El 2022 fue un gran año para Elda Cerrato y lo cierra con una muestra muy personal, curada por ella misma, en la que presenta obras que no fueron expuestas en el país o no aparecen ante el público local desde hace mucho tiempo.
A principio de año, el Museo Moderno le realizó su primera exposición antológica, con una selección que abarcó medio siglo de producción realizada entre Buenos Aires, Tucumán y Caracas. Ahora, lo cierra, tras haber ganado el prestigioso Premio Velázquez para artistas iberoamericanos, con esta muestra, Lado B, en el Centro Cultural Paco Urondo, en la sede del microcentro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
A lo largo de su extensa obra, desde inicios de los 60 Cerrato fue del collage a las pinturas, y realizó dibujos, grabados, instalaciones, acciones y cine, en más de 25 exposiciones individuales en el país y el exterior, como en150 colectivas en Europa, Asia y en América del Norte, Centro y Sur, y participó en diferentes Bienales.
Nacida en Italia hace 93 años, vivió en Argentina y Venezuela (1960-1964 y 1977-1983), formó parte del CAyC, y también tiene una extensa trayectoria como profesora e investigaora en la Escuela de Arte del Departamento de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela, como en universidades y escuelas de arte del país como la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA. Actualmente, es profesora Titular Consulta en el Departamento de Artes e investigadora del Instituto de Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
En diálogo con Infobae Cultura comenta que la exhibición del CC Paco Urondo toma su nomre de una broma que le realizó la investigadora del CONICET y escritora Ana Longoni. “Cuando yo le expliqué que esta muestra era de obras que no se habían visto en el Moderno me dijo eso. Y por varias razones, como que hay muchas obras que ya se expusieron y otras que no, me pareció una buena idea”, comenta.
Y el nombre de Longoni resurge rápido en la conversación, ya que fue quien propuso a Cerrato como candidata para el Premio Velázquez de Artes Plásticas 2022, que se otorga anualmente a un artista iberoamericano, y que la convirtió en la segunda artista argentina, luego de Marta Minujín, en recibir el galardón.
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“Sinceramente, ganarlo fue una sorpresa total. Ana me dijo que me iba a postular, pero me pareció que no estaba a mi alcance. No me preocupé mucho, ya estaba previendo esta muestra, el montaje. Ella viajó para asistir al jurado y a los días me llegó la comunicación. Me avisaron por teléfono celular y me vino como número desconocido y yo, usualmente, cuando me aparece eso, un número X, lo borro directamente, no atiendo. Me volvieron a llamar y lo mismo. Así varias veces hasta que atendí y era el anuncio del premio, prácticamente antes de que Ana me lo informara”, dice sobre cómo recibió la noticia.
Una sonrisa se le dibuja ante la pregunta de cómo la hizo sentir. “Me hizo muy bien anímicamente”, comenta y los ojos se le iluminan y tira el cuerpo hacia atrás enfatizando la frase, pero rápida, pensando en el futuro, sentencia: “Pero claro, ahora me implica diversos problemas en el sentido que estoy manteniendo contacto, me piden información. Hay fechas de recepción del premio y fechas posteriores también y yo, la verdad, no me siento muy en condiciones, tendría que consultarlo con mi médico, tampoco tengo muchas ganas de ir”.
Y es que el premio para Cerrato se le presenta como un mimo a tantos años de carrera y activismo, un abrazo inesperado pero que no la saca del eje de lo que le interesa hoy, su nueva muestra, este Lado B al que le dedicó meses, al que curó cuidadosamente cada centímetro.
La muestra podría dividirse en cuatro espacios. En su ingreso una serie de grandes pinturas de los ‘90 como la de la serie Picturae lapidis volantis (Piedra que se va) y Encuentros y Dispersiones II, que remite a las estampas japonesas, luego se atraviesa la serie Ocultamientos, con esos árboles colgantes serigráficos sobre diferentes tipos de papel para ingresar a sus propuestas más políticas. Por un lado, los afiches realizados a partir de finales de los ‘80, que se desprenden de diferentes muestras corales como también de participación en libros y que revelan el aspecto activista de Cerrato, y ya llegando al fondo de la sala pinturas en las que ingresa a la memoria, la creación de la identidad a partir del legado histórico y la visión de un mundo que parece revolverse en sus propias cenizas.
“Un poco la idea es que los árboles ocultan otras cosas y cuano se pasa por el costado aparecen estas obras de destrucciones. En los ‘90 tuve mucha intervención, una es activista en la arte y tiene una cierta militancia también, así que aquí se ven los afiches y fotografías de manifestaciones y muestras de las que participé”, comenta sobre el recorrido.
Cerrato comenzó su producción a partir de investigaciones centradas en geometría y una búsqueda de respuestas personal que la llevó a la “Escuela del Cuarto Camino”, de George Gurdjieff, un maestro místico, escritor y compositor de origen ruso.
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“Mi primer trabajo fue más bien de tipo collage, más aleatorio, que fue la primera exposición que hice en Venezuela y después apareció por las colinas de Tucumán una expresión un poco de mis búsquedas, el Ser Beta, que tenía ciertas características, que yo llamé a ese periodo Cosmológico”, cuenta.
Con lo de las “colinas de Tucumán” se refiere a una experiencia en la que viviendo allí avistó platos voladores no identificados por la ventana junto a su pareja, el compositor Luis Zubillaga (1928-1995).
“Fue una experiencia muy singular, después hablando con los vecinos descubrimos que era algo muy común, ellos estaban acostumbrados ya a esas apariciones en el cielo. De alguna manera sentí que el Ser Beta cayó a tierra, y ahí tomé contacto con otra realidad. Eso ya me había atravesado bastante en la estadía en Venezuela, que el grupo con el que estuve ligada siempre fronterizo, que era izquierdista y surrealista”.
En la muestra no hay obras de la etapa del Ser Beta, aunque sí expone la videoinstalacion Algunos Segmentos, que realizó junto a Ramiro Larraín para el Primer Festival de Música Contemporánea en 1970, y en la que se capturan imágenes de esas obras y que hoy se encuentra en las colecciones del Reina Sofía de España y en los argentinos Bellas Artes, Moderno y el MACBA. Esta pieza se presenta formando un tríptico con Cosas por venir, realizado en conjunto con su hijo, Luciano Zubillaga, por el que ganó el premio al mejor film experimental del Ann Arbor Film Festival.
“Aquella experiencia en Tucumán fue muy determinante. Estuvimos cuatro años en la ciudad universitaria, yo en ese momento recién me presenté a un concurso en arquitectura. No sé si fue en el 68 ó 69 y a mi pareja no le habían renovado el contrato abruptamente porque revolucionó bastante la Escuela de Música de la Universidad. En esa época era todo recontra reaccionario. Incluso me vetaron porque yo con la experiencia de Venezuela intenté poner fotografía en la Escuela de Arte y les pareció criminal”, recuerda.
—La obra del periodo Beta tienen ciertas conexiones con la de Hilma Af Klint, la sueca pionera de la abstracción, que para pintar sus obras se ponía en contacto con seres espirituales. Hay una presencia de las formas geométricas puras muy marcada.
—Es una de las de las épocas que más atracción tiene últimamente. Quizá por eso llaman a esa época mía como esotérica y para mí no es así. Incluso salió una nota de espiritismo, cosas por el estilo. Yo no tengo aspectos separados, tanto lo profesional, lo académico como lo artístico y mi vida privada; todo eso está muy entrometido y se percibe. Me costaría mucho separar esos ámbitos. Viajamos en un Citroën a Tucumán y las únicas escuelas que yo veía, incluso en el campo, eran de la Fundación Evita. Y eso fue determinante.
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—¿En qué sentido?
—En el sentido de que mi previa cultura universitaria, por ejemplo era todo lo contrario. No era peronista para nada, estaba con la cuestión democrática y que, en cierto modo, sin ser avisora del futuro era lo más aceptable.
—¿Y a Venezuela cómo llegó?, ¿fue un exilio?
—A Venezuela llegamos llevando una carta de Juan Carlos Paz que había sido el maestro de mi pareja, donde les reclamaba a la universidad que le pagaran un artículo. No fue un exilio. Yo estaba metida con la Juventud Peronista, mi pareja también, pero bueno, el temor siempre existía, eso es indudable. El temor siempre existía. La primera vez, en el 60, nos fuimos invitados por un grupo de estudios de conocimiento al que estábamos ligados y de ahí fuimos a Tucumán porque no se conseguía trabajo en Buenos Aires. Fue muy lindo y después sí, en el 70 estuvimos viendo a dónde podíamos irnos y en el ‘78 la mejor oferta fue de la gente que habíamos dejado allá, que era muy, muy amiga, con características de realmente recibirnos, apoyarnos. Fue un período, que a pesar de estar afuera del país, muy lindo, con muy buenos trabajos nuestros.
Elda se para frente a la pintura Historias de un Continente, un acrílico sobre tela de 1985 de la serie La imagen recordada. Señala unos rostros fantasmales que allí aparecen. “Este tiene muchos signos precolombinos que se mezclan, es un entramado también. Es como una continuidad, digamos desde la antigüedad hasta hoy que hay ciertas cuestiones... Por eso me gusta mucho, porque el pasado no es solamente pasado y el futuro, tampoco. Y esa es una sensación que yo tenía, de que la concepción nuestra de la realidad pertenece un poco a la metafísica atómica, en el sentido de que tenemos como una imagen que no es real y que además a nivel teórico está refrendado por la física teórica, de que el espacio es una unidad, como un contenedor de distintos segmentos cronológicos que son el tiempo. Y no es la realidad porque tantas las teorías de conocimiento, más espirituales o de la física teórica, te dicen otra cosa, y a veces uno tiene esa sensación. De que está todo materializado, segmentado. Las percepciones son así como relativas. En México me impresionó que la gente lleva tan interiorizado su propia ascendencia, su propia tradición. Los guardias que estaban ahí, en algunas de las ruinas, hablaban de eso como de su propiedad. Eso acá no sucede.
—¿Es la obra suya que más le gusta de la muestra?
—Puede ser. Me gusta mucha ésta también (señala a Fisura/ piedra antigua). Fue una especie de propuesta creo que del Museo Moderno, que tomáramos un pintor de una serie que nos habían propuesto y entre ellos estaba Pettoruti, pero con todo respeto no me interesaba mucho. Y estaba Alberto Greco. Tenía hecha la obra de abajo y dije ‘me gusta para Greco’, ese negro y rojo. Entonces lo que hice fue pintar la parte de arriba dentro de lo que me parecía que me acercaba a él en continuidad con lo otro; sí, ésta es una de las obras que me gusta. Bueno, me gusta por todo lo que hay alrededor, por lo que yo sentí con todo eso. No fui su amiga, pero sí lo conocía de lugares donde se encontraban los artistas.
—¿Y en qué está trabajando ahora?
—Estoy trabajando en otras obras que están también ahí, al final, que tienen que ver con recapitulaciones de mi vida. Una de esas la eligió el Museo de Bellas Artes a raíz del famoso premio, que no es tan famoso acá (ríe).
*Elda Cerrato: Lado B permanecerá abierta del 11 de noviembre al 12 de diciembre de lunes a viernes de 10 a 20 h, con entrada gratuita. En Centro Cultural Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Av. de Mayo 201, CABA.
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