Un conejo blanco en una taza, una mona o un gato secreter con cajoncitos, son algunas de las obras que, con sus recién estrenados 80 años, presenta el autodidacta artista pop y diseñador Edgardo Giménez en una muestra antológica que le dedica la galería MCMC bajo el título “Había una vez” hasta noviembre, desde donde rescata el juego y la belleza tan necesaria en la vida para este artista optimista que considera que “el verdadero arte es el que no te deja ileso”.
Con un rostro pronto a la sonrisa y la carcajada y un optimismo desbordante, Edgardo Giménez (Santa Fe, 1942), cultor de frases propias y ajenas salidas de la galera de su amigo el crítico Jorge Romero Brest o de esas actrices indispensables del cine argentino como Tita Merello u Olinda Bozán, además de otros imaginarios populares, proyecta un modo de vivir y crear que se combinan en una fórmula donde fantasía y realidad conviven en objetos, pinturas, esculturas, muebles.
”Había una vez” es una invitación a recorrer el mágico mundo del artista, una de las figuras claves del arte pop argentino surgido al calor de los intensos años 60 con la presencia del Instituto Di Tella donde Giménez marcó su presencia desde la imagen de afiches –aunque no solo– que diseñó y que tiene como continuidad el reconocimiento internacional con la adquisición reciente de varios museos de Estados Unidos como el LACMA y el Nasher Museums of Arts en la última feria de arteBA, además de los más de 15 espacios que sumaron la obra gráfica a su colección. ”La muestra demanda un gran esfuerzo y hacer obra puntualmente es muy costoso. Estamos en un país donde todo es complicado en el sentido económico”, sostiene el artista, al tiempo que advierte que “si no cambia algo uno pierde las esperanzas, que es lo último que hay que perder”, sostiene el artista, quien vuelve a mencionar que es una persona afortunada por “conocer a gente realmente espléndida”.
Giménez exhibe en la galería pinturas de grandes dimensiones y su Sinfonía venusina (1993), una nueva torre rosada con luces en su interior, sus célebres monas, y sus clásicos muebles como Mueble de mandriles y nubes (1967), Mueble palomar (1978) en préstamo por Teresa Anchorena y el Mueble violeta (1967) y un “gato secreter” de madera laqueada, en negro. También están sus monas que derivan de la serie Tarzán y la mona Chita, la fiel compañera. La gracia natural, la cualidad de imitar “cosas de los humanos” lo lleva a “hacer una caricatura del ser humano”, y como parte de un juego, a humanizarlos.
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La muestra recupera trabajos de los años 60 y 70 además de otras más recientes. La primera obra que recibe al visitante es precisamente un homenaje a Lewis Carroll (1832-1898), un gran conejo blanco dentro de una taza con un as de picas y su respectiva cuchara, realizada este año. Una escultura que retoma La hora del té (1978) y remite a Alicia en el país de las maravillas (1865) del autor británico, pero redimensionada, en esa particularidad donde transforma objetos cotidianos y los instala en un espacio de disfrute, imaginación y resonancias. ”Me gusta mucho Lewis Carroll, es un personaje que trabaja con la fantasía mezclada con la realidad y eso me parece perfecto, porque trabaja en la vida real pero con fantasía, y eso es maravilloso porque la gente que se ciñe a la realidad, si no le ponés una tintura de colores, es medio aburrido, chato”, indica el artista que se aburría en la escuela de chico. Y prosigue: “Pero por suerte existe el arte que te puede ayudar a tener otra mirada de la historia y de la vida, y eso es bárbaro, es un salvavidas extraordinario”.
”El verdadero arte es el que no te deja ileso, es el que te ayuda a redimensionar todas las cosas que uno ha visto”, sostiene y parece tener presente el consejo de Tita Merello cuando decía “La vida es corta, pasarla a té de tilo, preocupado y con estrilo, me parece que es atroz”. “Yo coincido con eso, me siento bien”, afirma e indica que no expone obras dramáticas “porque para drama ya está la realidad, que no puede ser superada”. ”El arte y los artistas te salvan”, define como máxima el multifacético creativo. ¿Y por qué el arte pop?, se le pregunta. “Que apareciera el arte pop fue algo totalmente favorable porque no es un arte hermético, es un arte que vos lo podés apreciar sin ninguna preparación previa, es un arte que va directo –enfatiza– del artista al consumidor”, dice riendo. Y prosigue: “Todo eso es interesante, porque tenés otra visión de las cosas, por suerte más optimista”.
”Mi despertar hacia el mundo del arte lo produjo Walt Disney. Disney es el gran artista que ha tocado los corazones de todo el mundo y de toda la infancia nuestra”, señala. Y volviendo sobre Carroll y su célebre personaje que persigue al conejo dice: “Es un poco en alusión a Alicia en el país de las maravillas”, mientras señala al conejo al tiempo que manifiesta que si bien la niña no está representada en su escultura, “Alicia debe andar por acá de todas maneras y en algún momento dado va a aparecer seguro”, dice juguetón. ”Me gusta también la maldad que tienen los personajes de Carroll porque en una parte Alicia le dice a la duquesa ‘yo tengo derecho a pensar´, a lo que duquesa le contesta ´tú tienes tanto derecho a pensar como los dardos a volar´, y eso es terrible, pero me encanta ese juego continuado y me gusta el asombro que provoca ese mundo de fantasía, en el cual Carroll tiene instalada a Alicia como receptora de todo esa locura”, explica sobre un libro que lo fascina.
Una fascinación que comparte con dos universos imaginarios tan distintos como el lógico de Carroll y el de los melodramas de Walt Disney. Sobre el fundador de los estudios cinematográficos que lo encandiló con sus películas a muy temprana edad considera que “es más inocente y no ahonda tanto como Carroll, que tiene distintas lecturas”. ”No estoy de acuerdo con los artistas que todo el tiempo representan toda la debacle de la humanidad en una galería, porque ya está mejor reflejado en la televisión, en las noticias de todos los días, en los diarios, y un artista no puede llegar a esa perfección de contarte el drama de esa manera. Entonces, el artista lo que tiene que hacer es empezar a fabricar salvavidas y tirarlos masivamente a la gente, no mostrar lo que la gente ve todos los días”, sostiene Giménez.
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”A esta altura de mi vida que ya llevo bastantes años, la he pasado muy bien creando, disfrutando. Desde chico tuve una mirada bastante distinta –dice sobre sí mismo–. Era como una especie de ovni en mi casa” por ser el único interesado en el arte”. ”Lo genial era la libertad”, apunta sobre esa posibilidad de elegir lo que quería hacer sin mandatos ni expectativas que lo obligaran a tener una profesión, aunque el humor fue un condimento peculiar en su ámbito familiar: una pelea derivaba a los pocos minutos en un “matarse de la risa”, lo que lo llevó a darse cuenta de que “una tragedia se puede convertir en comedia según cómo la mires”. Eso es algo que traslada, de algún modo, a esos salvavidas hechos obra, mueble, pintura.
Un dato clave para Giménez fue el descubrimiento a sus nueve años de que le gustaba gustar a partir de la intervención de la vidriera de una ferretería de Puán y Directorio en Caballito, para promocionar insecticidas, por la cual fue felicitado por los vecinos, una experiencia que “era como si me hubiera ganado la beca Guggenheim en ese momento”, apunta. Por estos días, Giménez participa también en la muestra colectiva de diseño italiano desplegado en el Museo de Arte Decorativo (MNAD) y en Proa con Las escaleras doradas (1991) como parte de la exposición “Laberintos”, y como primicia revela que está preparando una gran retrospectiva orientada al diseño en el MNAD para mediados de 2023 que ya tiene nombre: “No habrá ninguno igual, no habrá ninguno”.
Conocido por su icónico cartel publicitario con el desafiante mensaje “¿Por qué son tan geniales?” (1965) que ubicó en la esquina de Florida y Viamonte con su foto junto a Dalila Puzzovio y Carlos Squirru, que se considera una bisagra en su carrera y el diseño argentino, el artista desarrolla simultáneamente gráfica e imagen institucional como la del Teatro San Martín y el Colón, entre otros espacios, y pinturas junto a su actividad como publicista y diseñador de muebles y espacios interiores. Conoció a Romero Brest cuando éste quería mudarse y su creativa sugerencia fue que se mudara de imaginación más que de departamento. También diseñó casas como la reciente residencia de artistas “Casa Neptuna” (2021), a pedido de Amalia Amoedo. Y el pasaje de lo bidimensional fue fortuito a partir del encargo de la escenografía para dos películas de Héctor Olivera, Psexoanálisis (1967) y Los neuróticos (1968).
”El asunto es cambiarte de ánimo, esa es la cuestión. Me parece que es genial cuando la gente cambia la cosa dramática por algo más vivible. La vida es corta realmente y si la pasás mal, qué desperdicio”, afirma, y acota sobre las piezas funcionales: “Si no es bello no es funcional, porque para mí la belleza cubre la función de darte placer, de deleitarte”, concluye.
*Había una vez se exhibe en MCMC Galería de Arte Contemporáneo, José León Pagano 2649 (CABA), de lunes a viernes de 11 a 19 hs.
Fuente: Télam S.E.
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