La trayectoria artística del pintor simbolista francés Odilon Redon, nacido en Burdeos hacia la mitad del siglo XIX, atraviesa dos períodos bien marcados. Su formación en la escultura, el grabado y la litografía lo llevó en un primer momento a explorar temas fantásticos, a menudo macabros, que se expresan con fuerza en sus grabados y carbonillas, hoy vistos como un anticipo de lo que serían luego los movimientos surrealista y dadaísta. Más tarde, trasladó al color su gran sensibilidad poética e imaginación, en óleos y pasteles –principalmente bodegones con flores– que le valieron la admiración de Henri Matisse y otros grandes pintores.
Amigo de Stephane Mallarmé y gran admirador de Poe, Redon manifestó tempranamente un interés literario que se refleja en la invención de un mundo onírico habitado por hadas, monstruos, espíritus y otras figuras fantásticas. Así como se alineó con el simbolismo por su trabajo en la zona del inconsciente y lo extraordinario, el pintor también estaba familiarizado con el darwinismo y las teorías científicas contemporáneas sobre la mutación de los seres vivos a través de su cercana relación con científicos como Armand Clavaud (quien lo conduce al estudio de la anatomía, la osteología y la zoología) y Charles Darwin. Redon basó el extraño mundo de sus visiones no solamente en mitos literarios, sino también en una atenta observación de los paisajes y los animales.
Mientras los pintores impresionistas experimentaban con el color, Redon trabajaba en una extraordinaria serie de dibujos y litografías que él mismo llamaría Noirs. “Toda mi originalidad consiste en dar vida, de una manera humana, a seres inverosímiles y hacerlos vivir según las leyes de lo verosímil, poniendo, dentro de lo posible, la lógica de lo visible al servicio de lo invisible”, escribió. Calibán, la extraña criatura híbrida que imaginó Shakespeare en La tempestad, fue una importante fuente de inspiración para Redon, que lo representó en varias ocasiones, tanto en carbonilla como en color.
Hijo de una bruja (Sycorax), Calibán es también el esclavo salvaje y deforme de Próspero, el duque de Milán que ha sido exiliado a una isla desierta llena de espíritus malévolos. Este gnomo de grandes orejas se ha quedado dormido al pie de un árbol, con el brazo apoyado en su ancho y blanco tronco. Tres pequeños rostros flotantes le observan. La mayor de ellas está encerrada en un doble halo de color verde y amarillo, la segunda tiene pequeñas alas y la tercera se reduce a una salpicadura de luz. Se trata sin duda de Ariel, el espíritu etéreo al servicio de Próspero, que ha venido con sus ayudantes a espiar a Calibán.
Las ramas y las hojas, esbozadas ligeramente en tonos verdes, violetas y ocres, destacan sobre el azul intenso del cielo. El suelo es una superficie ricamente coloreada de rojo, azul, verde, violeta, flores irreales e indefinidas que parecen haber salido del sueño de Calibán. La obra ilustra la transición de Redon hacia el color y la transposición de los temas de sus sus noirs a la pintura. Su habitual representación del cuerpo humano en fragmentos se manifiesta en las pequeñas cabezas flotantes. Si bien Redon ya había retratado a Calibán previamente, esta vez utiliza la poesía y el misterio de sus colores extravagantes para reinventar el mundo de Shakespeare.
Calibán es el personaje de La tempestad que más acapara la atención de los críticos. Ha sido objeto de toda una serie de interpretaciones, algunas de las cuales toman su aspecto monstruoso, en tanto que otras ven en él un símbolo de la opresión, especialmente la de los pueblos nativos cuya tierra y cultura fueron usurpadas por el colonialismo y el expansionismo europeos. En este cuadro, el artista interpretó el mito renacentista isabelino del salvaje a través de la representación de esta criatura estrechamente asociada al mundo vegetal.
El gran narrador británico Julian Barnes le dedicó un capítulo de su libro Con los ojos bien abiertos, una colección de ensayos sobre arte. A propósito de las dos líneas de trabajo que atraviesan su obra, dice: “En una ocasión escribió: ‘No me interesa ningún pintor que haya encontrado su técnica’. También es inusual que el período oscuro ocupe la primera etapa de su obra en lugar de la última. Demuestra que Redon escapó de las sombras en lugar de sentir cómo lo iban cercando con el paso de los años. Al principio, los paisajes inhóspitos, el horror al más puro estilo Poe, el terror y el desánimo melancólico de las obras noirs; al final, la paleta fosforescente, los azules lapislázuli y los marrones castaños, el púrpura difuminado y el naranja capuchina, los rubores y morados pasteles. También al principio, los sueños íntimos, sugerentes y más personales; al final, una obra más pública, más programática. Y no, no parece haber ninguna conexión biográfica obvia entre esa fractura en la línea artística y los hechos en la vida de Redon”.
Seguir leyendo