“Trato de salir de mi cabeza cuando estoy dibujando, no pensar demasiado para que realmente solo salga de mi corazón”, dice Linda Matalon, la artista estadounidense que se presenta en el Museo Moderno con Marcas imborrables, una muestra que forma parte del desafío coral Un día en la tierra que se fue desarrollando durante el año y que cierra su calendario 2022.
Las obras de Matalon son pequeñas constelaciones del alma de la artista, embrujos de pasión y reflexión, de instinto y búsqueda, realizados a partir de elementos mínimos: papel, grafito y cera de abeja. Y es en esa simpleza donde radica una potencia que va, según la época de la obra, de la figuración a la abstracción, ya que en la muestra se puede ver el desdoblamiento de su propio arquetipo, la desaparición del yo.
La exhibición está dividida en dos cuerpos enfrentados. Por un lado, las obras de los años ‘90 (cuando se ingresa, a la izquierda) y por otro, los realizados durante la pandemia. Mientras que las paredes laterales contienen una serie de trabajos que unen ambas etapas y, en la otra, piezas post pandémicas. Se conforma así un concepto de obra circular, un pasado que continúa latente en sus huellas y por eso regresa, con las marcas a cuestas.
“La muestra tiene dos cuerpos de trabajo. Una de los años ‘90 y otra que hice durante el período de bloqueo de COVID, de 2019-20, y algunas piezas posteriores”, comenta la artista en un recorrido con Infobae Cultura. Y agrega: “Las primeras refieren a la política de la época y el SIDA, que produjo la muerte de muchos de mis amigos. Era lo que estaba pasando en ese momento. Yo era una artista joven y activista que trabajaba con grupos para tratar de entender la enfermedad, por lo que muchos de los trabajos se relacionan con el cuerpo y la política del cuerpo”.
Comenta que la muestra surgió a partir de la visita de la directora del Moderno, Victoria Noorthoorn, a su estudio neoyorquino y que tras ver las obras realizadas durante el encierro le recordó su serie de los ‘90, que “estaban guardadas en un cajón” y que tenían un punto en común: el haber atravesado un momento de dolor, de pérdida.
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El dominio de las herramientas
Matalon confiesa que no eligió a sus herramientas, sino que se impusieron. “A veces pienso que me eligieron a mí. Son muy simples. La gente ha usado el grafito durante siglos. Honestamente, no podría decirte dónde comenzó la cera, tal vez tenía algo en el estudio. No lo sé, pero empecé a interesarme mucho. Y era una herramienta más. Uno se pregunta ¿cuál es la mejor herramienta para expresarse? Y entonces, para mí, estos materiales fueron mis herramientas”.
—¿Cómo fue el desarrollo para aprender a controlar estas herramientas? Sobre todo la cera, que no es para nada maleable.
—En ese momento (los 90) estoy aprendiendo cuál es la mejor manera de usar mis herramientas, a dominarlas. Creo que para un artista es muy importante aprender a perfeccionar su oficio y lleva mucho tiempo encontrar el punto en el que el material deja de manipularte.
Todo el mundo habla de que son como pinturas y es divertido porque para mí las pinturas se tratan de pigmentos. Yo no los uso. Todo es natural. Es solo el grafito y los diferentes colores de cera que surgen a partir de filtrarla. En estos dibujos se puede ver que algunos aún tienen algo de miel adherida, son muy crudos. Y eso tiene que ver con que en ese momento estoy tratando de empezar mi lenguaje.
Jasper Johns habló sobre que la cera no lo debía conducir: “Tengo que ser lo suficientemente bueno para poder hacer que la cera no esté en control”. Y es un poco así, porque cada uno de los pasos produce una línea diferente. Cada paso tiene su propia cualidad, que puede ser muy hermoso o muy frustrante.
—En los dibujos de las dos épocas se ve ese contraste en la cera. En los de los ‘90 están más cargados y luego se refina el uso. De alguna manera es algo que se puede aplicar a la experiencia del momento también. Tu reflexión de que las herramientas te manipulan en tu juventud puede ser traspolable a lo que sucedía con respecto al SIDA y la (des) información, el desconocimiento y los prejuicios. Imagino que eso te da una perspectiva muy extraña sobre esos momentos.
—Sí, es lo que creo. Ahora lo puedo ver, aunque entonces no lo vi porque solo estaba reaccionando en el tiempo. Y muchos de estos dibujos son rápidos. Son muchas ideas que tienen que ver con esa fuerza de la juventud y la necesidad de expresarlas. Pero a medida que avanzamos en el tiempo, creo que aprendemos a asentarnos.
—A buscar un camino ante tanta incertidumbre.
—En las obras se puede ver que soy un artista joven que está aprendiendo sobre mí misma. Aprendiendo cómo es mi estilo. Que estaba haciendo su marca, que se pregunta ¿cómo conecto eso con mi vida interior?, ¿hacia dónde voy?, ¿cuál es la mejor forma en que puedo expresarme? No es solo sobre el SIDA, estoy hablando de mí como mujer, de mi relación con el cuerpo, y la relación con otros cuerpos. Estas son las preguntas que creo que se hace mucho el arte.
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El papel como piel
Un punto a observar muy interesante en el desarrollo en la obra de Matalon es el uso del papel. Las de los ‘90 están realizadas sobre papel de calcar, situación a la que Matalon también llegó por azar, aunque de ese cruce fortuito surgió un aspecto crucial sobre su trabajo.
“Creo que encontré una resma de papel de calcar que tenía en mi estudio y simplemente la usaba. Me gustaba el material y a medida que maduré como artista me alejé de él, pero entendí que el papel era muy importante porque es un elemento más”, explica.
Así, tras ivnestigar, comenzó a producir su propio papel con una “receta secreta” que hace que “un Linda Matalon sea un Linda Matalon”: “Madurando como artista empecé a trabajar en otro papel al que le aplico un proceso que hace que sea una herramienta más. Así, sea cual sea la marca que se le realice, en cera o grafito, siempre queda ahí e incluso cuando la quito, deja otra marca. Por lo que he hecho un papel que contiene una energía de la memoria. Así que cada forma que borre deja una marca, otro tipo de marca y también en cada forma diferente de borrarla deja diferentes tipos de marcas. Entonces todo se vuelve igual, el grafito se vuelve igual a la cuchilla. Todo es una herramienta para hacer marcas”, comenta.
—Un papel que es como las experiencias de la vida, las marcas siempre están allí
—Sí, como si fuera una piel y por eso siempre va a quedar una marca. Las marcas siempre quedan en nosotros y eso es algo que se ve. Cuando eres una artista joven tienes toda esta energía y luego, cuando te conoces a ti misma y comienzas a examinarte, puedes verlas. Es algo que nos sucede a todos. Siempre me interesó ver cómo hacer para que mis herramientas me ayuden más a expresarme.
Soy como un carpintero que retoca sus herramientas para cambiarlas, para que funcionen según su necesidad. No es algo que puedas comprar en la tienda. Manipulé algo que existía y cree algo que no existía para que pudiera ayudarme a ser mejor, para crear una mejor herramienta para hacer mi trabajo. También creo que a veces, cuando se da esa información, la gente se obsesiona con la técnica y, para mí, eso es lo que menos me interesa de una obra de arte. Quisiera que tuvieran la experiencia y no pensar en cómo se hizo. Es algo así como comer algo fantástico, tienes esa experiencia, pero si conoces todos los pasos que se tomaron, es posible que no disfrutes tanto ese sabor.
—Tus obras también son una metáfora de la vida, más allá de los temas que trate o el material. Es como si dijeras que muchas veces lo importante son los pequeños detalles más allá de la totalidad, que cada detalle tiene su propia riqueza si nos detenemos.
—Así es. Me alegro mucho de que lo entiendas, casi lloro cuando lo dijiste, porque realmente es eso. Es encantador. Trato de salir de mi cabeza cuando estoy dibujando, no pensar demasiado para que realmente solo salga de mi corazón.
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Durante la pandemia
—Tenés un proceso donde el cuerpo pasa a desaparecer, de lo figurativo a lo abstracto. Eso es lo que se ven entre la serie de los 90 y las del COVID. Es como si esa artista joven termina borrándose a sí misma.
—Sí, las primeras obras eran muy figurativas del cuerpo y después no quería que sea tan literal, y, a medida que maduré las obras se volvieron más abstractas. Encontré que era un lenguaje que dejaba una ventana más abierta. Definitivamente hay historias, pero no quiero que sea algo que todos vean, que haya una verdad, porque así es como nos relacionamos. No hay algo que esté bien o mal.
Eso es lo que es tan mágico para mí sobre el arte. Todo puede cambiar. Puedes mirar algo un día y luego, 20 años después, es completamente diferente. Cuando algo es realmente bueno quieres seguir mirándolo. Es como una pieza de música que te parece emocionante y luego sucede algo, y asocias esa pieza con otro momento y pasa a ser muy diferente.
—¿Cómo fue el proceso creativo durante el encierro?
—Nos fuimos en medio de la noche, así que reuní algunas herramientas como papel que ya había hecho. Entonces, no estaba en mi estudio habitual, y no tenía todas mis herramientas. Me sentí muy frustrada y creía que no estaba haciendo nada. Pero fue, a la vez, un momento increíble porque nunca pasé mucho tiempo en la naturaleza, los fines de semana nomás. Pero vi el cambio de las estaciones y estaba muy aislada. Fue interesante porque fue como volver a una época en la que yo era más joven. Cuando regresamos a la ciudad mi estudio estaba vacío, por lo que colgué los dibujos en las paredes para descubrir que en realidad sí había hecho algo. Y me encontré trabajando de nuevo de una manera en la que no lo hacía desde mi juventud.
—¿Crees que lograste captar toda esa experiencia que estaba sucediendo en el mundo?
—Creo que esto es todo sobre eso. Y también me refiero a que pasaron muchas cosas durante el año. Mi madre falleció, por ejemplo. Entonces, hubo mucho de eso, creo que todos experimentamos la muerte de una manera muy diferente a la común. Y la muerte, creo, ha sido un gran tema de mi vida, porque cuando era un artista joven todo mi círculo íntimo de amigos murió. Y aquí todo el mundo estaba tan temeroso. Yo solo hice lo que hago: dibujar. Y pienso que esa es la gran conexión aquí entre los dos cuerpos de trabajo. Fue como si viviera estos dos tiempos extraordinarios en el mundo y creo que, como artista, simplemente haces lo que haces y tratas de hacerlo lo mejor que puedes. No quiero que sea mi historia específica. Siento que mi trabajo es trascender mi experiencia y espero que alguien pueda entrar en él y tener su propia experiencia. No se tiene control de lo que otras personas experimentan y esa es la magia del arte.
*Marcas imborrables, de Linda Matalon, en el Museo Moderno (San Juan 350, San Telmo), los lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19 hs, y los sábados, domingos y feriados, de 11 a 20 hs. Hasta el 29 de julio 2023.
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