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Un día en la tierra es el programa de exposiciones del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires para 2022 que presenta dos muestras específicas en torno a la cuestión del cuerpo: Cuerpos contacto y Cuerpos mutantes. En ambas se pone en evidencia, mediante diversas estrategias curatoriales, la singularidad humana y la consecuente necesidad de reunión (después del largo aislamiento), de cuidado (cura), a pesar de las diferencias o, justamente, por efecto de ellas mismas.
El mundo del arte es un fotomontaje de Alberto Goldenstein proyectado en Cuerpos contacto. En el video de Goldenstein pueden verse reconocidos agentes del campo del arte porteño de la década del 90. Son registros de inauguraciones, vernissages y fiestas en donde los retratados brindan y sonríen, abrazados, mostrándose felices de estar en ese lugar preciso al abrigo de una realidad hiriente y, por qué no, cautivante.
Uno de los fenómenos que verifiqué observando la pieza in situ (está disponible también en Vimeo, prueben verla con “Somewhere Tonight de Beach House” de fondo) fue el impulso de los espectadores de nombrar en voz alta a los protagonistas. Por ejemplo, una pareja detrás de mí, de mediana edad, empezó: “Mirá, Gumier”, “Marcia”, “Pombo”, “Goldenstein”, “Bruzzone”, “Suárez”, “¿Y esa?”, “Maresca”. Así, uno tras otro, bautizaron con nombre o apellido a cada fotografía montada, es decir, a cada fantasma que retornaba desde los 90 para entregarnos su ambiguo mensaje. Ese impulso, por un lado, habla del público, o de un determinado tipo de público, imbuido en el arte, pero habla sobre todo de la pieza, un registro de eventos que pretendió (y pretende) ser una apuesta al futuro, una especie de legado. Pero la obra no es únicamente el registro de acontecimientos, sino que el video mismo adquiere régimen acontecimental al estar instalado en el centro de una exposición que, además de rescatar encuentros y fiestas, revela luchas sostenidas desde el campo del arte en favor de la adquisición de nuevos derechos (revela, sin duda, otras cuestiones, quedarán para próximos textos).
Si uniéramos el título del video con el programa del Moderno le daríamos vida a la conjunción soñada por tanta gente: un día en el mundo del arte. ¿Cuánta fantasía despierta en el público profano el campo del arte? ¿Cuál es el supuesto de semejante fascinación? ¿La obra de Goldenstein no ofrece la posibilidad al extranjero de sentirse adentro, aunque sea diez minutos? ¿Qué porcentaje de nuestras ilusiones quedan disueltas al contrastarse con la realidad? ¿El 90%? ¿El 99,99%? ¿La fascinación que despierta el mundo del arte responde a la implicación de los sujetos con la llama (el llamado) de su deseo? ¿Será esta la razón del espíritu festivo?
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Después de ver El mundo del arte es imposible no toparse con el registro fotográfico de la performance Mucha Karakatanga en la coctelera, ideada por Rodolfo Bulacio y llevada a cabo en San Miguel de Tucumán en octubre de 1995. La fecha, seguramente, no resulte azarosa. El 29 de octubre de ese año, el ex gobernador de facto Antonio Domingo Bussi asumía, gracias a un categórico triunfo en las urnas, la gobernación de la provincia. Podríamos sospechar el clima en el Jardín de la República, ya de por sí hostil luego de la intervención y la crisis económica, para quienes cultivaban elecciones sexuales peculiares, contrarias a la regla.
La performance consistía en la fiesta de casamiento (torta, amigos, fotos de ocasión, rituales varios) de Bulacio con Sergio Gatica, un evento inédito en aquella época, y menos en una provincia de marcados rasgos feudales. Solo el campo del arte (por eso Bulacio habrá querido casarse con él) era capaz de acoger tal movimiento, aunque las consecuencias, parece, no se hicieron esperar. El 10 de marzo de 1997, cuatro personas ingresaron al domicilio del artista y, tras saquear el lugar, lo prendieron fuego, incluido su cuerpo, en una clara señal de crimen de odio; tenía 27 años.
El apellido Bulacio, doblemente trágico durante los 90, aún resuena.
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Salimos del Moderno para mudarnos al Centro Cultural Borges (en tándem con el Palais de Glace). En el tercer piso nos recibe Fantasía Marica del Pueblo, antológica sobre Rodolfo Bulacio (La Rodo), curada por Guadalupe Creche y Geli González. Antes del ingreso, una cortina-lluvia metalizada deja entrever un espacio entre la celebración y el misterio. Al descorrerla, la alfombra que funge de pasarela abre el camino para transitar obras del artista con inequívocas influencias del pop y de los medios masivos.
La pasarela desemboca en un laberinto de maniquíes vestidos con ropas que Bulacio utilizó en algunas de sus producciones, después, aparecen pinturas informalistas de tonos grises, con guiños a Alberto Greco, y finalmente el registro de perfomances realizadas junto con La Sangrada Familia y Tenor Grasso. Hay montado también una especie de altar, entre pagano e hindú, donde se puede lanzar una plegaria vaya uno a saber a qué dios, y enfrente, una serie de grabados representando estrellas televisivas vernáculas, Mirtha, Susana, Evangeliza Salazar.
El mote de heterodoxo o ecléctico no le hace justicia al conjunto de pinturas, performances, vestidos, fotografías, grabados, que dialogan con la tradición y con las vicisitudes políticas de un país que, desde fines de los 80 había, entrado en la década más extraordinaria de su historia (me hago cargo de la expresión). Precisamente, el recorte curatorial comienza el mismo año que el recorte del video de Goldenstein, 1989, año de la asunción de Carlos Saúl Menem, y termina en 1996, seis años antes que el del fotógrafo.
El momento filosófico-existencialista del recorrido sucede con la visión de la gigantografía de Bulacio estampada en la pared: el hombre se disfraza de hombre (sin perder su aire femenino), como si por medio de ese gesto intentara iluminar la raíz constructivista de toda identidad: uno no es lo que es, sino lo que hace con lo que hicieron de él.
La dupla curatorial Creche-González comprendió lúcidamente que, más allá del drama implícito en la vida de Bulacio, debía enmarcar la muestra en un ambiente de celebración. Política (nuevas búsquedas estéticas para viejas obsesiones), fiesta (interrupción de las jerarquías) y tragedia (individual y colectiva) son tres conceptos clave para aproximarse a Fantasía Marica del Pueblo. En realidad, faltaría un cuarto concepto, el cuerpo. Se lee en el texto de sala: “Las obras de su etapa de formación ya exhiben un interés por pensar el cuerpo como soporte de representación política”.
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Tanto las piezas exhibidas en el Moderno como en el Centro Cultural Borges nos colocan en el centro de la década del 90. Una década larga considerando la administración deliberadamente continuista de la Alianza, y los dos o tres ismos que, a su manera, retomaron en el siglo XXI la herencia menemista.
En el trabajo de Goldenstein, observamos la escena porteña, central, entre el Rojas, Ruth Benzacar y el ICI; en la obra de Bulacio aparecen el Taller C, la Facultad de Artes de Tucumán, los márgenes, el interior del país, sin embargo, en ambos casos, con las diferencias propias de los ambientes, Arte light frente a Tenor Grasso, feudalismo frente a cosmopolitismo, la supuesta consagración frente al anhelo, sobresalen la idea de combate por el reconocimiento de los cuerpos disidentes, de las disidencias sexuales, anímicas, ideológicas, los deseos de elegir otras vías, nuevos rumbos, pero con un punto de comunión, un punto de reunión dialéctico: poner el cuerpo (desde lo macro hasta lo micro), pagando cada uno distintos costos.
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Leamos un pasaje del libro de Michel Serres Variaciones sobre el cuerpo: “Cuando se levanta, lo frágil se expone. Nuestra evolución y, acaso, la de la vida en su totalidad ¿consisten en esa intrepidez miedosa, tímida y temeraria: ir afuera hacia el mundo de las cosas, no permanecer en reposo, en su casa; marcharse? Nacer: exponer lo endeble a lo áspero, lo tibio a lo helado, lo blando a lo duro y lo tierno a la violencia; eso es lo que significa conocer”.
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En toda fiesta existe algo del orden de la fundación, de lo fundante, se suspenden las categorías tradicionales, el tiempo queda abolido (todavía no y ahora son lo mismo), el espacio pierde sus coordenadas (aquí o allá se vuelven equivalentes), las vocaciones se revocan (la vocación mesiánica apunta a revocar cualquier vocación); lo racional decae, la técnica duerme, la imaginación comienza a tapar huecos, la ilusión y la magia recuperan su potencia primitiva, surge el mito como respuesta: la meta, dice Karl Kraus, es el origen.
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El arte nos inunda con la extrañeza del otro, por lo otro, por el intruso que viene a desestabilizar la normalidad de las cosas, provocando la apertura hacia lo que no tenemos poder ni soberanía. Aunque existen reglas, las excedemos, de allí la valentía ilimitada de pensar desde lo ajeno la propia identidad. Son los cruces impropios de nuestros confines: otro cuerpo toca mi espacio y surge el milagro de la contingencia, la irrupción de lo desconocido, lo ingobernable de la vida.
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