Para Anna Maria Maiolino, “el arte consigue transformar una tragedia en poesía”

La primera retrospectiva de la artista brasileña, con pinturas, dibujos, xilograbados, esculturas, fotografías, videos, obras sonoras e instalaciones, se exhibe en el Malba. “Busco las formas básicas que el cuerpo puede producir”, define sobre su trabajo

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"Schhhiii…", la megamuestra de la
"Schhhiii…", la megamuestra de la artista brasileña Anna Maria Maiolino que se exhibe en el Malba

Hiperprolífica y aguda, Anna Maria Maiolino (Scalea, Italia, 1942), una de las artistas más importantes de Brasil, conmueve al tiempo que interpela con potencia en Schhhiii…, su megamuestra en Malba, la primera exposición panorámica de la artista en nuestro país.

Con curaduría de Paulo Miyada –reconocido curador de arte latinoamericano del Pompidou y curador en jefe del Instituto Tomie Ohtake–, la muestra, que ya se presentó en una versión diferente en San Pablo reúne pinturas, dibujos, xilograbados, esculturas, fotografías, videos, obras sonoras e instalaciones. Con más de 200 piezas, la muestra está organizada en tres núcleos: Anna, que pone el foco en la cuestión de la identidad; No, no, no con eje en lo macropolítico y, el último, Acciones matéricas.

Maiolino es artista, poeta, escultora, pintora, performer y en simultáneo madre, hija, abuela, nieta, amante, esposa, amiga, latinoamericana, italiana, brasileña, inmigrante”, señala Miyada sobre esta artista que puede definirse como la suma de sus roles y que denominó vida-obra a su experiencia vital.

Durante la posguerra, Maiolino dejó Italia para hacer pie en Caracas, donde estudió en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas; luego viajó a Brasil. Integró la Nueva Objetividad Brasileña en los 60, y entre 1968 y 1971 vivió en Nueva York.

"Por un hilo", obra en
"Por un hilo", obra en la que artista, su madre y su hija sostienen un cordel por la boca

“Me parece que para Anna el dolor y la violencia caminan muy cerca del grito, del placer y de la potencia del cuerpo: creo que también se pueden mirar muchas de sus obras como imágenes de coraje”, dice Miyada. Esta ambivalencia constante en la producción de Maiolino se evidencia en el título de la versión brasilera de la exposición: Psssiiiuuu…, tomado de un poema homónimo de Maiolino, de 1996. Schhhiii…. es una traducción aproximada de Psssiiiuuu..., onomatopeya que en portugués puede significar un llamado, un silenciamiento, una invitación, un coqueteo, una reprimenda o una broma. También seducción o ataque; malicia o inocencia.

Se exhiben registros de acciones visuales políticas contundentes en respuesta a la censura durante la dictadura en Brasil. En la fotografía Es lo que sobra se ve a la artista a punto de cortarse la lengua con una gran tijera. Y en otra foto - poema - acción (la denomina de este modo porque condensa gesto performático, síntesis poética y fotografía) la punta de una tijera amenaza con cegarla. La muestra incluye O amor se faz revolucionário (El amor se vuelve revolucionario), en homenaje a las Madres de Plaza de Mayo.

En la muestra se exhiben
En la muestra se exhiben registros de acciones visuales políticas contundentes en respuesta a la censura durante la dictadura en Brasil

Desde San Pablo, Maiolinno, una de las artistas más reconocidas de Brasil, conversó con Infobae Cultura.

—¿Va a venir a Buenos Aires?

—Cada mañana es un nuevo día y es precioso estar viva y sentirse bien. Yo iba para Italia el 11 de septiembre y me caí. Tuve toda mi fantasía sobre la materia, sobre la arcilla y sobre las cuestiones materiales, ahora lo estoy viviendo en primera persona (risas).

—¿Qué sensaciones le provoca trabajar con esa arcilla? ¿Por qué surgió ese interés por el barro y la tierra?

—Entré en una crisis conmigo misma –gracias a dios que tenemos esas crisis porque nos renovamos, nos permitimos otros caminos—. Soy una persona inquieta por naturaleza. Para que nos ubiquemos en el tiempo, voy a cumplir 81 años. Creo que es importante para entender el arte y el alma de la gente. Creo que en la base del imaginario del artista está sin duda lo que ha vivido, y cada personaje tuvo una importancia en la concepción del imaginario. Soy la última de diez hijos: mi madre me tuvo a los 42 años, si hoy estuviera viva tendría 122 años; mi padre cinco años más. A mí me gusta decir, cuando se habla de mi trabajo, que mis inquietudes vienen también de esas generaciones anteriores que están muy presentes en mi vida. Mi mamá declamaba todo el tiempo El Infierno de Dante. Mis padres no eran intelectuales, pero eran cultos, de una cultura humanista y clásica. Tengo tres siglos dentro mío: ellos, del 1800; yo, nacida en 1942, y lo que estamos viendo hoy, que es muy perturbador.

"La base del imaginario del
"La base del imaginario del artista está sin duda en lo que ha vivido", dice la artista

—Esa unión de distintas generaciones está en Por un hilo (nota: fotoperformance en la que la artista, su madre y su hija sostienen un cordel por la boca). Para mí es como un lazo invisible que las nutre mutuamente y une. ¿Cómo lo pensó?

—Cuando hablaba de nosotros, sus 10 hijos, mi madre gritaba a los cuatro vientos: “Vos sois sangre de mi sangre, cuerpo de mi cuerpo”. Entonces, fíjate tú, en mi imaginario, nosotros habíamos sido hechos con segmentos del cuerpo de mi madre. Y eso fue también lo que me llevó a trabajar la multiplicidad y la repetición de formas. Me parece muy difícil no ser subjetiva en mi trabajo; soy objetiva cuando pienso a un nivel más político. Pero tengo un lado que se alimenta de mi vida pelegrina: de andar por distintos sitios y, además, de esa multitud de gente que se sentaba a la mesa. Mi universidad fue esa mesa: cada personaje era alguien muy interesante. Se unía el afecto con el interés mental. No se hablaba de estupideces, no era Big Brother. Muchas veces la estética contemporánea se queda sólo en el espectáculo: elimina el pensamiento. No en todo gracias a dios, pero se banaliza la poesía.

Para mí el nacimiento era algo importante (de ahí la importancia del huevo). Además en mi familia todos eran farmacéuticos y se hablaba mucho de medicina. Yo oía sobre la importancia de las cédulas, de un huevo. Se hablaba todo el tiempo de los aspectos del vivir. Mucha gente cree que lo que aparece en la foto es un spaguetti –formalmente puede serlo—, pero no es el sentido. Porque el alimento que una madre le da a su hijo puede ser comida, claro, pero también incluye muchos otros aspectos: el del alma, del cuerpo, hablar del otro. Fíjate, en mi casa, que éramos 13 en la mesa, me enseñaron que había otro. Mi madre decía: “No hay que comer todo porque somos muchos: recuerden que hay más gente”.

Las personas que se sentaban en esa mesa fueron fundantes para quien soy hoy. Me gustaba escucharlos, no me quería levantar, quería seguir ahí: hablaban de temas importantes, nunca de banalidades. Para mí, esta fotoperformance representa la continuidad de la especie. También lo femenino como identificación del otro: en ese momento me identificaba con mi madre y con mi hija. Como continuidad de la especie porque la reproducción requiere del útero de la mujer. Representa la importancia de la mujer, de la fémina en la naturaleza y en el mundo, sin descartar al hombre. No descarto al hombre en mi trabajo. Ese hilo puede extenderse a los antepasados y a las generaciones futuras. Es un himno a la humanidad. Hay muchas metáforas dentro de esa imagen, muchos sentidos. Y también alude a la boca: un orificio muy importante de comunicación y de alimentación.

"Muchas veces la estética contemporánea
"Muchas veces la estética contemporánea se queda sólo en el espectáculo: elimina el pensamiento", dice Maiolino

—En Glu glu la boca evoca el acto de comer ligado también al proceso escatológico, como mecanismo de supervivencia o proceso biológico. ¿Cómo surgió esa obra?

—Yo creo que una tiene que dar la fecha de cada obra: fue hecha en 1960. Con 18 años yo necesitaba pertenecer a algo porque había salido de Italia a los 12, llegué a Caracas a los 12, y luego a los 18 me fui a Río de Janeiro. Me dolía mucho no pertenecer a nada. Cuando llegué allá, encontré un grupo de artistas jóvenes, que luego conformarían la Nueva Objetividad brasilera paralelo al pop art. Acababa de surgir Brasilia y había un proyecto socialista para todos nosotros. Antes de la dictadura militar, existía esa esperanza. El hambre que había dejado en Italia debido a la guerra y a la carestía de Europa, yo lo encontré en Brasil, una tierra rica, generosa. Obviamente procede del colonialismo portugués. América latina todavía no logró librarse de las consecuencias de la colonización. Ese nuevo mundo con su promesa de El Dorado trajo cosas bellísimas, pero todavía estamos lejos de saber qué queremos de El Dorado.

—Es un tema clave el hambre en su producción, y muy actual...

—Sí, porque yo de niña había pasado hambre en Italia. Hasta el año 50 pasamos mucha hambre. Emigramos a Venezuela. Mi abuelo calabrés había hecho fortuna en Ecuador, pero sus descendientes fueron incapaces de mantenerla. Mi mamá vendió la última casa del abuelo y decidió emigrar. Venezuela fue el último país que aceptó inmigración. En 1952 el gobierno de Venezuela pagó nuestro viaje, necesitaban inmigración. Fue un horror porque poco después Italia ganaba el premio a la mejor moneda. Mi mamá se precipitó, mas no puedo juzgarla porque hasta 1952 pasamos hambre. Nunca me levanté de la mesa suficientemente saciada, tengo una poesía que habla de esto.

"América latina todavía no logró
"América latina todavía no logró librarse de las consecuencias de la colonización", dice la artista, que se instaló en Brasil a los 18 años

-¿Cómo estaba formada la familia?

Mi abuelo, mi mamá y mi papá y la señora que nos cuidaba (mi mamá Carmela). Mi madre le dijo que se fuera porque ya no podía pagarle, pero ella se quiso quedar. Se sentaba con nosotros a la mesa. Recuerdo que mi abuelo decía que la primera comida era para quien trabajaba: desde pequeña aprendí el valor del trabajo como un bien esencial del hombre. En las instalaciones con arcilla, el trabajo es el argumento importante: se manifiesta con toda su potencialidad poética. Estamos hablando del trabajo individual y colectivo porque yo vengo de una tierra de vendimias. Tengo esa memoria cultural campesina y del mar. La cuestión de la multiplicidad está en la naturaleza, que nunca se repite. Eso fue algo que llevé a las acciones con arcilla. La tierra modelada privilegia el trabajo de las manos: la producción artesanal. Es muy diferente del minimal art americano. Trabajo con formas mínimas esenciales que se obtienen de la manipulación de la materia húmeda: el hombre que hace pan obtiene las mismas formas. Y también aparecen en la defecación porque el cuerpo es sabio, no crea formas complejas. Son formas básicas y simples que la mano después repite.

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—No tienen que ver con el minimal art porque está la impronta.

—Yo busco las formas básicas que el cuerpo puede producir. Tengo otras personas que trabajan conmigo: el trabajo es uno y colectivo.

—Me quedé pensando en el hambre y los bombardeos. ¿Cómo es eso de que su mamá se la olvidó en una cuna en una iglesia y en la escuela?

—El hecho de que me olvidarán durante los bombardeos para alguien que lo escucha puede ser un horror, pero yo creo que son experiencias fundantes para un individuo. La vida no es toda bonitita, así, así, asá, el zapatito de último modelo. La vida es pulsión de vida: en esa pulsión está lo bueno, el equívoco y el error. Mi madre me tuvo en un momento horrible de la Segunda Guerra Mundial: posiblemente no quería otra niña. A mí no me molesta pensar eso. Puede ser que cuando era chica me sentía excluida porque además mamá contaba esto con gracia, como si fuera una cosa divertida. Se forman metáforas también sobre cosas que no son agradables. Tenemos el arte que consigue transformar una tragedia en poesía: es una capacidad humana increíble.

Paulo Miyada, curador de la
Paulo Miyada, curador de la muestra de Anna María Maiolino

—¿Durante los bombardeos llevaban a los chicos a la iglesia para que los cuidaran?

—No, mi mamá se había ido al interior de la región de Calabria, y alquiló una casa con sótano. Y cuando tocaban las sirenas porque pasaban los aviones –mi hermano pensaba que eran pájaros— bajaban ahí con el abuelo. Mi papá estaba en la guerra, era militar. Y cuando llegaban abajo, mi abuelo, que es el mayor amor masculino de mi vida y que llevo siempre dentro mío –es algo increíble— decía: “Se olvidaron la bambina”. Y él me iba a buscar. Yo estaba en una cuna en la iglesia porque era una niña muy quieta. Y te digo más: los niños saben lo que está pasando porque yo tengo una memoria de infancia asustadora.

—Eso puede ser un privilegio o no…

—No. Asustadora porque ya no me asusta más nada. Una vez escuché una frase de Liliana Segre que pautó mi vida: ella dice que la indiferencia es peor que la violencia. Tiene 92 años, es senadora en Italia, es judía y pasó por Auschwitz. El domingo pasado escuché una entrevista que le hicieron en tevé: dijo que la cosa más importante que aprendió en la vida es a ser libre y a no tener miedo. Si yo tenía miedo en la infancia, la perdí con la edad. Claro que no hay que desafiar el peligro. Hoy no lo desafío, pero no hay que tener miedo. Creo que el miedo se puede sustituir con la inquietud, que provoca un desasosiego del alma, como las cosas que están pasando en Europa y en Brasil, pero te lleva a buscar soluciones con el pensamiento. ¡Lejos del miedo!

—¿Cómo fueron sus años en Argentina?

—¡Pésimos! Llegué cuando Alfonsín recién había asumido, no soportaba más oír hablar de los desaparecidos: mi alma sangraba junto a ellos. Y Víctor Grippo, un artista fabuloso, fue mi gran amor. Pero la culpa fue mía. Cuando estuve con hombres que amé, me torné mujercita: cuidaba de la casa, cuidaba de él, me fijaba si su ropa estaba bien lavada y planchada. Y mi proyecto, mi necesidad de expresarme –porque el arte es una necesidad de la persona— pasaba a segundo lugar.

—Hay muchos temas en común: el trabajo y el alimento son claves para ambos.

—Sí, fue bellísimo, fue maravilloso. Leíamos juntos. Pero mi vida social no existía en Argentina: él vivía encerrado y yo con él.

—¿Cuántos años estuvieron juntos?

—Cinco. Yo vivía muy aislada, me hacía mucha falta la línea del horizonte de Río, del mar, el sol. Me hacían mucha falta mis amigos. Víctor no veía a nadie. Un día que él tenía una muestra en San Telmo, yo estaba vestida cuatro horas antes esperándolo para ir. Él fue a montar una obra con un alumno suyo. Luego, vino a buscarme, pero cuando llegamos a su muestra la gente ya se había ido. Sólo estaba una vieja crítica de arte que dijo: “Ah, acá está la brasilera italiana, la mujer de Grippo, ¿no?” Esa anécdota te muestra cómo vivía yo en Buenos Aires. Víctor Grippo tenía su propia idiosincrasia.

—¿Vivieron juntos en Buenos Aires y también en Río?

—Sí, íbamos para un lado y para el otro. Y sufrí para que el porteño de Víctor se pusiera un par de sandalias franciscanas: venía conmigo a la playa todo vestido a la moda lunfarda, con zapatos y medias (risas). Yo le decía “hace calor Víctor, ponte unas bermudas y un par de sandalias”. Hacía 40 grados.

—Qué gracioso.

—Sí. Me acuerdo de él con mucho cariño. Tengo una idea que te la voy a decir: cuando tú ya has amado a varias personas no es novedad: se va sumando a la idea del amor que tienes. Es como el arte: no es una obra separada del resto. El amor se va sumando. Yo nunca sentí que estaba traicionando al papá de mis hijos o viceversa. Víctor fue mi último compañero. Después de él dije “Nunca más. Voy a dedicarme a mi trabajo”.

* Schhhiii… de Anna Maria Maiolino se exhibe hasta el 20 de febrero de 2023, en la sala 5 del nivel 2 del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Av. Figueroa Alcorta 3415, C.A.B.A.

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