El sábado me despertó no el despertador del celular (que había programado a las 6:55) sino la maravillosa música de los cantitos por Argentina que subían a mi habitación desde la calle. Después de unos minutos de indecisión y preguntas sobre si se trataría de la realidad o si llevaría esa marca musical alguno de los círculos del Purgatorio; me levanté junto a mi perra, que desde la noche anterior tenía puesta su camiseta argentina tamaño especial para salchichas. Ansiosa Leni acompañaba con ladridos la efusión de los pibes y pibas del barrio que se habían dado cita en mi calle tan temprano para pre festejar. Había motos que cada tanto hacían sonar sus motores para mayor contribución de la máquina al asunto. A las 6:45 los chicos y las chicas comenzaron a huir en bandada. A las 6:53 no quedaba nadie sobre el asfalto de esta calle de San Telmo.
Prendí la tele, todavía no había comenzado el partido. La perra pidió subir a la cama y obedecí. Siempre le obedezco. Luego nos dormimos.
En algún momento desperté y vi el marcador entre el relato deportivo. Ganábamos uno a cero. Habían pasado quince minutos de juego. En mi celular escribí en un grupo de amigos: “¿Ya metimos un gol?” (nótese el plural de primera persona). “Sí”, respondió mi amiga Laura, “de penal”. Miré la pantalla. Me dormí. Era temprano. Así pasó el partido entresueños sin que me hubiera enterado de nada, porque luego del final asumo que seguí durmiendo un poquito más, hasta que mi padre llamó, haciendo sonar el ringtone de mi celular y obligándome a contestar. “¿Qué desastre, no, Die?”. No emití opinión, porque mi sueño no había sido tan desastroso.
Existe un sector social, una rémora del pasado, un conjunto de parias indiferentes al fútbol y, por tanto, al Mundial. Me cuento entre ellos y lo digo sin el menor orgullo: describo una realidad. En mi caso trato de poner el mayor empeño a la hora de los mundiales, ya que se convierten en acontecimientos sociales que atraviesan a toda persona con corazón en la mayoría de las naciones del orbe y me gusta sentirme parte. Es posible que este Mundial permita más fácilmente la retracción al entusiasmo que produce Qatar 2022.
Según datos de diversas ONGs, seis mil quinientos trabajadores murieron al construir los estadios y edificios proyectados para el Mundial. En un reino teocrático en el que el poder se hereda y las megamillonarias ganancias que ofrece el petróleo, el obrero de la construcción en general pertenece a sectores muy pauperizados de países cercanos que se convierten en una clase obrera migrante que enfrenta la muerte o las mutilaciones y que, si ocurren, son reemplazados por otros en la fila de un trabajo por el amor de Alá. Viven en campamentos en las afueras de las ciudades donde el hacinamiento no sólo es impudoroso, sino que ofrece esos cuerpos proletarios a la enfermedad. Parece Charles Dickens a principios del siglo XIX, es Qatar 2022.
Se ha señalado la política persecutoria del colectivo LGTB (la homosexualidad está penalizada con hasta diez años de prisión efectiva) y el rol de opresión que viven las mujeres de ese país debido a la religión. Se dice que son realidades culturales diferentes que deben contar con la comprensión de los ciudadanos de países de Occidente. En realidad, cuando la cultura acaba en cárcel deja de ser un problema cultural sino que muestra su raigambre política y, lleve el tiempo lo que lleve, las mujeres musulmanas derribarán el peso oprobioso de sus burkas y de un régimen que donde dice “dios” indica “patriarcado”.
Todo esto ya fue planteado desde hace años, esa es la ventaja de que se elijan sedes con tanto tiempo de anticipación. Se dijo que la elección de Qatar había sido un negocio de la FIFA. Y los directivos de la FIFA fueron procesados en 2015 por la justicia de los Estados Unidos por fraude, enriquecimiento ilícito y lavado de dinero a nivel internacional. Y aquí estamos en 2022. La FIFA prohibió con amenazas de fuertes sanciones a los equipos que incurrieran en el delito de protestar poniéndose, por ejemplo, un brazalete con la bandera multicolor y la leyenda One Love (Un amor). Así fue comunicado por los directivos millonarios de la millonaria institución. La mayoría de los equipos suspendió sus pronunciamientos. El nefasto rol de la FIFA se puede apreciar en la miniserie Los entresijos de la FIFA que está alojada en la plataforma Netflix. Véanla, nada que envidiar a una de las películas de El Padrino. Y así, llegamos todos a Qatar 2022. Claro, no todos, por supuesto.
Habrán visto el programa Por el mundo, que emite Telefé y conduce Marley, un conductor muy bueno en lo que hace y que no expone tanto su sexualidad sin negar su condición gay. Este año se encuentra en la sede del Mundial pero extraña a su amiga Lizzy Tagliani, una gran comediante trans, que lo acompañara en sus viajes alrededor del globo. Marley no hizo mención en ningún momento a la cuestión de la cárcel para los miembros LGTB del reinó qatarí. Tampoco lo hacen las delegaciones deportivas de los noticieros de canales grandes ni los canales deportivos, centrados en el certamen deportivo. Una lástima. El micrófono abierto de las grandes cadenas amplifica este tipo de problemas que culminan tras las rejas. De cualquier manera, son trabajadores, empleados de esas grandes empresas. Quizás allí haya que buscar la responsabilidad por el silencio.
Hay quienes no hacen silencio. El equipo del Reino Unido decidió protestar arrodillándose en una pierna durante un tiempo para mostrar su disconformidad. El equipo de Alemania decidió poner la mano sobre sus bocas como una mordaza que ejemplificaba cómo los obligaban al silencio. Irán protestó contra su propio régimen al no cantar el himno nacional en solidaridad con aquellos que luchan desde hace dos meses contra quienes reprimen las protestas que comenzaron con la detención de una mujer por no usar el velo musulmán. Pero de este modo, también protestan por las mujeres de Qatar y de todo el mundo en que rigen esas leyes religiosas.
Quien impulsa este tipo de regímenes es, ay, nuestro gran, amado Lío Messi. Que decidió firmar contrato con el régimen de Arabia Saudita (los mismos que nos ganaron aquel primer partido allá lejos y hace tiempo) para ser su imagen turística. Se trataría de ser la imagen turística de un régimen que al día siguiente del partido con Argentina ejecutó a 14 personas en la plaza pública. Un régimen teocrático que mató y descuartizó a Jamal Kashoggi, periodista opositor, que encontró la muerte en un operativo planificado y realizado en la embajada árabe en Turquía. ¿Pero quién asesora a Lío? Pues el padre. Evidentemente, hace falta algo más que un psicólogo por ahí.
Bueno, llega el match con México que, por suerte, no es de madrugada. Una gran parte de la nación estará alentado a la selección y esperemos que los ecos de los cantitos lleguen hasta los oídos de los jugadores en Medio Oriente. ¿El mundo? Sigue siendo un gran problema, pero grande, a resolver. Durante 90 minutos, otros serán los problemas y el planeta estará reducido al tamaño de una cancha y la alegría concentrada en las posibilidades de gol. Es un buen plan. Luego hablaremos del boicot.
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