Gustavo Bruzzone, juez e influencer: “Soy militante del arte argentino”

El magistrado de la Cámara de Apelaciones, coleccionista e instagrammer dialogó con Infobae Cultura sobre la compatibilidad de sus ocupaciones, el orígen de una pasión y la gran pregunta sobre el sentido de la vida

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 Gustavo Bruzzone (Nicolás Stulberg)
Gustavo Bruzzone (Nicolás Stulberg)

Gustavo Bruzzone, quien ejerce como juez hace años, fue descalificado muchas veces como garantista por, entre otras causas, ser favorable con Omar Chabán en la causa Cromañón. Actualmente, se sigue desempeñando como magistrado pero, a la vez, también hace años tiene otra carrera que cada vez toma más lugar en su vida y en la esfera pública: es un documentador de la escena artística de Buenos Aires. Al comienzo con una cámara de video, actualmente con el celular, Bruzzone se acerca a una buena parte de las muestras del momento y las filma, a las obras y a sus artistas y curadores. Horas después, sube esos videos a su Instagram (14.1k seguidores).

Más como testigo que como crítico, en esta faceta Bruzzone no es juez, sino que su propósito es dejar un registro descriptivo lo más completo posible, para el presente y para la posteridad, de lo que sucede en el mundo del arte. Así, en muchas de las inauguraciones de Buenos Aires está Bruzzone, con su cámara, y los artistas y curadores ya saben que los espera un recorrido contando sobre la muestra.

A todos los visitantes que asisten a su casa por primera vez les hace una visita guiada. Porque además de archivista también es coleccionista de arte argentino, y esos centenares de obras los guarda en su casa. El recorrido por la colección comienza en su dormitorio, donde colgó las obras de los artistas seleccionados por Jorge Gumier Maier para el Centro Cultural Rojas, donde se desempeñó como curador durante la década de 1990. En frente de las obras de los artistas del Rojas, colgó una obra gigante de Pablo Suárez.

Bruzzone comenzó a coleccionar los
Bruzzone comenzó a coleccionar los artistas que Jorge Gumier Maier eligió para el Centro Cultural Rojas (Nicolás Stulberg)

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Otro dormitorio es el “Gordín room”, porque todas las obras e incluso algunos muebles que se encuentran ahí son del artista Sebastián Gordín. Tiene una maqueta de Ciudad Evita, con la forma del perfil de Eva Duarte. A un lado del Gordín Room está el baño, recubierto con venecitas azules como si fuera el fondo de una pileta. Es un diseño de Cristina Schiavi realizado por la artista contemporánea Nushi Muntaabski.

Además, está el estudio, donde se encuentra todo el Archivo Bruzzone, compuesto en su mayoría por catálogos de exhibiciones y cintas de video. Allí es también donde Roberto Macchiavelli, el encargado de la colección, realizó toda la catalogación de los documentos, archivos, obras, folletos y revistas.

Hay obras de Beto de Volder, Marcia Schvartz, León Ferrari, Claudia Fontes, Débora Pierpaoli, Lucio Dorr, Pablo Siquier, Rosana Fuertes, Diana Aisenberg, Belleza y Felicidad, Roberto Jacoby, una alfombra de Mariela Scafati, y también de artistas de otras generaciones como Max Gómez Canle, Rolo Juárez, Jimena Fuertes, Galaxia y Mar, Catalina León, Nahuel Vecino, Victoria Papagni y Santiago Villanueva.

El juez recorre la escena
El juez recorre la escena y la documenta a través del smart phone (Nicolás Stulberg)

¿Cómo empezó el coleccionismo?

—El coleccionismo devino. Mi primera obra fue una tinta china de Alberto Greco, la compré en el 1991, cuando me mudé a este departamento. En 1995 hice un curso con Jorge Gumier Maier, y cuando lo escuché me pareció interesante preservar obras de todo ese grupo de artistas que él había ido seleccionando.

¿Es decir que tu interés por el arte fue, en un principio, conceptual?

—Yo diría que más bien histórico. El Rojas era un lugar que estaba modificando la época. Esos artistas fueron los herederos de lo que estaba pasando desde el final de la dictadura y de la primavera alfonsinista. Mi colección se mostró por primera vez como colección en la galería del Rojas, en 1999.

Lo que hago con Instagram es una manera de registrar y divulgar lo que está ocurriendo. Por una parte, sirve a lo inmediato, pero además, se suma al registro que yo hice entre el 1995 y el 2000, que son 400 horas de video. Estamos trabajando sobre el rescate y el valor de esas horas de filmación. Me interesa preservar, me interesa el arte desde el punto de vista histórico, y quiero participar desde algún lugar en la cultura en Argentina.

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¿A qué artistas comprabas antes y a quiénes compras actualmente?

—De los artistas de la generación del Rojas tengo obra de Marcelo Pombo, Miguel Harte, Sebastián Gordin, Benito Laren, Martín di Girolamo, Alfredo Londaibere. Ahora compro obras que se están mostrando en galerías, especialmente las autogestionadas por artistas, que hay un montón. No estoy comprando una corriente en particular. Al igual que mi criterio para ir a muestras, yo busco a partir de los seleccionadores. Escucho lo que me dicen los curadores o galeristas, no solo presto atención a lo que veo. Sigo un circuito de galerías que repito, por ejemplo, las galerías Constitución, Piedras, Moria, Nora Fisch.

¿Cómo es la convivencia entre el mundo del derecho y el mundo del arte?

—Voy camino a los 43 años de servicio dentro del Poder Judicial y estoy cerca de la jubilación, pero lo vivo con mucha intensidad. A comienzos de la década de 1990 comencé a tener mucho tiempo ocioso como funcionario. Con el arribo del gobierno menemista, me ascendieron a juez federal en el fuero penal económico. Pasé a tener mucho tiempo libre y comencé a ir a un taller a pintar, donde conocí artistas. Desde entonces, trato de ir a las inauguraciones para hacer lo que hago. Esa intensidad de registrar prácticamente todo (aunque nunca es todo, siempre me falta abarcar, pero trato de abarcar lo más posible) me llevó a dejar de dar clases en la facultad, hace siete años no doy más clases.

(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)

¿Cada cuánto vas a una muestra?

—He llegado a ir a ocho muestras en un día, y eso que nunca es desde la mañana. Fue en los casos de talleres abiertos, en los openings de la ciudad.

¿Qué pensás de la crítica de arte? ¿Creés que el registro audiovisual reemplaza otros formatos que hablan de arte, como es la crítica?

—Creo que lo que yo hago permite tener un registro presente y variado de lo que hay. Por otro lado, creo que hace falta más crítica de arte. Puedo identificar tres buenas revistas que leo, más allá de algunas notas sueltas: El Flasherito, Segunda época y Revista Jennifer, pero nos haría falta crítica dura. En los medios masivos es muy limitado el espacio que hay, además de que cada vez hay más eventos, más galerías y más artistas, especialmente cuando el medio está cada vez más democratizado. Mariana Gioiosa también es una persona que mediante Instagram hace registro audiovisual de las muestras.

¿Qué te interesa del mundo del arte?

—Me gusta que en el mundo del arte está la pregunta por el sentido de la vida. Los artistas le dan sentido al sinsentido de la vida porque, como demiurgos, componen la realidad de una manera y lo devuelven potenciándolo. A mí me cautiva eso. Por ejemplo, la decisión que puede tomar un artista de no usar más el color azul… O lograr belleza por el simple hecho de que las cosas sean bellas… Y además son muy valientes. Dedicarse al arte es una actividad de riesgo muy fuerte, ser artista es un acto de coraje muy grande. Volver a encontrarme con la misma gente que hace 30 años está haciendo lo mismo es muy edificante.

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¿Creés que el mundo del derecho es más pobre desde un punto de vista intelectual?

—De por sí se especula con una buena fantasía laboral y desde ese punto el camino es más esquemático. El artista está buscando no sabemos qué, pero le está dando sentido a la vida mientras que puede no tener para vivir de manera digna. Es muy raro estudiar ese fenómeno, el origen social de los artistas, quiénes y por qué fueron artistas y cómo se conforman las generaciones del presente.

¿Sos estudioso de historia o sociología del arte?

—Sí, aunque de manera asistemática. Es un deseo mío escribir una historia del coleccionismo en Argentina. Un coleccionista austríaco, José Mauroner, trajo y expuso su colección de arte europeo con artistas importantísimos [Tiziano, El Greco, Rafael, Diego Velázquez, Murillo, Rubens, Rembrandt, entre otros] en el ex Colegio de Ciencias Morales, actual Colegio Nacional de Buenos Aires. Esa colección no logró venderla en Argentina, pero sí fue la que marcó el gusto de los coleccionistas del siglo XIX. Me fascina ese personaje austríaco que atravesó el océano en 1829, con su colección gigante, en barco, para llegar a un país con amenazas permanentes de malón.

Roberto Macchiavelli, el encargado de
Roberto Macchiavelli, el encargado de la colección y del Archivo Bruzzone (Nicolás Stulberg)

A vos te interesa exclusivamente el arte argentino. ¿Es una decisión, una militancia?

—Sí, es una militancia, pero no en un sentido chauvinista, sino como una necesidad de identidad. Hay una obra de teatro de Rafael Spregelburd, Apátrida. Doscientos años y unos meses, en la que un crítico europeo le dice al fundador del Museo Nacional de Bellas Artes que vamos a tener arte argentino recién dentro de 200 años. Lo cual sugeriría que en aquel momento no habría arte argentino. Eduardo Schiaffino, el fundador del Bellas Artes, sí defendía la idea de que hubiera arte argentino, además él era parte (era artista), pero tuvo que someterse a los desprecios de los coleccionistas que no lo consideraban artista por ser argentino. Hasta muy entrado el siglo XX los coleccionistas no compraban artistas argentinos porque no era considerado arte.

¿Por qué el mercado del arte es gran parte ilegal a nivel mundial?

—En general, cuando existe una actividad mal regulada surge el mercado negro. Si la regulación fiscal que tiene una determinada actividad se llevara delante de una manera inteligente, conociendo la actividad, funcionaría mejor. En materia de arte, un presupuesto podría ser solamente compran arte los ricos. Yo formo parte de una generación de coleccionistas que provienen de sectores medios, y no de familias de coleccionistas. No diría que toda la actividad es en negro, pero hay una gran cantidad. Debería haber estímulos a la actividad, así como se estimula la tecnología de internet, por ejemplo. En general, son actividades privadas las que estimulan la circulación del arte, como es el caso de arteba. Hay otros países donde, desde el punto de vista del estado de bienestar, los artistas tienen todos los problemas económicos resueltos a través de becas o subsidios, como son el caso de Alemania o Suiza. Con respecto a la venta de obras de arte creo que debería construirse una necesidad de las obras en el mercado.

¿Creés que el arte tiene un poder transformador en la sociedad?

—Sí, claro. No de manera directa. El diseño nos permite vivir de manera mejor desde lo visual. De la misma manera, los artistas toman los colores y los disponen de una manera que nos es agradable. Es muy bueno vivir rodeado de obras de artes porque generan un estímulo visual.

¿Pensaste en hacer una galería o un museo?

—No, porque no podría sostener ese proyecto. Lo que sí me gustaría es documentar mi colección.

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