Luis Felipe “Yuyo” Noé, íntimo y retrospectivo: “No le tengo miedo a la muerte”

Uno de los grandes artistas argentinos vivos, a punto de cumplir 90 años, dialogó con Infobae Cultura sobre su vida, obra y todos estos años de gente. “A la muerte, simplemente le digo: esperame, esperame que tengo que terminar”

Luis Felipe ‘Yuyo’ Noé: “En víspera de tener 90 años ya me siento dueño de mi juego” (Foto: Ariel Torres)

Luis Felipe “Yuyo” Noé, hacedor de grandes proyectos e investigaciones como arcas contemporáneas en las que avanza a paso firme, es uno de los más destacados artistas argentinos, que interviene como teórico, intelectual y maestro. Este creador que marcó a varias generaciones recibió a Infobae Cultura en su estudio, en el primer piso de su casa en Monserrat.

Noé dio sus primeros pasos como periodista en El Mundo, La Razón y La Prensa, entre otros diarios. Vivió en París y en Nueva York. Realizó más de cien exposiciones en Nueva York, París, Ámsterdam y Madrid, entre muchas otras ciudades. Representó a la Argentina en la Bienal de Venecia en 2009.

Por estos días, en Vida es una palabra abstracta, en la galería Rubbers (Alvear 1640), sus doce deslumbrantes obras –con su inconfundible espíritu vital— realizadas este año, después de un viaje donde conoció el Guggenheim de Bilbao, sorprenden con guiños a sus distintas épocas.

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Desde los años sesenta, cuando integró la Nueva Figuración, junto con Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega, hasta hoy, su obra, sus reflexiones teóricas, sus libros y su rol como maestro son claves en el arte argentino. Es autor de En terapia; El arte entre la tecnología y la rebelión; Noescritos, sobre eso que se llama arte, entre más de una decena de libros.

"Vida es una palabra abstracta", en la galería Rubbers, hasta el 21 de diciembre

Noé recibió a Infobae Cultura en un espacio amplio con bibliotecas y pinturas. Allí escribe Asumir el caos. Arte y vida, un volumen en el que trabaja denodadamente hace años sobre el caos, que en su concepción no es desorden, sino el verdadero orden de las cosas en estado permanente de movilidad: “El concepto de orden no sirve porque es estático y parcial. Asumir el caos en el campo de la imagen es entender la dinámica abstracta sin excluir la concreción individual”.

En su escritorio hay decenas de páginas que acaba de redactar –manuscritas, con su inconfundible caligrafía— y un reloj de arena. Arena coloreada.

¿Cómo hiciste en apenas seis meses las obras que integran la muestra?

—No creas que trabajé de apuro, para nada. Trabajé muy concentrado. Últimamente cuanto más apurado, más me concentro. Así como cuando escribo soy capaz de reescribir una misma página diez veces, cuando pinto en la actualidad tengo un trabajo de líneas (que juegan por tensión con los colores) que lleva su tiempo. Creo que pude lograrlo. En víspera de tener 90 años ya me siento dueño de mi juego. A veces doy el ejemplo del jugador de cartas, las cartas son un juego de suerte, sin embargo, hay tipos que siempre ganan. Yo aprendí un poco a ganar en este juego de la suerte y de hacer obra.

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¿Cómo aprendiste?

—En la vida, en la evolución. Voy encarando mi búsqueda, que está siempre en torno a todo lo que me supera. Cuando digo estructura, hago una diferencia con orden porque orden implica aplicar sistemas previos, y estructura es saberse armar frente a lo que a uno lo supera: eso es lo que he aprendido frente al caos.

Este tema del caos te llevó una vida de investigación.

—Es cierto que en 1965 publiqué mi primer libro Antiestética y que ahí ya hablo de la asunción del caos y del caos como estructura. Ese año, pero un poco después, empezaron a salir los libros de la teoría del caos, desde el punto de vista de la ciencia. Pero yo no sabía de eso, yo lo hacía desde mi experiencia artística. Así que genuinamente es un tema mío, mío. Por eso, este libro que estoy escribiendo lleva por subtítulo Arte y vida, para separar cuál es mi enfoque.

El también escritor prepara las últimas páginas de "Asumir el caos. Arte y vida" (Ariel Torres)

La última vez que te entrevisté, en abril de 2019, dijiste que querías tres años más para terminar este libro, ¿qué sigue?

—Tengo otras deudas conmigo en la escritura pero, en fin, las dejo en puntos suspensivos. Lo haré o no lo haré, si puedo. Tengo una espada de Damocles, ahí encima de mi cabeza. Voy a cumplir 90 años, no le tengo ningún miedo a la muerte, pero le tengo miedo a que de repente me interrumpa cuando trabajo. Y le tengo pánico a la muerte en vida. No a la muerte muerte. A la muerte, simplemente le digo: esperame, esperame que tengo que terminar.

Ayer estaba releyendo Cuaderno de bitácora (NdR: uno de los dos tomos que integran su monumental obra autobiográfica) y encontré una foto hermosa en la que Macció y vos juntan sus narices.

—De nuestro grupo Macció fue el que teníamos siempre como problema entre nosotros, en la relación. Éramos muy amigos entre nosotros tres (Deira, De la Vega y yo) y Macció siempre nos creaba problema. Es la verdad: había como un enfrentamiento. A veces nos cruzábamos y no nos saludábamos y, otras veces, conversábamos muy bien. Incluso, él influyó para la venta de algunos cuadros míos. Pasaba de todo: era una relación amigo - enemigo. Entonces a Balducci (NdR: Oscar Balducci fue un reconocido fotógrafo) se le ocurrió hacer esa foto.

¿Dónde conociste a Macció y a De la Vega?

—Yo los conocía pero empecé la amistad el día de la inauguración de mi primera exposición. Ahí estaban Rómulo y De la Vega, a quien conocía de antes porque había sido compañero de estudio de mi hermana en la facultad de arquitectura. Ahí me hice amigo también de Alberto Greco.

Noé preparó su última muestra en solo seis meses en su estudio de Monserrat (Ariel Torres)

¿Por qué considerás a Jorge de la Vega como tu alter ego?

—Porque dentro del grupo había dos líneas: la más pictórica, con Macció y Deira. De la Vega había roto con lo geométrico, que era su etapa anterior y estaba en una etapa de ruptura. Él y yo nos ayudábamos a romper prejuicios. Y en ese sentido nos entendíamos muy bien: no en el sentido de que fuera la misma búsqueda, a veces coincidía y a veces era muy distinta, pero nos estimulábamos. He tenido muchos amigos, pero nunca ningún como De la Vega. Es el padrino de mi hijo Gaspar (NdR: Gaspar Noé es un reconocido director de cine argentino radicado en Francia). El otro día Gaspar me mandó desde Francia una grabación que encontró en la que tenía cinco años, es un diálogo con De la Vega. Él le modificaba su canción del gusanito: le decía “que se llama Gasparcito”. (Risas)

Qué dulzura.

—Me lo mandó. Se escucha la voz de Gaspar chiquito.

Vos alguna vez sugeriste que hubieras seguido un poco más con la Nueva Figuración, ¿por qué?

—El grupo hubiera podido continuar. Creo que se quebró en el mejor momento posible. Pero, ¿quién lo quebró? Naturalmente, Macció. Macció siempre corría para otro lado. Tanto, que lo raro es que en algún momento haya participado en el grupo. Se dio cuenta de que le venía bien en un momento, pero era muy individualista.

Ernesto Deira, Rómulo Macció, Jorge de la Vega y Luis Felipe Noé

¿En ese momento se vendían sus obras o fue todo muy posterior?

-Las ventas son como jugar a la lotería. La época en que más vendí fue cuando hice la Serie Federal. Por eso yo le decía a De la Vega: Me parece que estoy equivocado, yo creo que soy de vanguardia y al final estoy vendiendo esto como si fueran chocolates.

¿Cuándo quisiste ingresar en la orden de los Benedictinos?

—A los 17 años yo me pregunté: ¿soy católico o no? De repente, me hice muy amigo de un adolescente muy inteligente, que también estaba en crisis. Estaba caminando con él, como a las 4 de la mañana por donde estaba la Orden de San Benito, en Belgrano, y oímos un canto gregoriano, entonces entramos. Me quedé muy impresionado. Me fui y decidí que me gustaría despertar toda mi vida a la 4 de la mañana y cantar esos cánticos (risas). Esas cosas de adolescente, no sé. Mi madre un día entra lo más sonriente a mi cuarto con una bandeja y yo le digo: mamá, voy a la orden de San Benito. Pabbbbb! Se le cayó la bandeja. Salió corriendo: ¡Julio, Julio, Yuyo se mete de cura! Pero no eran curas, eran monjes. Mi padre muy sabiamente contestó: Ya hablaremos después. Nunca más hablamos.

¿Eras muy devoto?

—Tuve una época en que era católico. Yo integré uno de los primeros grupos después de Católicos de Izquierda. Estábamos con las universidades del Estado, con la enseñanza laica: era un grupo de católicos de una posición diferente, se llamaba Convivencia. Incluso cuando yo me casé, lo hicimos por iglesia por propuesta mía. Nora (NdR: Nora Murphy fue su compañera de vida durante 55 años) era de familia irlandesa y tenía una tía monja, pero ella no era practicante.

“Lo que más me ha impresionado de toda mi vida es la conciencia del tiempo”, dijo (Ariel Torres)

¿Ahora sos un hombre de fe?

—No, no, no. Nora me dijo: si querés darles educación católica a nuestros hijos, dásela vos. Pero me dio pereza. (Risas)

El título de la exhibición encierra una paradoja: “Vida es una palabra abstracta”. ¿Por qué lo pensaste?

—La vida de uno mismo es tal sucesión de cosas, que se van mezclando y mezclando. Las realidades dejan de ser realidades: se transforman en otras cosas. El tiempo es inasible: hay cosas que acaban de suceder y ya te las olvidaste, y hay cosas viejísimas que son como si sucedieran en este momento. Si a mí me preguntás después de tantos años qué es lo que más me ha impresionado en toda mi vida, te digo la conciencia del tiempo. Porque el tiempo es como un jabón que siempre se te escapa de las manos. Algo que no es dominable.

Del joven Yuyo, ¿conservás cosas?

—Es que la adolescencia es un fenómeno lamentable de la vida. (Risas)

Pensaba en los veinticinco, treinta…

—Yo además me casé muy temprano. Me casé bien, no nos divorciamos.

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¿Conservás cartas de hace tiempo, de amigos, de amores?

—De Nora sí porque mi relación de noviazgo fue sobre todo por correspondencia. Porque ella se fue a Inglaterra a estudiar, y yo me quedé acá. Durante un año y medio mi noviazgo fue prácticamente por carta. Volvió en enero de 1957 y en abril nos casamos. Tenía muchas ganas de casarme con ella. En esa época el casamiento era toda una aventura.

Mirá, una de las cosas que me asombra de lo vivido es cómo han cambiado las costumbres. El tiempo va con una velocidad en esto. Cuando era joven y me hablaban de feminismo, era casi como un derecho político: si las mujeres tenían el derecho o no de votar, y no pasaba casi de ese campo. Tanto que cuando apareció El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, me pareció muy original el título. Y ahora mirá todos los cambios. Con respecto a la palabra género, para mí es una tela, si es terciopelo: se ha transformado en otra cosa. Creo que mi juventud tiene más que ver con la juventud de mi padre, que me llevaba 40 años, que con la juventud de ahora: los valores, la manera de existir se ha acelerado tanto. Es tan diferente cuando yo veo la conducta de la gente joven.

(Ariel Torres)

En ese momento, el mundo del arte era también un campo de debate, de disputa intelectual. ¿Por qué Romero Brest te acusó a vos, a De la Vega, Macció, Deira y Seguí de integrar una generación que producía para el extranjero?

—Eso fue cuando estábamos viviendo en EE.UU. De la Vega, Deira y yo; Macció estaba en Europa. Pero eso fue un año nomás. Y él mismo nos ayudó con becas para que fuéramos. Entonces cuando escribió eso, me molestó porque él nos había ayudado a irnos afuera y después nos criticaba. Entonces le contesté el artículo. Además yo siempre defendí la importancia de sentirme artista argentino. Creo que el lugar de uno es donde uno se ha formado, donde uno ha vivido. Mi lugar siembre ha sido la Argentina, y lo he defendido siempre. También la conciencia latinoamericana. Con él yo tenía una relación de mucho agradecimiento y también un poco de polémica de puntos de vista.

¿Y con Oscar Masotta qué ocurrió?

—Lo de Masotta es distinto: él estaba en EE.UU. cuando yo hice una exposición allá que coincidía con otra exposición de Julio Le Parc y otra de Marta Minujín, en la misma cuadra. A mí me había tratado la exposición con respeto, pero se refirió al libro Antiestética y lo hizo papilla. ¡Pero lo que decía demostraba que no lo había leído! Me atribuía cosas que yo no decía o sobre las que sostenía exactamente lo contrario. Entonces escribí una larga carta, donde por otra parte le deshice su libro sobre happening. Y él me contestó con una carta pidiéndome disculpas y diciendo que nos íbamos a ver y pasear por EE.UU. como amigos y demás, pero eso nunca sucedió. Masotta no es santo de mi devoción.

Entiendo. Yuyo, ¿cómo vas con el libro?, ¿cuánto tiempo pensás que falta?

—Lo estoy terminando. Tengo la esperanza de que pueda ser publicado el año que viene. De esperanza vive el hombre.

¿Y festejamos tus noventa con el libro?

—Me encantaría. Sería fantástico.

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