Leonardo Favio - 10 años, retrato de un director de cine que también fue ídolo popular

El 5 de noviembre de 2012 se apagó la llama de vida de un hombre que dejó su huella en más de un terreno de la cultura argentina: cineasta, cantante, militante... Todo cabe en su gran historia

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Leonardo Favio, cineasta, cantor y militante, 1938-2012
Leonardo Favio, cineasta, cantor y militante, 1938-2012

“A ninguno de los realizadores que conozco —salvo a Fernando Birri— se le ocurrió caminar por el borde del precipicio, que es lo más hermoso que tiene la creación”. Alguna vez habrá que hablar de Birri (director de Los inundados y Che, Buenos Aires, entre otras películas), pero ahora ocupémonos del hombre que dijo aquella frase en 1973: Leonardo Favio.

A diez años de su muerte, que sucedió el 5 de noviembre de 2012, Favio se ha convertido en un nombre clave para el cine nacional. En su momento, él decía ser el mejor director de la Argentina. Esta declaración —que, en cualquier caso, podría despertar cierta antipatía por altiva— no dista mucho de ser verdad. Favio es el hacedor de un puñado de películas que marcaron un antes y un después: Crónica de un niño solo, Juan Moreira, Nazareno Cruz y el lobo, Gatica, el mono, también Perón, sinfonía de un sentimiento, y varias otras.

El 5 de noviembre de 2012 se apagó la llama de vida de un hombre que dejó su huella en más de un terreno de la cultura argentina: cineasta, cantante, militante... Todo cabe en su gran historia

Sin caer en el costumbrismo, la filmografía de Favio tiene un anclaje claro en la tradición oral argentina. “Yo soy un narrador de cuentos”, le decía a Esteban Ierardo en una entrevista inédita de 1993, y esa palabra, “cuentos”, encierra en sí misma una serie de significados: historia, ficción, leyenda, relato político. Favio era un obsesivo lector de Borges y, así como los cuchilleros del autor de Ficciones tenían la potencia de los héroes griegos, los gauchos de Favio podían ser a su vez europeos decadentistas. En él, hay una identidad nacional, pero a la vez el color local es una excusa para una intervención estética y poética. Favio ensucia, transgrede los géneros. Así, en Nazareno mete de contrabando la letra de la ópera Rigoletto, y en Gatica, la pelea con Cordero Pascual tiene cantos gregorianos de fondo.

Gatica, recuerda el periodista Rolando Gallego, se estrenó en 1993, un año particularmente productivo para el cine nacional, en el que convivían títulos como Tango Feroz, de Marcelo Piñeyro, De eso no se habla, de María Luisa Bemberg, la única película de Lira Stantic, Un muro de silencio, también La Peste, de Luis Puenzo, y Funes, un gran amor, de Raúl De la Torre. “Pero la llegada de Gatica traía algo más”, dice Gallego, “un impactante fuego en la pantalla con un relato imperfecto de uno de los referentes del deporte local, pero también de uno de esos cabecitas negra que cumplieron, a su manera, sueños. Y ahí estaba Leonardo Favio para darle vida en la ficción, para cruzarlo con la imaginaria peronista y elevarlo a la categoría de santo, aceptando sus pecados y explorándolos con amor. Porque siempre hubo amor en su trabajo, y eso traspasaba todo. El cine de Favio es poesía y pueblo, pasión y deseo, política y sentimiento”. En esos bordes —en esos precipicios— quería moverse Favio.

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Leonardo Favio junto a Juan Domingo Perón, a principios de los años 70. Favio fue el maestro de ceremonias en la previa del fallido regreso del líder político, que desembocó en la llamada "Masacre de Ezeiza", el 20 de junio de 1973
Leonardo Favio junto a Juan Domingo Perón, a principios de los años 70. Favio fue el maestro de ceremonias en la previa del fallido regreso del líder político, que desembocó en la llamada "Masacre de Ezeiza", el 20 de junio de 1973

Hay en Favio una opción por la exuberancia operística tanto en el cine como en la música. Es difícil de asir, porque es capaz combinar en la misma oración nouvelle vague, música popular y peronismo. Ana Basualdo hablaba en la revista Panorama en los años 70 de la expectativa que había en el ambiente del cine por Juan Moreira y dos o tres líneas más abajo mencionaba “la película atroz” Ella ya me olvidó, en donde él actúa y canta una de sus canciones más famosas. La otra clave siempre presente —aunque, según él, nunca buscada— es la cuestión política.

“Siempre es difícil pensar en un film entre los suyos, todos tan geniales”, dice Diego Rojas, que, a partir de esa dificultad elige recordar Soñar, soñar (1976), que, al momento de su estreno, fue muy criticada. “No fue comprendida hasta que, tal vez, Gatica impuso revisar toda su cinematografía una vez más”, sigue Rojas y recuerda la trama: “Mario (interpretado por Gian Franco Pagliaro, ese cantante italiano de voz gruesa, barba, bigotes) está sentado a la vera de un camino y Carlos (Carlos Monzón, el boxeador) en bici le pide fuego. Nace una amistad, nace una pasión. Inician un camino, accidentado, a Buenos Aires donde Charly (ex Carlos) será ‘artista’. Unas aventuras desmesuradas, con llantos, con poemas por la noche de una cama a otra, con ruleros, con un enano llamado Carmen, con ese lema: ‘Antes muertos que vencidos’ y con toda la felicidad cómica del cine, pero también su melancolía infinita. Terminan en la cárcel -no vencidos- con aplausos de un público para su acto y un beso de Charly a Mario para celebrar. Ya había cesado la desilusión y muerte del peronismo de Perón, Isabel y el Brujo. Ya había comenzado la dictadura con más muerte. Era una película chiquita y excesiva que daba vuelta los valores de la amistad viril por la homoerótica y, en medio de la tristeza del afuera de las salas, se nutría de la risa melancólica para sobrevivir. Verla hoy, pasado el tiempo, es una experiencia hermosa. Porque Leonardo Favio era, claro, tan hermoso”.

Para muchos críticos, directores y por supuesto cinéfilos espectadores, Leonardo Favio es el mejor cineasta argentino de todos los tiempos
Para muchos críticos, directores y por supuesto cinéfilos espectadores, Leonardo Favio es el mejor cineasta argentino de todos los tiempos

El crítico Diego Lerer, que confiesa preferir las primeras películas, las que Favio filmaba en blanco y negro, como Crónica de un niño solo y El dependiente, señala, sin embargo, una característica que recorre toda la obra. Antes que un estilo o una forma, Lerer reconoce en Favio una mirada: “La manera en que se relaciona con los personajes y los mundos que cuenta tiene que ver con algo que, aunque suene trillado, yo llamaría amor. Se nota que quiere a la gente que describe y que retrata. La cámara transmite ese cariño, ese afecto. Y eso es muy valioso como filosofía cinematográfica. Teniendo en cuenta cómo se entiende el cine hoy, vale la pena que alguien filme desde el amor”.

¿En qué momento, Leonardo Favio se convirtió en la gran figura que es hoy? “Favio es un prócer”, dice por WhatsApp, y no necesariamente como elogio, un crítico que prefiere no participar en la nota. El director Juan Villegas recuerda que cuando empezó a estudiar estudiar cine, a principios de los 90, “Favio no estaba en nuestro radar de jóvenes cinéfilos curiosos. Nadie lo nombraba mucho en la FUC, pero tampoco en los medios especializados ni en las discusiones. Para mí, como para tantos, Favio era un cantante de música popular —que tampoco nos parecía muy interesante—, que también había dirigido películas, pero hacía mucho tiempo”.

Como cantante, Leonardo Favio fue uno de los grandes ídolos populares de la Argentina en los años 60 y 70, y sus canciones vendieron millones de copias
Como cantante, Leonardo Favio fue uno de los grandes ídolos populares de la Argentina en los años 60 y 70, y sus canciones vendieron millones de copias

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Villegas recuerda la impresión que le provocó la impresión que le provocó la iluminación de El dependiente y que después de ver esa, en seguida continuó con Crónica de un niño solo y el Romance del Aniceto y la Francisca. “Por primera vez, sentíamos que se podían hacer películas en la Argentina que estaban hechas por fuera de las otras tradiciones que habíamos conocido: ni una mirada intelectual como la de la Generación del 60, ni las propuestas que emulaban el cine clásico americano, ni el costumbrismo rancio de casi todo el cine de la década del 80. Esa trilogía inicial de Favio no solo nos parecía a la altura de las películas que nos maravillaba en esos años —la Nouvelle Vague, Bresson, Antonioni, Bergman, Fellini— sino que nos hacía sentir que nosotros también podríamos hacer películas. Nos daba ganas de salir a filmar, lo que no nos pasaba cuando veíamos las películas de otros directores argentinos, aún cuando se tratar de películas que nos gustaban. Aunque hoy parezca raro, como decía antes, estábamos orgullosos de ese descubrimiento, como si supiéramos un secreto que casi nadie más sabía. Después, muy pronto, pasaron dos cosas. Se estrenó Gatica, lo que implicó un redescubrimiento de la carrera de Favio como director para toda nuestra generación, y la merecida canonización de su figura como el gran director argentino de todos los tiempos. Vinieron los dossiers en las revistas de cine de la época —El Amante, Film— y el indispensable libro de Gonzalo Aguilar y David Oubiña, El cine de Leonardo Favio. Nuestra generación, que se creía huérfana, había encontrado un padre”.

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