Desde 2018, Sebastián Francia y Ramiro Bailiarini curan el Festival Callejón, por el cual han pasado artistas como Lorena Vega, Diana Szeinblum, Mirta Busnelli, Cecilia Roth y Laura Sbdar. Durante cinco días, el Espacio Callejón suspende su programación habitual, para dar espacio a estas producciones de jóvenes artistas mujeres.
Este año, presentan: obras de teatro de Mia Miceli, Memi Ladogana y Ana Schimelman; música de Ailin Zaninovich y Vero Gerez; y piezas de danza de Jazmín Titiunik, Mariana la Torre y Aitana Codero.
—Arman este festival desde hace cinco años. ¿Cómo viene siendo ese proceso?
Sebastián Francia: —En los primeros festivales no había estrenos. Eran obras terminadas, como Adentro de Diana Szeinblum o Imprenteros de Lorena Vega. Nos llevamos un gran aprendizaje nosotros.
Ramio Bailiarini: —En esas obras, que ya venían funcionando, de repente podíamos generar una propuesta nueva. Diana, por ejemplo, nos pedía una pantalla gigante blanca que nosotros no teníamos ni podíamos conseguir. Nos pusimos a probar proyectar en la pared de ladrillo, cosa que ella en un principio no quería hacer, pero después que lo vio aceptó. Con Imprenteros también nos pasó algo similar. Este año nos pasó con la obra de Jazmín, que ya había estrenado en el Conti. Ellos en esa puesta jugaban con un rayo de luz natural, y nosotros nos pusimos a probar cómo generar un efecto similar con espejos. Nos dimos cuenta de que nos gustaba esto de generar una impronta dentro de la obra. Ahí empezamos a pensar en producción, en hacer estrenos.
S.F.: —Implica otra cosa, claramente. El estreno es otra emocionalidad y es más trabajo. Además, este año nuestro presupuesto es nulo, y decidimos ir para adelante igual. Es lo más grande que hicimos hasta ahora. Los elencos se copan igual, no ofrecemos miles de pesos pero sí funciones técnica y visualmente impecables. Cuidamos muchísimo el material, aun frente a lo complejo que es hacerlo sin dinero. Tenemos la suerte de que tanto Javier Daulte como Federico Buso aceptaron levantar la programación de toda la semana de la sala. El Callejón tiene funciones de lunes a lunes, y nos dijeron que vayamos para adelante.
—¿Y estos últimos tres años?
R.B: —En 2020 el festival fue en pandemia. Filmamos un poco de Ametralladora, de Laura Sbdar, y de El corazón, de Leticia Mazur. Hubo talleres, también, de serigrafía, de alimentación saludable, de medioambiente y territorio. Y tres charlas entre Javier Daulte y Mirta Busnelli, Leonor Manso y Cecilia Roth.
S.F.: —Las últimas dos ediciones, además, tuvimos la posibilidad de coproducir. En 2021 presentamos Ryan, Kilómetro 1, un work in progress de Ana Schimelman, y este año estrena bajo el título de Ryan, hermano motor. Este año además es más grande, son seis días en vez de tres, y son todos estrenos salvo Como para la bruma, de Jazmín Titiunik. Se suma Mariana la Torre, con La victoria de lo incompatible. Ella estaba haciendo un espectáculo de danza en Tecnópolis y la invitamos para que haga algo parecido en el Callejón. Otro work in progress de este año es Subatómica, de Mia Miceli. Vuelve Memi Ladogana, que estuvo en el primer festival, y presenta Ballet acuático.
—¿Cómo eligen a les artistas?
R.B.: —A Mia la convocamos a partir de Cerca tuyo o de ti, por haber visto su ópera prima el año pasado. Se lo propusimos nosotros. Son todas personas que vamos conociendo, o gente con la que tenemos ganas de trabajar.
S.F.: —Se lo habíamos dicho en una charla medio informal, porque así somos, y a principio de este año nos avisó que estaba trabajando para el Festival. A Ana Schimelman la conocí en el Rojas, con Las cuerdas, y al toque la invité a venir. Nos encanta aportar algo a sus obras, trabajarlas, verlas, hacer algo con ese proceso.
R.B.: —Nos pasa mucho esto que dice Seba: la gente que forma parte del Festival nos abre sus proyectos, nos deja a nosotros estar ahí, desde un lugar sensible pero opinando sobre lo que se nos ocurra. Es la idea del festival ir curando de esa forma.
—Son todos artistas jóvenes los de este año. ¿Identifican algo que los represente como juventud?
R.B.: —Muchos de los trabajos de este año tienen similitudes: cruces fantásticos, por ejemplo, o mezcla con otras artes. Lo increíble es que no se conocen entre sí, son coincidencias generacionales. Se viene a romper la idea de lo cotidiano, o lo cotidiano es atravesado por algo. Hay formas de trabajar el espacio, también, que se van repitiendo. Quizás son las obras que llamamos nosotros, pero no nos ha pasado que vengan con la propuesta de una obra costumbrista. Hay mucho trabajo sobre la poesía, tanto espacial como dramática.
S.F.: —Quedamos flasheados este año, todos los trabajos nos sorprendieron muy para bien. Hay una fuerza creadora importante en estos chicos.
—¿Cuál les parece el mayor aprendizaje de estos años?
S.F.: —Ante todo, el trabajo en equipo. Nosotros trabajamos desde esa particularidad, armando equipos que funcionan como amigues.
R.B.: —Nos estamos llevando muchos aliados. No sé en dónde quedará, pero hoy día hay muchas personas que nos vienen rodeando que son muy buenas.
S.F.: —Eso se va transmitiendo, la gente es muy receptiva cuando los invitamos a participar del Festival. Planteamos las condiciones de trabajo de entrada, y desde el primer momento tratamos de generar un encuentro, armar una familia. En el Festival se transforma el Callejón, es otro público, hacemos música, metemos danza, hacemos una fiesta.
—Es un espacio que se presta para la transformación, también. En otros teatros sería muy difícil hacer algo así.
R.B.: —Acá tenés el pasillo, la enredadera, el bar…
S.F.: —Vimos muchas transformaciones en la sala en todos estos años. Sabemos lo que funciona y lo que no. Hay algo del espacio de la sala que permite modificarlo para cada obra, y tenemos muchas posibilidades técnicas.
—¿Y el mayor obstáculo cuál sería?
S.F.: —Y, el económico, te diría. Pero lo sorteamos muy bien, la verdad. No estamos solos, hay mucho apoyo de la gente que está afuera y de los que vienen participando en las obras anteriores.
R.B.: —Iba a decir lo mismo, pero la verdad que no: si lo económico fuera un obstáculo de verdad, no estaríamos haciendo lo que hacemos. Creo que el mayor obstáculo es nuestra vida por fuera de todo esto, hacer entrar el festival en la vida cotidiana. Por ahí Seba o yo venimos medio bajón, y hay que meterle igual. El obstáculo es lo que pasa por fuera de la sala. Este año, además, está fluyendo muy bien todo, se transformó un poco en el festival del sí.
—¿Por qué el festival del sí?
S.F.: —Tiene que ver un poco con una filosofía del festival: el no por la fiaca, por la cantidad de trabajo, por si falta gente para armar… Tratamos de encontrar formas para decir que sí, de entender que los “no” son recortes creativos sobre las obras. En Mujer diamante el año pasado teníamos que hacer salir un tubo de una parrilla, y fue conseguir cadenas y sogas y atar todo bien. Decir que sí suma.
—¿Qué es para ustedes ser curador?
R.B.: —Yo creo que este año empecé a entender más el rol. Lo veo mucho en el trabajo de las producciones. Ya tenemos una forma de decir que es nuestra, para seguir pensando los trabajos. Es dar una mirada, decir lo que yo pienso sobre lo que yo voy viendo. Es mi flash, que quizás sirve y quizás no. Es una capa más dentro del universo. Curar un poco es ser parte, cuidadosamente, de la obra de otra persona.
S.F.: —Es una forma de mirar, una posición. No es ver obras y decir “Esta sí, esta no”, ni decir qué es bueno y qué es malo. La forma que tenemos de intervenir es algo ganado en estos años. Contenemos mucho, también, no dejamos solo a ningún equipo. Es como somos, también. El festival no existiría sin las obras, y las obras quizás no existirían sin el festival. Es un intercambio.
R.B.: —Este año nos hicieron muchos chistes alrededor de que somos los curadores, también. Al principio nos incomodó un poco, y después nos copamos y empezamos nosotros a decir que íbamos a bajar una de las obras, y que eventualmente iba a llegar un mail desde la producción. Fue muy gracioso el armado de este año.
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