Ciudadano Calamaro, con tiempo para todo

A propósito de los recitales que el carismático rocker brinda en Buenos Aires esta semana, esta nota recorre sensaciones y momentos que giran alrededor de sus canciones, y también de sus posturas públicas y estados de ánimo

Andrés Calamaro durante su presentación en el Centro de Eventos La Macarena de Medellín, a principios de noviembre de 2022

El disco que salió en 2006 con artistas varios cantando el repertorio de Calamaro se llamó ¡Calamaro querido! pero no está de más recordar que hacia el cambio de milenio, cuando hacía lo mejor de su obra y entraba de verdad en el firmamento artístico, Calamaro no era tan querido. Bastante asociado a una frivolidad pop (a eso sonaban, al menos en ese momento, canciones como “Dulce condena” o “Flaca”), Andrés podía vender mucho pero no era objeto de la devoción popular. Tampoco participaba del recitalismo de Buenos Aires Vivo o Argentina en Vivo y, para peor, lo hacía convencido: explícitamente quería que, para verlo a él, el público pague.

Tampoco alimentaba el sentido común antimenemista que compartía todo el resto del rock; en la página 201 de Tirados en el pasto, el libro que sacó en 2000 en coautoría con Alejandro Rozitchner, se lee: “Hay que reconocer a Carlos Menem la oportunidad de tomar una dirección inédita en la dinámica económica y social de la Argentina”. En los reportajes, mientras tanto, vertía apreciaciones de este voltaje: “En este país Diego Maradona va preso y Jorge Rafael Videla está libre. Pero conmigo no van a poder. Yo soy de Barrio Norte”.

Andrés Calamaro concluye esta semana en Buenos Aires su gira europeo-sudamericana 2022 (Foto: Tomas Cannet)

Pero un día la cosa se modificó. Sitúo el momento preciso del cambio una noche de diciembre de 2004 (a veces la historia se manifiesta en la superficie y con claridad). Yo estaba tomando algo en una esquina con mis amigos y uno de ellos, rockero eximio y ortodoxo, me dijo: “Me cae bien Calamaro”. Ya se venía viendo que la figura de Andrés pasaba del rechazo al consenso, y que este amigo manifestara su simpatía confirmaba una transformación que al poco tiempo se vería a las claras en el Luna Park.

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Andrés ya apareció en el escenario y ya dijo “Buenas noches, muchas gracias”: con esas cuatro palabras dichas por la voz de arena y terciopelo que no se parece a ninguna otra están justificados los cuarenta pesos de la entrada. Ya estoy hecho y podría volverme a casa. Pero en realidad el recital ni empezó. De hecho suenan los primeros compases de la primera canción, que es “El cantante”: una composición de Rubén Blades inmortalizada por Héctor Lavoe y traída a la masividad argentina por quien ya se acerca al micrófono.

Andrés Calamaro se presenta en el estadio Movistar Arena de Buenos Aires, este jueves 24 y el domingo 27 de noviembre (Foto: Tomas Cannet)

Pero a Calamaro no sólo lo vinimos a escuchar sino que también lo vinimos a ver, porque estaba volviendo a tocar en Buenos Aires después de un lustro al que podríamos llamar su “época rara”; la expresión es de Rodrigo Fresán, amigo de Andrés, y está en ese libro mágico que se llama Historia argentina.

Esta noche de 2004 Calamaro es un aparecido, un Cristo resucitado, una visita del más allá. Pestañeamos nosotros y pestañea la realidad; ahora sabemos que su ausencia fue un paréntesis, pero en algún momento llegamos a pensar que no volvería de lo que él dio en llamar Camboya Profundo. Se había ido en serio: la última canción de El salmón se llamó “Este es el final de mi carrera”. Y por eso una nota publicada en el diario Página 12 concluía con la siguiente frase: “Bienvenido, Andrés”.

Andrés Calamaro durante los años 80, cuando asomó en la escena del rock argentino (Foto: prensa Disney+)

Y supongo que todos están tan entusiasmados como yo, porque mientras suena la introducción instrumental me es imposible mantenerme en el lugar que había conseguido: la presión de los cuerpos sobre los cuerpos es máxima y es imposible no irme para atrás y para el costado. Así se cumple un anhelo de mi adolescencia: ver a Calamaro parado y sin asientos. Porque hasta este momento Andrés era, al menos en Argentina, un artista de teatros. Pero ahora que el gran público lo ha reconocido ya no hay butacas. Es el momento en el que Calamaro pasa a ser un rockero de estadios. Y el escenario que antes estaba cerca ahora esta lejos.

Siento que tengo varias personas encima mío y en ese momento Calamaro está por empezar a cantar. Y nosotros con él. Entonces todos decimos “yo”: es la primera palabra de la canción. Pero Calamaro espera y canta esa misma palabra en síncopa. No es nada, medio segundo quizá, pero en ese revoltijo de humanidad que es el Luna Park alcanzo a pensar: “Entró tarde, qué genio”. Ya nos había hecho esperar un montón de años, así que ¿por qué no hacernos esperar medio tiempo más? El momento quedó registrado en El regreso: en el principio de ese disco se escucha claramente que el público entra antes que él.

El último disco de Andrés Calamaro se titula "Dios los cría" (2021) e incluye una colección de duetos con relevantes cantantes de España y América latina (Foto: Tomas Cannet)

Ese, que fue el último instante de exilio interior, de trinchera y de destierro camboyano, es también el símbolo de toda una época: la de Calamaro ausente y su público cantándolo.

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Del 2000 al 2004 inclusive la señal de Calamaro se pierde: desde la gira de Honestidad brutal hasta la salida de El cantante y las primeras apariciones con la Bersuit. La última comunicación con el mundo exterior serán esas ocho palabras dichas en la marcha del 24 de marzo de 2002: “Situación de estupefacientes… rock, fútbol, sala de ensayo”. La penúltima será, el 24 de octubre de 2000, El salmón.

Andrés Calamaro a fines de los años 90, una década en la que fue un artista muy popular y vendedor de discos en Argentina y España

Impresentable, El salmón nunca se presentó en vivo. El contacto con el público hubiese echado a perder el espíritu indoors de un disco que, por otra parte, ya no era tal cosa: estaba al borde del MP3 y Napster y entraba en la lógica de la playlist. Además, presentar El salmón hubiese sido imposible porque la espiral artística seguía su curso: “El verdadero salmón vino después” ha dicho Calamaro en una entrevista reciente. Las canciones de ese otro salmón, el que es época y no disco, están dispersas en varios discos posteriores: “Estadio Azteca” (El cantante),Los chicos” (La lengua popular),Corte de huracán” (El palacio de las flores), “El perro” (On the rock), “Mancada en la pampa” (Raíces 30 años) “Bachicha” (Obras incompletas).

Videoclip de la canción "El salmón", de Andrés Calamaro, incluida en el disco homónimo (2000)

En el año 2020 se cumplían dos décadas de todo aquello; el disco seguía siendo imposible de presentar así que no se anunció ninguna gira celebratoria por la efeméride (de hecho Calamaro estaba haciendo el tour de Cargar la suerte), pero entonces vinieron el virus y el encierro y, de manera totalmente inesperada, hubo finalmente algo parecido a una celebración de ese disco. Fue cuando Calamaro empezó a hacer vivos en la red. Porque los vivos de Calamaro no eran como los de otros artistas: Andrés no tocaba canciones como Fito o Vicentico sino que abría las compuertas de su mundo privado y le mostraba a quien quisiera verlo su chapotear casero entre la computadora, algunos instrumentos y un sampler Boss SP-404 ICA.

Calamaro junto al rockero español Enrique Bunbury en 2011, en un show celebrado en el Hollywood Palladium de Los Angeles (Foto: EFE)

No eran emisiones multitudinarias: nunca había más de doscientos cincuenta espectadores y el número caía a medida que el tiempo pasaba. Y cuando alguien le pedía un tema suyo, respondía: “No voy a cantar acá mis canciones; mucho menos a pedido del público”. Después cantaba clásicos del rock y del pop y vociferaba: “¡Muchas gracias, Facebook! ¡Gracias por este hermoso karaoke!”.

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De esa Camboya descafeinada quedan algunos retazos en YouTube y la impresión de una persona que vive adentro de la música, que pone canciones y las analiza con gracia y profundidad: repite un mismo fragmento al infinito y habla de acordes, notas, tipos de eco, ritmos y modelos de guitarra. Después suenan, de manera intercalada, discos de blues, de flamenco, de rock, de salsa, de rap y de reggae. Y esas pequeñas viñetas caseras, esas pasadas de entrecasa en las que puede aparecer cualquier música desde “How Deep is Your Love” hasta la “Marcha de San Lorenzo”, iluminan su discografía, que también es un muestrario de géneros, tradiciones y encuentros: Andrés candombero, debutando con Beto Satragni en Raíces; Andrés ochentoso tocando en Los Abuelos y produciendo a los Cadillacs, los Enanitos y Don Cornelio (cuyo primer disco me sigue pareciendo más cercano a Calamaro que a Palo Pandolfo); Andrés rockero en aleación con Ariel Rot; Andrés flamenco con Niño Josele, Javier Limón y Diego el Cigala; Andrés caribeño y salsero, cerca de Blades y Lavoe; Andrés tanguero en Tinta roja; Andrés sesentista cantando “Rock de la mujer perdida” con Claudio Gabis y convocando a Ciro Fogliatta a su banda; Andrés cantando con Julio Iglesias y con Litto Nebbia; Andrés saludando con admiración a Ricky Martin y siendo saludado por el abolengo del rock: Miguel, Pappo, el Indio. Y además el Andrés que conecta con otros lugares de la cultura: el cinéfilo que titula “Algunos hombres buenos” traduciendo A Few Good Men, el lector que en la primera frase de la canción “No son horas” cita una novela de Juan Marsé, el Andrés carcelario, el Andrés taurino…

Andrés Calamaro vive actualmente entre Buenos Aires y Madrid (Foto: Tomas Cannet)

Y entre todos ellos, máximo representante de su actualidad, el Andrés gauchesco y matinal que mira a la cámara del teléfono y dice: “Mate, tabaco, música... ¿Qué más?”. El que compuso “Diego Armando Canciones”. El que llevó su poética del exceso al número de termos que se bajó. El que, cansado de que lo bardearan por su apego a la rima, la legalizó con el Martín Fierro y puso a José Hernández como escudo humano. El que de repente avisa: “Voy a escribir unos versos, chicos. Tengo que escribir versos todos los días”.

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Hace un tiempo me llegó un meme que decía “Se te cae tu helado” y después había fotos de los mayores íconos del rock nacional. Spinetta te da el suyo. Cerati te compra otro. Fito se ríe y te compra otro. Charly García se ríe y no te compra nada. Calamaro se ríe y se le cae el suyo.

Videoclip de la canción "Flaca", por Andrés Calamaro y Alejandro Sanz, incluida en el disco "Dios los cría" (2021)

La verdad que el chiste propone es imprecisa, pero me permito formularla así: Calamaro, que sintoniza con todo y se mezcla con todo y rima con todo, rima también con vos. Por eso en la página 237 de Tirados en el pasto Rozitchner le dice: “Vos cultivás esa cosa medio demagógica del artista popular, tenés que acercarte a hablar con cualquiera medio como para que te perdonen el privilegio. Ese es el procedimiento de la gente muy popular. Hacerse querer porque el otro no tiene tu privilegio y se puede enojar”. Entonces Calamaro le responde: “Yo tengo los mismos recuerdos que todos”. Rozitchner: “¿Cómo recuerdos? Intereses dirás”. Andrés: “No, recuerdos...”.

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