Una de las películas más ambiciosas del cine argentino de los últimos años, Trenque Lauquen, es también una de las mejores y más originales. A lo largo de un poco más de cuatro horas, divididas en dos partes, Laura Citarella narra una serie de historias encadenadas entre sí y todas conectadas con un mismo punto de partida: la desaparición de una mujer en un pequeño pueblo de provincia en el que suceden cosas extrañas. Estrenada en el Festival de Venecia y luego vista en San Sebastián, Nueva York y Viena en lo que apenas es el comienzo de una larga circulación internacional, la película es un prodigio imaginativo y de invención, una muy consistente pero a la vez libre maquinaria narrativa que logra encontrar historias fantásticas al convertir esa ciudad de la Provincia de Buenos Aires y sus alrededores en una suerte de Twin Peaks local.
La realizadora de Ostende, parte clave del grupo El Pampero, responsable de films igual o más ambiciosos, como Historias extraordinarias y La flor, de Mariano Llinás, además de toda la obra de Alejo Moguillansky, entre otras películas, pasó varios años dirigiendo Trenque Lauquen, una producción que se arrancó en 2017 y que atravesó parates ligados a su embarazo, a la pandemia, a crisis personales y creativas de todo tipo, que se filmó de a ratos y cuando se podía y que fue modificándose en muchos sentidos en medio de su proceso de producción. Pero eso no se nota en el producto final. Al contrario. Lo que se propone es un juego complejo de relatos insertados en otros relatos, que van de historias románticas a fantásticas, y que tratan de descifrar –entre otras cosas– no tanto qué fue de la vida de Laura (interpretada por Laura Paredes, coguionista también de la película) en un sentido policial sino desde un lugar psicológico. O, dicho de otro modo, cinematográfico.
En un lujoso hotel de San Sebastián, teniendo a la vista a dos grandes figuras del cine de las últimas décadas como David Cronenberg y Hong Sangsoo (admitamos, dos presencias un tanto distractivas en cualquier conversación), Citarella habló del mapa y del territorio de Trenque Lauquen, de lo que fue fuera de la pantalla y lo que es dentro de ella, y de sus sensaciones respecto de la discusión tan en boga de la mirada femenina. “El gen de la película es la idea de algo extraño que aparece en el contexto cotidiano de un pueblo, una aparición que transforma la vida del lugar”, explica Citarella, para luego aclarar que Trenque, como le dice, es ciudad y no pueblo, no sea cosa que se ofendan sus familiares que viven allí.
La realizadora de La mujer de los perros –codirigida con Verónica Llinás, que también actúa aquí– ha pasado mucho tiempo en las calles de esa ciudad cercana a La Pampa, seguramente imaginando historias fascinantes a contramano de la calma apacible que parece haber en lugares pequeños y en apariencia tranquilos como esos. “Es una especie de secuela de Ostende –dice respecto a la relación que tiene con su opera prima–. Cuando terminé Ostende me dio ganas de responder una pregunta que puede parecer un poco pava pero tiene su interés: ‘¿cuántas veces se puede filmar una misma película?’ Cuando terminás una película sentís que la podrías haber hecho mejor, que filmarías ciertas cosas de otra manera, que te gustaría hacerla de nuevo. Y el modo que se me ocurrió es inventando una saga que transcurre con el mismo personaje de ficción pero en una localidad diferente de la Provincia de Buenos Aires. No es exactamente el mismo personaje con el mismo pasado, pero podría serlo. Y lo que quería hacer era probar procedimientos parecidos, pero ya con la experiencia que acumulé en el medio gracias a todas las películas en las que trabajé como directora y también como productora”.
—¿En qué se diferencia esta “Laura”, me refiero al personaje, pero tomalo como quieras, respecto de la de Ostende?
—En esa película era un personaje que observaba y que va recreando una ficción a partir de eso que ve y que escucha. En Trenque Lauquen es distinto porque aparecen relatos con ciertas pistas y un elemento fantástico que obliga al personaje a ponerle el cuerpo, algo que en la otra película no pasaba, ya que allí solo observaba.
—Podrían crear una especie de “multiverso”, como si fuera el de Marvel, con las películas de El Pampero. ¿Por qué no pensarlas todas conectadas entre sí en un mismo universo cinematográfico ficcional?
—Totalmente, eso sería bueno. Alguien debería verlas a todas y conectarlas entre sí. No va a ser fácil, pero es linda la idea. Hay citas que las conectan. En Las poetas visitan a Juana Bignozzi (película que Citarella codirigió con Mercedes Halfon) aparece una cosa que después me llevé a esta película. Está esa idea medio rizómatica, como expansiva, de que una película se conecta con las demás. Es algo medio endogámico, también, en nuestro caso.
—¿Por qué Trenque Lauquen como locación y título? ¿Hay algo en particular en el lugar además de tu experiencia familiar? ¿Tiene algo que ver con que al estar ahí hay otro uso del tiempo y dejás volar un poco más la imaginación?
—Yo soy de La Plata. No soy de Trenque ni viví ahí. Pero mi familia, sí, y yo paso casi todos los veranos y las fiestas allá. Tengo una relación más idílica con Trenque que con La Plata, que es una ciudad más ligada a mi vida cotidiana. Cada vez que voy me planteo si no tendría que quedarme a vivir. Todo mi imaginario de la infancia está ahí. Y en la película empiezan a pasar cosas raras una vez que atravesás la entrada de la ciudad, como si ahí empezara la ficción. Es como una organización espacial: de acá para adentro pasan cosas. Me parecía lindo como idea. Y lo que decís del tiempo que atraviesa esos lugares es así, ya que te permite el exceso de rumor, que es lo que pasa acá con la aparición de la criatura y todo lo que la rodea. Hay tiempo para que los medios se ocupen de eso, que es lo único importante que pasa en el pueblo, y que se empiecen a generar historias. Y además hay algo de la idea de la búsqueda del tesoro. Si uno está preparado para mirar y buscar, las maravillas del mundo son interminables. Encontrar por ejemplo correspondencias en libros y que esa pista te lleve a otra cosa. Y eso pasa especialmente en lugares en los que tenés tiempo para mirar y pensar. Es un poco la lógica de La ventana indiscreta. Para que el personaje se pueda sentar a mirar y elucubrar historias tiene que tener un accidente y quedar postrado.
—¿Cuánto de lo que finalmente quedó en la película estaba planificado inicialmente? ¿Cuánto estaba escrito y cuánto fue surgiendo a partir de la exploración o en el propio rodaje?
—La película era más o menos lo que es ahora en términos de lo que se narra y lo que pasa, pero era un poco más lineal. No estaba tan atravesada por miradas. Sí había un personaje que se perdía y era un poco la evolución de cómo se perdía y, en un momento, aparecían estos hombres (interpretados por Rafael Spregelburd y Ezequiel Pierri) buscándola, pero era un segmento muy cortito, con ellos teniendo como teorías acerca de esa pérdida. Lo que hicimos después, para darle más fuerza al relato, fue atravesar todos los elementos por otras miradas, más como El Ciudadano: la idea de versiones, de personas que recuerdan los hechos de distintas maneras. Hubo que reestructurar eso. Lo que siempre se respetó fue la idea del final, hacia dónde iba la historia. Siempre llegaba ahí, lo que cambió fue la manera. Agregar las miradas de estos dos hombres que no entienden que una mujer decida irse le da más fuerza al propio relato. No me gusta hablar de “mirada femenina”, pero hay algo lindo en eso de ver lo equivocados que están, lo mal que leen las pistas.
—Vos solés discutir eso de “la mirada femenina” y su uso en el cine actual. ¿Cómo lo pensás en función de eso que mencionás y lo que pasa en la película?
—Tiendo a negar eso porque no tengo interés en tematizar esta cosa de la mirada femenina, pero es cierto también que los tipos quieren encontrarla y entender las pistas de una manera racional y las mujeres se dan cuenta que no va por ahí y que no tienen nada que hacer. Es uno de los pocos momentos en los que aparece como una “opinión” sobre eso en la película.
Trenque Lauquen se divide en dos episodios que pueden parecer caprichosos, o puestos para dividir la duración en bloques más o menos iguales, pero en el fondo separan la película en partes bastante diferentes entre sí. La primera se inicia con la búsqueda de Laura –una bióloga que desapareció mientras estaba en Trenque Lauquen investigando la flora del lugar– y se centra en su mayoría en sus experiencias con Ezequiel, un chofer de la municipalidad local que la ayudaba en su tarea. Allí se sigue la conexión entre ambos, las obsesiones que Laura empieza a desarrollar a partir de unas cartas que encuentra dentro de un libro y otras historias del pasado que surgen tras esos descubrimientos. La segunda parte, para no spoilear demasiado, coquetea con lo que podríamos llamar el género fantástico, pero siempre dentro de este juego de miradas, versiones, recuerdos, cartas y grabaciones encontradas.
“Hay una idea, que me hace recordar a un cuento de (Adolfo) Bioy Casares, ‘El perjurio de la nieve’, que se trata de un tipo que encierra a sus hijas en una estancia y en un momento un hombre entra y, bueno, pasan cosas –cuenta Citarella–. Hay algo de ese procedimiento que aparece en la película, algo de la lógica del fantástico, como si la llegada de Laura al pueblo revelara algo que sucede allí desde antes y al hacerlo, de alguna manera, rompe el hechizo. Y lo que ves como espectador es siempre lo que ella ve, o lo que ella cuenta que ve, que no es necesariamente lo mismo. Hay algo en la película de la tradición oral del relato, en la que quienes escuchan se inventan sus propias imágenes de lo que les cuentan. Así que preferí dejar ciertas cosas libradas a la imaginación del espectador”.
—De todas las películas de “el colectivo El Pampero” a la que más me hace recordar es a Historias extraordinarias. Hay algo en la lógica de la película y en cómo Llinás encara la suya, y vos esta, que me parece muy interesante, que refleja cosas también personales y miradas sobre el cine.
—Sí, tiene la lógica de un misterio que te va llevando a otro y no hace síntesis, no da explicaciones, abre un nuevo misterio y otro misterio. Ahí le veo el parentesco. La de él es más desmesurada, pero también tiene que ver con cuestiones de personalidad, no necesariamente de algo masculino o femenino. También te podría decir que Trenque… empieza como Ostende y termina como La mujer de los perros. Vuelvo a la idea de filmar una y otra vez la misma película. Es decir: está la maquinaria narrativa fuerte, pero en un punto me empieza a ahogar y siento que la película tiene que respirar otra cosa. Quizás Historias… trabaja esa maquinaria hasta el último fotograma, pero a mí no se me da así. Hay un momento en que no sabés cómo terminar las películas, cómo desarmar todo eso que construiste. En mi caso, todas terminan de una manera parecida, como que se abren al mundo, se entregan a la naturaleza, a lo fotográfico. Es como cuando aterriza un avión, que va frenando muy de a poco hasta que para”.
El viaje de ida de las tres Lauras (la de la ficción, Paredes y Citarella), de un modo que es real pero a la vez simbólico, ha terminado en la ficción pero continúa en la realidad. En el mundo según Trenque Lauquen –bah, en el multiverso de El Pampero– quizás todo sea parte de una misma continuidad en la que la ficción suele tener más peso y verdad que la realidad. “Algo que me gusta mucho del cine es la posibilidad de vivir muchas vidas, o varias vidas en una misma vida –analiza Citarella–. Y me parece que el personaje en la película se permite vivir ciertas experiencias fuertes. Y hay un momento en el que, una vez que atravesaste esas cosas tan intensas, ya no podés volver a lo que conocías.” El viaje de la protagonista puede haber terminado, pero el de la vida –y el de Trenque Lauquen– continúa.
Más info: https://www.mardelplatafilmfest.com/37/es/pelicula/trenque-lauquen
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