¿Cuántos Serrat caben en la memoria y el corazón de un fan? ¿Cuántas de sus imágenes acompañan recuerdos, algunos de ellos, incluso, centrales en las historias y las vidas de varias generaciones? ¿Cuántas madres y padres cantores de ducha y de cuna se enredaron en sus versos? ¿Cuántos romances y canciones de amor se tomaron de sus letras? ¿Cuántos de nosotros despertamos a la política desde su militancia de vida y obra y su resistencia a las dictaduras? En la noche del sábado 19 de noviembre, muchos de los que llevan inscripto el nombre de Joan Manuel Serrat en su educación cívica y sentimental lo acompañaron en la primera de sus despedidas de los escenarios de Buenos Aires. Lo celebraron, cantaron con él y, además, le hicieron caso cuando pidió que no reinara la tristeza: no fue una ceremonia triste y una vez más hubo fiesta. Si hubo lágrimas, fueron de emoción.
El Movistar Arena se fue colmando desde temprano y sin estridencias: seguramente la edad de la gran mayoría de los asistentes colaboró para ese fenómeno. Había entusiasmo y alegría entre las personas y muchos hablaban entre ellos de viejos -o no tan viejos- conciertos de Serrat a los que alguna vez habían asistido. Muchos, también, elegían referirse a él como “el Nano”, con ese cariño confianzudo tan argentino capaz de generar al mismo tiempo una irritación avergonzada de los que escuchan y un cariño inmenso por parte de los artistas.
Lo que hubo en el miniestadio de la calle Humboldt fue un show clásico compuesto por clásicos. La despedida llega después de la pandemia que arrancó a Serrat (y a todo el mundo) de los escenarios en los que subió hace 57 años. Como le dijo al escritor, editor y periodista Juan Cruz cuando anunció que iba a ponerse en marcha el último tour, llamado El vicio de cantar. 1965-2022, que terminará el próximo mes en Barcelona, apenas unos días antes del cumpleaños número 79 del catalán: “He decidido despedirme en persona. No me gustó sentirme despedido por una plaga, Por eso me planteé ir al lugar más natural para hacerlo, con el público enfrente, lleno de gratitud y alegría”.
En la conferencia de prensa que dio días atrás, el músico repitió algo que había señalado ya en esa misma entrevista del diario El País y es que el día en que su amigo y compañero de giras Joaquín Sabina se cayó del escenario fue para él un punto de quiebre, una advertencia: “Ahí empezó una necesidad de aclarar el futuro, de ver dónde estaba parado. Suspendimos la gira y después de eso apareció el Covid, que nos encerró en casa y nos obligó a tener relaciones y un funcionamiento distinto. Todo cambió en nuestras vidas”.
Así y todo, sostiene que esto no es un retiro sino un desplazamiento. Seguirá cantando pero ya no arriba de los escenarios. Lo que sigue es puro futuro, dijo anoche, en una de esas frases en las que el señor mayor a quien se ve muy bien, entero y sensible, el mismo que alguna vez fue el chico de Poble Sec, sigue mostrando el modo en que apuesta a la vida.
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Mares, marineros, jardines, aves, infancias, tierras secas y labradas, vejez, muertes, pueblos, fiestas, amores y memoria: Serrat cantó unos 25 temas, muchos de ellos himnos en español aquí, en Latinoamérica, entre los que hubo lugar para letras interpretadas en catalán, como Canço de bressol (Canción de cuna) y Pare (Padre), para los poemas musicalizados de Antonio Machado (Cantares) y Miguel Hernández (Para la libertad, Nanas de la cebolla), para las mejores historias de amor, reales o imaginarias (Lucía, Penélope, Romance de Curro El Palmo, De cartón piedra), para las letras ácidas de la política, la sociedad o la creación (Algo personal, Señora, No hago otra cosa que pensar en tí), para los hitazos de todos los tiempos (Mediterráneo, Fiesta, Tu nombre me sabe a hierba), para la nostalgia (El carrusel del Furo -dedicada a su abuelo, asesinado por los franquistas y cuyo cuerpo fue arrojado a un barranco-, Aquellas pequeñas cosas) y también para una de las canciones más optimistas de la historia, símbolo de resistencia ante el dolor, la enfermedad, la desolación (Hoy puede ser un buen día). Hizo, también, un homenaje a Atahualpa Yupanqui cantando su Vendedor de yuyos.
Las distintas partes del show iban siendo hiladas por sus palabras, siempre finas, inteligentes y en esta oportunidad también teñidas de la ironía que llega con la edad, cuidando de no parecer sombrío pero dedicando parlamentos a aquellos que ya no están, tanto de su lado como del lado del público. Cantó de pie, sentado, acompañado por su guitarra y en compañía de Úrsula Amargos Rubio, con quien interpretaron Es caprichoso el azar.
Sobre el escenario, músicos que lo acompañan desde siempre y otros que se han ido sumando en el camino: Ricardo Miralles, en el piano y los arreglos; José Mas Portet, en los teclados; José Miguel Pérez Sagaste en el saxo, Úrsula Amargos Rubio en viola, en coros; Vicente Climent Valero en la batería, David Palau González en guitarras y Raimon Ferrer Isbert, en bajo y contrabajo. Acompañando los temas, imágenes de arte de todos los tiempos (La Venus de Boticelli, La Gioconda, de Leonardo) y sus variantes meme. El mayor hallazgo, tal vez, los grafitis y las escenas de los murales de Banksy, que maridan tan bien con algunas de las letras de Serrat.
En la platea, y a estadio lleno, coros, palmas, pedidos de temas, palabras de amor a los gritos de hombres y de mujeres; banderas, carteles, celebraciones, luces de celulares abrazando el escenario. Mujeres “arregladitas como pa’ ir de boda” con sonrisas de oreja a oreja y lágrimas emocionadas. Hombres grandes que giraban la cabeza yendo del escenario a la mujer que tenían a su lado en aquellas palabras clave para su historia personal. Hijas de la mano con sus madres. Amigas entusiastas que compartían la felicidad del aquí y ahora mientras al compás de la canción recordaban los tiempos de “la carne firme y un sueño en la piel”.
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Joan Manuel Serrat es un artista que cuenta historias con melodía y que fue capaz de ofrecer una novela en una canción. Lo hizo en Pueblo Blanco, uno de los temas más conmovedores y favoritos del público, que cantó en los bises.
Transcribo a continuación la letra, porque volví a temblar mientras la escuchaba y mientras veía -sí, veía- todas las imágenes que provoca ese finísimo relato de la decadencia del poblado que escribió el músico.
Colgado de un barranco
Duerme mi pueblo blanco
Bajo un cielo que a fuerza de no ver nunca el mar
Se olvidó de llorar
Por sus callejas de polvo y piedra
Por no pasar, ni pasó la guerra
Solo el olvido
Camina lento bordeando la cañada
Donde no crece una flor
Ni trashuma un pastor
El sacristán ha visto
Hacerse viejo al cura
El cura ha visto al cabo
Y el cabo al sacristán
Y mi pueblo después
Vio morirse a los tres
Y me pregunto pa’ qué nace la gente
Si nacer o morir es indiferente
De la siega a la siembra
Se vive en la taberna
Las comadres murmuran su historia en el umbral
De sus casas de cal
Y las muchachas hacen bolillos
Buscando, ocultas tras los visillos
A ese hombre joven
Que noche a noche forjaron en su mente
Fuerte pa’ ser su señor
Tierno para el amor
Ellas sueñan con él
Y él con irse muy lejos
De su pueblo, y los viejos
Sueñan morirse en paz
Y morir por morir
Quieren morirse al sol
La boca abierta al calor, como lagartos
Medio ocultos tras un sombrero
De esparto
Escapad, gente tierna
Que esta tierra está enferma
Y no esperéis mañana lo que te dio ayer
Que no hay nada que hacer
Toma tu mula, tu hembra y tu arreo
Sigue el camino del pueblo hebreo
Busca otra luna
Tal vez mañana sonría la fortuna
Y si te toca llorar
Es mejor frente al mar
Si yo pudiera unirme
A un vuelo de palomas
Y atravesando lomas
Dejar mi pueblo atrás
Os juro por lo que fui
Que me iría de aquí
Pero los muertos están en cautiverio
Y no nos dejan salir del cementerio
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No lo sé exactamente, pero yo debía tener 8 o 9 años cuando vi la tapa del disco en el sillón del living de mi tía Pelusa, la hermana más chica de mi mamá, que me llevaba 15 años. Sería una tarde de domingo familiar, cuando vi una tapa y vi una foto. Un hombre joven, de perfil, sentado en el piso de una suerte de terraza envuelta en bruma. Viste campera de cuero marrón y la cámara lo toma en el instante en que enciende con su mano derecha un cigarrillo con un fósforo. Era en esos días una imagen corriente y seductora, hoy es una excentricidad, una foto histórica.
Leí entonces en unas letras rosa chicle y amarillas: Joan Manuel Serrat. Dedicado a Antonio Machado, poeta. Nunca pude olvidar el impacto de escuchar esas canciones, esas letras, esa voz. A medida que pasa el tiempo entiendo, además, lo que hizo Serrat en calidad de divulgador de la poesía en español, una tarea en la que brilló como nadie.
En 1983, el catalán más latinoamericano volvió a la Argentina luego de ocho años de no pisar esta tierra a la que había venido por primera vez en 1969. Era junio del 83 (todavía no habían sido las elecciones que ganaría Raúl Alfonsín) y empujadas por el entusiasmo estudiantil las facultades de la Universidad de Buenos Aires ya habían puesto en marcha los mecanismos democráticos y elegían autoridades por primera vez después del golpe del 76. Yo había sacado entradas para uno de los cuatro shows que iba a dar Serrat en el Gran Rex y el espectáculo coincidía con el día de la votación en Filosofía y Letras, mi facultad. Recuerdo haber ido al concierto para luego regresar al edificio de Marcelo T. de Alvear, donde se dictaban clases entonces y donde esa noche se estaban cuidando las urnas.
(“Cuidar las urnas” me parece un concepto hermoso, como me parecen hermosas tantas letras de Serrat que llevamos inscriptas en la memoria, fotos de nuestra historia musicalizadas con su banda de sonido.)
A Serrat, los periodistas argentinos le robamos letra, siempre, para notas, para títulos, para conceptos. A él y a sus poetas favoritos, que de algún modo terminaron siendo los nuestros, con sus versos incluidos.
Golpe a golpe
Para la libertad
Se hace camino al andar
Algo personal
Un manotazo duro, un golpe helado
Compañero del alma, compañero
De vez en cuando la vida
Dudo que haya un periodista argentino que no haya escrito alguna vez en una crónica:
No hay nada más bello/ Que lo que nunca he tenido
Nada más amado que lo que perdí
En lo personal, daría años de mi vida por escribir versos como “con los ojos llenitos de ayer” o un texto como el del Romance de Curro El Palmo y sus lacerantes “Ay, mi amor, sin tí no entiendo el despertar/ Ay, mi amor, sin tí mi cama es ancha”.
“Vivo, hasta la fecha, una época gloriosa, en la que lo peor pasó en mi infancia y en la adolescencia. Y la infancia hace buena cualquier cosa. Mis hijos no han ido a la guerra y yo pude ver morir a mis padres. He tenido un oficio que me ha permitido conocer el mundo y conocer a gente magnífica y me ha hecho una persona querida por mucha gente. Dijéramos que hasta la fecha me he sentido un hombre bien querido y bien vivido”, reflexionó meses atrás en la nota con diario madrileño.
No todos los artistas saben cuál es el momento del retiro. De hecho, la enorme mayoría sigue adelante sin advertir cuándo es la hora de hacerse a un lado, de no sucumbir a ningún canto de sirena, y de quedarse en casa, acompañado de los suyos. Con su magnífica sensibilidad, la que lo acompaña en su vida, en su obra, en sus palabras para enfrentar la injusticia y la represión contra las que siempre se rebeló, Serrat entiende que hay un tiempo para cada cosa y elige no repetir la imagen de su padre, el “que se hizo viejo sin mirarse al espejo”, como canta en Mi niñez.
No se retira, se desplaza, dice. Sigue acá, en este mundo, dándoles letra a los demás. Como hizo siempre, como seguirá haciendo.
A ver qué letra nos traerá este crepúsculo. Vamos, la fiesta aún no se acabó.
*Próximas funciones de El vicio de cantar. 1965-2022, el show de Joan Manuel Serrat: 20, 25, 26 y 29 de noviembre, en el Movistar Arena: Humboldt 450, CABA. Más información sobre localidades en www.blueteamshow.com.
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