Si miramos con detenimiento algunos sucesos de la agenda cultural de los últimos días es inevitable reparar en el avance de lo tecnológico en el terreno de la creación artística: el británico Damien Hirst incineró cientos de sus obras luego de transformarlas a NFT, el turco Refik Anadol presentará una creación monumental con millones de datos tamizados por inteligencia artificial y Laurie Anderson contó cómo digitalizó a partir de esta tecnología toda su obra. ¿Un nuevo paradigma en el mundo del arte? ¿Cómo se manipula esa herramienta tecnológica que no posee creatividad, conciencia ni alma?
Dicen que una inteligencia artificial nunca podría observar la pintura de René Magritte Esto no es una pipa y decir que no es una pipa. Sin embargo, cada vez con más frecuencia surgen noticias acerca de artistas que experimentan con ella, le asignan tareas en el proceso creativo, y hasta son capaces de camuflarse en el anonimato para darle protagonismo a su alter ego tecnológico. No hace mucho en España estrenó su propia exposición el artista artificial Botto, que cobra más que el artista humano que lo nutre, el alemán Mario Klingemann. Tal vez no sea casual que por estos días haya re-estrenado en las salas de cine el film Blade Runner (1982), de Ridley Scott, obra fundamental del género cyberpunk y considerada una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos, que se posiciona en ese impreciso límite entre lo artificial y lo natural. Un pulso de época tal vez, que regresa con este largometraje basado en la novela de 1968 de Philip K.Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Esa pareciera ser la pregunta que estructura hoy a las principales novedades en materia de arte y cultura: ¿sueñan, alucinan, imaginan, ríen las inteligencias artificiales?
A pocos días de que se instale en la vía pública una de sus obras más emblemáticas, el turco Refik Anadol –uno de los creadores digitales más destacados– presentó en el Teatro Colón una de sus creaciones icónicas, Machine Hallucinations: coral, una obra visualmente impactante, pionera en el uso de datos e inteligencia artificial, que según contó el artista remite a la idea de una máquina que no olvida porque “la inteligencia artificial (IA) es una herramienta, una extensión de nuestra mente”.
Reconocido por haber digitalizado la colección completa del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York y haber transformado en NFT la icónica fachada de Casa Batlló, del catalán Antonio Gaudí, Anadol (Turquía, 1985) trajo por primera vez a Buenos Aires esta sucesión de 1.742.772 imágenes de corales intervenidos digitalmente que forman “una obra de arte meditativa, que propone un estado de fluir y que nos permite entender la diversidad que hay bajo el agua”. Y dijo: “Yo nunca podría recordar todos esos millones de imágenes, pero la máquina sí, se convierte en una extensión de nuestra mente”, señaló sobre su pieza programada para “alucinar”.
Para Anadol, “la IA es una exploración, una herramienta que te permite hacer cosas que no podrías por vos mismo. Es una extensión de la mente: no tenemos estas características en nuestro cerebro. Es emocionante hacer cosas que antes no eran posibles. No todo el mundo está listo para dejar que la IA los examine. Pero está bien, la IA no está tratando de ser alguien más, está tratando de permitirte que te conviertas en alguien más. No creo que haya nada malo mientras se use de forma ética y honesta. Cuando empecé este experimento tuve que desafiarme a mí mismo al preguntarme: ‘¿Puede una máquina alucinar? ¿Puede una máquina aprender? Y si puede aprender, ¿puede soñar?’. Las máquinas no sueñan pero sí puedes crear el proceso de soñar por medio de algoritmos y, en la mímica, parece un sueño”.
La mímica parece ser una de las palabras claves a la hora de hablar de inteligencia artificial fusionada con el arte. Basta repasar la teoría del matemático británico Alan Turing (los clásicos no fallan), que ya en 1950 acuñó el famoso test que lleva su nombre: una serie de pruebas para determinar si una computadora puede pensar o no, mediante el diálogo de un humano con dos sujetos; uno de ellos es una máquina “que sustituye al hombre”.
Para la multifacética artista Laurie Anderson, sencillamente no hay sustitución. En su visita reciente a la Argentina, brindó en el Malba la clase magistral “La influencia de la inteligencia artificial en las artes hoy”. La cantante, artista y perfomer estadounidense digitalizó todo su trabajo a través de una IA que registra todo lo que alguna vez hizo, a la que consideró como una visión magnificada de sí misma, una suerte de Aleph de su obra. ”No es que me interese la IA en sí sino que me parece enriquecedora la idea de disponer de la mayor base de datos sobre una cuestión de interés. Imagínense si estuvieran escribiendo algo y pudieran tener acceso a todo lo que han escrito antes sobre eso”, explicó en una rueda de prensa la pareja de Lou Reed durante más de 20 años. “Compila todos mis escritos y mis discos y genera algoritmos que tienen estilo y esa voz. Entonces, estoy escribiendo algo y tira conexiones con alguna otra cuestión del pasado. Hace cortes abruptos muy extraños. No sigue una lógica sino que tiene una lógica más bien poética”, añadió sobre la IA.
Casualidad o no, durante su conferencia en el Centro Cultural Recoleta, Anderson contó que un amigo le obsequió una lapicera con forma de pipa que dice “Ceci n’est pas une pipe” con un botoncito que dice “No”. El obsequio hace alusión al cuadro de René Magritte conocido como Esto no es una pipa pero titulado formalmente La traición de las imágenes. Esa misma pintura que puede desconcertar a cualquier IA. Algunos se preguntan si los algoritmos son los artistas del futuro. Aunque pareciera más eficaz preguntarse si la IA podría, un día, aprender a ser creativa.
El centro de arte y tecnología Etopia, ubicado en Zaragoza, España, exhibe por estos días la muestra “Botto: el experimento artístico extraordinario”, la obra de un “algoritmo-artista” capaz de crear cientos de propuestas creativas por semana, enfrentándose a su propia originalidad como artista y sometiendo su trabajo a la elección del público. ”Botto funciona gracias a la IA y está gobernado por una comunidad descentralizada. Como toda IA, Botto necesita ser entrenado con un gran banco de datos: su algoritmo ha sido expuesto a más imágenes que cualquier humano a lo largo de su vida”, explicaron desde esa espacio expositivo. Creado por el alemán Mario Klingemann, Botto intenta poner en debate quién y qué es un artista, pero también los alcances de la colaboración entre el hombre y la máquina, la co-creación y el concepto de autoría cuando es la IA la que impulsa el proceso creador. Mientras que su muestra se verá en Etopia hasta el 29 de octubre, las obras de Botto ya se han vendido por más de un millón de dólares y una de sus creaciones se exhibirá en diciembre en Art Basel Miami.
La genealogía de lo que hace Botto hoy habría que encontrarla en el colectivo Obvious, que en 2018 realizó el retrato de Edmond Belamy, una pintura realizada por inteligencia artificial que llevaba por firma nada menos que una fórmula algebraica. Entonces, se vendió en casi medio millón de dólares en subasta. La obra, generada por computadora, se alimentó de una amplia base de datos de 15.000 retratos pintados entre el siglo XIV y el siglo XX que, una vez analizados, permitió a la máquina producir nuevas imágenes. Los interrogantes del colectivo parisino en ese entonces, siguen encontrando actualidad: ¿Son las máquinas capaces de crear? ¿Son artistas? ¿Son capaces de emocionarnos? ¿Qué tipo de autenticidad les asignaremos a las obras creadas por máquinas? y ¿Llegarán amenazar el papel de los artistas involucrados? Por entonces, declararon a la prensa, muy confiados, que la respuesta es “no”. Probablemente las máquinas puedan hacer un buen cuadro pero nunca inventar una nueva manera de pintar, como lo hizo Picasso.
Entonces, ¿cuál va a ser el paradigma que va a consolidar la IA con respecto al arte? ¿De qué manera van a conformar un nuevo paradigma en el mundo del arte? Según Refik Anadol, “estamos muy lejos de las máquinas inteligentes. Por el momento son sólo simulaciones, están simulando una inteligencia pero no son inteligentes en absoluto. Pero la inteligencia de las máquinas es un campo hermoso que será extremadamente avanzado en el futuro. Ahora mismo estamos en modo de transición, estamos aprendiendo lo que pueden hacer”.
Si tal como predijo Turing, la mímica por parte de la máquina no tiene límite, la pregunta clave tal vez sea con qué parámetros de aprendizaje serán entrenadas las IA en el futuro, ¿con qué valores vamos a programar a las máquinas que no poseen sentimiento, conciencia ni moral? Las consideraciones éticas sobre la IA pareciera ser entonces el gran tema para el que hay que prepararse. Tal vez, todo se limite a analizar qué representación hacemos del mundo hoy. Cuando en 2020, en plena pandemia, el Instituto Goethe organizó una serie de ponencias –online– para analizar los desafíos y potenciales de la IA, su curadora, la alemana Jeannette Neustadt dijo que “el arte creado por IA imita estilos y géneros, pero no crea nada propio, nada nuevo y, sobre todo, no puede crear arte que sea capaz de cuestionar nada”. Además, al hablar de esta herramienta que cada vez está más presente en el universo del arte, advirtió: “La IA todavía está en su infancia pero dará forma a nuestra sociedad, para bien o para mal”.
Fuente: Télam S.E.
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