Guillermo Saccomanno: “No hay secretos, tanto pintar como escribir es trabajo”

El escritor argentino, quien exhibe públicamente por primera vez sus obras, dialogó con Infobae Cultura con cuadros “sin palabras” de fondo. “No hay día que pase que no escriba, que no dibuje, que no pinte”, dice

Guillermo Saccomanno posa delante de sus obras, expuestos en una librería y espacio de arte del barrio porteño de Retiro, hasta el 30 de diciembre (Foto: Luciano Gonzalez)

Una mañana cualquiera, Guillermo Saccomanno salió a hacer algunas compras. Cerró con llave su departamento, bajó por el ascensor y salió a la Avenida Córdoba. Fue a la verdulería o la carnicería, o a las dos, y ya con la bolsa en la mano esa salida funcional se volvió paseo. Se detuvo frente a la vidriera de la librería Menéndez, sobre la calle Paraguay, y decidió entrar para chusmear mejor las novedades editoriales; esa mañana le sobraba tiempo. Marta Menéndez, la dueña, lo reconoció enseguida. Hace un tiempo ya indefinido que son vecinos y también que vende sus libros. Conversaron alguna trivialidad hasta que hizo la pregunta:

—¿Qué estás escribiendo?

—No, ahora no estoy escribiendo, estoy pintando.

—¿Qué estás pintando? Mostrame.

Entonces Saccomano dejó la bolsa con verduras o carne, o las dos cosas, en el piso, sacó el celular y scrolleó algunas fotos que había sacado esa misma semana frente a los ojos de la librera. “Tenés que hacer una muestra. Acá tenemos la galería”, le dijo ella. Ahora Saccomanno sonríe de forma conclusiva y dice: “Bueno, y acá tenemos la pintura”, y señala con su mirada todo el espacio, los pequeños cuadros que se ubican, prolijos, esquemáticos, como pequeñas ventanas mágicas, una al lado de la otra, en las paredes blancas del lugar. “No es nuevo esto. Yo pinto desde siempre. Digamos que era una actividad... secreta”.

Sin palabras se llama la muestra. Es la primera vez que exhibe sus dibujos y pinturas. Hasta el 30 de diciembre, cualquiera que entre a la librería puede hacer unos pasos más y visitarla. La frase que acompaña la serie es simple pero esclarecedora: “Ese que veo de espalda, mirando a otra parte, el agua, el cielo, ese no soy yo: es el otro que dibuja y pinta visiones a ver si averigua quién es, quién soy”. La referencia es directa hacia algunos de los cuadros donde se ve a un hombre mirando el horizonte que se parte en un juego de colores. No le vemos la cara, pero algo nos dice que es un alter ego del artista.

Obras de Guillermo Saccomanno expuestas en Menendez Libros, hasta el 30 de diciembre (Foto: Luciano Gonzalez)

“Pinto desde siempre. Desde pibe me interesó mucho esta cuestión del dibujo y la pintura”, cuenta. Su padre lo llevaba a los Concursos de Manchas que organizaban distintas sociedades de fomento. “Vos ibas con tus pinturas a un lugar determinado, La Boca, Mataderos, Parque Lezama, generalmente donde había parques, tenías que elegir un rincón del paisaje y pintabas lo que veías. Después esos trabajos se seleccionaban, concursaban y te daban algún premio, que muchas veces era una caja de pintura. Para un pendejo de diez, once años eso era un flor de estímulo”, recuerda.

De chico dibujaba aviones pero en algún momento esa actividad íntima y lúdica, incluso infantil, adquirió un ribete ambicioso y empezó a hacer retratos. A su hermana la tenía horas sentada, mirando un punto fijo, inmóvil, posando para él. A los quince montó un taller en el fondo de su casa. Retratos en pastel. “Me gustaba tomar apuntes de gente al natural. Y tenía mucho interés por las ilustraciones de libros, la historieta. Y por los grandes dibujantes de ese momento, que eran nada menos que Hugo Pratt, Alberto Breccia, Solano López. Después yo me haría guionista de historietas y laburaría con grandes dibujantes: fue un aprendizaje”.

A los quince años comenzó a trabajar en una agencia de publicidad. En ese momento no existían las escuelas de publicidad. “Era la época en que la publicidad se hacía con escritores, pintores: los redactores eran escritores, los pintores eran directores de arte. Te encontrabas a directores de cine también trabajando ahí. Imaginate lo que era para un pibe de quince años empezar a trabajar de mandadero en una agencia como Walter Thompson, un antecedente de lo que fue Mad Men, ese ambiente... Te estoy hablando de los años sesenta. Ahí tenías acceso a conversaciones, guías; te formabas. Te tiraban lo que tenías que leer, lo que tenías que ver en pintura”.

“Pinto desde siempre. Desde pibe me interesó mucho esta cuestión del dibujo y la pintura”, cuenta Guillermo Saccomanno (Foto: Luciano Gonzalez)

Hace más de treinta años que Saccomanno vive en Villa Gesell. Tiene un pie allá y otro en Capital. Vive en ambos lugares, casi a la vez. Desde que aquellas playas bonaerenses se volvieron un paisaje cotidiano, el mar ingresó en su pintura. Ahora, acá, en esta muestra, el mar es más que un paisaje, es un personaje. Aparece en, por lo menos, un tercio de las obras. “El mar es una presencia inmensurable”, reconoce y agrega dos elementos más: la Costanera Sur y la geografía urbana. “Son mis tres paisajes, te diría. Pero no me interesa ser fiel al paisaje en tanto estética realista, sino ir más hacia algo que tiene que ver con la abstracción”.

“Siempre dibujé, siempre pinté”, dice. Ahora, además de llevar un diario de lecturas y apuntes, lleva un diario de dibujo. ¿Cambió algo su forma de pintar? Se queda pensando y luego dice que sí: “Ahora estoy más suelto. Me preocupo menos. Para mí en el hecho de dibujar y de pintar hay una autoexploración”. La analogía con la escritura sale sola. Entonces cita a Henri Michaux: “la línea piensa por vos”. “La línea te va llevando, el dibujo te va llevando. Es una actividad muchísimo más fluida que la literatura y la escritura, donde el trabajo de composición es mucho más mental, cerebral, etcétera. Acá te dejás llevar”.

“La imagen también tiene su propio discurso y transmite lo suyo. No podés comparar a un pintor como Monet con un escritor como Emile Zola, son situaciones diferentes y expresiones diferentes”, dice y continúa: “Un libro te lleva otro tiempo de elaboración. A veces estas pinturas son pa, pa pa, pa”, y con la mano hace el mismo gesto repetido: un trazo fuerte tras otro. “Guillermo Roux me decía: seguí, seguí, seguí; cuando encontraste una veta mandaste hasta el fondo, no la cortes”. Eso puede durar horas y horas o días y días. O dejás los dibujos ahí y después volvés al día siguiente o dos días después. De eso se trata”, explica.

“En cambio, el trabajo de escritura es mucho más de elaboración —aclara—, pero también te diría de traté de que mis libros sean siempre diferentes. Trato de no repetir un trabajo seriado, una fórmula. Como cuando encontrás la maquinita y empezás a reproducir, a reproducir, a reproducir y terminás copiándote a vos mismo. A medida que pasan los años yo creo que uno se da cuenta que lo más interesante que le puede pasar es no darse cuenta de si tiene estilo o no tiene estilo. ¿Para qué ese invento del estilo? Yo hago lo que puedo. No soy inocente, no me voy a hacer el pelotudo. Por ahí hay algo reconocible. No lo sé”.

Para Saccomanno, que lleva publicado más de veinte libros, entre ensayos, cuentos y novelas —el último, Esperar una ola, la ilustración de tapa la hizo él mismo y de alguna forma fue un adelanto de esta muestra, Sin apalbras, y quizás de la que vendrán después—, “un escritor, del mismo modo que un artista plástico, es el menos indicado para dar explicaciones de su obra. Uno puede decir cómo creó, las condiciones de producción, la situación, el encadenamiento de comportamientos como para que surgiera algo, pero nunca uno puede tener en claro de qué viene, qué quiere decir”.

“La línea te va llevando, el dibujo te va llevando. Es una actividad muchísimo más fluida que la literatura y la escritura", dice Guillermo Saccomanno (Foto: Luciano Gonzalez)

Antes, quizás dos años atrás, Saccomanno salió a caminar y se alejó unas cuantas cuadras de su casa. Llegó a Costanera Sur. Sacó algunas fotos y volvió a su departamento. Entre eso que aparecía en la pantalla y lo que sus ojos habían visto armó un boceto que se fue llenando de trazos. “Me suele pasar: me concentro en una foto y después me fui, me fui completamente y ya no es la foto”. Con las piernas cruzadas, sentado en un sillón de la galería, Saccomanno extiende su mano y señala un conjunto de obras: “Estas imágenes, por ejemplo, vienen de adentro. No vienen de un mar en particular. Es empezar a jugar con las tintas”.

Cuando llegó a este barrio, que no es el mismo que ahora aunque de esa esencia siempre se mantiene, pensó: quiero vivir siempre acá. “Esta es la zona de las galerías de arte. ¡Había cantidad de galerías por acá!”, recuerda. “Además de trabajar en una agencia de publicidad, yo tenía también el acceso a la plástica. Si bien me estaba formando también en la literatura, fueron para mí actividades complementarias. Todo esto funcionó en mí como motor, aunque nunca me animaba. Siempre pinté, dibujé, coloreé, pero nunca pasé esta actividad a un primer plano. Lo vengo haciendo desde muy pibe, lo nuevo es mostrarlo”.

“Tenés que animarte”, le dijo Oscar Smoje, “El Oso”. Fue hace algunos años. En esa época, recuerda, pintaba caracoles. “Él me dijo: tenés que hacer esto, aquello, lo otro. Me pegó como unas vueltas”. Desde entonces, la idea de trabajar una obra, una serie, un conjunto, un concepto para luego exhibirlo ya estaba instalada en su cabeza. Al poco tiempo les mostró lo que estaba haciendo, que era gran parte de lo que acá está en la muestra, a Ricardo Roux y Balbina Lightowler, pareja de artistas pláticas. Le dijeron que siguiera, que “le metiera”. Fueron ellos tres y algunos amigos más los que insistían. Como un coro: “Dale, dale, dale”.

“El mar es una presencia inmensurable”, dice Saccomanno (Foto: Luciano Gonzalez)

Cuando surge la pregunta por el arte, la pregunta abstracta, de si en estos últimos años que pintó para exponer, donde se vio en la necesidad de exhibir por primera vez en una galería su trabajo plástico, pudo macerar alguna respuesta en torno a qué es el arte, para qué sirve, de qué se trata, Saccomanno sonríe —no es sólo ironía, es algo más: una sonrisa agnóstica— y levanta el dedo mayor en una especie de fuck you al cielo. Luego ensaya una reflexión: “Lo pienso en esta dirección: creo que todo lo que uno hace como escritor o como artista es intentar incomodar, provocar una reflexión, reflejar la fugacidad del instante, lo temporal”.

“Si esa imagen que viviste no la anotaste en ese instante —continúa—, no captaste algún boceto en el momento, esa imagen se va. La belleza es fugaz, y cuando digo belleza no me refiero a lo lindo. Hay algo que a mí siempre me llama la atención: a mí me gusta leer a tipos que están en otras disciplinas, por ejemplo músicos. O reportajes a artistas o músicos, gente que no tiene que ser necesariamente de tu disciplina. Lo que cuente un pintor sobre su obra te puede servir después. Pero en esto no hay secretos, en el sentido de que tanto pintar como escribir es trabajo. Y si tenés la posibilidad de hacer lo que te gusta, bienvenido sea”.

Sobre el mundo del arte, dice, “las cosas cambiaron”: “Hoy hay una mayor intervención de los medios audiovisuales. Los pibes también consumen imagen todo el tiempo. Yo, que vengo de la historieta, te puedo decir que entre nuestras artes, las mal llamadas menores, te encontrás con bestias como José Muñoz, animales del dibujo. Ninguno es mejor o peor, son expresiones diferentes. Yo no creo en esto de las artes mayores y menores, me parece una especie de racismo político y elitismo. Como si uno pensara que una expresión artística, cuanto más reducida sea la recepción más elevada es: no. Tampoco la masividad te garantiza nada”.

“Espero que las obras digan por mí, que le transmitan a cada uno algo” (Foto: Luciano Gonzalez)

El mercado es un punto central en su análisis. Basta con recordar el gran debate que propició su discurso de apertura en la Feria del Libro de este año. Entre otras cosas dijo esto: “Decir Feria implica decir comercio. Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura aunque la misma se adjudique este rol”. Ahora, en esta disciplina, comenta: “En la pintura puntualmente hay una intervención que está laburando todo el tiempo que es la de los curadores, que son los que trabajan para el mercado, para las galerías. Son los que marcan las tendencias: esto sí, esto no, esto se vende, esto no, este es un plástico que va a apuntar a... ¡qué se yo!

“Hay una situación que yo la había experimentado con el libro. Vos, cuando estás escribiendo, te podés sentir un artista excelso pero después el libro como objeto ingresa al mercado de la plusvalía y la pintura también. Lo que pasa es que en el caso de la pintura el dinero está mucho más en manos de los poderosos, que son aquellos que pueden comprar obra de arte para darse el dique de que son gente refinada, o que por el lado de las fundaciones pueden evadir impuestos, o pasar a la posteridad por lo que no son, cuando en realidad son compradores que está asesorados por curadores. Esta es la verdad de la milanesa, no es otra”, sostiene.

“Espero que las obras digan por mí, que le transmitan a cada uno algo”, dice en un halo de anhelo y recuerda el trabajo detrás de estas obras. Algunas fueron hechas durante el aislamiento. “A mí la pandemia no me perturbó porque dibujé mucho”, comienza. “Escribí tres libros o cuatro, fue una oportunidad para cualquier escritor. Es algo ideal: te obliguen a encerrarte. Yo siempre pensé al escritor como picapedrero. Hay que darle todos los días, no hay otro secreto. En la pintura, hay un momento que vuelve hábito; un vicio absurdo, como decía Cesare Pavese. Es como tu expresión cotidiana. No hay día que pase que no escriba, que no dibuje, que no pinte”.

* La muestra “Sin palabras” de Guillermo Saccomanno está abierta al público en Menéndez Libros, Paraguay 431, CABA, hasta el viernes 30 de diciembre de 2022.

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