Víctor Grippo vive. En los libros de arte, en las obras y conceptos de su enorme legado, sin dudas. Pero sobre todo en la memoria de aquellos que lo conocieron y que, a partir del homenaje que se le realizó en su Junín, lograron corporizar a través de sus historias la imagen de un hombre sensible y humilde, que dibujaron lágrimas y sonrisas en aquellos que no nunca lo conocieron.
“¿Conocés a Víctor Grippo?” fue el leitmotiv de una campaña que comenzó hace unos meses en la ciudad que se encuentra a 260 kilómetros de la capital. Su nombre y figura aparecieron en afiches e incluso en las lunetas de los colectivos. Y la realidad, hay que ser justos, marcaba que gran parte del pueblo juninense tenía una respuesta negativa si la pregunta hubiera sido parte de una encuesta telefónica.
Y es que Grippo, como tantos otros, vivió en ese limbo del olvido que suele resumirse en esa máxima cruel de que “nadie es profeta en su tierra”, ya que vivió en el anonimato para gran parte de su ciudad, aún cuando era reconocido en el mundo. Pero ya no más, o por lo menos eso es lo que se intenta desde una serie de homenajes que se le realizaron (y continúan) a 20 años de su muerte.
“Nací en Junín, provincia de Buenos Aires, el 10 de mayo de 1936, de familia de inmigrantes. A los doce años empecé a estudiar dibujo y pintura con el profesor Juan Comuni. Mis primeras exposiciones las realicé en el Colegio Nacional y en la Municipalidad de mi ciudad natal. A los diecisiete años inicié estudios en la Facultad de Química y Farmacia de La Plata y mantuve por un tiempo la actividad universitaria sin abandonar mi trabajo artístico”. Así comenzaba en 1993 la biografía con la que Grippo se presentaba a sí mismo.
Te puede interesar: Los sonidos del arte de León Ferrari, a través de su “música no figurativa”
Las actividades fueron organizadas desde el Municipio, amigos del artista e instituciones de la ciudad, en una articulación entre lo público y lo privado que si bien rescató mucho de su producción artística, generó principalmente una celebración afectiva, calurosa, y muy emotiva de su vida y que incluso, quizá sin buscarlo, otorgó nuevos significados a algunas de sus obras más emblemáticas. La alquimia artística de Grippo dejó lugar a la humana.
“Recuerdo la primera vez que vine a Junín, yo era muy chica y mientras nos metíamos en el río con mamá, él se mojaba los pies en la orilla. Fue la primera vez que todo lo que él me contaba sobre la ciudad cobró sentido”, cuenta Paulina, su hija, quien junto a Nidia Vera, su pareja, participaron de cada uno de los encuentros.
La historia resuena mínima, incluso trivial, pero revela ese aspecto sencillo y ese amor por el terruño que se repetirá en las anécdotas que regresan como si se compartieran en una mesa de amigos porque, a fin de cuentas, un poco de eso tuvieron los encuentros: Grippo, el amigo, el memorioso, el artista que todo lo sabía y que jamás se jactaba de su conocimiento.
“Víctor era muy, muy reservado. Y era una persona que no le gustaba pavonearse. Cuando iba a muestras lo presentaban como ‘artista’ y él decía que era un escultor, que lo de artista lo iba a decir la historia. O cuando lo llamaban ‘maestro’ se sentía muy incómodo”, recuerda Paulina en diálogo con Infobae Cultura.
Nidia se detiene frente a una videoinstalación que recoge testimonios de artistas en el Museo de Arte Contemporáneo (MACA). Escucha, hace comentarios, se emociona con las palabras de Eduardo Stupía. “Yo estoy en diálogo constante con él, cada día. Me encontré con una alumna que tuvo y me dice que le pasa algo parecido, Víctor te hablaba desde el corazón y eso te queda para siempre. En estos homenajes, cada persona que se me acerca para hablar de él es como volver a hablar un poquito con Víctor”, le comenta a este medio.
El artista Ricardo Salido fue uno de sus grandes amigos. Los unió la pasión por crear, “allá por el ‘69, cuando Grippo comenzó a dar clases de arte en la Xul Solar”. “Al principio éramos 25, terminamos siendo 6. Él había sido contratado, pero cuando se terminó el contrato laboral siguió viniendo todos los sábados desde Buenos Aires para seguir formando a esos jóvenes, así de grande era su compromiso”, dice.
Te puede interesar: Marta Minujín: donación a la Ciudad, nuevo libro, “boda con la eternidad” y 4 muestras por del mundo
“Venía y se quedaba en la casa de alguno. Compartimos viajes, charlas que comenzaban a la 8 de la noche y terminaban a las 9 de la mañana, porque a Grippo le encantaba escuchar, conocer, tenía una curiosidad tan enorme que iba más allá de la cuestión artística. Era tan sencillo que no se notaba nunca que ya sabía todo, cada encuentro era una experiencia enriquecedora”, relata a Infobae Cultura.
Además de artista, Salido tuvo una imprenta y una editorial con su apellido, desde donde, por ejemplo, tuvo a cargo la publicación de los catálogos del histórico Centro de Arte y Comunicación (CAYC) fundada por Jorge Glusberg y al que perteneció Grippo, como también darle vida a la emblemática y prestigiosa revista ARTINF, que dirigió Silvia Ambrosini.
Cuenta Salido que Grippo sólo expuso una vez en Junín ya como artista consagrado, “alrededor del 2000 en Rancho Orión”, la casa que hacía las veces de punto de reunión de aquel grupo. Sin embargo, hubo otra oportunidad que no se dio: “Una vez lo invitaron a exponer en el MUMA (el espacio más importante de la ciudad, hoy cerrado por reformas), pero dijo que si no le sumaban el nombre de Juan Comuni, su maestro, al del museo no lo iba a hacer. Obvio que no lo hicieron. Siempre le dolió que no le hayan reconocido la labor a Comuni, no le interesaba que lo reconozcan a él, sino a quien dedicó tantos años de enseñanza en Junín”.
Comuni nunca recibió ese homenaje que hoy sí recibe Grippo, ya que desde la municipalidad se votó una propuesta de sumarle su nombre al MACA, iniciativa que se inició cuando un grupo de artistas locales realizó EnGrippados, una muestra-homenaje por el décimo aniversario de su muerte.
“Al conmemorarse 20 años de su muerte, la ciudad en que nació -y siempre reconoció como determinante de la ética con que se plantó frente al arte y la vida- le rinde un homenaje extendido del que esta exhibición forma parte”, dijo Ana María Battistozzi, curadora del proyecto homenaje en general.
En ese sentido, en el MACA (Newbery 357) se realiza el principal tributo con la muestra Otros oficios, una propuesta que, cuenta Battistozzi, es “representativa de la singular concepción del arte que alimentó el pensamiento de este artista. Desde una actitud que no dejó de priorizar las ideas como fundamento de una producción conceptual” y cuyas ideas se anclaron en “el mundo sensible desde una visión profundamente humanística y poética frente al mundo de la ciencia y el trabajo que honró de distintos modos”.
Así, en el primer piso, se puede visitar una recreación de Naturalizar al hombre, humanizar la naturaleza, esa eterna mesa con papas y botellas de laboratorio, junto a otra de Energía vegetal, con las que se sintetiza una etapa importante del pensamiento conceptual de los ‘70 de Grippo en lo que respecta a la energía y a la transformación de la materia.
La elección de la papa, en tanto alimento originario de América que al difundirse en el resto del mundo contribuyó a mejorar la alimentación de vastos sectores de la humanidad, es imaginada por Grippo también como fuente de energía, una función inédita que descubrió gracias a experimentos que realizó con cables, electrodos y voltímetros. Así, la transmutación de la materia ocupó al artista en gran parte de su obra y si bien el punto de partida pudo ser el modo de observación científico, su pensamiento y su curiosidad intelectual lo llevaron a instancias de reflexión donde se cruzaron la tradición alquímica, la simbología de los números y el pensamiento dialéctico, todas cuestiones que no dejaron de interesarle a lo largo de su vida.
En la segunda planta, se presentan las obras referidas a los oficios, presentada por primera vez en 1976 en la Galería Arte Múltiple de Buenos Aires, en la que optó por el formato instalación. Allí se encuentran El labriego u horticultor; El albañil; El Herrero; El carpintero, y El picapedrero, todas a partir de herramientas que fueron usadas, que tuvieron una historia propia, una existencia de grietas y creación. “Las cosas del mundo cotidiano: mesas, herramientas e instrumentos de labranza fueron incorporadas a su obra como expresión de la fascinación que, desde su niñez en Junín, le despertó la habilidad manual de su padre, su abuelo y los inmigrantes que conoció”, dice Battistozzi. Allí también se exhiben ampliadas las últimas fotos que se realizaron en el estudio del artista, bajo el ojo minucioso de Gian Paolo Minelli.
Una pista de esto se pudo apreciar en una actividad realizada en la escuela de arte Xul Solar, en la que se pasó un fragmento de entrevista realizada en el mexicano Museo de Arte Carillo Gil, en 1997, en la que Grippo recuerda con precisión las historias que le recordaban a su abuelo, hombre de carácter “espantosamente amable” que trabajó “alisando el camino por donde pasaría el ferrocarril”. Dos relatos mínimos se conectan con su producción artística, como en la que su abuelo trabajaba una huerta para alimentar a su familia y en la que sembraba de más para compartir con los vecinos que no tenían qué comer, y otra en la que vívidamente narra el momento en que el patriarca de la familia levanta una bolsa de papas con los dientes como parte de un desafío en el pueblo. La energía, las papas, los oficios, todo en dos relatos que se habían grabado en su memoria.
Por otra parte, en la Fundación Casa Pronto (España 383) -un coqueto espacio expositivo de dos niveles- se busca “realizar muestras iconoclastas”, explica el director y artista Julio Lascano. Allí, se encuentra la exhibición La conversación continua, curada por Battistozzi, en la que una serie de artistas contemporáneos entran en diálogo con diferentes aspectos de la obra de Grippo a partir de afinidades.
En la planta baja, Cristina Piffer, reciente ganadora del Premio Nacional a la Trayectoria Artística, presentó la primera pieza que realizó para su serie Textos, que hasta ahora no había sido expuesta, a partir de la cual ingresa en la cuestión de la energía eléctrica y que surgió tras un “empecinamiento por los escritos de Grippo”, y en la que experimenta con una escritura producida con descargas que dejan su huella sobre la madera.
Con su Reloj, Hugo Vidal reflexiona sobre el estatismo y el paso del tiempo, mientras que Daniel Ontiveros presenta Junín donde no estuve nunca, obra que surgió mientras trabajaba con el libro del making off de la película Evita de Alan Parker y para la que utilizó un mapa de la ciudad, proceso en el que se involucró Grippo en sus visitas al Taller de Barracas en las que dialogaba con los artistas.
“Tenía una capacidad única, casi imposible en la mayoría de los artistas, en la que se abstenía de dar su opinión. No trataba de imponer su mirada, la manera en que él lo hubiera hecho o su perspectiva, sino que sabía escuchar muy atentamente y en el diálogo uno mismo terminaba encontrando las respuestas a las dudas. Eso era extraordinario”, recordó Ontiveros.
Sobre el fondo de la sala, surge la videoinstalación Las manos en la masa, concebida por Juan Mathé, Silvana Lacarra y Daniel Joglar, en la que sobre el piso y con harina de la zona como marco, se proyecta el oficio de realizar pan en primer plano.
Ya en el primer piso, los elementos de la naturaleza se enfrentan en los trabajos de Pablo La Padula y Teresa Pereda. En el caso de ella, en Fragmentario, los caminos y rutas del país se cruzan, bifurcan y confunden en un terrario que, justamente, sobre su base aloja tierra de distintos rincones, en un procedimiento que la artista viene realizando desde hace tiempo y que “en la diferencia cromática del mineral puede notarse la calidad de vida de los pobladores”.
Te puede interesar: Luis Benedit, semblanza de un gaucho viajero en búsqueda de la identidad perdida
En el caso de La Padula, se exponen varias piezas de su serie Humos, Cubo alquímico y Cuerpo humo. En las piezas gráficas el también biólogo presenta texturas realizadas a partir del fuego de una vela que son, a la vez, contenidos por formas geométricas como las que componían Sobre Vida, Muerte y Resurrección de Grippo, en las que la fuerza de la naturaleza interior, a través de algún tipo de legumbre que se expandía, terminaba por reventar los contenedores como parte de su ciclo de transformación.
En Cuerpo humo presenta un autorretrato de cuerpo entero, una impresión sobre el negro de hollín que refulge colores amarillos y rojos desde la base, mientras que en el Cubo escenifca unos de sus gabinetes de varios niveles en los que confluyen ciencia y naturaleza uniendo cuestiones del imaginario físico-alquímico.
En la pequeña galería Tono Local (Av. Roque Saenz Peña 139), creada para presentar la obra de creadores locales, el artista Cristian Segura recrea la muestra que Grippo realizó en Tandil en el Diario Nueva Era.
A partir de diarios de época, anécdotas y una gigantografía de una foto en la que el escritor polaco Witold Grombowicz, visita la muestra y posa junto a Grippo, se construye un instante ínfimo, una gota en el caudal de vivencias del homenajeado, como aquella exhibición que realizó por insistencia del periodista y escritor Jorge Di Paola, uno de los fundadores de la revista El Porteño.
Cuenta la leyenda que Di Paola conoció al autor de Ferdydurke cuando éste, viviendo en Tandil por recomendación médica debido a sus problemas respiratorios, se acercó a la biblioteca local para conocer a los autores locales, lo que devino en una amistad con un grupo de adolescentes. Relata Segura que el escritor polaco consideraba que “las artes plásticas eran una expresión renga” y que por eso, al entrar a la redacción, “comenzó a renquear y utilizó a Di Paola como bastón” y que mientras recorría la exhibición dio vuelta todas las obras de Grippo.
Allí también se aloja una rareza. Un dibujo de años como estudiante, con una fuerte influencia de Spilimbergo, que nunca había sido exhibido. “Mi papá, Ernesto Cirillo, lo conoció cuando estudiaba arquitectura en La Plata. Grippo era menor y por esas cosas de ser del mismo lugar en una ciudad tan grande terminaron siendo amigos, y le regaló esta obra que estuvo siempre en casa y que, de alguna manera, se vuelve un poco de todos porque la gente de la ciudad la puede conocer por primera vez”, dice Virginia, quien asegura sentir “orgullo” por poder compartirla.
Algo alejada del centro de la ciudad se encuentra la Galería Hotel DaDA (Chavez 69), dirigido por el artista Silvio De Gracia y la poeta Ana Montenegro, un espacio experimental que promueve desde 2005 el encuentro internacional Interferencias y donde se produce una instancia de rescate y visibilización de los distintos homenajes “no oficiales” generados en torno a la figura de Grippo.
“Interferencias es un encuentro que busca que los artistas se embarquen en otros lenguajes, en performance y en acciones en el espacio público. En su primera edición realizamos un homenaje a Grippo, organizado por Cristina Peiffer y Hugo Vidal, quienes realizaron tres operatorias poéticas”, dice De Gracia.
En aquel primer homenaje “no oficial” hubo una Re/construcción de un horno popular para hacer pan; se realizaron una serie de grafitis en la ciudad y se entregaron a bibliotecas catálogos de un retrospectiva realizada por el Malba.
La muestra Homenajear al hombre, humanizar el homenaje también incluye imágenes del Proyecto EnGrippados, presentado en el año 2012 por el grupo juninense Ecolectivo, integrado por Silvina Torviso, Daniel Sarobe, Carlos Macheratti, Andrea Ciaravino, Susana Nazer, Romina Paesani y Estela Centeno.
“Para él su pueblo siempre fue un lugar de referencia, le gustaba y siempre volvía. Es un homenaje que ahora está como bien institucionalizado, pero que surge desde hace un tiempo largo desde los artistas locales, los EnGrippados, hace 10 años, donde había un montón de trabajos sobre su obra. También se lo había homenajeado en la escuela de Educación Estética, que elige el nombre de Víctor. Entonces me parece que es algo importante y que es lindo que Junín lo reconozca cuando él siempre reconoció a Junín”, comenta Paulina.
Regresando al centro de la ciudad, en Fundación Casa Pronto se desarrolló un diálogo del que participaron Roberto Salido; Alberto Pasolini, quien fuera su principal asistente; Alejandra Comuni, nieta de su maestro juninense, y Daniel De Camillis, otros de esos alumnos que se convirtió en compañeros de la vida.
En un momento muy emotivo, De Camillis toma la palabra: “Nosotros lo visitábamos en Buenos Aires. Recuerdo que yo hacía el viaje en colectivo con 7 kilos de harina de Junín, porque no comía de otro tipo”. Y Salido agrega: “Es así, de hecho todos los cajones de madera que usó en su obra hasta el final también eran de acá, no quería madera de otro lado”.
De Camillis retoma: “En los ‘70 expusimos todos juntos en la porteña Galería Lirolay, fue algo impresionante para dos pajueranos del interior y se nos acercaron de otra galería después para ofrecernos esto y aquello. Y él nos dijo, ‘en el arte hay una puerta grande, pero la mesa es chica, no se encandilen con las luces de la ciudad’. Y le hicimos caso, después hizo la obra de La comida del artista (Analogía IV, que se encuentra en el Malba)”.
Con respecto a esta paradigmática pieza, la crítica de arte Laura Buccellato, ex directora del Moderno y curadora de más de 350 muestras en el país y en el extranjero, que se encontraba entre el público, se robó la risa de todos cuando recordó cuándo Grippo le encomendó la búsqueda de los platos de la pieza: “Toda su obra tenía una precisión obsesiva. Debía cumplir una materialidad pero además unas dimensiones exactas; recorrí una treintena de lugares y no daba más, pensaba mandarlos a hacer porque era imposible encontrar lo que quería, hasta que finalmente se logró”.
En una placita frente al MACA, con los abadonados talleres ferrioviarios que el neoliberalismo sepultó, se realizó otra Construcción de un horno popular para hacer pan. El ritual buscó resiginficar la acción de septiembre del ‘72, en la que Grippo, junto al artista Jorge Gamarra y el artesano Rossi, levantaron un horno en la Plaza Roberto Arlt en una acción de arte relacional en la que compartieron alimento con la comunidad.
Durante una semana antes del evento, el horno fue levantado por lo amigos de Grippo: Salido, De Camillis. Como en una liturgia, se cocinó y compartió con los vecinos, quienes pasan a ser los nuevos usuarios del horno. Esa mañana de domingo, apareció de la nada, una pequeña caja de madera rústica. Un tesoro que solo podía resurgir en un contexto especial como un homenaje en el que se trascendió lo artístico. La cajita era una suerte de cámara oscura portatil que Grippo había realizado a sis 15 años y que despertó la curiosidad y las teorías sobre qué haría con ella y que revelaban, una vez más, ese espíritu inquieto y curioso que marcó la vida del juninense.
Víctor Grippo nunca realizó el trámite de cambio de domicilio. Fue siempre un artista de Junín sin importar el lugar del mundo donde se encontrase a tal punto de asegurar que “solo el cielo de Florencia” se acercaba al de su ciudad. Para él vida y arte eran lo mismo. Y a partir de este homenaje, ya no quedan dudas que en la parte de vida, Junín es inseparable. Víctor Grippo vive.
Seguir leyendo