Rosa Montero: “Una sociedad que admita el trastorno mental va a ser una sociedad mucho menos enferma y desgraciada”

La gran escritora y periodista española habla sobre “El peligro de estar cuerda”, su nuevo libro, en el que cruza ensayo y ficción para tratar dos cuestiones que se vinculan fogosamente: la enfermedad mental y la creatividad, a través de una galería de personajes brillantes y sufrientes

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Es periodista, narradora, ensayista. Es prescriptora de libros, influencer, docente y tallerista. Prácticamente no hay género ni audiencias para los que la madrileña Rosa Montero no haya escrito, lo que sumado al prestigio de su obra la convierte en una de las voces más poderosas y populares de la literatura en español.

Ha publicado entre otros libros Crónica del desamor, Te trataré como a una reina, La hija del caníbal, La loca de la casa; Historia del rey transparente; Instrucciones para salvar el mundo; la saga de ciencia ficción y suspenso protagonizada por la detective replicante Bruna Husky compuesta hasta ahora por los títulos Lágrimas en la lluvia, El peso del corazón y Los tiempos del odio, La ridícula idea de no volver a verte, La carne y La buena suerte.

Su último libro es El peligro de estar cuerda, una obra publicada por Seix Barral en la que la escritora trabajó durante cuatro años y que, en términos de género literario, regresa a la senda híbrida de La loca de la casa y de La ridícula idea de no volver a verte,en su cruce de investigación y ficción. En este caso, aborda dos cuestiones que se vinculan fogosamente: la enfermedad mental y la creatividad.

A través de historias y curiosidades de grandes escritores y artistas que pasaron su vida al borde de lo que vulgarmente llamamos locura, Rosa Montero consigue hilar una apasionante galería de personajes tan brillantes como sufrientes. La primera persona vuelve a estar presente en este libro de Rosa: el libro arranca con ella misma contando que siempre supo que algo no funcionaba bien dentro de su cabeza.

Lo que sigue es la transcripción de una charla que mantuvimos vía zoom, semanas atrás. En unos días, Rosa estará en Buenos Aires y presentará su libro el miércoles 2 de noviembre junto a la periodista y escritora Patricia Kolesnicov.

— Quien te conoce y ha leído tus libros pero también tu obra periodística, puede advertir que en El peligro de estar cuerda hay una serie de obsesiones que encontraron lugar, todas juntas. Y en principio uno podría mencionar creatividad y locura como el primer combo que aparece, ya desde las primeras líneas. Es así, ¿verdad?

— Es así, sí. En realidad es un tema que, como digo en la primera línea del libro: “Siempre he sabido que había algo que no funcionaba bien dentro de mi cabeza”, ese es el arranque como bien sabes. Pues, como digo, son temas que me han dado vueltas y que han estado ahí, retumbando dentro de mi cráneo, desde siempre. Y preguntas que me he ido haciendo y también he ido intentando entender qué pasaba en estas cabezas, en mi cabeza un poco rara de entrada y luego también en las cabezas creativas, sean buenos o malos creadores porque eso no tiene nada que ver, pero por qué hay una serie de personas que, de repente, tenemos el cráneo agujereado por millones de imaginaciones que no podemos controlar. Y luego, además, que nos dedicamos a esta cosa tan absurda y estrafalaria que es meter las mejores horas de nuestros días robándoselas a nuestros amigos, a nuestros amantes, nuestras familias, a otras cosas, para sentarnos en una esquina de nuestras casas a solas a inventar mentiras. Es que es una actividad absurda y verdaderamente enigmática y, como digo, estrafalaria. Así que todo eso me lo he ido preguntando. A veces, en otros libros he ido tocando un poco tangencialmente el tema, como en La loca de la casa, que es un libro sobre la imaginación. Como en La ridícula idea de no volver a verte, también, y en artículos, en efecto. Y bueno, lo alucinante es que en este libro he conseguido contestarme esas preguntas. Eso que iba dando vueltas de manera desordenada de repente se ha ordenado y me las he contestado.

"Una de las cosas que
"Una de las cosas que tiene que aprender uno es a llevarse bien con su pequeña mochila o mediana o grande de negrura, de oscuridad. Y también perderle el miedo al miedo", dice Rosa Montero. (Crédito: Ivan Giménez – Seix Barral)

— Se ordenó a lo largo de algunos años, según estuve leyendo en algunas entrevistas que te hicieron. Ahora, imagino que la pandemia también debe haber sedimentado algunas cosas y te debe haber ayudado el hecho de incluso estar más tiempo con vos misma. Te debe haber ayudado a conectar todo eso que estaba suelto, ¿o no?

— No creo, no creo. Porque, primero, digamos que la relación con mi propia locura ya la tenía muy resuelta. Porque claro, esa primera línea del libro empeoró drásticamente a los 17 años, cuando tuve mi primera crisis de pánico. Ahí ya, bueno, no es que pensara que tenía la cabeza rara, pensaba que estaba loca como una regadera, y eso asusta mucho, como sabes. He tenido tres etapas de crisis de pánico, a los 17, a los 21 y a los 29/30 y ahí se acabó. En el libro tengo también una teoría de por qué. Pero todo eso me hizo repensar y yo creo que una de las cosas que tiene que aprender uno es a llevarse bien con su pequeña mochila o mediana o grande de negrura, de oscuridad. Y también perderle el miedo al miedo. El miedo al miedo es lo que desencadena realmente el conflicto y la angustia. Entonces eso ya lo tenía solventado, yo había “colocado” mi negrura. Y luego, en la pandemia, yo trabajé como una penca porque se me ocurrió hacer una cosa en internet por redes que fue como una especie de taller literario y no he trabajado más en mi vida porque, claro, estaba conectada con cientos de personas que me mandaban textos. Bueno, no sé cómo me metí en eso, que fue precioso al final, pero trabajé muchísimo. Así que no te creas que ni siquiera tuve más tiempo para concentrarme. Entonces, tuve el mismo tiempo o menos que en mi vida normal para concentrarme en el tema, para leer libros, para sacar notas… Este libro tiene varias patas. Una es hablar con los expertos, bueno, no hablar, leer libros de expertos.

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— Claro, escuchar o leer.

— Sí. De neurólogos, de médicos; la ciencia me gusta mucho, como sabes, la neurología me encanta. Hay mucho de ciencia en este libro también. Bueno, entonces expertos, expertos en adicciones y cosas raras. Luego, otra pata es mirar a los otros artistas, biografías de otros artistas para ver cómo cómo han solventado estos problemas, qué piensan de eso, qué han reflexionado ellos. Luego, otra parte es la introspección, porque aprendes mucho con el autoanálisis, no sólo ya de la locura y de la creación sino de la vida, porque ¿cómo vas a aprender de la existencia humana si no tienes una vía de entendimiento de lo que es la esencia humana primera, que eres tú? Pero para que sirva de algo tienes que ser implacable. Tienes que estudiar tu vida como si fuera la de otra persona. Tienes que ser como el escarabajo que estudia un entomólogo y yo en este libro he sido mi propio escarabajo. Y luego el libro tiene otra pata que es ficción, que se ha ido saliendo y entremezclando y que, además, lo que hay de ficción en el libro -como siempre pasa con esto- es lo más verdadero porque es lo que me sirve a mí para expresar de la forma más profunda y más clara, digamos, la manera en que veo el mundo. Y la manera en que veo el mundo es que, para mí, la realidad es muy poco fiable. Y la realidad y la fantasía están mezcladas. Lo imaginario y lo real se me confunden todo el rato. A mí cuando pasó un cierto rato de algo que recuerdo, recuerdo algo que pasó hace 10 o 15 años, y a veces no sé si lo he leído, si lo he vivido, si me lo han contado, si lo he escrito o si lo he soñado. Y todas esas realidades tienen la misma cualidad vivencial para mí. Me es muy difícil desentrañar ese borde de lo imaginario y de lo real.

En términos de género, "El
En términos de género, "El peligro de estar cuerda" es una apuesta por la literatura híbrida que Rosa Montero ya abordó en libros como "La loca de la casa" y "La ridícula idea de no volver a verte" (EFE).

— Bueno, porque también como lo señalás en el libro, y creo que lo decía Pessoa, la realidad no alcanza, o algo así.

— Claro, sí. Decía que la existencia de la literatura es la prueba inequívoca de que la realidad no basta. Sobre todo no nos basta, que esa es una de las tesis del libro, no nos basta a una serie de personas que tenemos la cabeza construida de otra manera. Yo creo que a toda la humanidad no nos basta, pero a algunos esa falta de suficiencia nos es más álgida. Y somos, sin dudas, la gente que nos dedicamos a cosas creativas profesionalmente, insisto, seamos buenos o malos, pero también yo creo que otro montón de gente, que es la tesis del libro, quizás un 15 o 20% de la población en total, y entre ellos están, pues, todas las personas que necesitan leer apasionadamente para poder soportar la vida. Porque todas estas personas que para poder soportar la vida necesitan leer son gente que a lo mejor son súper simpáticos, a lo mejor tienen un éxito social tremendo, montones de amigos, pero de alguna manera, como acabo de decir, no se insertan con facilidad en la realidad. La realidad es algo que no termina de casar con ellos. Hay algo, hay un agujero ahí, una fisura del aceptar la realidad que tienen que cubrir con un puente de palabras.

"El peligro de estar cuerda"
"El peligro de estar cuerda" fue publicado por Seix Barral.

— Te he visto muchas veces interactuando de manera presencial o virtual con tus lectores, hablando con las personas, dedicándole tiempo a cada uno, y en este libro noto una mayor intensidad en el cuidado hacia las personas como seres humanos. Cada vez que aparece algo que tiene que ver con las situaciones de mayor angustia como la enfermedad mental, la muerte, el suicidio. Hay mucho cuidado puesto por vos hacia el otro, hay un tono especial. ¿Eso salió así naturalmente?

— Sí, es interesante lo que dices porque, normalmente, cuando escribes un libro, escribes una novela, no piensas en el lector. Siempre cuando terminas el libro piensas y además no solo piensas sino que lo añoras, lo ansías, lo anhelas y quieres que te lean los 1.400 millones de chinos, a ser posible, ¿no? Pero como escribir una novela es un sueño que sueñas con los ojos abiertos, normalmente es muy ensimismado; escribes para el lector que llevas dentro porque quieres escribir la novela que te gustaría leer. En este libro lo he hecho así, también. Cuando terminé de recoger todo eso, que escribí cuatro cuadernos enormes de notas, tenía miles de cartulinas, había encontrado más de setenta temas que eran cada uno de su madre y de su padre que quería tocar. Entonces, extendí todo eso en la mesa de casa, aquí, y cubrí toda la mesa y me quedé mirando con un desaliento total porque dije: yo no voy a ser capaz de encontrar el camino a través de esto. O sea, este bosque de datos tan absurdamente cerrado, cómo lo voy a poner. Entonces di un paso muy interesante -va a la pregunta-, que en vez de hacer el libro como un ensayo, que lo haces con la razón y tal, lo hice como una novela. Cerré los ojos y me lancé al libro. Me lancé a ciegas al libro intentando que el libro me enseñara el camino. Intentando dejarme guiar por la música interna del libro, que eso es lo que haces con las novelas. Y así, por eso, el libro tiene ese tono como de indagación detectivesca y hay un momento en el que digo: me siento como Sherlock Holmes y es verdad, iba por ese bosque de datos buscando como las miguitas que deja Pulgarcito para intentar encontrar el camino de la solución de esos enigmas. Lo alucinante es que, al final, con esa intuición narrativa llegué. Bueno, entonces lo hice muy como una novela. Que tampoco tendría que estar el lector y, sin embargo, aquí en efecto hubo un punto más de conciencia del otro que se da cuando llego a zonas muy oscuras. Efectivamente, he aprendido muchas cosas con este libro; para mí es un logro intelectual. O sea como haberme respondido esas preguntas.

Y también he aprendido, por ejemplo, sobre el suicidio cosas que yo no sabía y de repente he visto. He visto que hay un suicidio que es de desesperación y un suicidio racional, que es como un derecho del ser humano y además un alivio que si, de repente, tienes una enfermedad degenerativa o lo que sea y no quieres seguir, pues bienvenida sea esa capacidad de suicidarse. Es un suicidio que es hijo del amor a la vida y no del amor a la muerte, ¿no? Pero ese suicidio es muy poco habitual. En el número total de suicidios, yo creo que es bajísimo. Entonces el suicidio más habitual es un suicidio por desesperación. He descubierto en este libro que los suicidas no quieren matarse. Lo que pasa es que de repente, por un montón de circunstancias que se dan (yo llamo al capítulo del suicidio “Tormenta perfecta II” porque se necesitan un montón de coincidencias), ese montón de coincidencias nefastas de repente se unen y hacen que la persona se desconecte. Que se desconecte neurológicamente. Que es una especie de desconexión eléctrica que les impide poder gestionarlo. Así de simple, ¿no? Entonces, claro, cuando llegas a esa conclusión pues dices: bueno, es que en realidad haces una desconexión eléctrica, como la desconexión eléctrica del corazón en el infarto.

Emily Dickinson a los 16
Emily Dickinson a los 16 años, en el seminario de Mount Holyoke entre diciembre de 1846 y principios de 1847. Pasó sus últimos años sin salir de su casa.

— Sí, sí.

— O sea, los familiares de los suicidas no tendrían por qué tener un plus de angustia y de responsabilidad por el suicidio porque es una maldita desconexión eléctrica fisiológica provocada por un montón de cosas. Es tan triste como un infarto que te ha llevado a tu ser amado. Eso en primer lugar. Pero en segundo lugar, entonces, es una pena que hay que intentar impedir. Eso que yo he dicho también a veces, incluso para tranquilizar a los hombres que sufrían tanto la vida, no es verdad. No es un alivio, es una pena. Porque hay que intentar que aguarden un rato, que aguarden un día más, que aguarden una semana más, porque algunos de esos condicionantes cambiará; se necesitan tantos que alguno desaparecerá. Y esa desconexión eléctrica… las neuronas volverán a conectarse y podrá seguir adelante, ¿no? Y entonces, cuando llegas a esos bajíos de la existencia, cuando hablas de eso, no puedes menos que tener en cuenta al otro cuando estás hablando. Porque son partes muy álgidas. Y, de hecho, me están pasando cosas maravillosas con este libro como no me ha pasado con ninguno, ni con La ridícula idea de volver a verte (N. de la R.: un libro en donde Montero cuenta el duelo de Marie Curie por la muerte de su esposo Pierre, al tiempo que narra su propio duelo, luego de la muerte de Pablo, su marido). Estoy teniendo una respuesta de la gente y algunas cosas súper emocionantes con respecto a lo del suicidio. Me escribió una mujer que me dijo que su padre se había suicidado cuando ella tenía 14 años, y que había estado toda la vida ella también con intentos de suicidio, y me decía: ahora te doy las gracias porque me has salvado porque la próxima vez esperaré un día, esperaré una semana...

— Ay, que bueno eso.

— Total, ¿no? Te saltan las lágrimas. Me pongo así, de emocionarme hasta las lágrimas. Otra cosa preciosa que me pasó fue en un acto público que hice aquí, entonces había un chico de 40 y tantos años en primera fila muy serio escuchando todo el acto y cuando terminó se acercó y me dijo: bueno, hoy es el 20 aniversario del suicidio de mi padre y quiero que sepas que es el primer año desde el suicidio de mi padre en donde me he sentido aliviado, me he sentido acogido.

La escritora neozelandesa vivió una
La escritora neozelandesa vivió una vida llena de obstáculos y encierro. Así y todo, llegó a mayor y se decía feliz. De ella -y de otras escritoras que atravesaron problemas mentales- escribe Montero en su libro.

— Muy fuerte, Rosa, muy conmovedor... En tu libro contás historias de varios autores. Entre ellos, hablás de la vida de la autora neozelandesa Janet Frame a quien muchos conocimos por la película de Jane Campion, Un ángel a mi mesa, basada en su historia.

— Ella es el final del libro. Curiosamente, como he ido caminando -como te dije- a través de ese bosque de datos, así un poco como en una novela, sin saber muy bien adónde iba pues el final sí, cuento cosas de muchos escritores, de hombres y mujeres, pero, de repente, sin proponérmelo, me crecieron varias de las biografías y hay tres biografías que se han hecho mucho más grandes en el libro y son las tres de mujeres. No me lo había propuesto, salió así. Una es la de Sylvia Plath, otra es la de Emily Dickinson y otra es la de Janet Frame. Y luego, pensando sobre ello, es muy curioso porque además son como tres maneras de manejar la oscuridad en creciente grado de logro. La de Sylvia Plath es catastrófica porque, como sabemos, se suicidó, es lo que estábamos hablando, por desgracia. Se suicidó a los 30 años metiendo la cabeza en un horno. Después está Emily Dickinson que, como sabemos también, tuvo una vida muy dura. Se sabe ahora, parece ser que fue violada por su padre y probablemente por su hermano en la infancia y bueno, eso hizo que tuviera ese desequilibrio brutal. Terminó su vida durante 15, 20 años sin salir de la habitación de la casa paterna, de la casa familiar donde vivió siempre. Y se hizo una ermitaña, no salía ni de la habitación, le pasaban la comida, se la dejaban en la puerta y tal. Entonces, ella por lo menos vivió la vida entera e hizo una obra tremenda que nadie conocía hasta que murió. Cuando murió aparecieron más de 1.400 poemas que la convirtieron en una de las poetas más importantes de Estados Unidos. Bueno, pues este es un paso más. Vivió hasta los 60. Y luego está el logro total de Janet Frame, que tenía una vida bestial, brutal de difícil. Que fue internada ocho años. Que le atracaron toda la boca, los dientes, la internaron desdentada a los 22 años en un neuropsiquiátrico. Estuvo ocho años internada a la fuerza con un diagnóstico erróneo de esquizofrenia. Le dieron más de 200 electroshocks en la época en que se los daban a pelo, sin anestesia, con un voltaje mucho más alto que el que se da hoy, porque se siguen dando electroshocks hoy, debo decir. Además, sin relajantes musculares. En aquella época eran una tortura bestial. Y se dieron casos de gente a quienes, por las sacudidas, se les rompían las vértebras, por las contracciones. Y a esta pobre chica le dieron más de 200 electroshocks. Y pese a esa vida brutal que tuvo, pues tuvo una vida plena, vivió hasta los 70 y tantos, y ella se consideraba feliz.

— Claro, porque además había pasado por la miseria, la orfandad.

— Un padre maltratador. Bueno, todo, todo horrible, horrible. Todo lo más horrible y ella se consideraba feliz e hizo una obra magnífica. La salvó la literatura.

El escritor, guionista y realizador
El escritor, guionista y realizador francés Emmanuel Carrère recibió el año pasado el Premio Princesa de las Letras 2021. Rosa Montero habla de él y de su padecimiento psiquiátrico en su nuevo libro. (EFE/Paco Paredes)

— Otro autor del que hablás en tu libro es varón, es contemporáneo, recién mencionabas los electroshocks que se siguen utilizando y es justamente Emmanuel Carrère, el escritor francés. Y en Yoga, Carrère narra su enfermedad mental y cuenta ese tratamiento. Y ahí también se te lee muy solidaria con su historia pero también con él como autor, me parece. Te gusta Carrère.

— Sí, me gusta mucho. Bueno, me gusta muchísimo, tiene libros absolutamente extraordinarios, ¿no? El adversario es una absoluta maravilla. La biografía que hace sobre Philip K. Dick (N. de la R.: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos), que es una absoluta maravilla. De vidas ajenas es bellísimo.

— Es hermoso, sí.

— Tiene varios libros increíbles. Los últimos que son como más auto yo me gustan menos, pero vamos, es un tío que ha tenido ya, aunque no haga nada, con lo que hizo es suficiente para ponerlo en un altar, ¿verdad?

— En tu libro contás cómo fueron esas breves temporadas en el infierno del pánico que padeciste. ¿Alguna vez te dijeron que eras loca?

— Bueno, sí, en plan coloquial sí. Cuando tenía además problemas en mi casa con mi familia porque era como muy rebelde y tal, pues veinte mil veces. Mi hermano, por ejemplo, mi hermano mayor, a quien adoro, me decía: es que no te entiendo, estás loca. Pues sí. Bueno, en ese plan sí. No en un plan normativo porque tampoco me puse en ese lugar, ¿no? Es decir, porque en aquella época y en mi clase social no te llevaba nadie a un psiquiatra ni a un psicólogo. Así que las crisis de pánico me las pasé a pelo. Sin un solo ansiolítico lo cual es una pena porque abusar de las píldoras es malo pero equilibra la química, te ayudan también.

— Por supuesto.

— Entonces, pues, lo que hice fue ir a la universidad y estudiar Psicología para ver qué me pasaba. Lo dejé en 4º, no terminé. Pero sí que me sirvió. Entendí qué me pasaba, que eran crisis neuróticas, que era como una gripe de la enfermedad mental. Y entonces eso también ayuda. Y luego yo ahora me siento realmente muy agradecida al destino de haber tenido estas crisis de pánico porque me permitieron conocer lo que es el trastorno mental, que es un lugar en el que si no has estado ahí realmente no se puede definir. Es lo inefable. Lo que mal llamamos locura es inefable, no la puedes transmitir, y es la soledad. Una soledad que es una soledad psíquica, no tiene nada que ver con la soledad física y ni siquiera con la soledad existencial frente a la muerte. Te mueres solo, evidentemente no debe tener ninguna gracia, pero por lo menos sabes que se mueren todos los seres humanos desde el principio de los tiempos. Al morir estás siendo un ser humano en su plenitud. Pero cuando tienes un trastorno mental, lo que pasa es que te engaña la cabeza y te parece que te sales del mundo, de la especie humana, crees que eres la única persona a la que le está pasando eso. Hablo de esa soledad que es una soledad que te deshace. Y te aseguro que si no has estado ahí, no es posible entenderla. Entonces, por eso yo me siento tan contenta de haber podido vivir eso, porque eso me ha ampliado muchísimo lo que es el ser humano, el conocimiento del mundo y, sin dudas, la empatía.

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— Hay algunos países desarrollados que ya vienen tratando todo lo que tiene que ver con la enfermedad mental, pero acá, en Sudamérica, empezamos a escuchar a partir de la llegada de un jefe de gobierno muy joven como es el presidente Boric en Chile que se empieza a hablar desde el Ejecutivo de lo que tiene que ver con el cuidado de la enfermedad mental. Porque, posiblemente, estos últimos años tan duros con la pandemia y el aislamiento, en donde nos fuimos emparejando de algún modo, hace que uno ya no pueda mirar para otro lado. ¿Cómo ves eso vos en el mundo en este momento?

— Sí, bueno, lo primero que te diré es que la mal llamada locura ha sido un tabú en todas partes. No hay primer mundo, medio mundo, no, un tabú en todas partes. Claro, en sitios como la India, a lo mejor han tenido todavía menos recursos para trabajar eso. Pero no ha habido ni un solo país que lo haya manejado bien. O sea, desde hace dos siglos o algo así hubo un cambio de paradigma con los trastornos mentales que fue un desastre. El trastorno mental siempre se ha considerado lo que es, una enfermedad más del cuerpo. En la época de Aristóteles se pensaba que la llamada locura era un exceso de bilis negra, una enfermedad más del cuerpo. Hasta que hace como unos dos siglos, de repente, no se sabe por qué, apareció la idea de que el trastorno mental es algo enigmático, que sale de no se sabe dónde, y que es como espiritual, por así decirlo. Lo cual, además, culpabiliza totalmente al enfermo. Entonces, a partir de ahí la relación con el trastorno mental se hizo muchísimo más dura y más crítica. Hay un tabú total, no se habla de eso. Un estigma social bestial; a la persona con trastorno mental se la oculta, se la niega. A la gente con trastornos mentales se intentan silenciarlos. Ocultar que tienen trastornos para no ser lanzados al espacio exterior. Porque, claro, la sociedad condena a la soledad social a la gente que tiene ya ese gravísimo problema de soledad psíquica y lo que tienes que hacer es atraerlos y reinsertarlos, acomodarlos con el resto de la sociedad. Son gente que tienen, como he dicho antes un problema de agarrarse a lo raro. Bueno, entonces el manejo ha sido absolutamente brutal. De algo que, por otro lado, forma parte de lo que es el ser humano. La OMS -y yo creo que es totalmente conservador este cálculo que han hecho-, dice que un 25% de la humanidad va a tener antes o después en su vida un trastorno mental. Yo ya lo he tenido con las crisis de pánico, pero, bueno, qué quiere decir esto, yo creo que son mucho más, 35% o más. Pero pongamos 35%. ¿Esto qué quiere decir? Que todo el mundo o bien va a sufrir un trastorno mental o bien lo va a sufrir alguien muy cercano.

La poeta Sylvia Plath, uno
La poeta Sylvia Plath, uno de los ejemplos que toma Montero para tratar el cruce entre enfermedad mental y creación artística.

— Claro.

— Sus padres, sus hijos, sus hermanos, sus amantes, sus amigos más íntimos. Alguien muy cercano. Porque es cuanto menos uno de cuatro. Entonces esta realidad que, como digo, forma parte esencial de lo que es ser un humano, la hemos ocultado, la hemos enterrado, la hemos negado. Hemos torturado doblemente a la gente con trastornos mentales condenándolos, además, al encierro más absoluto cuando pueden ser gente no sólo absolutamente válida sino imprescindible para la sociedad. Isaac Newton tenía delirios psicóticos: somos hijos de Isaac Newton. Marie Curie era depresiva. Entonces, si consigues reinsertar a la gente en la sociedad pueden tener una vida plena. No es nada pequeño, eh, hay una gama muy grande de trastornos mentales. Algunos son muy graves y muy inhabilitantes. Entonces hay que poner todos los recursos posibles efectivamente de salud, de medicinas, entornos de apoyo social para atraer a esas personas lo más posible a la realidad. Y la pandemia efectivamente ha abierto una puertecita, ahora tenemos que terminar de abrirla a patadas. ¿Por qué? Una sociedad que admita el trastorno mental, que actúe de manera distinta, va a ser una sociedad mucho menos enferma y mucho menos desgraciada, sin lugar a dudas.

— En tu libro decís que los escritores son “menesterosos de la mirada ajena”. Me gusta esa frase.

— Bueno, es que realmente siempre te sientes en el borde del espacio exterior, como decíamos antes. A punto de desaparecer en esa nada fuera de la realidad. Entonces, insisto que te metes en una esquina de tu casa durante, pongamos, dos o tres años a inventar mentiras, que es una cosa completamente loca. En realidad, lo dicen los psiquiatras, lo dicen los expertos, eso es un delirio controlado. Es un delirio. Entonces, cuando terminas esa travesía alucinante inventando, hablando de un ruso que no existe, con un traje de pana negra que no existe, y con unos zapatos de charol rojo que no existen, que abre una puerta de madera contrachapada que no existe y en eso pasas tres años de tu vida (risas). Cuando terminas de hacer ese viaje absurdo, sacas el libro y esperas a que pase la gente y tal. Igual, imagínate que todos los que llegan y pasan por ahí dicen: vaya birria, o sea, esto no entiendo de qué va esto. Si no hay nadie que en el espacio exterior, en la realidad, te dice esta cosa que forma parte de tu ensueño más profundo, que forma parte de tu intimidad más honda, esto yo lo entiendo, esto yo lo percibo igual, esto me emociona también. Eso, que haya alguien que te diga eso fuera te une al mundo, vuelvo a repetir. Te saca de esas soledad psíquica. Te cose a la realidad superando esa fisura que tenemos, ¿no? Pero si no hubiera nadie, si nadie lo lee, ¿en qué se convierte ese viaje que has hecho de tres años? En el delirio de un loco. Te condena realmente a la locura. Entonces somos menesterosos efectivamente de esa mirada ajena que nos mire y nos diga: lo que tú sientes, yo lo siento. Porque eso nos da la vida, nos permite vivir. Nos da la cordura suficiente para poder vivir una vida digna de ser llamada vida.

*Rosa Montero presentará su libro El peligro de estar cuerda en una conversación con Patricia Kolesnicov el miércoles 2 de noviembre a las 18.30 en el Hotel Meliá Buenos Aires, Salón Tirso de Molina. La dirección es Reconquista 945, CABA. Entrada gratuita con inscripción previa: rosamonterobaires.eventbrite.com.ar.

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