“¿De qué vivís?” Esta es una pregunta que cada tanto debe responder el músico Pablo Dacal (1976). Dice con una sonrisa: “Y a veces me cuesta responder y yo mismo me lo pregunto: ¿de qué vivo?” Mientras prepara un café, su amigo le afina el piano. Toda su vida parece estar rodeada sutilmente de música. Incluso tiene un estudio acá mismo en su casa de Caballito donde graba sus canciones (la última que compartió es “El remalazo”) y otras que no le pertenecen (está grabando parte del repertorio de Ignacio Corsini). Es un cantor popular experimentado (un título de honor ganado por prepotencia de trabajo) que ya tiene un recorrido notable en la música argentina: diez discos grabados, colaboraciones con la Orquesta de salón y las Guitarras del tiempo, entre otros: “Si algo yo me siento es cantor: mi voz ocupa un espacio y siempre estoy buscando algo con eso”.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la escritura de libros le dio una plataforma creativa inusitada: “La literatura se transformó para mí en una forma de vida, de pensar el mundo”, cuenta. Se trata, además, de un viaje: el que va de su propia práctica como compositor y lo lleva hacia otras aventuras de expansión en el uso de la palabra. Explica: “Pensar sobre el oficio de cantor es lo que abre la puerta a escribir estos libros: investigar otras vidas y ver el eco que esas vidas tienen en mí”. Acaba de publicar ¡Oh, nuestra maestra de canto! Una biografía de Lucía Maranca (Mansalva). Esta novedad se suma a Por qué escuchamos a Ignacio Corsini (Gourmet Musical) y Las canciones escritas (Mansalva). Es decir: hay una obra en marcha. Mientras esto ocurre, ya mismo prepara tres libros: uno con sus Cuadernos de gira, otro con los poemas que escribió a lo largo de toda su vida y una historia alrededor de su experiencia con la Orquesta de salón (“un proyecto medio Fitzcarraldo”). Además tiene un libro que saldrá en algún momento: “tengo un Manual para cancionistas y es el proyecto próximo más cerrado que tengo y a la vez el más errante. Firmé con Planeta para editarlo”.
Fuga hacia adelante o buscador incansable: Pablo Dacal se volvió un cantor federal único y busca su lugar en la literatura argentina pero bajo sus propias reglas, sin seguir ningún mandato más que su propio ritmo y deseo.
-En algún momento de tu carrera comentaste que tenías un proyecto de escritura más allá de tus canciones. Con estos tres libros publicados estamos viendo materializada esa idea.
-Soy demasiado entusiasta y a veces tuerzo el timón sin haberlo previsto, me dejo llevar mucho por intuiciones. Entonces voy armando mis cosas a medida que se van presentando. Estoy trabajando en tres libros más, al menos. Trabajo con muchas cosas a la vez. Me di cuenta de que es la forma en la que puedo llevar las cosas adelante. Si estoy mucho con una sola idea siento opresión. Me interesan las posibilidades que presenta el libro como artefacto. Así como una canción o un disco son artefactos sonoros, en los libros también está esa posibilidad de expandir ideas. Yo ya arranqué con distintas posibilidades, diría, atípica que es el primer libro: una antología de canciones, organizadas por discos pero contados por personas que estuvieron cerca, un ensayo biográfico muy personal y una biografía coral. Son todas posibilidades que el libro presenta y aprovecharlas me parece fabuloso. De todas maneras para mí todo esto es novedad.
-¿Por qué abordar a Ignacio Corsini desde la escritura y no, por ejemplo, desde un disco?
-La escritura se volvió un terreno de mayor libertad que la música. Quizás porque en la música tengo un recorrido y domino mucho más el lenguaje. Y siempre es una disputa con la tradición, el contexto y el medio. En la literatura me meto con mucho más desparpajo. A vez es un libro que salió de manera fortuita: se lo debo a Donozo que confió en que yo podía escribir Por qué escuchamos a Ignacio Corsini. Hasta ese momento nunca había escrito tres páginas sobre algo o cuando lo había intentado había naufragado. Corsini llegó tarde y se fue temprano. El centro de su acción fue de los treinta a los cuarenta.
-Ignacio Corsini es fascinante pero todavía algo desconocido.
-Era un terreno muy misterioso. Había muy poco escrito sobre él y eso me daba una libertad que me interesaba. Por eso también era una responsabilidad. Traté de utilizar mucho lo que yo ya conocía del trabajo en la música y las canciones. Por otra parte pensé mucho en el cine, en la puesta en escena del teatro, en el pulso poético. Traté de que todo eso estuviera como referencia en mi proceso de trabajo. Además intenté que el libro no fuera solo para los viejos. Si se copaban iba a estar genial, pero quería mostrarle Corsini a la gente de mi generación para abajo.
-Por tu relación con la música, ¿te podías ver reflejado en Corsini?
-Sí, en muchísimas cosas. Cada vez más la historia la veo con mayor perspectiva. Antes los sesenta me parecían lejanos, y hace poco me di cuenta de que yo nací ocho año después que Sargent Pepper de los Beatles. No es nada. ¿Qué quiero decir? Que solo me separan cien años de la experiencia de Corsini. Y ahí surge la pregunta: ¿Es mucho o es poco? Y ahí salí a la calle y empecé a investigar: muchas cosas cambiaron pero muchas no. Tres flacos de gira sigue siendo muy parecido. El libro de algún modo es una defensa del artista sencillo y corriente, que no busca el centro del escenario y el foco. Es alguien que muestra otra posibilidad de existencia. Ahí me reconozco muchísimo porque me interesa pensar otras formas. Si no estamos siempre a merced de las reglas del mercado y de lo que la industria impone. La industria es una tirana que no sabe nada, una estúpida que mandonea todo el tiempo. Yo no planeo ceñirme a esa lógica. Todo artista con un poco de curiosidad y corazón puro no debería hacerlo. Y son los artistas que yo admiro.
-Pensando en Por qué escuchamos a Ignacio Corsini y ahora en ¡Oh, nuestra maestra de canto!, ¿tenés un afán pedagógico de trabajar para que estos artistas no se pierdan?
-No estoy muy relacionado con esa palabra, pero lo que sí me interesa es compartir experiencias. Creo que a otros les sirven. Lo que sí me preocupa es cómo el paso del tiempo entierra determinadas cosas y saberes que se pierden. Por eso me parecía que valía la pena que no se pierdan las experiencias con Lucía Maranca y que se cuenta en ¡Oh, nuestra maestra de canto! Eso que aparece en el libro estaba en la voz de un montón de alumnos y en la experiencia de un montón de personas que se conmovieron al contar lo que vivieron con ella. Tomar clases de canto con ella era muy intenso: por lo que contaba y por sus modos. Y además su forma de vivir el arte y la experiencia musical. Todo eso me pareció que no podía perderse y había que ponerlo en un libro. Por otra parte, siento que algunas cosas el mundo las merece.
-¿El formato coral de ¡Oh, nuestra maestra de canto! cómo apareció?
-Ese libro lo vi, lo imaginé. Me di cuenta de que había que hacer un libro sobre este tema y también me di cuenta de que era fácil. Yo vi el camino y de todas maneras me implicó un montón de trabajo, investigación y sobre todo ensamblar los testimonios. Así debía ser contado. Después aparecieron los textos de ella, la grabación de sus clases y sus entrevistas. Todo se fue presentando. Yo quería articular su vida y obra, entonces la idea de clases en tiempo presente tenía que estar. Por otra parte, el libro lo hice sobre todo pensando en sus alumnos. No sé, me lo dictó ella.
-¿Cómo sos como lector?
-Leer literatura en algún punto es un anacronismo. Por eso lo hago. A mí me gustan mucho los poetas por eso: porque no los lee nadie. En las giras que me estuve armando en los últimos largos años llegaba a los pueblos y me tomaba como un plan comprar libros de autores locales, del lugar que pisaba. Los poetas no están buscando el centro de la escena, tienen más una necesidad de decir, de decirle a la eternidad. El de los poetas es un camino mucho más largo. Se escribe literatura para ser feliz y después pasa lo que pasa o no pasa nada. La literatura permite pensar que uno no necesita muchísimos lectores. Si vienen, buenísimo. Pero me parece que quizás lo que nos dice la literatura es que hay que pensar más en los lectores adecuados para el libro y no tanto en términos de cantidad. Es decir: que el libro tenga un significado y que genere un diálogo con alguien.
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