, los cambios. Comenzaron una amistad y Zito Lema frecuentaba el estudio del artista, que había sido uno de los animadores de la vanguardia que se nucleaba alrededor de la revista Martín Fierro. Falleció prematuramente a los 55 años en 1966. Antes, conociendo la curiosidad y dotes periodísticas de Zito Lema, le contó una preocupación que sostenía con amigos de aquellos años: “Mirá, Vicente, hay un gran poeta, tal vez el mejor de los que yo leí en mi vida, hace años que quienes lo conocimos y queríamos no sabemos nada de él. Se llamaba Jacobo Fijman y no estaba muy bien. Por sus actitudes algunos lo consideraban un ‘loco’. Si aún vive, puede ser que esté internado en un hospital psiquiátrico”. Para Zito Lema –que ya era reconocido no sólo en su labor periodística sino que su relación con el ámbito cultural lo destacaba como uno de los jóvenes poetas argentinos, a la vez que contaba con la amistad de varias personas afines a las realizaciones artísticas en distintos ámbitos– la búsqueda de Fijman se convirtió en un mandato.
Fijman había sido una de las voces más intensas de la generación del 20 en Buenos Aires. Su historia personal lo convertía por peso propio en un personaje novelesco. Nacido en Moldavia en una familia judía, había residido con ella en varios puntos del país siguiendo los oficios obreros de su padre. Tocaba el violín con pasión. Alejado de su familia, estudió francés en el profesorado, donde además se especializó en griego y latín. Comenzó a dar clases en un liceo de señoritas, pero tuvo su primera crisis emocional grave, que lo llevó a alejarse de Buenos Aires y residir en el Chaco. Al volver, fue arrestado por la policía y derivado al Hospicio de las Mercedes, donde fue tratado con electroshocks. Tenía 19 años.
Al salir del psiquiátrico comenzó a trabajar como periodista y conoció a Leopoldo Marechal, que lo invitó a sumarse a Martín Fierro, la revista de la vanguardia local y trabó amistad con Oliverio Girondo, Antonio Vallejo y otros. En 1925 publicó su primer libro Molino Rojo, cuyos poemas estaban ilustrados por él mismo. Trabajó como crítico de arte en el diario Crítica, de Natalio Botana. Junto a Girondo y Vallejo viajó a Francia y en París conoció a André Breton, Paul Eluard y Antonin Artaud, la primera plana del surrealismo. El giro místico que experimentaba hace años hizo que Fijman entablara una ardua discusión con Artaud, que se identificaba con el “mal” mientras el argentino repudiaba a Lautréamont, uno de los íconos surrealistas, por demoníaco.
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Al regresar a la Argentina, Fijman se convirtió al catolicismo. Publica Hecho de estampas, luego Estrella de la mañana, de una circulación cada vez más acotada pero elogiada entre el círculo de lectores que seguía esa voz extraña para la literatura local. Asistía con regularidad a la Biblioteca Nacional pero su aspecto desaliñado lo volvía rechazable para las autoridades de la institución, que dirigía el antisemita confeso Gustavo Martínez Zuviría. Fue denunciado por alborotos dentro de la biblioteca, arrestado y su habitación en avenida de Mayo desalojada por la policía. Vagabundeando por la ciudad como un pordiosero, fue arrestado otra vez y llevado al hospital psiquiátrico Borda. Era el año 1942.
Zito Lema siguió su rastro. Conoció primero a Marechal, que había homenajeado al poeta en su libro Adán Buenosayres en el personaje de Samuel Tesler, quien confirmó su amistad con Fijman y le contó anécdotas suyas y le confesó que lo presumía muerto. Lo mismo recordaron Enrique Molina y Oliverio Girondo. A la vez, las conversaciones con estos antiguos surrealistas nutrían a Zito Lema, el poeta, en su propia inclinación por el movimiento que proponía cambiar la vida y transformar las estructuras. Les mostraba sus poemas, que aprobaban, y discutían largas tardes y noches sobre literatura, mientras Zito Lema continuaba desarrollando su formación política en los ámbitos de la izquierda.
Para llevar a cabo la búsqueda de Fijman, Zito Lema recorrió psiquiátricos por todo el país, ya que por su oficio de abogado especializado en derechos humanos debía viajar con frecuencia. Preguntó también a las autoridades del Hospital Borda por la existencia de un interno llamado Jacobo Fijman, pero negaron que alguien llamado así figurara en los registros del nosocomio. En todos lados lo negaban, pero él estaba seguro de que lo encontraría. Al regresar de un viaje, Zito Lema tuvo la iluminación de volver al Borda pero no interrogar a las autoridades. Ingresó al asilo, se encontró con un interno que le pidió cigarrillos, hicieron bromas, le preguntó por el gran poeta Fijman. “Sí, lo conozco”, dijo el interno, “está en la biblioteca, siempre está en la biblioteca y lo llevó allí”. En una mesa, lo vio. Se acercó a él.
Así recordaba Zito Lema en la revista Urban Ave aquel primer encuentro en 1968:
–¿Usted es Jacobo Fijman?”
–Sí.
–Hace años que lo estoy buscando.
–Si, lo sé. Y yo años que lo estoy esperando.
Los destinos se habían unido para que un poeta rescatara a otro del hospicio.
Vicente Zito Lema decidió pedir judicialmente la tutoría de Jacobo Fijman, que le fue concedida, y así los fines de semana el poeta salía del Borda y era conducido a la casa del poeta que lo había buscado y encontrado. Mientras tanto, Zito Lema armó junto a sus amigos la revista Talismán, dedicada por entero a Fijman y donde escribían los popes del surrealismo otra vez. En la justicia, el abogado pidió la libertad total de Fijman, que había estado encerrado 28 años por demencia. A la vez, le buscaba espacios para que escribiera notas y ganara su sustento. Apareció en el programa de Bernardo Neustadt y otros, se convirtió en un personaje popular en los ámbitos de la cultura. Todos planteaban su libertad. Faltó poco. El primero de diciembre de 1970 murió en el Borda de un edema pulmonar. A su funeral asistieron pocos amigos.
Zito Lema rindió homenaje a su amigo siempre. En 2018 puso la obra El Cristo Rojo, que él mismo protagonizó, y que reconstruía aquel encuentro y la famosa y larga entrevista que le haría al poeta en el hospicio y que publicaría la revista Crisis. En noviembre de este año, hace un mes apenas, se ponía en el teatro Mil80 la obra Encuentro de poetas, que celebraba esa búsqueda y el hallazgo de Fijman con el que Zito Lema brindó a la cultura nuevas visiones sobre la locura, la literatura y la poesía.
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La vida y obra de Zito Lema, muerto la madrugada del 5 de diciembre de 2022, exceden esta aventura que forjó una amistad y el rescate de un hombre y su obra para nuestra literatura. Zito Lema tuvo una pródiga biografía. Sirvan estas líneas como homenaje a un breve periodo de esa vida intensa.
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