No hay argumento más perfecto. No hay guion, ficción, dialogo escrito que pueda emparejar la escena: en la aún reciente The Beatles: Get Back (sus casi ocho horas de duración bien la pueden convertir en la serie del año) hay un momento, sin música, de solo audio y con una foto fija, que lo dice todo. Los micrófonos escondidos por la producción, en el que acaso haya sido el reality más perfecto sobre la cultura popular del siglo XX, captan un dialogo secreto y medio susurrado entre Lennon y McCartney. Es casi freudiano, íntimo y sorpresivamente autopsicoanalizado: John y Paul discuten sobre el futuro de Los Beatles, sobre cuál de los dos es el más líder de la banda. Y sobre el rol de George Harrison, que se había marchado a casa.
La escena, más que Real love, es real Beatles. Están desnudos, o naked como la versión definitiva del disco en sí. Los Beatles, existieron, existen y existirán. No son los padres, pero, según la escena, tenían papá (¿el Lennon aquejado por su orfandad?) y mamá (¿el McCartney obsesivo, detallista y controlador?) y, más que un hijo o heredero, algo mejor: un hermano mayor.
Y, se sabe, los hermanos mayores (como esa otra notable institución, los tíos) son importantes. Sí: se los mira de cerca, se les exige responsabilidad, se les pide el ejemplo. Pero a la vez, reales o imaginarios, los hermanos mayores protegen, abren caminos y nos muestran otros mundos, bibliotecas y oasis por descubrir. Ese mundo (secreto y misterioso) del hermano mayor George Harrison lo cuenta en el estupendo I, me, mine. Que el beatle se lo dedica en sus primeras páginas a “todos los jardineros del mundo”.
I, me mine, o la bitácora de George
La autobiografía (en realidad escrita junto a Derek Taylor) que acaba de llegar a nuestro país en su versión definitiva y aumentada, tiene casi 600 páginas con un emotivo prefacio de su esposa, Olivia Harrison, una primera parte autobiográfica breve de no más de 100 páginas y fotos inéditas (familiares y del archivo personal). Y, sobre todo los manuscritos (casi táctiles en sus emotivas copias facsimilares) de las letras de sus canciones de puño y letra, incluidas las colaboraciones con Bob Dylan, Eric Clapton o Jeff Lyne.
Se trata, en realidad, de la versión, finalmente en español, de la última reedición (de 2017) de un libro que desde su primera edición tuvo cierto halo mítico. Lanzado originalmente en 1980, consistió en una suerte de audacia editorial, ya que fue uno de los primeros libros en incluir las copias facsimilares de las letras de un músico pop, otorgándole a estas un valor documental e histórico.
Hoy hay varios libros con este tipo de edición (y acaso por su belleza y cuidada edición este se asemeje al bellísimo Nick Drake: Recuerdos de un instante) pero no abundaban en esa época. Extrañamente, su primera editorial, Genesis Publications, se dedicaba a libros de copias facsimilares de bitácoras y diarios náuticos del siglo XVIII. Vale decir, entonces, este es el mapa al jardín de canciones de Harrison.
Y, como escribe Olivia Harrison (Liv, como la llamaba cariñosamente Harrison) en el íntimo y delicado prefacio, “la esencia de este libro son las letras”. Quien también devela que, a cada invitado de sus residencias en Hawaii, Londres o Los Ángeles, Harrison lo invitaba a ser un jardinero temporal de su casa. El otro muy buen floricultor de este libro es Derek Taylor, el histórico jefe de prensa y colaborador de Los Beatles y Brian Epstein. Taylor, en una también extraña y subversiva edición, acota o introduce sus palabras en tipografía itálica, para diferenciarse del relator y protagonista.
No es que el resultado sea vanguardista, pero es curioso y original. Taylor no siempre coincide con Harrison (aunque sea su amigo desde el comienzo de Los Beatles), lo cual da a todo el asunto de lo biográfico sustancia vital. Y, adelantado muchos años al documental Anthology, prefigura su astuta y valiente manera de contar el pasado Beatle a través de diferentes voces, aun a costa de la divergencia. O, mejor dicho, resuelve el misterio a través de algo acaso más valioso para contar una vida: la contradicción, la discusión, la antítesis. Y no con frases o hechos que hoy podríamos encontrar en Wikipedia.
La infancia de Harrison ocurrió en el gélido clima de Liverpool. Vivió las peripecias de un teddy boy rebelde de origen obrero y sufrió durante su educación las crueldades de las abusivas Grammar school británicas, tan bien ilustradas en películas como If o Pink Floyd: The Wall.
Y ya convertido en compositor, pero también en excelente guitarrista, habla de su amor por compositores clásicos y contemporáneos como Hoagy Carmichael o Django Reinhardt. Y beatleindie al fin, su amor, pasión y descubrimiento de la música del norte de la India.
Muchos años después del fallido proyecto de Get Back, en 1980 cuando se publicaron estas memorias por primera vez, Lennon sintió que Harrison se había tomado al pie de la letra el título de la canción y del proyecto. O sea, Get back: tomar revancha. Así, manifestó en más de una oportunidad que se sentía muy decepcionado por la autobiografía (la primera de un beatle) porque su ex-compañero apenas lo mencionaba.
Esto es parcialmente cierto. En realidad, Harrison rememora los años beatle como pesadillescos. Y cuando menciona a Lennon (en general poco) es laudatorio, porque lo ayudó a finalizar tal o cuál canción. Lennon había dicho “…el misterio que (Harrison) tiene dentro de sí es inmenso. Lo más interesante es ver cómo lo va revelando poco a poco”.
Y, nada es casual, efectivamente fue Lennon quien le cedió la primera canción para que cante como solista: “Do you want to know a secret?”. Harrison, como un misterio que se devela de este a oeste, de Gran Bretaña a India y cuyo cancionero casi ocultó (no más de 2 o 3 canciones propias por álbum), pregunta si queremos saber su secreto. Los fragmentos de la discografía amorosa y harrisoniana (dentro de una aun mayor discografía beatle) continúan cronológicamente, no casualmente con la primera canción que compuso: “Don’t bother me”. Harrison no quería ser molestado.
Por esta canción comienza la abarcadora “Parte 2″ del libro, en la que el mismo músico dice “haberla escrito con la esperanza de alguna vez componer algo bueno”. Encantador, místico y humilde, una frase más abajo agrega que “aún se encuentra tratándolo”. El nombre del libro (Yo, Mí, Mío), título de una de sus grandes canciones, alude, paradójicamente al esfuerzo de George por deshacerse de todo concepto de ego.
Por eso, en esta sección y pagina tras paginas asistimos a una especie de mutación orientalista. De cómo Yang Harrison fue haciendo unos Yin Beatles. Más que matar simbólicamente a su Mama Cartney o al santo Padre Lennon, quien dijo que Los Beatles eran más famosos que Jesucristo, Harrison, según en el análisis propio de sus canciones se va convirtiendo en un Ma-Harrison (maha, o maja en sanscrito significa “el más grande”).
No se trataba de meterse entre esos dos (“estuvimos hablando / del espacio entre nosotros”), como reza “Within Without you”, sino de buscar un camino propio, simple y complejo camino. No hay oxímoron: la complejidad del peso de McCartney y Lennon, George la sobrellevó con los mantras hindúes que empezaron a embeber sus canciones. Aleluya y Hare Krishna.
Dharma Harrison
Dharma es el propósito, el camino personal. Y, un poco antes del análisis del propio Harrison de cada una de sus canciones, la biografía comienza hablando de la necesidad de espacio que tenían los Beatles. La sensación de agobio y asfixia, ya que, lejos de la imagen divertida de las películas de Richard Lester, los Beatles debían compartir todo. Hasta el espacio de los autos que los llevaba de un lugar a otro. Harrison confiesa haber envidiado a su amigo Eric Clapton por no tener que compartir la limusina con sus compañeros de supergrupo Cream.
De manera que a medida que el libro avanza, descubrimos en propias palabras de Harrison que, de ese camino beatle de “Do you want to know a secret?” a “Here comes the sun” o “Something”, hay un camino que además de incluir las clases de sitar con su amigo y admirado Ravi Shankar, anida el I ching como método compositivo.
Entre esas gemas, la historia de cómo compuso una de las más perfectas canciones de fines de los 60, “Badge”, junto con su amigote Eric Clapton, con esa letra que enuncia “el amor que pusiste en mi mesa” (casualidades sin frontera: hay un himno muy posterior de Los Piojos, que nos cuenta, sin parecerse a esta, pero con similar elocuencia y potencia, de “tanta belleza tirada en la mesa”). Y, por supuesto, los orígenes de las imperturbables “Something” o “Here comes the sun”.
Acaso una de las grandes potencias del libro sea el origen de sus canciones y anecdotario que rodean las joyas que aporto al Álbum Blanco. Desde la imbatible “While my guitar gently weeps” (que la compuso según los preceptos del Tao te King) hasta “Piggies”.
Y sobre todo los comentarios del mismo Harrison de casi todas las canciones del majestuoso All things must pass, uno de los discos más bellos y perfectos de la historia de la música pop. El álbum que acumulo casi todas las canciones que la guadaña de Lennon y McCartney no permitieron. No es el primer disco de Harrison, pero es como si lo fuera. Es el disco de “el amor (o el horror, según el propio músico) después del amor beatle (o beatlemania)”. Harrison incluye, por ejemplo, el encuentro con Bob Dylan para algunas de las canciones.
Mantra Harrison: amor
¿Qué dice del amor el tercer disco, triple y junto a Eric Clapton, Ringo Starr, Billy Preston (suerte de quinto beatle en las grabaciones de Abbey road y Let it be), Bobby Keys, Phil Collins y Ginger Baker, entre otros notables?
Todo. O casi todo. Que el amor con el que te bendijeron es el que el mundo está esperando (“Behind that locked door”), que el amor se hace, debe fluir y debe sorprender (“Let It Down”), que a veces no le pertenece a todos y está bien que así sea ( “nuestro amor no es asunto tuyo” en “Run of the mill”).
Que es algo filosófico y metafísico (“tu amor seguramente debe mostrarme, que más allá de todo tiempo y espacio, estamos juntos cara a cara” en “Apple scruffs”) o que no son tan necesarios los ácidos y amoroso festivales hippies (el “love in” del comienzo de “Awaiting you all”) que “te abandona sin previo aviso (”All things must pass”).
Que el amor, como un rock chabón directo y emotivo, “se banca” o acaso Harrison canta su “aguante el amor” en “I dig love”, espectacular o el dolor que causa quitarlo o quedarnos sin él (“Isn’t It a Pity”, siete estremecedores y perfectos minutos). Y al fin e incluso, “si no es amor lo que necesitás” (guiño beatle), “entonces haré mi mejor esfuerzo para que todo tenga éxito” (”What is life”).
Karma Harrison: su legado
Hoy, que tanto léxico y palabrería de resonancia espiritual invade (solo superficialmente) las redes, vale reencontrarse con la espiritualidad y la furia sónica (en “Wah-wah”, por ejemplo) de este disco. Y, aún mejor si es acompañado de este libro: mapa, guía espiritual, brújula hacia uno de los grandes talentos de los Beatles.
Cuando Harrison dice en la primera parte del libro que “no podés asignarle tu sistema nervioso a otra persona”, parece dar con el corazón de su autobiografía. Su sistema nervioso y compositivo no lo cedió Prefirió iluminar: gran parte del conocimiento de la música oriental, se la debemos. Incluso la fusión de la raga y el sonido de la tabla hindú que tan bien combina hoy con la música electrónica en grandes festivales, parece seguir uno de los tantos caminos que él sugirió.
Compositor pero también excelente guitarrista, habla de su amor por compositores clásicos y contemporáneos, como Hoagy Carmichael o Django Reinhardt. Y beatleindie al fin, de su amor por la música del norte de la India.
Más allá o más acá de Los Beatles, hay un legado estrictamente Harrison. Es innegable. Se lo puede reconocer como “hermano mayor” aquí, allá y en todas partes. Las canciones de Los Shakers parecen hoy más deudoras de hits suyos como “Don’'t bother me”, “I need you” o “Think for yourself” que del canon de Lennon-McCartney. Y más acá en el tiempo, su esencia afloró en el sonido moderno y clásico de algunas canciones, como “Luna, Yo la tengo” o el extraordinario disco New Wave, de The Auters. Su supergrupo orquesta y roquero para el disco All Things must pass derivó, en gran parte, en el proyecto de Clapton de Derek and the dominoes, y este, a su vez, décadas después, en los extraordinarios Tedeschi Trucks band, que también aúnan rock, raga e improvisación.
Incluso un compositor local como Kevin Johansen, acaso inconscientemente, parece abrevar de la mezcla de humor y amor de Harrison. En este, los Monty Python fueron una asociación fuerte a través de los años. En Johansen, lo mismo con la influencia de Les Luthiers. Las letras de “Isn’t It a pity” o “All things must pass” no desentonan con el swing, pathos y eros del compositor de “Fin de fiesta”, “Tú ve” o “Desde que te perdí”. La idea de que todos estamos de paso, y averiados, y de que nada es para siempre es tan harrisoniana como universal.
En el breve y bello libro Loa a la tierra, el pensador Byung-Chul Han escribe sobre la jardinería como “una meditación silenciosa”. I, me, mine, sugiere que Harrison eligió el mismo camino; pero aún mejor, uno también plagado de canciones perfectas.
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