Retrato de Werner Herzog, el hombre de la buena memoria

Cuenco de Plata acaba de publicar “Werner Herzog: Una guía para perplejos”, un libro de conversaciones del director alemán con su colega británico Paul Cronin. Aquí, un fragmento del prólogo lo describe en la intimidad de sus gustos: fútbol, asado y cine

"Werner Herzog. Una guía para perplejos. Conversaciones con Paul Cronin" (traducción de Elena Arguedas), acaba de ser publicado por la editorial Cuenco de Plata

“La vida trata de uno mismo contra el mundo”.

Paul Bowles

“La asiduidad es el pecado contra el espíritu santo.

Sólo las ideas ganadas al caminar tienen algún tipo de valor”.

Nietzsche

“Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué lo eligieron y normalmente está demasiado ocupado como para preguntárselo”.

William Faulkner

“La única forma de dejar de fumar es dejando de fumar”.

Werner Herzog

"Siempre que Werner Herzog despliega su talento, podemos esperar lo inesperado, una toma inigualable y fulgurante", dice el autor de este texto

Conocí a Werner Herzog por primera vez en la lujosa sala de estar de un elegante hotel en el centro de Londres. Pasamos un par de horas dando vueltas el uno alrededor del otro, midiéndonos, debatiendo sobre una posible colaboración para un libro de entrevistas. Regresé a la mañana siguiente para seguir conversando mientras desayunábamos. ¿Accedería Herzog a la idea? “En resumidas cuentas”, dijo lenta pero firmemente, antes de colocar con cuidado su tostada con manteca sobre el plato, hacer una pausa de medio minuto, tomar un flemático trago de café y mirarme directamente a los ojos, “lo mejor es que coopere con usted”. Suspiro de alivio. “Pero hay una cosa que quiero hacer mientras estoy en la ciudad esta semana”.

“Lo que sea”.

“Quiero ver jugar al Arsenal”.

Al día siguiente ingreso en territorio desconocido. Deambulo por un callejón oscuro y compro en reventa un puñado de entradas. Una semana después estoy en un pub en Upton Park tomando Guinness con Werner y Lena, su esposa. Acabamos de ver un partido de West Ham y los “Gunners” (no recuerdo quién ganó). “El 26 es un jugador muy inteligente”, dice Werner. “¿Quién es?” Esta no es una pregunta que sea capaz de responder, así que Werner se vuelve hacia el caballero corpulento y ligeramente borracho que está de pie cerca de nosotros con sus amigos, y pregunta de nuevo. “Es Joe Cole”, nos informan. “Uno de los mejores que hay. Sólo tiene dieciocho años”. “Sí”, dice Werner. “De verdad sabe cómo usar el espacio que lo rodea, incluso cuando no tiene la pelota. Pronto va a jugar para Inglaterra”. Lo que demuestra que el conocimiento que tiene Werner de fútbol es igual de profundo que el que tiene con respecto a todo lo relacionado con el cine: poco después de ese partido, Joe Cole, en efecto, ya jugaba con la selección nacional. Unas semanas más tarde, temprano a la mañana de un día radiante, Werner y yo estamos sentados en la sala de su modesta y espaciosa casa en Los Ángeles, en un lugar apartado de Hollywood Hills, mirando un partido del Bayern de Múnich y el equipo AC Milán. Es un encuentro decisivo para ambos. La tensión es grande. Werner fuma un cigarrillo tras otro nerviosamente y picamos Doritos. Múnich empata en el último momento. Es un buen augurio para la primera de las conversaciones que vamos a tener y que se convertirán en este libro.

Werner Herzog en tiempos del rodaje de su ópera prima, "Señales de vida" (1968)

No es fácil decir si el presente escrito ‒lo más cercano que llegaremos a una autobiografía de Herzog‒ le hace justicia a la vida y obra de Werner. A menudo pienso en cómo sería este libro si lo hubiera entrevistado cada dos años desde el inicio de su carrera (algo imposible en la práctica, ya que nací más o menos una década después). ¿Qué tan diferente se vería Werner en estas hojas? Debido a la naturaleza de la memoria, ¿estarían estas páginas exclusivamente llenas de anécdotas sobre cómo fue el rodaje en medio de tal o cual paisaje en vez de, como lo hacen muchas de manera provechosa, centrarse en principios e ideas perennes? ¿Contribuye la distancia que el tiempo le ha dado a Herzog respecto de la mayor parte de su trabajo (han pasado más de cincuenta años, sesenta películas y un puñado de libros desde Un western perdido) a una visión más contemplativa?

Hay dos cosas que puedo afirmar categóricamente. En primer lugar, la memoria de Werner es buena. Su actuación más llamativa, y una de las más recientes, fue en la película de tiros de 2012 con Tom Cruise, Jack Reacher, rodada en Pittsburgh. Una tarde, en medio de la filmación, Werner alquiló un auto y se tomó el tiempo de manejar varios kilómetros para adentrarse en el campo cercano donde, cincuenta años antes, había vivido unos meses. A pesar de no haber vuelto a la ciudad desde inicios de la década de los sesenta, y aunque implicaba una ruta complicada desde el centro, inmediatamente encontró la casa que estaba buscando. “Lo reconocí todo”, dice Werner, “hasta el punto de que me impresionó una nueva configuración de escaleras de concreto que bajaban en curva al garaje”.

Herb Golder, profesor de Estudios Clásicos en la Universidad de Boston y leal confidente de Herzog en varios de sus films, recuerda una reunión de producción de Alas de esperanza en un hotel de Lima. “Werner dibujó de memoria un mapa del territorio relacionado con la historia, una zona de la selva lo más densa que se pueda imaginar y que no había visto en veintisiete años, incluido el lugar del accidente aéreo y el afluente del Pachitea, que serpenteaba hasta Puerto Súngaro y Shebonya y desembocaba en Yuyapichis. Cuando comparamos el mapa de Werner con un mapa real al día siguiente, hallamos que la reconstrucción de la topografía era casi perfecta. Todavía conservo ese mapa que bosquejó. Lo miro cada tanto, ya que lo considero un plano de la sensación hacia el paisaje y el sentido del espacio necesarios para crear un cine extraordinario”.

1981: Werner Herzog junto a Klaus Kinski, durante el accidentado rodaje de "Fitzcarraldo" en el amazonas peruano

En segundo lugar, la plena comprensión del irreprimible Werner Herzog sólo es posible si uno (a) se ha metido con regularidad dentro de su cabeza para ver exactamente de dónde provienen sus ideas, para luego observarlo de cerca mientras realiza varias películas seguidas (de ficción y no ficción); y (b) ha estado en su jardín, con una Weissbier en la mano, mirándolo, enfundado en un delantal, preparar un asado de costeletas de cordero, o ha cenado con él y su esposa Lena la sopa siberiana de hongos que ella cocinó mientras Fats Domino, su corpulento gato, da vueltas por la casa. Lamento informar que solamente he hecho una de estas cosas, y aún no he conocido a nadie que haya vivido ambas, lo cual me lleva a mi propio veredicto sobre Una guía para perplejos: es lo mejor que hay.

Siempre que Werner Herzog despliega su talento, podemos esperar lo inesperado, una toma inigualable y fulgurante, esos giros de lenguaje lapidarios. La entrevista que aquí se presenta intenta captar su exaltación hacia los paisajes, los objetos, los libros, el arte, la poesía, la música, la literatura, el cine, las ideas y las personas que nos rodean, junto con sus propios pasatiempos, convicciones y juicios, con la “agitación de la mente” como clave de lo que este libro con suerte ofrece. Mientras que Hölderlin transmutó el mundo a su alrededor en palabras, Herzog ha transformado constantemente sus experiencias en sonidos e imágenes. Es, sin embargo, incidental que este libro trate sobre un hombre indispensable del cine. Resulta más importante para nuestros fines que sea un conversador edificante y transformativo.

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