Y llegó el día. “¿Qué es más valioso, un NFT o una pintura?”, se había preguntato el artista británico Damien Hirst en 2021. Y decidió definirlo sacando 10 mil piezas únicas de sus obras de puntos -a £ 2 mil cada una-, en un proyecto llamado The Currency, para que después de un tiempo, los compradores decidieran si preferían quedarse con la pieza digital o la física y con la promesa de destruir aquellas que no fueran seleccionadas.
¿Qué eligió el público? Fue una disputa pareja: unos 5.149 eligieron las piezas físicas, mientras que 4.851 optaron por los NFT, según la Newport Street Gallery de Londres. Y hoy comenzó a quemar mil de sus obras físicas en un evento meditaizado, bien al estilo Hirst, en el que junto a sus asistentes depositaron las piezas de manera individual en una serie de chimeneas en la galería mientras los espectadores miraban. Así continuará diariamente hasta que cierre su exhibición a fines de este mes.
Las obras se hicieron en papel a mano en 2016 con pintura de esmalte, luego se numeraron, se marcaron con agua, se hologramaron y se micro-puntearon, y se sellaron y titularon aleatoriamente con las letras de las canciones favoritas de Hirst, antes de firmarlas en la parte posterior.
Hirst (1965) es considerado como el artista vivo más rico de su país, surgió en los ‘90 como parte del grupo Jóvenes Artistas Británicos (YBA) que dominaron la escena artística en el Reino Unido a partir del patrocinio de la galería del publicista iraquí-británico Charles Saatchi.
Entre sus obras icónicas están La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo (1991), un tiburón tigre de cuatro metros de largo conservado en una vitrina con formol que se vendió en USD 12 millones en 2005, un precio récord para la obra de un artista vivo. Su otra obra emblemática es For the Love of God (2007), una calavera de platino con 8.601 diamantes puros y dientes humanos, inspirada en el cómic 2000 AD. Es creador desde fines de los 80 de una amplia serie de instalaciones, esculturas, pinturas y dibujos que exploran las complejas relaciones entre arte, belleza, religión, ciencia, la vida y la muerte.
Hace unas semanas, Hirst había protagonizado involuntariamente otra polémica cuando el Kunstmuseum Wolfsburg, ubicado en la ciudad alemana de Wolfsburg, se vio obligado a retirar de sus instalaciones una obra del artista que incluía una cámara para matar moscas tras las críticas de los activistas por los derechos de los animales y una denuncia formal de la Oficina Veterinaria de la ciudad. La obra, titulada Mil años, se incluyó en una gran exposición colectiva denominada “¡Poder! ¡Luz!” que exploró el uso de la luz artificial en el arte. La obra consistía en un cubo de cristal dividido en dos. En una parte del cubo eclosionaban las moscas, pero si pasaban por un agujero a la otra parte para llegar a la luz artificial, morían. El objetivo del trabajo fue llamar la atención sobre el hecho de que millones de insectos mueren cada noche debido al alumbrado público en las ciudades.
Con información de Reuters
SEGUIR LEYENDO