García Pelayo cruza la Avenida Corrientes bajo un sol inaudito. En el Teatro San Martín, en la Sala Lugones, están proyectando Manuela, su ópera prima, estrenada en 1976. La presentó, dijo unas palabras y salió de la sala caminando liviano; el asunto quedó en manos de los espectadores. Son las tres de la tarde de un día semana cualquiera. Ya hace rato que es primavera en este rincón del mundo. Hace calor, lo justo y necesario. Ahora, en frente del teatro, García Pelayo empuja las puertas vidriadas del Centro Cultural de la Cooperación. Entra, se quita la visera y en su camino a la mesa del bar donde ocurrirá esta entrevista ve algo que lo encandila. Un disco de la cantante india Lata Mangeshkar. “Es mi favorita”, dice como quien confiesa a viva voz un secreto. Luego se sienta, se acomoda, extiende su mano, una sonrisa y dice: “Gonzalo García Pelayo, mucho gusto”.
Desde el 25 de octubre y hasta el 2 de noviembre, la Sala Lugones tiene un ciclo dedicado a él. Se titula Cine Insurrecto y es una retrospectivIngmar Bergmanaículas que funciona como una muestra de su larga obra. Ahí se incluyen algunos films de ese ambicioso proyecto llamado 10+1: once películas filmadas en un año. Acaba de estrenarse en la Cineteca de Madrid junto a la Filmoteca Española. Hay algo en esa voracidad, en esa pulsión de creatividad y trabajo que no se condice con sus 75 años de vida. No es una vida simple, en su currículum hay vitalidad. Fue productor musical, editor literario, jugador profesional de casino y hoy todavía le busca el sabor a lo extraño con las criptomonedas, por ejemplo. Pero su pasión, eso dice, su pasión, es el cine. El arte, prefiere. Lo dice mientras prueba por primera vez un té de boldo —”¿es digestivo?, venga”— y saborea una pequeña tarta de arándanos que se empeña en compartirla.
Nació en Madrid en 1947, pero basta con recorrer su filmografía o charlar un rato para que la mejor forma de definirlo sea esta: un hombre de mundo. Esta visita es la número trece. Hacía veinte años que no volvía a la Argentina; este año es la tercera. Como un reencuentro furtivo: intenso y para siempre. “Muchas cosas las vi diferentes. Desde cuestiones personales a generales y tal, un poco lo que pasa en el mundo entero: un poquito más de decepción, un poquito más de sensación de que vamos a mal. Es lo que pasa en todos lados, no me resulta extraño. Ahora mismo no está de moda ni el optimismo ni la euforia ni nada de eso, pero tampoco creo que sea más grave que lo que veo en España. Una sensación catastrofista después de una crisis económica, la pandemia, y la sensación de que nos hemos metido en un callejón que no tiene salida. Yo igual tengo un punto de vista más optimista”, sostiene.
—Bueno, con este este proyecto, 10+1, queda claro su optimismo.
—Y euforia. Sí, claro. A vivir, a repasar sensaciones que ya había vivido y hacerlas en película. Me ha impresionado mucho La aventura, la única que me gusta de verdad de Antonioni, cuando se pierde en un mar de piedras, en las Eolias, al norte de Sicilia. Esa sensación de que el paisaje transmitía lo que eran los personajes y viceversa: el paisaje con esas arideces porque sus almas eran un poco como ese desierto de piedra. Quería hacer eso con los sitios que había visitado, por ejemplo aquí, Argentina, estuve rodando. Iba a rodar yo, pero al final rodó un compañero mío, en Iguazú, que me parece el paisaje más maravilloso de la Tierra, casi con seguridad, y en otros sitios que me han gustado y me han llamado mucho la atención. Muchas películas tienen montones de paisajes que nunca se han rodado y que de alguna manera iban a la búsqueda de revivir otra vez lo que yo había vivido en esos paisajes y llevarlo al fílmico. No describe exactamente mi historia, mis sensaciones sí. Empezamos con que los guiones eran los paisajes. Y también con personajes que, dependiendo qué actores y qué actrices son, van a vibrar de una manera o de otra. En la de Kazajistán, por ejemplo, me ha impresionado mucho el paisaje urbano, el paisanaje, como se le dice aquí también. Las tres películas asiáticas tienen mucho de eso: volver adonde yo me he sentido impresionado por lo que he visto.
Año 1964. García Pelayo está sentado en una butaca. Tiene 17 años. Hay poca gente en la sala, las luces se apagan. Proyectan El séptimo sello de aIngmar Bergmanaa,a película de 1957. “Me quedo completamente fascinado”, dice ahora. Se imagina en Francia estudiando cine y vagando de sala en sala viendo todo lo que pueda. Quería estudiar pero no lo dejaron: debía tener 21 para ingresar. Entra en Filosofía y Letras pero no le convence. Entonces se va a París. “Ahí me engancho mucho con la música”, dice. En ese momento Los Beatles estaban conquistando el mundo. Unos años en París y vuelve a Sevilla con la mente expandida. En 1967 abre una discoteca. Le puso de nombre Dom Gonzalo. Ahí estrenó discos de Pink Floyd y Jimi Hendrix. Fueron varias las noches en que la policía cerró el lugar. Fue manager de grupos, productor musical, pero su debut en el cine es en 1976. Con 28 años estrena Manuela. El telón de fondo del rodaje era la dictadura de Franco, de salida, su ocaso.
“Cuando estamos rodando en septiembre del 75 ya se dice que Franco estaba enfermo grave, que no va a durar mucho, y efectivamente muere en noviembre. Cuando Franco muere estoy montando la película y veo las largas filas que van a ver el cadáver todos los días que yo llego al montaje. Estaban las dos plazas juntas, una al lado de la otra”, cuenta. Dos años después hace su segunda película, Vivir en Sevilla, que “ya no hay censura” entonces “cambia las circunstancias políticas y cambia la estética”. “Yo hago una proposición estética de cambio, después no es que la gente me siga; es una propuesta. Es una película muy experimental porque cambia la manera en función de lo que estoy contando que ya ha cambiado completamente. Hay desnudos, sexualidad, cambia todo. Ya en Manuela hay elementos así, pero en Vivir en Sevilla cambia mucho. Treinta años tenía”, agrega.
Un día como cualquier otro, viviendo en París, camina por la vereda y se detiene en una esquina. En el suelo, sobre una manta, discos a la venta. Se agacha, mira, revisa y encuentra Sketches of Spain de Miles Davis, dedicado a la música española. “Me quedo fascinado”, dice ahora uniéndose en el recuerdo. “¿Cómo puede ser que Miles Davis esté tan fascinado con la música de mi barrio?”, se pregunta. Su mirada del mundo se compone en tensión con esos dos polos: la tradición y la vanguardia. Lo explica así: “Tengo mucho amor a la historia del cine y la tradición. Cuando uno quiere novedoso y cambiar las cosas es porque está muy enraizado: tener los pies en la tradición y la cabeza en la evolución y en lo nuevo. Porque sino es como no tener cimientos. Así son los franceses, Godard, que tenía los pies en la tradición”.
Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo es una película que forma parte del proyecto y del ciclo que se proyecta en la Lugones. Muestra, en sus propias palabras, “el ambiente underground de Sevilla, pero el nuevo, el que ya conocemos menos. Éramos como una especie de espectadores nuevos. Mi hermano Javier va a ver este sitio que nos comentan. Unos meses antes habíamos ido a conocer a un amigo que nos había dicho que ahí tenía unos artistas y nos habíamos impresionado”. A Sevilla llegó con ocho años. Su padre —un militar de origen jerezano— murió cuando tenía cinco años, entonces él y su familia volvieron de Madrid a Jerez de la Frontera, hasta que se asentaron en Sevilla cuando su madre volvió a casarse. La película se centra en un barrio dentro de otro barrio: El Pelícano, que está en la Macarena. Son artistas que cuentan cómo por qué y para qué viven, pero sobre todo: viven. No es un documental, tampoco una ficción, sino las dos cosas juntas.
“Queríamos transmitir la verdad sevillana como jóvenes que participamos de esa verdad, ahora venimos a contemplar un poco el nuevo underground, que tiene mucho inmigrante: un cubano, un venezolano, un peruano, una chica que viene de Irán. Todo eso conforma un nuevo mundo underground en Sevilla que muchos sevillanos tampoco conocen”, dice y agrega: “De mi vida en Sevilla no había prácticamente nada. Casi no había inmigración que hubiera llegado a Sevilla en esa época. Te estoy hablando de hace cuarenta años. Las cosas cambian. Mi idea no era hacer una película sobre la inmigración, pero es que me la encuentro. Es el barrio. Cuando llego y veo todo eso ni le digo que no ni le digo que sí: es simplemente la gente que está allí. Son los sevillanos y los que se han acoplado perfectamente al espíritu de Sevilla.
“El interés fundamental de la película —continúa— es sobre el arte tal como se concibe en Sevilla. Sevilla tiene una obsesión con el arte. Pasa igual en Mali, y no es para comparar. Son sitios donde la gente solo vive para el arte. Ocurre también aquí. Yo soy un fan total del folklore argentino y de Los Chalchaleros. Para mí el mejor grupo después de Los Beatles son Los Chalchaleros. Imagino que en Salta debe pasar igual que en Sevilla: todo el mundo viviendo para el arte. En Sevilla cuando te hacen un anuncio de helados de artesano te ponen arte-sano. Hay una especie de obsesión, pero de cualquier persona, de vivir con el arte. Es como decimos al final: ‘Tú no eliges el arte, el arte te elige a tí’. Me parece que es la idea fundamental de la película. La cerramos así porque lo dice una chica de manera espontánea; no está en el guion. Es todo lo que yo siento hace mucho tiempo pero no lo sé expresar de esa manera”.
A García Pelayo le interesa “ese despertar sensaciones de la película sin tener que estar preocupado por el argumento, por lo que va a ocurrir”. Lo que busca es “crear sensaciones de arte”. Por eso “la incursión en las canciones, que me parecen que son de un nivel artístico excelente”. No miente ni exagera. Los protagonistas se pasan toda la película cantando. No es sólo una buena voz, una buena letra, una buena música. La interpretación te deja en carne viva. Ahora recuerda un fragmento de una canción. No la canta, la recita de memoria: “Vámonos, donde nadie nos juzgue / Donde nadie nos diga / Que hacemos mal / Vámonos alejados del mundo / Donde no haya justicia / Ni leyes ni nada / Nomás nuestro amor”. Y continúa: “Es el sueño de un surrealista, el sueño de Breton, el sueño de Buñuel, el sueño de todos los grandes artistas de final de los años veinte en Europa. Es lo que ellos también veían en Tristán e Isolda de Wagner”.
Se titula “Vamonos” y es de José Alfredo Jiménez. Se lo canta una mujer a un hombre que, según vemos en la película, está en pareja con una madrileña. Ahí se juega algo de “nacionalismo pequeñito”, comenta el cineasta. “Es una canción mexicana y la película da esa transmisión de que parece que le están pegando un tiro al protagonista, que lo separa de la otra chica, que tampoco le importa mucho. Tampoco hay nada de trágico. Y la canción final, que no es muy conocida pero que a mí siempre me ha obsesionado, ‘Contigo besos salvajes’, está en el límite del amor desquiciado, como Pierrot el loco de Godard y todo ese tipo de películas de amor y muerte. Yo a la muerte la dejo más en segundo plano. ‘Los besos que yo inventé para tu boca / cuando vi la sangre en tus labios’. Todo eso es salvaje: una mezcla de romanticismo con animalidad. Más la parte intuitiva de la persona que la parte de la inteligencia”.
—¿Esa una búsqueda consciente esa?
—Sí, lo que busco en todas estas películas es que sean intuitivas. Ahora mismo estoy trabajando con un robot para hacer trading con criptomonedas. Pero cuando estoy en el cine es todo lo contrario: me prohíbo tener análisis de inteligencia abstracta, todo es intuición.
—No queda claro si es un documental o una ficción. No es ni una cosa ni la otra, sino las dos juntas. Pero tampoco importara demasiado, ¿no?
—Bueno, yo ahora estoy leyendo un libro sobre Godard y dice que fue el primero en À bout de souffle que de alguna manera mezclaba esas cosas. Año 1960. Yo muy seguidor de Godard, desde luego: una influencia que acepto siempre. Y hay un momento en el que cine se basa fundamentalmente en esos dos aspectos: la invención de Méliès y el documental de Lumière. Eran los dos grandes primeros cineastas. Uno tenía un camino completamente documental, que era Lumière, con esos trenes que llegaban, los obreros trabajando en la fábrica, ya apostado en la realidad. La gente pagaba para ir ver cómo se trabaja en una fábrica o cómo llegaba el tren y se asustaba y se quitaba para que nos los cogiera el tren. Pero lo otro no, lo otro era la súper ficción: Méliès era el cohete que llegaba a la luna, imágenes muy icónicas. Ya el género nace ahí, en esas dos líneas. Juntar esas dos líneas, por lo que comenta la crítica, al menos de forma sistemática, ocurrió con la nouvelle vague francesa. Han habido otras como El nacimiento de una nación de Griffith, claro. Pero la nouvelle vague francesa fue clave en este punto. Dejen de prohibir es mi película número quince, y en las anteriores también provocaba esa sensación. Siempre comento que mis actores no actúan sino que son parte del documental sobre ellos. No están actuando, sino que le estamos haciendo un documental de cómo son ellos personalmente. Hay mucho de eso en todo el cine, no es que yo me considere nada. Empezó fundamentalmente con Godard pero hay muchos ejemplos: el neorrealismo italiano metía documental en la ficción, como El ladrón de bicicletas que muestra la pobreza, los problemas sociales, la guerra y una historia de ficción. Esa historia de ficción la están sacando de la realidad. Eso me preocupa menos, porque la historia mía, como dice un amigo mío argentino, Juan Vidal, ‘lo bueno es que no haya mucha historia para que no se distraigan’. Hay gente que quiere la historia no lo distraiga, quiere ver otras cosas. Paren de prohibir es una pequeña historia: una pareja que se va a separar. En un momento pensé en meter una voz en off, pero no hacía falta porque las letras de las canciones van contando todo. Cuando la chica canta ‘Las perlas de tu boca’ mirando a la otra chica a la boca ya adelanto un poco el final.
—¿De dónde viene esa búsqueda por la poética cotidiana, por el arte en la vida diaria?
—Es que venimos todos del neorrealismo. O del neorrealismo italiano o de la nouvelle vague francesa.
—Bueno, hay otro cine, que es más espectacular, más de golpes, de impactos, de estímulos.
—Eso no es cine para nosotros. Bueno, o uno de los dos no es cine, da igual el que lo sea, pero son dos cosas totalmente diferentes: uno es espectáculo y diversión, y parte de ese cine que se hacía en los cuarenta y cincuenta que se consideraba solamente diversión luego se ha notado, se ha visto que tiene mucho nivel. Lo de ahora me lo tragaré dentro cuarenta años, espero seguir vivo y ya con un criterio. Pero de entrada no es un cine que pretende sensaciones artísticos. Esa es una cuestión fundamental. Es respetable como entretenimiento. Como el fútbol, a mí me gusta mucho, pero no tiene una misión artística. Estamos hablando de un cine que no sigue esa pauta, una pauta totalmente contraria a la imagen como se entiende ahora, con la publicidad. Nuestro estilo se define muy fácil: lo contrario a la publicidad. Otra manera de tratar la imagen y darle más profundidad a la relación con el espectador. Un espectador que le interese eso, que no tiene ninguna obligación ni tampoco es ninguna discriminación negativa. Ahora que mi relación con Argentina se va multiplicando estoy viendo cine argentino de todo tipo. Me gusta conocerlo: el cine comercial, el no comercial, también el cine teóricamente de más éxito en festivales que mucho no me gusta tampoco. Veo de todo.
—¿Se ubica en una posición de resistencia frente al cine de hoy?
—No. Yo estoy encantado de estar aquí presentando una película de hace cuarenta años. Es el público que le interesaba verla y me interesa ver la impresión que ha tenido. Para mí esta es la gran salida al extranjero de manera masiva, salir a festivales. Tengo mucho interés de conectar con este sitio. A ningún país he ido trece veces. Ni a Portugal que lo tenemos al lado. No tengo competencia con nada. La última película argentina que vi fue la del atraco al banco [El robo del siglo], pero no compito con ella. Me gusta muchísimo Llinás, me gusta Historias extraordinarias. Estoy admirado completamente. También trabajo y coproduzco una película de Lucía Seles, es maravillosa. Ese es el tipo de cosas con las que dialogo. Hay momentos en películas mías que copio cosas de Llinás; ya he copiado una cosita de Seles. Ese es el tipo de relación de lo que yo considero el cine; lo otro me interesa menos y veo la película del atraco pero ni discuto con ella ni dialogo con ella ni me peleo con ella. Y hasta me gustó: me llamaron la atención los actores, Peretti y el otro que no me acuerdo como se llama, el mayor, que tiene una presencia magnífica. Me gustan otras cosas que no tienen nada que ver, incluso que no tienen que ver con el cine o con el arte.
En el principio, García Pelayo solo jugaba al ajedrez. En un momento se interesó por la ruleta. Comenzó con una investigación que hoy define como “muy elemental, muy primaria”. Era una vieja idea: ganar dinero en el juego, matemáticamente, con inteligencia pura. Esa idea que ya había estado olvidada en algún rincón de la mente vuelve de nuevo. Late con ansias en el contexto nuevo de agobio laboral: “Estaba cansado de la actividad, de estar aguantando a los directores de las compañías de discos, llamarles, reuniones, presupuestos”, cuenta. Esa vieja idea vuelve en forma onírica. Sueña que la ruleta es vencible. ? Prueba algunos cálculos, se reúne con un amigo arquitecto, intenta buscarle la vuelta. Se obsesiona. “Mi ilusión era poder vivir del juego, y efectivamente lo logro, me funcionó y me funciona. Yo juego, mis hijos juegan también, viven de eso. Yo del cine nunca viví, siempre ha sido por la música y el juego”.
—¿Cuál es su relación con el dinero?
—Siempre quise escribir un libro sobre cómo gastar dinero. Todos los libros son de cómo ganarlo, yo quería hablar de cómo gastarlo. Que no creas tú que todo el mundo lo sabe. Hay tanta gente que de verdad no lo gasta. Déjenmelo que yo se los gasto. Mi relación con el dinero es fundamentalmente encontrar la forma en sentirme más artista. Artista es la palabra general. En el último mes, con un movimiento de criptomonedas, me he puesto una editorial en Argentina [Gong] que está produciendo películas, además de las mías, como a eles. Estoy gastando el dinero en lo que me gusta y, además, creo que gusta. No me compro nada caro, no tengo casa ni coche. Vivo en tres casas en España pero son alquiladas. Tengo ilusión de tener una casa acá en Buenos Aires pero alquilada también. No me gusta estar cargado de la propiedad. Quiero vivir ligero. Creo que sé colocar el dinero en sitios donde me dan para pagar el alquiler y además creo que me llevo interesante. A mis hijos siempre les digo, no como una cuestión educativo sino de pensamiento, que tienen que saber comprar su tiempo, que lo primero que tiene que hacer el dinero es comprar el tiempo. Ser libre. La principal gracia que tiene el dinero es la libertad. No hace falta solamente dinero, sino tiempo. ¿Cuánta gente con dinero que nunca tiene tiempo para nada? Esa es una obsesión que he tenido siempre.
* Toda la información y la programación del ciclo Cine Insurrecto en la Sala Lugones, acá.
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