En una madrugada a finales del mes de febrero de 1978, un grupo de operarios que realizaba obras de cableado en la esquina detrás del edificio del Sagrario de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México encontró un enorme monolito tallado de más de tres metros de diámetro. Inmediatamente comprendieron que se trataba de un hallazgo importante.
En la mañana siguiente informaron a las autoridades correspondientes que corroboraron la trascendencia de este descubrimiento. El encuentro fortuito con el monolito de la Coyolxauhqui, la diosa lunar de los mexicas, impulsó el Proyecto Templo Mayor, liderado por el Dr. Eduardo Matos Moctezuma, Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales 2022.
La magnitud de este proyecto, de las excavaciones hechas y de las piezas que fueron encontradas, analizadas y contextualizadas, dio un vuelco en lo que se conocía hasta entonces sobre la civilización mexica. Ayudó a recomponer fragmentos del pasado que habían sido olvidados y ocultados bajo los cimientos de la actual capital mexicana.
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El monolito de Coyolxauhqui
Aquel monolito circular guardaba una serie de pistas que indicaban dónde podría encontrarse el templo principal del recinto sagrado de Tenochtitlan, capital de los mexicas.
La roca tallada representa a la Coyolxauhqui –”la que tiene cascabeles pintados en las mejillas”–. De acuerdo con la mitología era hija de Coatlicue, la deidad madre de todos los dioses. Presa de la ira, Coyolxauhqui intentó lanzar a su madre por el cerro sagrado Coatepec, la morada de los dioses, cuando Coatlicue estaba a punto de dar la luz a Huitzilopochtli –dios solar y de la guerra–. Ante el riesgo, Huitzilopochtli nació antes de tiempo. Ya ataviado con sus atributos militares, decapitó a su hermana y arrojó su cuerpo hasta que terminó completamente desmembrado a los pies del cerro.
Escenificando esta batalla, la diosa lunar tallada con primor por los artesanos mexicas en un bloque de roca andesita de casi ocho toneladas fue depositada a los pies de una de las escaleras del Templo Mayor, la que conducía al templete dedicado a Huitzilopochtli.
El Templo Mayor, una metáfora de la cosmovisión mexica
La estructura arquitectónica del Templo Mayor, que salió a luz gracias al arduo trabajo de más de cuatro décadas del equipo liderado por el profesor Matos Moctezuma, funcionaba como una metáfora de la cosmovisión mexica.
El enorme bloque piramidal levantado en varias etapas constructivas parece replicar el cerro Coatepec. Su cúspide truncada está coronada por dos pequeños templos, uno dedicado a Huitzilopochtli y el otro a Tláloc, el dios de la lluvia, del agua capaz de fecundar la tierra.
Tláloc es crucial para los pueblos del valle de México. Necesitaban de su poder para tener buenos cultivos y garantizar el sustento de la sociedad. Por otro lado, dentro de la cosmovisión dual complementaria que identifica a las civilizaciones mesoamericanas, Tláloc también poseía un lado negativo: podría enviar rayos, heladas y tempestades capaces de comprometer las cosechas.
El dios de la guerra Huitzilopochtli fue la deidad patronal de los mexicas. Su elección no es casual, ya que los mexicas conformaron una sociedad expansionista y bélica que, bajo su tutela, logró ser el pueblo más poderoso del área mesoamericana.
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La muerte y la vida
Matos Moctezuma, apodado “el arqueólogo mayor”, trabaja desde su descubrimiento en este yacimiento. A lo largo de los años ha ido desenterrando un sinfín de piezas y objetos que recomponen este espacio ceremonial. A la vez, arrojan luz sobre la forma en la que esta sociedad comprendía y se relacionaba con el mundo, entre ellos y con su entorno natural.
También ha dedicado buena parte de su producción científica a los ritos relacionados con la muerte de la civilización mexica y en cómo se ve reflejada en sus materiales. Liberándolo de prejuicios, mitos e ideologías contemporáneas, su rigurosa investigación ha logrado desvendar y analizar algunos aspectos de la importancia de la muerte para el pueblo mexica.
Una de las lecturas consiste en que, entre los dones posibles para los dioses, la muerte consistía en el obsequio más preciado, pues consideraban que favorecía la continuación de la vida. Los rituales sacrificiales se entendían como una especie de espejo de los ciclos de la naturaleza, donde la lluvia llegaba para hacer renacer a las plantas después de su muerte durante el periodo de sequía. Matos Moctezuma ha publicado una serie de libros que profundizan en esta temática como Muerte al filo de la obsidiana: los nahuas frente a la muerte, Vida y Muerte en el Templo Mayor y La muerte entre los mexicas.
El legado patrimonial
La responsabilidad del “arqueólogo mayor” ha ido más allá del estudio riguroso y científico de los vestigios del pasado. También se ha comprometido con la labor pedagógica y social de dar a conocer al público no especializado el rico patrimonio arqueológico del México Antiguo y valorarlo.
Entre sus múltiples actividades relacionadas con la divulgación y con el compromiso social destaca la construcción del Museo del Templo Mayor, en el terreno adyacente al local donde fue encontrada la Coyolxauhqui. Inaugurado en el año de 1987, el museo fue diseñado por el arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez. Es patente el trabajo colaborativo que se estableció entre Ramírez Vázquez y Matos Moctezuma para la concepción del espacio expositivo y del proyecto museográfico, puesto que la articulación del museo reproduce simbólicamente la estructura del Templo Mayor comentada anteriormente.
Las investigaciones realizadas por el Premio Princesa de Asturias y la musealización de los hallazgos son capaces de acercar a los visitantes a la aparentemente lejana forma de vida y de comprensión del mundo de la civilización mexica. Al poner luz a este proceso, el Eduardo Matos Moctezuma se transforma en el principal interlocutor entre el México Antiguo y el actual. En definitiva, es el “Arqueólogo Mayor”.
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