La Pinacoteca de la Universidad de Concepción, en Chile, reúne junto a Mi amada tierra otros 27 grabados de Santos Chávez, un hombre de la Araucanía que mostró al mundo su tierra y su gente a través de su arte.
La temática de su obra gira en torno a la vida primaria del ser humano, su conexión con la tierra, con el viento, con la luna y el sol. Su iconografía remite a su infancia en el mundo rural, una vida a la que nunca volvió pero que muestra de forma poética en cada uno de sus trabajos. Aunque Chávez recorrió el mundo y vivió en grandes ciudades, como el Berlín oriental, eso no afectó su obra en la que siguió imaginando y poetizando su niñez campesina en la tierra de Arauco.
Hijo de una familia numerosa, Santos Chávez nació el 7 de febrero de 1934 en la aldea de Canihual (Tirúa, región de la Araucanía). El pueblo está rodeado por bosques milenarios y praderas, cruzados por ríos y esteros entre la Cordillera de los Andes y el océano Pacífico. Su madre estaba trabajando en el campo y lo trajo al mundo a la orilla de un trigal. Esa estrecha relación con la tierra lo acompañó durante toda su vida.
La familia vivía en una gran pobreza y, desde pequeños, los hijos tuvieron que colaborar con el sustento del hogar. Santos perdió a su padre a los siete años y su madre falleció cuando él tenía 12. Fue así como quedó a cargo de un patrón para el cual tuvo que trabajar sin sueldo. Por su trabajo recibía cada fin de año un cordero o un chivito. Recién a los diez años, su patrón le permitió ir a la escuela solamente en los días lluviosos, cuando los animales no podían salir del establo.
Heredó de parte de su abuela materna la sangre mapuche, pero Santos no quiso vivir como la mayoría de ellos. A los 14 años decidió partir a Concepción para trabajar de día y poder estudiar por las noches. Un nuevo mundo se abrió ante él. Poco a poco, comenzó a conocer nuevas cosas que le fascinaron, como la música y la poesía. Había incursionado bastante en ellas cuando, a los 24 años, se matriculó en un curso vespertino de artes plásticas en la Sociedad de Bellas Artes de Concepción, donde le habían otorgado una beca.
En una entrevista en agosto de 1966, Santos confesó: “Me echaron dos veces. Dijeron que no servía. Que me dedicara a otra cosa. Pero yo volvía una y otra vez. No tenían más remedio que dejarme. La gente que había estudiado en París o en Londres no podía aceptar la idea de que un hombre con cara de indio como yo dibujara, grabara, pintara”. En esa misma entrevista le preguntaron cuál era el mensaje de sus dibujos y grabados. Él contestó: “Trato de expresar la raza, lo poco que nos va quedando de americano. Soy un araucano que trata de universalizar el sentimiento de la gente sencilla. Por eso elegí la madera. La noble madera para expresarme. Tierra y hombre forman una entidad”.
Su traslado a Santiago en 1960 le abrió nuevas perspectivas. Se incorporó al Taller 99, un colectivo fundado en 1956 por el artista Nemesio Antúnez, que posibilitó gratuitamente a sus miembros buenas condiciones de trabajo. Allí pudo definir su vocación de artista gráfico. En ese taller apenas incursionó en las técnicas del grabado en metal, para centrarse después en la litografía y sobre todo en el grabado de madera, medio en el que produciría una extensa y personal obra.
“Antes de entrar a una academia de arte estaba en mí el deseo de entender a mi propio pueblo, a mi gente. Entender desde un punto de vista siempre positivo, que es lo que me sugería mi relación con la naturaleza, la geografía donde nací y donde viví gran parte de mi niñez como pastor y mi adolescencia como trabajador campesino. De dicho mundo aprendí que no hay que ser pretencioso con lo que uno hace. Eso lo sabe toda persona que trabaja la tierra y aprecia y vive la morenidad”, cuenta Chávez en unas palabras que recoge el poeta Elicura Chihuailaf en su libro Recado confidencia a los chilenos, de 1999.
Santos Chávez admiraba a Marc Chagall, que fue pastor como él, y también a Durero, cuyos grabados pudo ver cuando vivió en Alemania. Pero su universo creativo estaba influenciado exclusivamente por sus propias vivencias. Además, desarrolló una técnica particular para crear sus xilografías. Usaba pedazos de coihue y araucaria que encontraba. En ellos cavaba sus figuras, como una escultura, y les aplicaba la tinta. Luego le superponía el papel y en vez de utilizar una prensa se valía de una cuchara de madera, dándole una presión despareja. Nunca hacía más de 50 versiones de una placa, todas ellas ligeramente diferentes.
En sus grabados plasma de forma poética el imaginario iconográfico que resalta la cosmovisión mapuche. Esos trabajos presentan trazos delicados con gradaciones de texturas, surcos limpios y tramas complejas. Santos era también un excelente acuarelista. En sus xilografías usaba manchas de color sobre el papel y la mancha que deja su pincel es análoga a la huella de la cuchara.
Durante su vida como artista, Santos Chávez ilustró más de 20 carátulas de libros y trabajó también en la ilustración de libros completos. Tanto en Chile como en Alemania existen cubiertas para obras musicales (vinilos, CD y casetes) que llevan imágenes aportadas por el artista.
En este marco, se cuentan las ilustraciones de Santos Chávez para obras célebres, como el primer libro de Pablo Neruda traducido a la lengua mapuche por el poeta Elicura Chihuailaf, titulado Todos los Cantos / Ti Kom VL, de 1996, así como numerosas contribuciones menos conocidas, como unas estampillas con motivo del Congreso Internacional de Planificación Familiar de 1967.
La vocación artística de Santos Chávez lo llevó a explorar otros formatos y disciplinas de las artes visuales, más allá de su faceta de grabador. En este sentido, en su legado también se cuentan dibujos, pinturas y murales hechos en Chile y en el extranjero.
En el período 1970-1973, durante el gobierno de Salvador Allende y siendo partícipe de este contexto de efervescencia política, Santos Chávez realiza un mural en Santiago para el interior del edificio de la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, más conocido como Edificio UNCTAD III (ahora Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM). También realiza otro mural en el frontis del Sindicato de Suplementeros de la calle San Francisco, en Santiago. Esta obra ya no existe.
En 1989, en un jardín infantil de la ciudad de Salzwedel, Alemania, Santos pintó un mural de 14 metros de ancho, con ilustraciones de su mundo de Arauco. Para su esposa, Eva Chávez, esta obra es un reflejo más del cariño y preocupación que el artista sentía por la población infantil: “Aunque no tenía hijos propios, sentía un gran amor por los niños. Con frecuencia los invitaba a conocer su taller, visitaba colegios o participaba en eventos juveniles para compartir sus conocimientos”, escribió la mujer para el texto de la exposición “Santos Chávez, xilografías y linóleos”, realizada en 2004 en el Museo de Arte Precolombino de la ciudad de Santiago.
Por otra parte, la Fundación Santos Chávez identificó y catalogó más de una veintena de obras hechas por Santos desde 1985. Muchos de estos dibujos fueron elaborados para ilustrar cuentos infantiles, y algunos nunca fueron publicados.
Santos Chávez participó de más de 40 exposiciones individuales y colectivas, tanto en América latina como en Europa, entre 1978 y 1994. Entre los premios y distinciones más importantes que recibió, se encuentran el Primer Premio de la III Bienal Americana de Grabado (Santiago, Chile, 1968); Mención de Honor en Exposición de Casa de Las Américas (La Habana, Cuba, 1969); el Premio de Adquisición (Museo de Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos, 1970); la Beca Fundación Pollock-Krasner, (Nueva York, Estados Unidos, 1998); el Premio Altazor en Dibujo y Grabado (Santiago, Chile, 2000).
En 1989, interpreta la caída del muro de Berlín como “una invasión del mundo occidental a la República Democrática Alemana”, algo que comenzaba a angustiarlo, por lo cual preparó su regreso a un Chile democrático. A modo de despedida, monta la muestra “Vivir en Berlín”, una exposición de acuarelas con la que se propone reflejar su vida en la capital alemana.
En 1994 se instala definitivamente en Chile, donde se reintegra al Taller 99 y conoce a jóvenes artistas con los cuales trabaja e intercambia experiencias. En el año 2000 recibe el Premio Altazor de las Artes Nacionales, en el ámbito de las Artes Visuales, categoría Grabado y Dibujo. Esta fue la primera edición de un premio concedido entre 2000 y 2014 por los propios creadores e intérpretes de las artes en Chile.
El 2 de enero de 2001, estando acompañado por su esposa Eva, Santos Chávez fallece en Reñaca debido a un cáncer. Deja un legado de más de mil obras entre grabados, acuarelas, portadas de libros, ilustraciones interiores y carátulas para discos. “Mi obra no es realismo, es armonía, es sentido, es simbolismo y poesía”, definió el artista.
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