Escribo y publico literatura infantil y juvenil desde mediados de los 90. Durante todo este tiempo, en visitas a escuelas, aprendí que los pibes son un público salvaje y despiadado. Si algo no les gusta, te tiran el libro por la cabeza. Por el contrario, si se enganchan y son atravesados por las emociones y los sentimientos que propone la historia, te lo demuestran con gritos, aplausos y avalanchas para que les firmes un ejemplar. Te hacen sentir, casi, una estrella de rock. Más de una vez me llené de orgullo cuando docentes y bibliotecarias me contaron que mis cuentos de terror, suspenso, género policial y fantástico son los que, en muchos cursos, generan el clic e inician lectores. Pero ahora alcancé una gloria comparable a llegar a la mesa de Mirtha. Mi novela El skate del diablo ganó el primer premio de Los Favoritos de los Lectores 2022, en la categoría colegios secundarios.
Esto quiere decir que fue votada por alumnos de segundo y tercer año del secundario como el libro que más les gustó entre veinte títulos seleccionados por quince editoriales, según anunció la entidad organizadora, ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina). Entre primarias y secundarias, intervinieron en Los Favoritos treinta y un escuelas de todo el país, incluida la Antártida. Un muestreo federal para promover la lectura y colocar a niñas, niños y jóvenes en el rol de jurados. Despiadados, obvio, como tiene que ser.
Desde que me llegó el mail con la noticia, me pregunté varias veces qué tiene este libro de diferente, por qué funciona mejor que otros. Digo, para ver si logro repetir la fórmula. Y la verdad es que no tengo la menor idea. Lo que puedo hacer es contarles un poco sobre los orígenes de El skate del diablo y confesar mis delitos de hurto y rapiña, porque ya todo está escrito o filmado, y los autores terminamos robando, con más o menos disimulo, de materiales preexistentes.
Al principio solo sabía que quería escribir una novela de terror juvenil con chicos en patineta. Como no conozco absolutamente nada acerca de andar sobre rueditas, busqué información en la fuente menos confiable y más fabulosa que nos regaló, cual caballo de Troya, la tecnología: los videos de internet.
Encontré una película documental producida por la marca Vans Off The Wall que contaba el nacimiento del skate como un juego de niños en las décadas de 1950 y 1960, su conexión con el surf y el salto (literal) favorecido por un nuevo tipo de ruedas en los años 70, lo cual permitió dejar atrás las pruebas de piso y empezar a volar. Coincidentemente, una sequía tremenda en California impuso fuertes restricciones al uso del agua. No se podía regar el pasto. Menos aún, llenar las piscinas. Las casas de verano quedaron vacías y los jóvenes skaters las tomaron prestadas. Llevaban bombas de achique para sacar el resto de agua que quedaba en el fondo de piletas con formas redondeadas y así inventaron las “ollas” para patinar.
Con esto tenía una imagen bellísima y la certeza de que podía contar la intrusión en viejas piscinas como si ocurriera por primera vez en Argentina. Como si los protagonistas concibieran esta práctica de la nada.
Luego di con un video de acá, sobre unos muchachones que arreglaban con cemento las rajaduras de un canal para inundaciones, en el medio del campo, y usaban los planos inclinados para sus piruetas sobre ruedas. Entonces tuve otra convicción. Era mejor que la historia transcurriera en un pueblo chico, del interior de la Provincia de Buenos Aires, con poco asfalto y, en consecuencia, poco espacio para patinar. En la ciudad, supuestamente, es más fácil. Hay que complicarles la vida a nuestros héroes.
Por lo demás, sospecho que escribí El skate del diablo con el espíritu que siempre uso al momento de crear ficción, aunque no lo comprendí (ni le puse nombre) hasta que, hace poco, alguien me dio la mejor clase de escritura creativa.
Esta lección no me fue impartida por Mauricio Kartun, ni por Alejandro Tantanian, ni por Javier Daulte, con quienes me formé en dramaturgia. No, la iluminación vino de la abogada laboralista Leticia García Labandal. Yo estaba angustiado por la sarta de falsedades con que la parte empleadora había respondido una demanda por despido. Ella me cortó en seco y, como quien dice una obviedad, una letanía aprendida en Tribunales, tiró: “Basta, José. El papel soporta todo lo que le pongas”.
Era eso. El papel, la pantalla de la computadora, el cuento, la novela, la obra de teatro, soportan todo lo que escribas, siempre y cuando respetes el verosímil de la historia.
De este modo se fue configurando la estructura y apareció Santi, un chico de 14 años que quiere andar en skate en un pueblo donde el único lugar bueno para patinar es la plaza.
Hay dos problemas: cuando no lo echan los skaters del grupo Los Capos, lo echa el temible guardián del espacio público.
Ansioso por unirse a Los Capos, a quienes admira, Santi se somete a distintas pruebas hasta llegar al rito de iniciación, que consiste en entrar de noche en el cementerio y sacar astillas de madera de la cruz y del ataúd de una tumba para incrustarlas en su tabla.
Sin saberlo, con este acto, Santi echa una maldición sobre su skate, porque la sepultura que profanó pertenecía a Lucio Fernández, el mafioso del pueblo que tuvo una extraña muerte y ahora vuelve del más allá, con la ayuda del guardián de la plaza, para vengarse de tres personajes: el intendente, el comisario y el juez.
Mediante amenazas y hechos sobrenaturales que ponen en riesgo a su familia, Santi se ve obligado a llevar a estos personajes a parajes alejados, donde encontrarán horribles muertes.
En paralelo con esta trama, se desarrolla otra, la que narra las aventuras de los skaters cuando los echan de la plaza y los juzgan por dañar un monumento, y entonces deben buscar lugares alternativos para patinar, como una piscina abandonada o un canal construido para época de inundaciones. Además, Santi se entera de los manejos corruptos que unían a Lucio Fernández con el intendente, el comisario y el juez, y se enamora de Cami. Mientras, Los Capos se desintegran porque algunos de ellos son “comprados” por las autoridades municipales.
Al final, Santi llega a la conclusión de que el espíritu maligno de Lucio Fernández no lo abandonará nunca, a menos que vuelva al cementerio e intente deshacerse de él mediante un exorcismo, con la ayuda de Cami. ¿Lo logrará?
Seguir leyendo