Luis Franco y el ser humano en fricción con la naturaleza, en un clásico sin tiempo

La reedición de “Nuestro padre el árbol”, tal vez el primer libro ecologista argentino, permite revalorizar la belleza retórica y los hallazgos intelectuales del poeta y ensayista catamarqueño

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"Nuestro padre el árbol", de Luis Franco explora la relación entre el hombre y la naturaleza
"Nuestro padre el árbol", de Luis Franco explora la relación entre el hombre y la naturaleza

¿Qué lugar tiene el ser humano en la naturaleza? ¿Cómo era la relación del individuo con el medio natural antes de que existan las máquinas, la fábrica, el primer atisbo de tecnología? ¿Qué ofrecieron –y ofrecen– los pájaros, los árboles, el mar, el viento para que el ser humano encuentre su identidad como especie? Estas son algunas de las preguntas que ofrece el libro. Y Luis Franco tiene principios claros: cree en la verdad y la belleza y se pregunta quién está más cerca de estos valores: ¿el qué pasea por el bosque o el que mata o encierra a los pájaros? La pregunta es retórica y se podría decir que el libro es una respuesta a estas disquisiciones sobre la verdad y la belleza.

El autor tiene en mente los versos preclaros de Horacio sobre la muerte para referirse al purpurado y al desnudo pero le preocupa más que la vida misma iguale al pobre y al rico. En cierta medida, su deseo de igualitarismo materialista aparece en el incipiente libro ecologista: “Está dicho que la muerte mide con pies iguales al purpurado y al desnudo. ¿Cuándo la vida hará lo mismo?”

Anticapitalista por vocación, Franco se queja del proceso de industrialización que quema los bosques, aplasta la selva y niega el valor de la naturaleza en la vida del ser humano: “La propiedad moderna está expropiándonos el alma. Poseemos pero no somos. Apenas queda calor en nuestras vísceras. Rodeados de placeres y esplendores y máquinas... somos profundamente desgraciados sin saberlo. Llevamos púdicamente escondida una desesperación desnuda.”

En todo el libro se escucha una exhortación, un pedido urgente: Franco asiste a la degradación del hábitat del ser humano y entiende que sus ideas no son compartidas por una parte de la población. Por eso escribe este ensayo pletórico de imágenes y figuras retóricas, un canto a sí mismo y a los otros, una especie de poema ensayístico de la vuelta a la naturaleza: “Urge ya que el hombre vuelva a entrar en sí mismo”.

Luis Franco, poeta y ensayista argentino (1898-1988)
Luis Franco, poeta y ensayista argentino (1898-1988)

Franco comparte con el viejo Thoreau –y también con el anciano barbudo Walt Whitman– su pasión por la naturaleza y entiende que somos de la misma familia: “el trópico y la sandía están en nuestra sangre”. “La fugacidad y la eternidad son nuestras compañeras del viaje”.

Es curiosa y rupturista, en cierta medida, la posición que defiende Franco en este libro. Se presenta como un antiintelectual. Prefiere los árboles a los libros, habiendo sido él un autor erudito y polígrafo. Quizás podría entenderse su perspectiva por esa pasión naturalista que despliega en su vida –según su testimonio– y en este libro: “La soledad y el silencio silvestre, la ruda presencia del mar, del bosque o del desierto hablan mejor a nuestros sentidos y nuestro espíritu que las mejores muestras de jardinería o librería”. En otro párrafo sostiene: “Debemos aprender de nuevo que la galería de arte no es superior a una galería de árboles”. En “Cavilación sobre el tala”, matiza su antiintelectualismo con una idea sobre su yo contradictorio: “¿No soy un hombre duro en el trabajo de las manos y al mismo tiempo un soñador impenitente, un partidario fanático de las hojas de los libros y de las hojas de los árboles a la vez?”

En Nuestro padre el árbol hay una filosofía clara y hallazgos poéticos como la caracterización de la araucaria: “de noche su copa es un candelabro encendido por las estrellas”. Franco nombra a los ceibos como “sucursal de la aurora” y del pino dice que es “sonámbulo del abismo, con el sueño de playas ultramarinas, recostado entre el timón y la proa…”

Como un agnóstico, el autor percibe que hay un misterio en lo creado, en lo existente, y para él tanto la religión como el ateísmo pierden sentido, tal como sostuvo Lucrecio, a quien cita: “La religión no consiste sino… en contemplarlo todo con un alma serena.”

Frente al avasallamiento de lo real por parte de la técnica, y en sintonía con la filosofía de Heidegger, Franco cree que el único remedio ante el avance desmesurado de lo hostil-técnico es la vuelta a la naturaleza: “…la soledad y el silencio sagrados de la naturaleza son el único remedio para restaurar el cuerpo y el alma nuestros”. Este ataque, esta violación, esta forma de romper la unión originaria entre la naturaleza y el ser humano, es una acción que resuena como un enigma, ya que nadie puede explicar por qué nos empeñamos en destruir antes que en reconstruir el vínculo perdido: “¿Por qué… después de tan larga y espléndida experiencia, el hombre hoy como ayer sigue trabajando más para la destrucción que para la creación?”.

Seguidor de Rousseau, hace un elogio del mundo de lo igual, ese mundo natural previo a la civilización, en el que no existía la propiedad privada y nada era de nadie sino que todo era de todos: “…la edad en la que no había lo tuyo y lo mío, es decir, cuando el hombre era lo igual y prójimo del hombre, no su siervo, y cualesquiera fuera en sus escaseces y penurias, la libertad –esencia del hombre– era un hecho, no una palabra huera”.

Nuestro padre el árbol (Maíz rojo) , de Luis Franco
Nuestro padre el árbol (Maíz rojo) , de Luis Franco

En el capítulo dedicado al mango elabora una idea que relaciona el árbol con el pájaro y el hombre: “Con la perfección aerodinámica de su forma y su envión de proyectil, el pájaro se burla de la manzana de Newton, es decir, del yugo de la gravitación. Pero más que su cuerpo es el alma ambiciosa del pájaro la que obra el prodigio, aunque el primer impulso lo recibió sin duda del árbol, que, como la llama, tiende a lo alto.”

Con un modo que podríamos llamar el del pensamiento-poema (en sintonía con lo que propusieron, cada uno a su modo, George Steiner y la filósofa española María Zambrano), Franco nos ayuda a deletrear y pensar una sensibilidad que es difícil de definir, eso que alguna vez sentimos o sintió el individuo anterior a las civilizaciones. Franco hace un esfuerzo por interpretar a través del pensamiento poemático y ensaya una idea-sensibilidad sobre el pájaro que va más allá de lo que dictan los sentidos: “…el pájaro despertó al hombre de su cuasi letargo y le insufló un sueño nuevo. Era el viento en persona tomando forma corpórea para proponer una nueva dimensión al álamo y demás gigantes de la familia y expresar una delicia más majestuosa del ser”. En sintonía con esta modalidad de aproximación a lo que existió antes de la ruptura, Franco arriesga una idea estética y antropológica: “…la música fue inventada por los pájaros cuando el homo sapiens apenas sabia gruñir refugiado en cuevas que usurpaba a los animales”.

La prosa de Luis Franco articula reflexión, impulso lírico y conocimiento experiencial. Anuda los conocimientos adquiridos en la vida campesina, su destreza lingüística como poeta y su propuesta filosófica. De este modo, el libro es un conjunto de pensamientos liricos sobre la relación compleja del ser humano con la naturaleza. Hace un elogio del árbol: “es… una especie de monada”, es la catedral de los pájaros, y “sigue siendo un numen potente”… y es “el mejor embajador de la Naturaleza ante el hombre. Su sola influencia física sobre él es de modo y alcance inenarrables, con un murmurio que está entre el mar y el arrorró materno, con su onda de frescura, estimulante y sedativa a la vez como la del manantial, con su fronda, salutífero filtro de aire”. Franco critica el avasallamiento de la sociedad industrial –hoy podemos leerlo en el marco del capitalismo tardío– en desmedro de esa unidad originaria que es, para el autor, la que existió entre el ser humano y la naturaleza. Precisamente, la idea de la unidad originaria que se ha roto es la que sostiene filosóficamente al libro y es esa idea la que destaca el filósofo Timothy Morton en un libro relativamente reciente denominado Humanidad. Solidaridad con los no humanos. Morton le llama a esa rotura el Desgarro: “El Desgarro es una fisura traumática y fundamental entre, por decirlo en términos estrictamente lacanianos, la realidad (el mundo humanamente correlacionado) y lo real (la simbiosis ecológicas de las partes humanas y no-humanas de la biósfera)”. Es curioso que el poeta y ensayista Luis Franco y el filósofo inglés pensaran una similar idea eje. Es notable ya que vivieron en tiempos distintos –Franco murió en 1988– y Timothy Morton publicó en inglés su libro en 2017, editado en Argentina (2019) por Adriana Hidalgo.

¿Será el primer libro ecologista de un autor argentino? Aunque no compartamos algunas hipótesis en este libro único –único según el sentido que le da Javier Marías en el breve prólogo de la antología Cuentos únicos– lo central es que sus reflexiones, los devaneos que cruzan el conocimiento empírico, las lecturas y las ideas, dan que pensar, según la expresión que solía usar la filósofa Lucía Piossek. Nuestro padre el árbol hace pensar, provoca la reflexión y eso no es un dato menor. Es para celebrar que los editores –Enrique Traverso y Ana Lizondo, con el cuidado diseño de Zaida Kassab– hayan decidido poner de nuevo en la discusión pública el debate que promueve el libro: cuál es el lugar del ser humano en la naturaleza –y no al revés. De esta manera, la editorial Maíz rojo trae, de nuevo, a Luis Franco y, con este libro, volvemos a pensar estos asuntos.

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