En Valeria radioactiva, una escritora de culebrones trata de terminar El inmortal, su proyecto más ambicioso, cuando se entera de que le quedan tres meses de vida. Su ghost writer y los productores de la cadena televisiva harán lo imposible para aprovechar esos últimos momentos y tratar de llegar a los publicitados mil capítulos. ¿Los obstáculos? La ficción tiene huecos y solo los nota una actriz recién llegada, Valeria tiene un hijo en situación de calle, y los otros personajes se dan cuenta de que están siendo utilizados como inspiración para los personajes de El inmortal.
La obra, escrita y dirigida por Javier Daulte, se completa con: actuaciones de Flor Berthold, Agustín Daulte, Carlos Defeo, Jorge Gentile, Laura Oliva, María Onetto, Daniela Pantano; escenografía de Jose Escobar, Julieta Kompel, Alicia Leloutre; vestuario de Valeria Cook; e iluminación de Sebastián Francia.
–Sos director de teatro y, además, dirigís una de las salas más importantes del teatro de Buenos Aires. ¿Cómo ves la escena teatral porteña?
–Durante la pandemia y la pospandemia, la gente decía “algo va a cambiar para siempre, el teatro va a cambiar”. Yo, será por un pesimismo crónico o por un optimismo que me impide creer en las malas noticias, respondía que no iba a cambiar nada. Hoy nos encontramos retomando los mismos problemas que dejamos en 2019, los que quedaron en suspenso con la pandemia. Veo bien el panorama: el teatro alternativo sufrió mucho, muchísimo, como tantas otras áreas artísticas; pero en algún punto salimos beneficiados, porque ahora la presencialidad se valora aún más. El teatro pequeño ahí gana mucho, por la proximidad con los actores. El teatro de la calle Corrientes, mal llamado comercial -porque cobrar una entrada te vuelve teatro comercial- ha sufrido un poco más, está más complicado. Por qué pasa esto no tengo idea, las razones de esto incluyen a la economía del país, a la pospandemia, a las apetencias del público. El 2022 fue un año de volver a una normalidad, y a las viejas reglas del juego.
–Ya que mencionás ese período pandémico de no presencialidad, ¿llegaste a explorar estos formatos nuevos, de teatro por zoom o filmado?
–No. En un momento creía que había que hacerlo, que era como una obligación. Me di cuenta de que me generaba una angustia... Creía que no sabía hacerlo, que había que invertir mucha plata. Y me di cuenta de que no tenía por qué saber todo eso: el teatro es teatro, y estos supuestos derivados no me interesan, ni como hacedor ni como espectador. La pandemia fue mundial, fue un año del mundo encerrado, y no apareció ninguna forma que reemplazara el teatro, absolutamente nada realmente interesante. La creatividad estuvo presente en pandemia, pero no se inventó nada.
–Y, yendo a Valeria radioactiva: llevan cuatro temporadas. ¿Cómo es este último proceso?
–Uno estrena sin saber, con el sueño de que el espectáculo dure. Desde el 2018 cambiaron algunos actores, hubo maternidades, fallecimientos de gente cercana. Mi hijo cuando estrenamos tenía veintitrés y hoy tiene veintiocho, es realmente otra persona. Me acuerdo que mi maestro, Ricardo Monti, nos decía que el teatro es el cruce entre lo eterno del texto con lo efímero de la representación. Es algo único e irrepetible. Yo pienso que hay algo de otro cruce: entre una obra que siempre es la misma, con la vida de las personas, que van cambiando. En el medio de cuatro temporadas pueden nacer bebés, pueden morir padres, pueden empezar y terminar relaciones. La vida va cambiando, y el personaje es el mismo. Creo que ahí se produce una verdadera experiencia teatral, ahí se entiende en profundidad lo que es el arte de la actuación. En el teatro japonés nō, los actores hacen un mismo tipo de personajes toda su vida. Creo que nosotros no podríamos. Yo, incluso, que la escribí y la dirigí, también cambié en estos cinco años. La obra se resignificó sin que le cambiara una coma. Tener esa experiencia viva, y que después de cinco años vos u otros la hayan visto recién en esta temporada, es fantástico. Ya ni siquiera nos damos cuenta lo asentada que está, lo plagada de sentidos que está. Hay un texto y una puesta que dicen lo que dicen, pero los actores están tan atravesados por esto, que hay sentidos que trascienden al texto por la acumulación de cuatro temporadas.
–Es un gran elenco, además de que cada uno representa un rol dentro de lo que es un proceso creativo de escritura o televisivo. ¿Cuál dirías que es el motor de cada personaje?
–Está la maquinaria de la televisión, encarnados por los personajes de Laura Oliva y Carlos Defeo. Los recorre lo ambicioso a todos. Valeria comulga con la idea de la tira de los mil capítulos. Cuando cae la enfermedad de Valeria, en el medio de este mundo, el personaje de Carlos dice: “Nunca me imaginé que Valeria podía no estar”. La muerte no tiene lugar en ese mundo, la maquinaria no tiene paz. Los motoriza todo esto, pero no saben qué quieren. La ficción que crea Valeria, justamente, los coloca en un lugar que ayuda a que entiendan quiénes son. Después es cuestión si le hacen caso o no.
–Hay una tensión en Valeria entre terminar la obra, llegar a los mil capítulos, y ser madre y dedicarse a este hijo que vive en la calle. ¿Es resoluble esa tensión entre ser artista y ser madre?
–Yo creo que tiene solución, pero depende a qué modelo respondemos. Desde el modelo patriarcal, en donde la madre tiene que estar levantando juguetes y cambiando pañales mientras el padre trabaja en la oficina, parece irreconciliable. Valeria recupera a su hijo en la ficción, le inventa a su personaje un hijo dado en adopción y recuperado. El hijo de Valeria se lo dice, le dice que la use para su ficción. Yo escribí ese texto sabiendo que iba a ser mi hijo quien lo dijera, lo estaba usando yo a él. Mi hijo era muy chico cuando yo viajaba a España, y sentía que estaba muy ausente. Tuve la suerte de que Agustín tuviera una madre maravillosa, y que incluso estando divorciados me decía que me vaya tranquilo, que iba a estar todo bien. Yo no comulgo con la idea de abnegación, de que nos esclavicen los hijos. Creo que en la obra la tensión se resuelve, pero es muy distinto según cómo lo vida cada uno. Hay maternidades que colman, y otras que no. Son experiencias totalmente particulares.
–Algo que me gustó mucho de la obra es la relación que se plantea entre realidad y ficción. ¿Cómo pensás ese límite?
–Si vos leyeras el texto, dice “Ficción 1″ y “Ficción 2″. No hay ninguna realidad. Yo creo que la ficción es realmente aquello que nos permite entender la realidad. Cuando un niño no comprende algo, la forma pedagógica de explicárselo es contándole un cuento. El niño puede angustiarse frente a algo, y cuando tiene uso de la razón para comprender un relato, como que su madre está demorada, puede darle un objeto a su angustia, ordenarla, contenerla. En cuanto aparece un relato, entendemos la realidad, la organiza, nos tranquiliza. El cuento de las buenas noches nos organiza el mundo, por ejemplo. Y todo relato, por ser un recorte de la realidad, es ficción. Creo que no hay realidad, es una construcción que hace nuestro intelecto. En la obra lo dice Valeria: la realidad es indiferente a nuestra existencia; en cambio, la imaginación es radioactiva. En la realidad no significamos nada, es a partir del relato o de la imaginación donde empezamos a existir.
–Hoy en día está muy de moda la autoficción, en donde lo narrado se asemeja, se inspira, en las experiencias propias. En Valeria radioactiva el personaje de Laura Oliva arma estos vínculos entre las dos ficciones. ¿Te parece que es posible producir por fuera de lo propio?
–Faulkner decía que se escribe desde tres fuentes: a partir de lo que se recuerda, de lo que se imagina y desde lo que se investiga. Puede haber más de alguno de los tres o estar equilibrados. Yo creo que la autoficción es una moda: una cosa es decirlo con nombre y apellido y otra disfrazarlo con otras cosas. Creo que es inevitable hacer autoficción. Cuando escribí mi novela, El circuito escalera, me hicieron una entrevista y me preguntaron si es autorreferencial. Siempre es autorreferencial, pero hay que olvidarse de eso. Todas mis obras son autoficción, pero lo divertido es hacerles un disfraz. Por supuesto que Valeria soy yo, pero la convertí en mujer para tener un poco de distancia. Cuando la convertí en mujer, me vinieron mi mamá y mi primera profesora de teatro. Como todo es autoficción, en la medida en que lo corremos un poquito de nosotros, empieza a enriquecerse la ficción. Si una autoficción es interesante, es a pesar de lo autoficcional, no gracias a eso. No es casual que el mundo de la autoficción coincida, de algún modo, con el boom de las redes sociales, con el boom del yo: yo subo mi cara, yo tengo más seguidores que vos, vótenme a mí que soy maravilloso. El mundo está tan estallado de gente, de información, que no nos entra todo en la cabeza. Es como el mar: los peces no pueden abarcar el mar entero, entonces hacen cardúmenes. El universo se limita al cardumen. Creo que nosotros vivimos en cardúmenes, en ese pequeño mundito que decidimos que es el mundo, sea en Instagram o en Twitter, nos llevamos con lo que es parecido a nosotros. Lo que no es parecido no es discriminado ni rechazado, directamente no existe.
–Y, para cerrar bien arriba: en un momento Valeria dice que la vida es “una enfermedad congénita, crónica, incurable, degenerativa, con pronóstico muerte”. ¿Coincidís?
–En primer año de la Facultad, en la carrera de Psicología, cursé una materia que se llama Neurofisiología. La clase inaugural la dio una médica. Se sentó en el Aula Magna de la Facultad, arrancó con esa frase y, a continuación dijo: “Ahora hablemos de salud”. Fue una frase que me perturbó toda mi vida. Me perturba hoy, y me seguirá perturbando. Me interesa, me parece inquietante. No tengo que coincidir para que una frase me interese, yo puedo no pensar igual y, a la vez, no poder evitar ser interpelado por ese pensamiento al que no adhiero. A veces coincido y a veces no. Si coincido, me angustio. Esta profesora lo dijo sonriendo, riéndose de que la vida sea eso. La vida psíquica se termina, y se termina para todos. Pero la frase continúa, no se queda con eso solo: ahora, hablemos de salud.
*Funciones: Valeria radioactiva se presenta los martes a las 20.30 horas en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Entradas por Alternativa.
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